El Dr. Sánchez colgó el teléfono, su rostro marcado por la preocupación. La sala de la sede de la UNESCO en El Cairo estaba en silencio expectante. Alejandro, Layla, Amira y Ana María lo observaban, ansiosos por conocer la noticia.
—Es Elena —dijo el Dr. Sánchez, rompiendo el silencio. —Está en Bawiti. Nos ha informado que Heinz ha logrado despertar a Apep. Tenemos que ir por ella de inmediato.
Alejandro se levantó abruptamente, sorprendido y lleno de remordimiento. —¿Cómo pudimos olvidarla? —exclamó. —Con todo el caos que se desató aquel día, no me di cuenta de que no estaba con nosotros. Pero Elena y los Guardianes son clave para detener esto.
Ana María asintió, compartiendo la preocupación. —No podemos subestimarlos. Elena y los Guardianes tienen conocimientos que po
Con su ejército de muertos, Apep se dirigía hacia el corazón de Egipto. Su objetivo era claro: reclamar su dominio y desatar el caos primordial sobre el mundo. Cada paso que daba lo acercaba más a su objetivo, y con cada conjuro, su poder crecía.En su camino, Apep encontró templos y reliquias antiguas, símbolos de los dioses que lo habían derrotado. Con cada destrucción, su risa resonaba en el aire, un sonido que helaba la sangre de los vivos y motivaba a los muertos a seguirlo con más fervor.La batalla entre el orden y el caos había comenzado, y el destino de la humanidad colgaba de un hilo. Solo aquellos que comprendían la magnitud de su poder tenían alguna esperanza de detenerlo. El mundo observaba con temor, consciente de que el equilibrio de la vida y la muerte estaba en juego.Apep avanzaba con una determinación inqu
En la guarida de Heinz, el aire estaba cargado de tensión y una sensación de anticipación. El sacerdote traidor, Nebet, sostenía en sus manos un antiguo artefacto que resonaba con poder oscuro. Este objeto era clave para llamar a Apep y ofrecerse como sus aliados. Meret también se había unido a la causa, atraído por la promesa de poder y la idea de sobrevivir a la destrucción inminente.Amara observaba la escena desde lejos, su corazón pesado con una mezcla de arrepentimiento y desesperación. Esto no era lo que había planeado cuando se unió a Heinz. Ella solo quería estar con su amado, no convertirse en una peona en una guerra apocalíptica. Se reprochaba haber usado sus poderes para revivir a Meret de esta manera. Si hubiera tomado un camino diferente, tal vez podría haber evitado estar ahora bajo el dominio de Heinz.En su mente, Amara r
Amara salió del escondite de Heinz, el aire del desierto envolviéndola con un calor familiar. La arena se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y el sol del mediodía quemaba con una intensidad implacable. Respiró profundamente, tratando de encontrar un punto de referencia en la vastedad del desierto. La realidad de su situación la golpeó de nuevo: estaba libre, pero el mundo que conocía había cambiado irrevocablemente.Mientras caminaba, los recuerdos comenzaron a inundar su mente. Recordaba su infancia en Tebas, donde las calles estaban llenas de vida y el Nilo fluía serenamente, llevando consigo las historias de su pueblo. Las casas eran de adobe, con patios interiores llenos de flores y fuentes de agua. Los mercados estaban repletos de especias, telas y joyas, y el sonido de la música y las risas llenaba el aire.Amara era la hija de un noble, y su educaci&oac
Heinrich Heinz se encontraba en una habitación oscura y silenciosa, lejos del bullicio y la actividad del exterior. A pesar de su reciente despertar, sus recuerdos aún eran fragmentarios, como piezas de un rompecabezas que apenas comenzaba a armar. La habitación era pequeña, con paredes de piedra y una ventana estrecha por donde se filtraba un rayo de luz. El silencio le permitía reflexionar sobre los eventos que lo habían llevado hasta este momento.Heinrich había sido un hombre apasionado por la historia y la arqueología desde joven. Su amor por los antiguos misterios lo llevó a recorrer el mundo, desenterrando secretos que habían estado ocultos durante milenios. Recordaba las expediciones con su equipo, la emoción de cada descubrimiento y el conocimiento que obtenía de cada artefacto desenterrado.Heinrich nació en Alemania, en una familia de acad&e
En otra parte de la instalación, Meret se encontraba sumido en sus propios pensamientos. Se sentía incompleto y confundido. Amara se había ido, y su ausencia pesaba sobre él como una losa. Meret había sido un sacerdote devoto, un hombre de principios y deber. Pero desde su resurrección, el mundo había cambiado y sus propios deseos y ambiciones habían tomado un giro oscuro.Amara había sido todo para él. Su amor prohibido era la fuerza que le había dado sentido a su vida y ahora, a su resurrección. Pero los últimos eventos, las traiciones y el caos que se había desatado, no habían hecho más que separarlos aún más. Sentía que la única manera de recuperar lo que una vez tuvieron era a través del poder. Un poder que Apep le prometía, un poder que podría usar para obligar a Amara a unirse a él y a Apep
La noche cubría la ciudad como un manto oscuro, mientras las luces de los edificios creaban un resplandor tenue en el horizonte. En el apartamento, Alejandro y Amira estudiaban los antiguos textos con una mezcla de urgencia y desesperación. La tensión entre ellos era palpable, pero había una determinación renovada en sus ojos.—Amira, creo que esta inscripción habla de una manera de contener a Apep —dijo Alejandro, señalando un jeroglífico complejo en el pergamino. —Menciona algo sobre un "Círculo de Luz" que puede debilitar su poder.Amira frunció el ceño mientras examinaba el texto. —Es un ritual muy antiguo. Necesitaríamos varios artefactos y realizarlo en un lugar sagrado... pero no sé dónde podríamos encontrar ese lugar.En ese momento, Elena entró en la habitación con una expresión decidida en su rostro. —Creo que sé dónde podemos hacerlo.Alejandro y Amira levantaron la vista, sorprendidos. —¿Dónde? —preguntó Amira.—Cuando me quedé atrás durante la confrontación en el desierto
La brisa del desierto acariciaba la piel de Amara, cálida y pesada, como si la arena misma conspirara para recordarle dónde estaba. Sus pasos eran firmes, pero su mente bullía con pensamientos. Aquella serpiente y el poder que había emergido de lo más profundo de su ser le llenaban de preguntas. ¿Qué significaba? ¿Por qué ahora? ¿Era aquello un don o una maldición más del caos que Apep había traído al mundo?La luz del crepúsculo se desvanecía, y las estrellas comenzaron a despuntar sobre un cielo inmenso. Amara sabía que debía encontrar refugio antes de que la noche se adueñara por completo del desierto, pero algo en el horizonte la detuvo. Una forma oscura, apenas visible contra el perfil de las dunas. Al principio pensó que era una roca, pero conforme se acercaba, la figura se movió.Era un hombre. Alto, encorvado, con una túnica desgarrada que se agitaba al viento. Amara sintió que su corazón se aceleraba. La figura avanzó un paso, y la tenue luz de las estrellas reveló su rostro.
Alejandro Rivera siempre había creído que el destino era una mezcla de suerte y elección, una danza entre lo que queremos y lo que se nos da. Pero nunca había sentido su peso tanto como en aquel caluroso día en el corazón del desierto egipcio, donde la historia dormía bajo un manto de arena y secretos.La luz del sol era implacable, golpeando la vasta extensión de arena como un martillo divino. Alejandro se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano, sus ojos recorriendo el horizonte que se mezclaba en un baile de calor y luz. A su alrededor, su equipo de arqueólogos y estudiantes trabajaban meticulosamente, cada uno absorto en su tarea, cada uno cazador de historias olvidadas.Su mentor, el Dr. Emilio Sánchez, un hombre cuya pasión por la arqueología solo era superada por su falta de paciencia, se acercó con un andar decidido que levantaba pequeñas nubes de arena. —Rivera, ¿alguna novedad? —, preguntó con un tono que no admitía demoras.—Creo que hemos encontrado algo, Dr.