ENAMORADO DE LA EMBARAZADA DE CROSSVILLE: LIBRO 1
ENAMORADO DE LA EMBARAZADA DE CROSSVILLE: LIBRO 1
Por: sheyla garcia
PROLOGO

PRÓLOGO

—Danny, hemos hablado muchas veces de esto. —Gritó mientras descargaba el baño.

—No he sido yo...— refutó su hermana menor.

—No hay nadie más aquí.

—Mi Bach estaba aquí.

— ¿Nunca pierdes? — le pregunto ella sonriendo.

Su hermana era tremenda.

Ella estaba cansada de corregir siempre lo mismo. Su hermana era una adolescente compleja. Con la muerte de sus padres todo cambió en sus vidas y Danny no fue la excepción.

Bach, Hijo de su único amigo de la secundaria, el único que  quedaba y con quién mantenía una relación estrecha, iba a visitarlas de vez en cuando y ella sospechaba que estaba enamorado de su hermana menor aunque esta fuese tres  años mayor que él.

—Lo siento, Sarahhh —le gritó desde la sala mientras el sonido de la televisión inundaba el espacio.

Por no decir que la ciudad de CrossVille completa. 

Cada día era la misma rutina. Siempre sucedía que Danny no descargaba el baño y otras veces era que dejaba la caja de cornflake tirada por la cocina mientras las hojuelas de este quedaban esparcidas por todo el espacio. Todo esto antes de irse a trabajar y luego también al regresar. Su ropa tirada en el sofá, su habitación hecha un desastre y así mismo su personalidad.

En ocasiones se cuestionaba a si misma sobre su pasado, sobre si había o no educado bien a su hermana menor.

Pero luego recordaba que ella apenas tenía dieciocho años cuando sus padres murieron y su hermana seis.

Hizo lo que pudo.

De eso no cambia duda.

¿Pero habría sido suficiente?

Y más ahora que había descubierto que estaba embarazada, su mejor amigo no ha querido dejarla sola y dejó a su hijo de 11 años cuidándola junto a su hermana.

Ella no tenía una vida activa, no salía de casa a menos que fuera necesario, y aunque Anthony siempre le pedía a gritos que fuera a pasarse unos días con él y su familia a Florida, ella conseguía escaparse.

Era hogareña. Odiaba salir de su espacio.

La casa era su lugar seguro. Su hermana Danny y ella eran una familia, pequeña, pero una familia.

Su vida era compleja desde que sus padres murieron hacía ocho años. Viviendo sola en su casa de infancia, le agradaba tener compañía al fin. Su hermana Penélope no era muy hogareña como ella y se casó muy joven con su vecino Tyler Lockman. Un hombre que a Sarahhh jamás le había gustado pero que logró engatusar a su hermana inocente.

Luego de ahí su relación de hermanas ha ido de mal a peor.

Sarahhh puede pasar semanas sin saber de ella. Y lamentablemente, no fue ella quien cerró las puertas a su hermandad.

Ahora solo le queda Danny y su mejor amigo.

—Con eso será suficiente. — murmuró mientras se miraba al espejo.

No decirle a su hermana mayor que estaba embarazada era malo, Danny se lo decía a diario, que debía llamarla, sin embargo, cómo demonio iba a comenzar esa conversación.

—Sarahhh, ¿dónde pusiste mi celular?— Preguntó su hermana mientras ella escuchaba como todos caía al suelo estrepitosamente.

Danny, con 14 años, era intensa a más no poder.

Sarahhh tendría canas muy pronto en su cabello.  La miró largo y tendido y consideró la posibilidad de mentirle.

Quizá así podría lograr que su hermana saliera de esa adicción a la tecnología y arreglará su habitación.

Pero no era tan fuerte.

La vida era una sola como para amargarse con disparates.

—Está en mi habitación. Pensaba tirarlo en la basura para que dejases de usarlo, pero entiendo que arruinaría mí vida con tus intensos comentarios. —contestó al final sin ocultar ni un ápice sus antiguas intenciones.

—Gracias a Dios que recapacitaste. —La abrazó y salió a toda velocidad a buscar el móvil.

Danny era una copia más desgarbada de ella; ojos azules como el agua del mar, cabello oscuro y ondulado, nariz poco redondeada en la punta y cejas muy oscuras.

Seguramente tenía a muchos amigos en la secundaria enamorados de ella, per Danny era tan despistada, que a lo mejor ni se daba cuenta.

Siempre metida en el móvil. Siempre alejada del mundo, de la realidad.

Pero ella sabía que esto era por la súbita y sorpresiva muerte de sus padres.

Seis años tenía Danny, seis cuando escuchó como la policía tocaba a su puerta.

Una lágrima silenciosa bajó por su mejilla.

No iba a llevar tan temprano.

Colocó la mano en su vientre y en silencio dejó salir una plegaria.

Pidió nunca faltarle a su hijo.

—Danny, me voy ya al trabajo —le exclamó ya cerca de la puerta.

Tomó su cartera y se terminó de calzar los zapatos de tacón de aguja. Según su hermana menor, esos zapatos eran demasiado peligrosos para su embarazo.

Sin embargo, Rihanna los usaba, Kim Kardashian también.

Ella no era una súper modelo, pero estaba segura que lo lograría.

Al menos hasta que los pies le pidieran a gritos usar algo cómodo.

 Sarahhh siempre vestía elegante, con conjunto de chaqueta y falda entallada por completo a su cuerpo, camisa blanca por lo regular y tacones negros o rojos. Todo dependía de qué clase de clientes o reuniones atendiera ese día. Ella era la encargada de una firma de construcción. No era una empresa multinacional, pero sí era la única que había en CrossVille.

Sarahhh salió de la casa y respiró aire puro. Al menos allí se respiraba tranquilidad.

Había casas en ambos extremos de la suya. Eran enormes y deslumbrantes a nivel arquitectónico. Eran casas convertidas en arte. La suya destacaba por no tener barrotes de dos metros ni puertas de medio millón de dólares.

Aunque CrossVille no era un pueblo gigantesco, sí tenía a muchas personas influyentes y de dinero, las cuales vivían allí o al menos con inmuebles rentados.

La compañía en la que Sarahhh trabajaba se especializaba en la construcción y creación de un diseño más acorde con el dueño de la vivienda. Muchas fueron derrumbadas y vueltas a levantar sobre un mundo de ideas que ellos como empresa se encargaban de llevar a cabo.

Sarahhh Wright era la responsable de su departamento completo, llevaba órdenes y pedidos día tras día.

—Buenos días, señorita Wright —la saludó la secretaria cuando la vio entrar.

—Buenos días. —Pasó por el escritorio y retiró el café que la joven siempre le guardaba.

Era una chica aplicada que se había enterado desde temprano cómo le gustaba el trabajo a Sarahhh Wright.

—Hoy continuamos con la búsqueda de quien va a sustituir cuando entre en labor de parto —le comunicó la secretaria con la carpeta en la mano.

Labor de parto.

Que joder.

¡Tan solo tenía 3 meses de embarazo!

¿Por qué demonios había que buscar a alguien tan pronto?

Pero así lo deseaba el dueño, y así se haría.

— ¿Ya llegaron los candidatos? —Dejó la cartera en el escritorio y se sentó en su incómoda silla de piel. Los pies ya le molestaban e hizo Gesto y su secretaria se dio cuenta.

—Si le molestan, debería quitárselos h venir más cómoda.

—Estoy bien. —Farfulló. — Háblame de trabajo y deja de molestarme. — Odiaba que le tuvieran lásStevena, y precisamente eso veía en los ojos de su asistente.

—Hay un hombre —balbuceó Taty.

«Qué elocuente está la niña», pensó Sarahhh.

— ¿Un hombre? —Levantó las cejas. — ¿Un hombre para mí posición? ¿Un hombre para ser director de proyectos?

La chica se sonrojó y miró la puerta. Estaba nerviosa, y eso podía notarlo a simple vista. Le aburría y a la vez le entretenía la juventud clásica.

Ella nació vieja e impredecible.

Con veintiséis años manejaba un departamento lleno de hombres maleducados y trabaja con contratistas bravucones y con decoradores obsoletos. Su temple y falta de nerviosismo la habían posicionado como la mejor apuesta para encaminar a la empresa a un mejor futuro.

—Taty, ¿crees que puedas dejar de actuar como una niña embobada y hacer que pase el caballero? —Su pregunta y el tono empleado hizo que la joven se sonrojara aún más.

La joven asintió y casi tropezó con la alfombra que había en el medio de la oficina cuando iba a salir.

Sarahhh subió los ojos al cielo. Las tonterías que debía soportar.

La puerta se abrió de repente.

Tragó en seco.

 El hombre en cuestión era atípico.

El nerviosismo de Taty no la preparó para esto.

Vestía unos jeans oscuros y una camisa negra de mangas largas. Asimismo, calzaba unos zapatos marrones, los cuales hacían juego con su correa y con sus ojos enormes y avellanados.

—Señorita... —saludó acercándose a su escritorio.

Sarahhh se levantó de inmediato como un resorte y le tendió la mano.

—Wright. —Su mano se sintió caliente y fuerte. Era un tipo seguro de sí mismo. El saludo no duró más de dos segundos, pues el hombre parecía no estar embobado como lo estaba ella—. Tome asiento, señor…

—Steven, Steven Lucas. —Se sentó frente a ella.

Sarahhh se obligó a tomar asiento y de paso detener al estúpido latido acelerado de su corazón. Era una sensación extraña para ella, que estaba acostumbrada a siempre llevar el control.

Ese hombre no podía pertenecer a su plantilla de empleados.

«Será mi ruina».

Con ese pensamiento Sarahhh se recompuso. Ella tenía el poder. Ella tenía el mando. No debía por qué estar nerviosa.

Ella no iba a poder concentrarse.

Desde que supo que estaba embarazada sus hormonas estaban como locas.

Pero no iba a confiar en otro hombre.

Nunca más.

En la confianza estuvo el peligro y ella se dio cuenta muy tarde.

—Le ahorraré el ver mi currículo. —Steven se adelantó a los hechos. Sarahhh lo contempló—. Tengo más que experiencia para ser lo que necesita, pero más que eso tengo el tiempo y la disponibilidad de horarios, así sea de madrugada. Aceptaré cualquier salario, siempre que cubra los gastos generales y deje de fundir mi cuenta de ahorros. Tengo algo que me ate a CrossVille, por consiguiente, no me largaré ante la primera oferta de trabajo.

Sarahhh lo miró sin parpadear. Era seguro y demasiado confiado.

Al parecer, estaba cansado de ir a entrevistas o en verdad pensaba que podía conseguir el puesto haciéndose un tipo duro.

Sarahhh sonrió.

—Muy seguro de usted, señor Lucas.

—Steven. —Dijo el hombre buscando que lo tuteara.

—Bien, señor Lucas. —Dijo obviando el hecho de entender lo que él deseaba.  Colocó las manos en el escritorio y se inclinó hacia delante—. Sin embargo, no me convence. ¿Por qué debería darle un trabajo en mi plantilla? Sus palabras, por más llanas que sean y que aparentemente no tienen trasfondo, me hacen creer que no está diciéndome algo.  ¿Quién es realmente Steven Lucas?

—Vine a buscar un empleo. Vine a la posición de encargado de proyectos. Solo que no pierdo mi tiempo ni me gusta hacer perder el de los demás.

«Interesante».

—Busco a alguien que sea duro con los contratistas, que trabaje mano a mano conmigo, que no se deje convencer de aceptar pedidos dañados ni tardíos, que sea mis ojos en todas partes. ¿Cree que puede estar por debajo de una mujer?

—La posición no me es de problema. Tanto debajo como encima puedo hacer bien mí trabajo. —contestó con una sonrisa que mostraba una dentadura perfecta—. He tenido personal a mi cargo y en esta ocasión me toca hacer de subalterno. No vine a esta entrevista pensando que sería nombrado presidente de la empresa.

—Interesante.

—La posición es como Encargado de proyecto. No sería un subalterno como tal.

—Siempre hay alguien de mayor rango en las empresas, o no?

Unos minutos en silencio.

Un segundo más mirándole y estaba segura de que babearía.

« ¿Acaso perdí el diccionario completo?».

Sarahhh no sabía qué pensar, aún procesaba la parte de encima o debajo. Ese hombre era peligroso, muy peligroso. Él sabía que logró pensamientos pecaminosos en ella y aun así sonreía como si no se hubiese dado cuenta.

No podía trabajar con él, pero necesitaba un encargado que la suplantara pronto.

Eso había solicitado Prietto Sulenko y debía conseguirlo antes de finalizar la semana.

Después de pensarlo y repensarlo, Sarahhh tomó la decisión.

—Me tomaré el riesgo de contratarlo —se incorporó—, pero al instante en que vea que su comportamiento me daña a mí o a mi trabajo de alguna manera estará fuera de la empresa antes de que pueda subirse el cierre.

El hombre subió las cejas y sonrió.

—Será un placer trabajar con usted Señorita Wright.

Sin embargo, ella no respondió. Se limitó a sonreír con debilidad interna y a mostrarse con rostro implacable.

—Nos vemos mañana a las nueve de la mañana. —Dijo con voz ronca. —Puede retirarse. Feliz resto del día.

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