Los párpados de Eletta se movieron, los restos de un sueño feliz se aferraron como telarañas a su conciencia. Pero no quería abrirlos, porque se negaba a despertarse a la realidad donde ella no estuviera. Sus labios se curvaron en una sonrisa involuntaria antes de estirarse lánguidamente bajo las sábanas. Sin embargo, al moverse, un peso inesperado le inmovilizó las piernas. La confusión arrugó su ceño.—¿Qué diablo es esto? —, murmuró en voz baja, con el corazón, latiéndole con una mezcla de miedo e incredulidad.Con la inquietud atenazándole el pecho, Eletta se preparó para la verdad que casi le daba miedo afrontar. Abrió los ojos con un movimiento lento y cauteloso, temiendo qué o a quién podría encontrar a su lado. Y allí estaba él, Paul, con el brazo echado sobre su cintura en un abrazo protector, respirando suavemente contra su nuca.—¡Oh por Dios! ¿Qué hice? —Se dio cuenta de que aquello no era fruto de su imaginación, sino la realidad. Sus cuerpos enredados, el olor a alcoh
A Leandra le temblaron los dedos al juntarlos, un tic nervioso que delataba su inquietud. La mirada interrogativa de Paul se sintió pesada sobre ella y, en el silencio, su voz pareció resonar demasiado fuerte cuando por fin habló. —Lo siento, Paul —, dijo, incapaz de mirarle a los ojos. —Yo sólo quise ayudar a Tanya. Ella piensa que tú y Eletta deben estar juntos y... y yo pensé que la mejor forma de ayudar a que lo lograra es que ustedes se hospedaran en la misma habitación, por eso los ubiqué a los dos en la misma habitación. Quería que así tendrían oportunidad de hablar. El impulso inicial de Paul de reaccionar con frustración se desvaneció al procesar la confesión de Leandra. En su lugar, sus labios se curvaron en una leve y melancólica sonrisa, y las comisuras de sus labios se levantaron ligeramente. —Por eso me parecía demasiado real para ser un sueño, estuve con ella —, murmuró, más para sí mismo que para su prima. —¿Pero por qué se fue? ¿Dónde está? Las palab
Eletta llegó al aeropuerto, tomó un taxi que la llevó al frente de la casa de la familia Aetós. Una gran mansión con decenas de habitaciones, donde se habían creado veinticuatro hijos, cinco sanguíneos y diecinueve adoptados. La casa ancestral de su abuela paterna, estaba lleno de recuerdos de la infancia, que se reproducían como películas descoloridas en su mente cada vez que llegaba. En algún lugar de su interior, se aferró a la frágil idea de que Paul iría a buscarla, de que seguramente se recordaría que estuvo con ella.Eletta subió por el sendero, sus pasos vacilantes, sus dedos, trazando los contornos del muro de piedra que rodeaba la propiedad. El aroma a limón y aceite de oliva flotaba en el aire, transportándola a tiempos más sencillos.Ese día, luego de saludar a su tía, subió a su habitación, esperó impaciente que apareciera Paul, pero este no llegó.Por eso, terminó marcando el número de la mansión de su padre Alexander, su pulso se aceleró cuando la línea hizo clic y l
—Señor, jamás he dicho eso...Las palabras de Paul quedaron suspendidas en el aire, un vano intento de aclaración que se vio truncado, cuando la puerta se abrió de golpe y apareció la figura de Beatriz, con el pelo hecho una cascada de rizos y los ojos llenos de expectación, se abalanzó sobre él.—¡Mi amor, viniste a buscarme! —exclamó con voz triunfal—. Sabía que ibas a reaccionar y vendrías a fijar la fecha de compromiso. No tienes idea de cuánto te amo.Los músculos de Paul se tensaron bajo la presión de su abrazo. Intentó desenredarse, con las manos presionando sus delgados hombros, pero ella se aferró a él con sorprendente tenacidad.—Por favor, Beatriz —, dijo, con una nota de desesperación en su voz, tratando de alejarla, —no vine a pedirte matrimonio, vine a decirte que no me voy a casar contigo.A Beatriz se le fue el color de la cara, aflojó el agarre un instante y volvió a apretarlo. Le miró a los ojos, buscando un atisbo de broma, pero no lo encontró.De repente, el espaci
—¡Ya basta! —Las palabras cortaron la tensión, mientras sus hermanos por fin se alejaban de Paul con el rostro contorsionado por la ira. —Son unos salvajes, mira cómo lo han dejado —les espetó, con una repulsión palpable en el aire.—¿Todavía eres capaz de defenderlo después de todo lo que te hizo? ¿Acaso eres una masoquista? —, la desafió, con la incredulidad marcando sus facciones.Ella sintió el calor subir a sus mejillas, no negaba que las palabras de Paul habían dejado un escozor en su piel como si alguien le hubiera propinado una fuerte bofetada.Sin embargo, no sabía ¿Cómo explicárselo a su hermano? El amor no era racional, no seguía la lógica, ni las reglas del sentido común.Le miró fijamente, endureciendo su determinación.—¡Claro que no soy masoquista! —Su voz era un susurro feroz, un escudo desafiante contra sus acusaciones. —Y por supuesto que me duele que quiera terminar conmigo. Sus ojos brillaron con lágrimas no derramadas, pero las contuvo. —Pero yo lo amo y no estoy
La noticia resonó en la estancia como un disparo silencioso, que dejaba un eco ensordecedor tras su paso. Iker y su esposa se miraron con una mezcla de sorpresa y alegría contenida, pero Eletta solo podía sentir cómo el mundo giraba peligrosamente a su alrededor. Las consecuencias de aquella noche furtiva con Paul, ahora cobraba una nueva y demandante vida y ella no sabía cómo reaccionar ante esa noticia.—No... no puede ser —murmuró Eletta, con una voz temblorosa que apenas rompía el aire cargado de la habitación —¿Un bebé? —logró murmurar con un hilo de voz, buscando en la cara del médico algún indicio de que hubiera cometido un error, incluso de que se trataba de una broma.—¿Estás completamente seguro, doctor? —preguntó la esposa de Iker, aun agarrando con fuerza la mano de Eletta, como si intentara sostenerla en pie con su contacto.—Sí, eso indican los análisis —confirmó el médico con una sonrisa amable.Se pasó la mano por la cabeza en un gesto desesperado, mientras Iker colo
Las manos de Beatriz temblaron ligeramente cuando escurrió un paño húmedo y lo pasó suavemente por la frente enfebrecida de Paul. Su rostro, lleno de moratones que habían florecido como flores oscuras sobre su piel, era un testimonio de la crueldad que había soportado. Sus dedos trazaron las líneas de su mandíbula, una disculpa silenciosa por todo el dolor que sufría, un dolor del que ella no podía protegerle. Casi podía sentir las fracturas ocultas bajo la superficie, esas heridas internas a las que sus rudimentarios cuidados no podían llegar.—Paul —, susurró, aunque sabía que él no podía oírla. —Lo siento, lo siento mucho. La culpa le oprimía el pecho y cada respiración superficial de él parecía apretar el nudo. Ella no quería eso, simplemente quería que la amara, y cuando él se fijó en ella pensó que una relación entre ellos podía funcionar.La habitación estaba impregnada del olor de los antisépticos y el aroma almizclado del sudor, un crudo recordatorio de la batalla invisibl
Los dedos de Alexis tamborileaban sobre la superficie de caoba de su escritorio mientras escuchaba la monótona música de espera en el altavoz. Por fin había podido localizar al propietario de la empresa proveedora de servicios de telefonía móvil de su hijo para que rastrera su ubicación, era un conocido suyo, y luego de explicarle la situación había accedido sin refutar.Ahora estaba en espera de los resultados. La tenue luz de su teléfono móvil proyectaba una pálida luz sobre sus rasgos, acentuando la preocupación grabada en su frente. Con los ojos fijos en la pantalla, deseó que la persona al otro lado de la línea hablara o que apareciera la notificación del correo electrónico, un presagio digital con las coordenadas de la ubicación de su hijo.Al principio estaba tranquilo, pero cuando vio la preocupación de su esposa supo que algo malo podía estar pasando, porque ella siempre era acertada con sus corazonadas.“Su llamada es importante para nosotros", repitió la voz automática por