La pista de baile brilló bajo esa especie de techo de luz que habían colocado en el jardín, cuando Eletta y Paul entraron en ella, con las manos entrelazadas y los ojos reflejando la alegría de un sueño compartido por fin hecho realidad. A medida que sonaba la música, una melodía conmovedora que parecía compuesta sólo para ellos, se escuchó. Se movían con una gracia tan fluida que sus pies apenas susurraban contra la madera pulida. Cada paso, cada giro, era una conversación sin palabras, una tierna historia de amor. Paul se inclinó hacia Eletta, con su cálido aliento en el oído, susurrándole palabras cariñosas que pintaron sus mejillas del color de las rosas. Su risa, ligera y desenfrenada, se mezcló con los acordes de la música, llenando el aire con la esencia de la felicidad pura.Se compenetraban tanto que daban la sensación de estar flotando en el aire, todos lo observaban con una expresión felicidad en su rostro, porque eso era lo que transmitían los recién casados.Cuando la c
El fulgor dorado de las lámparas del vestíbulo les dio la bienvenida a los recién casados mientras atravesaban la opulenta entrada del hotel. Paul, con la mirada chispeante de un hombre que ha conquistado mundos enteros por amor, hizo honor a la tradición. Elevó a Eletta en sus brazos, cruzando el umbral de su suite nupcial como si cruzara la puerta hacia un futuro prometedor y de cierta manera era así, estaban seguros que les esperaba una vida plena y maravillosa. Sus pasos reverberaron sutilmente sobre la mullida alfombra hasta que, con un hábil movimiento de pie, cerró tras ellos la puerta del mundo exterior con su piel.Eletta, envuelta en la calidez de sus fuertes brazos, se dejó llevar, admirando con deleite la destreza y decisión con la que Paul la depositó sobre la cama. La seda de las sábanas acogió su figura con gentileza, mientras él, se levantaba, se paraba enfrente de la cama y comenzaba a despojarse de su ropa con una eficiencia que revelaba un ansia contenida. Su mir
—Mi amor, no estoy de acuerdo con este viaje a Bali, porque si tus padres no quisieron que viajaras a Roma que quedaba más cerca, imagínate este vuelo, serán más de veintisiete horas —protestó ella sin poder evitar su preocupación. —No es lo mismo mi amor, porque si hubiésemos decidido hacer la boda en Roma, yo no podría haber viajado para ayudarte con los preparativos, en cambio, aquí tuve la oportunidad de escoger junto contigo como queríamos la boda, pero ahora no hay nada que temer porque yo estoy bien, maravillosamente bien. Además, ¿no sabes que cuando se alcanza la felicidad en el amor, tiene propiedades curativas? —ella se quedó viéndolo sorprendida —, tu amor me ha curado. De todas maneras, podemos hacer el viaje por escala, descansamos y así nos vamos. Así lo hicieron, haciendo escala en varios sitios del mundo hasta llegar a su destino. Ambos habían soñado con su luna de miel en Bali desde el momento en que decidieron casarse. Ahora, finalmente, estaban allí, sumergidos e
SinopsisBeatriz Harrison, es una mujer atrapada en un laberinto de injusticias. Falsamente acusada de un crimen que no cometió, su vida da un vuelco cuando se ve obligada a escapar de la cárcel para sobrevivir. Desesperada y sin rumbo, encuentra refugio en la casa de Payton Kontos, un empresario exitoso y padre soltero que, sin conocer su verdadera identidad, le ofrece un trabajo como niñera para su hijo.A medida que Beatriz se adapta a su nueva vida, surge un romance inesperado entre ella y Payton a pesar de voluntad de él de no querer enamorarse. Cuando él descubre quién es realmente Beatriz, se siente traicionado y, cegado por la furia, la entrega de nuevo a las autoridades.Ella se enfrenta a pruebas que pondrán a prueba su valentía y su capacidad de perdonar. De vuelta a la cárcel, es víctima de un ataque brutal que le arrebata algo de lo más preciado. Cuando la verdad sobre su inocencia finalmente sale a la luz. Devastado por la culpa y desesperado por enmendar su error, Payto
Los pasos de Beatriz resonaron en el pasillo, y cada uno de ellos amplificaba el pavor que le recorría la columna vertebral. Su guía, una mujer imponente de ojos acerados, abrió la puerta del baño con una fuerza que sugería que rara vez se cerraba con suavidad. Beatriz vaciló en el umbral, el olor estéril de la lejía no bastaba para enmascarar el hedor subyacente que parecía aferrarse al propio aire.—Entra —, le ordenó la mujer, sin discutir.Beatriz obedeció, con el corazón, latiéndole contra las costillas como si quisiera escapar del destino que le aguardaba. La mujer no perdió el tiempo. Con un movimiento rápido, cogió un cubo y un trapeador del rincón y se los lanzó a Beatriz, que apenas consiguió cogerlos antes de que chocaran contra su pecho.—A partir de ahora, te encargarás de limpiar las duchas, los aseos, los pasillos, los despachos y las celdas, allí tienen detergentes, lejía, y todo lo necesario para que lo hagas, princesita —pronunció esta última palabra con burla.—¿
La guardia se dio cuenta de que los ruidos del baño habían cesado, por eso con su ceño fruncido y mirada incisiva como el filo de una navaja, caminó hacia allí para ver lo que había ocurrido y allí encontró a la chica inerte sobre el piso frío. Sin embargo, ni una expresión de preocupación cruzó su rostro, sobre lo contrario, era evidente el odio que se agitaba en su interior en contra de la joven que yacía inmóvil en el piso.—Maldita mujer —, masculló entre dientes mientras se precipitaba hacia ella, hincando las rodillas con un ruido sordo contra el suelo. Sin contemplaciones, y ni un ápice de misericordia, extendió sus manos curtidas y empezó a abofetear el rostro pálido de la joven, una y otra vez, esperando una reacción que no llegaba.—¡Despierta! —, exigió la guardia, pero el silencio obstinado de la chica parecía burlarse de sus intentos. Finalmente, la frustración tiñó sus movimientos de urgencia, corrió fuera por el pasillo, y alzando la voz, llamó a una compañera de tur
El mundo se difuminó en rayas grises y blancas mientras la arrastraban por los pasillos del centro de reclusión.La treta había sido sencilla, aunque eficaz. Fingiendo que habían sido envenenadas, imitando la agonía de la muerte, las llevaron a la enfermería con susurros urgentes y pasos frenéticos. Su actuación había sido suficientemente convincente, pero la doctora de la enfermería, cómplice de las reclusas, con el ceño fruncido, declaró inadecuada la enfermería para esas emergencias tan graves.—Lo siento, señora directora, este lugar no está equipado para atender casos como este —, oyó decir a la doctora, con la voz teñida de preocupación.No pasó mucho tiempo antes de que unas ambulancias los trasladaran a un centro de salud cercano, parte del plan que habían puesto en marcha meticulosamente días antes. Ni siquiera tuvo tiempo de asimilar las paredes blancas que penetraba en el aire antes de que unas manos le mostraran un uniforme de enfermera, señal de una nueva identidad.—Rá
—Entonces como estás de acuerdo con el trabajo y las condiciones. Colócate esto y deja tu currículo aquí —, dijo la mujer, extendiendo una mano que sostenía una bolsa transparente.Dentro había un uniforme de empleada limpio y doblado, crujiente y blanco.—No tengo mucha experiencia —intentó explicarle a la mujer, pero al parecer le cayó bien y la tranquilizó.—No importa el período de prueba, nos hablará más de ti que cualquier papel. Tienes que dormir en la misma habitación del bebé y debes salir de allí exactamente a las seis de la mañana antes de que el señor vaya a ver al niño y en la tarde.Las instrucciones eran claras, su tono no dejaba lugar a la discrepancia.—El señor, recién se mudó a esta casa, la mayoría del tiempo no la pasa en esta casa porque trabaja, pero cuando esté presente, mañana y noches, procure no cruzársele por el camino —, continuó, su voz bajando a un murmullo confidencial. —No tolera a las mujeres; a mí me soporta por la edad, pero con las mujeres jóvenes