Los pasos de Beatriz resonaron en el pasillo, y cada uno de ellos amplificaba el pavor que le recorría la columna vertebral. Su guía, una mujer imponente de ojos acerados, abrió la puerta del baño con una fuerza que sugería que rara vez se cerraba con suavidad. Beatriz vaciló en el umbral, el olor estéril de la lejía no bastaba para enmascarar el hedor subyacente que parecía aferrarse al propio aire.—Entra —, le ordenó la mujer, sin discutir.Beatriz obedeció, con el corazón, latiéndole contra las costillas como si quisiera escapar del destino que le aguardaba. La mujer no perdió el tiempo. Con un movimiento rápido, cogió un cubo y un trapeador del rincón y se los lanzó a Beatriz, que apenas consiguió cogerlos antes de que chocaran contra su pecho.—A partir de ahora, te encargarás de limpiar las duchas, los aseos, los pasillos, los despachos y las celdas, allí tienen detergentes, lejía, y todo lo necesario para que lo hagas, princesita —pronunció esta última palabra con burla.—¿
La guardia se dio cuenta de que los ruidos del baño habían cesado, por eso con su ceño fruncido y mirada incisiva como el filo de una navaja, caminó hacia allí para ver lo que había ocurrido y allí encontró a la chica inerte sobre el piso frío. Sin embargo, ni una expresión de preocupación cruzó su rostro, sobre lo contrario, era evidente el odio que se agitaba en su interior en contra de la joven que yacía inmóvil en el piso.—Maldita mujer —, masculló entre dientes mientras se precipitaba hacia ella, hincando las rodillas con un ruido sordo contra el suelo. Sin contemplaciones, y ni un ápice de misericordia, extendió sus manos curtidas y empezó a abofetear el rostro pálido de la joven, una y otra vez, esperando una reacción que no llegaba.—¡Despierta! —, exigió la guardia, pero el silencio obstinado de la chica parecía burlarse de sus intentos. Finalmente, la frustración tiñó sus movimientos de urgencia, corrió fuera por el pasillo, y alzando la voz, llamó a una compañera de tur
El mundo se difuminó en rayas grises y blancas mientras la arrastraban por los pasillos del centro de reclusión.La treta había sido sencilla, aunque eficaz. Fingiendo que habían sido envenenadas, imitando la agonía de la muerte, las llevaron a la enfermería con susurros urgentes y pasos frenéticos. Su actuación había sido suficientemente convincente, pero la doctora de la enfermería, cómplice de las reclusas, con el ceño fruncido, declaró inadecuada la enfermería para esas emergencias tan graves.—Lo siento, señora directora, este lugar no está equipado para atender casos como este —, oyó decir a la doctora, con la voz teñida de preocupación.No pasó mucho tiempo antes de que unas ambulancias los trasladaran a un centro de salud cercano, parte del plan que habían puesto en marcha meticulosamente días antes. Ni siquiera tuvo tiempo de asimilar las paredes blancas que penetraba en el aire antes de que unas manos le mostraran un uniforme de enfermera, señal de una nueva identidad.—Rá
—Entonces como estás de acuerdo con el trabajo y las condiciones. Colócate esto y deja tu currículo aquí —, dijo la mujer, extendiendo una mano que sostenía una bolsa transparente.Dentro había un uniforme de empleada limpio y doblado, crujiente y blanco.—No tengo mucha experiencia —intentó explicarle a la mujer, pero al parecer le cayó bien y la tranquilizó.—No importa el período de prueba, nos hablará más de ti que cualquier papel. Tienes que dormir en la misma habitación del bebé y debes salir de allí exactamente a las seis de la mañana antes de que el señor vaya a ver al niño y en la tarde.Las instrucciones eran claras, su tono no dejaba lugar a la discrepancia.—El señor, recién se mudó a esta casa, la mayoría del tiempo no la pasa en esta casa porque trabaja, pero cuando esté presente, mañana y noches, procure no cruzársele por el camino —, continuó, su voz bajando a un murmullo confidencial. —No tolera a las mujeres; a mí me soporta por la edad, pero con las mujeres jóvenes
El pasillo parecía vibrar con el eco del llanto incesante que se filtraba a través de las paredes de la inmensa casa. Beatriz aceleró el paso, la molestia creciendo en su pecho al igual que el ruido se intensificaba a medida que iba acercándose a la puerta entreabierta. —Ay no, con ese niño nadie puede —murmuró exasperada la mujer que la estaba guiando, su voz cargada de sarcasmo y desdén—. Solo tiene tres meses, pero es tan atormentador e insoportable como su padre. Las niñeras no duran, salen corriendo, sino es porque él no las deja dormir, lo hacen porque el padre es una bestia. ¡Son un par de bestias que nadie se aguanta! Aunque Beatriz no conocía al niño, la indignación la recorrió como un ente vivo, la mujer claramente esperaba que Beatriz se uniera a su desprecio, pero en su lugar, la joven permaneció seria, sus labios apretados, y por un instante tembló en la cuerda floja de su paciencia, conteniendo apenas las palabras que quería arrojar contra tal crueldad hacia un bebé.N
La mirada de Payton se detuvo en aquellos ojos grises, los más hermosos que había visto en toda su vida. Su corazón golpeó contra su pecho como una locomotora desbocada; no estaba acostumbrado a conversar con el personal, y menos con mujeres jóvenes.Sin embargo, en ese momento, se encontró deseando escuchar el sonido de su voz de nuevo. No entendía lo que estaba ocurriendo en su interior: ella despertaba algo inusual en su interior.No tuvo que esperar mucho para que ella hablara.—Lo siento, señor, yo no sabía que usted venía a esta hora, —empezó ella, con un suave murmullo en la voz que, de algún modo, atrajo toda su atención a pesar de su timidez. —Creía que sólo venía por la mañana y al final de la tarde... yo me voy—, dijo Beatriz, con las palabras suspendidas en el aire como una promesa vacilante, al ver la poca receptividad que mostraba el hombre.Pero cuando colocó al niño en la cuna, sus lamentos inmediatos rasgaron el silencio de la habitación. Payton observó, desconcertado
Payton se quedó viéndola con desprecio.—Lo lamento, pero no me agradas. Te quiero lejos de mi casa y de mi vida.La expresión de Beatriz cambió. Estaba cansada de ser buena, de actuar bien y de que todo le saliera mal. Se sentía frustrada, enojada. Lo miró con rabia y sin siquiera medir las consecuencias de sus actos, lo enfrentó.—¡Es usted un egoísta! ¿Sabe? Yo no sé qué se trae contra las mujeres, pero lo que veo es a una persona egoísta. El bebé se siente bien conmigo, le doy la atención que necesita, y solo tengo un par de horas aquí. Pero usted prefiere echarme por simple capricho. Eso dice mucho de lo mal padre que es.Con esas palabras, Beatriz se dio la vuelta y caminó por el pasillo para regresar a la cocina con el niño en brazos. El pequeño se aferraba a ella, ajeno al conflicto entre los adultos.Beatriz sentía que la furia le recorría las venas. ¿Quién se creía ese hombre para tratarla así? Ella había sido amable, atenta, una excelente niñera en esas pocas horas que lle
Cuando Payton la vio llegar, su rostro se enrojeció más por la rabia, si es que eso era posible —¿Qué haces aquí todavía? Te dije que te fueras de inmediato —espetó con voz cortante.—No me iré porque todavía me quedaron muchas cosas por decirle —respondió Beatriz con determinación, alzando la barbilla en un gesto desafiante. —Usted no tiene idea de cómo cuidar a su propio hijo y no sabe cómo la gente que trabaja para usted lo deja arrumado como un mueble. Cuando llegué el niño estaba abandonado, sucio. Giró al niño, le quitó el pañal, y le mostró la parte íntima.—Mire cómo está, mientras sus empleados, andan leyendo revistas, haciéndose los desentendidos. Yo me voy y va a estar desatendido ¿Y a usted qué le importa? Nada, porque es un egoísta que piensa solamente en sí mismo. ¡Usted es un pésimo padre, cuyo egoísmo y orgullo es más grande que el amor que dice tener por este inocente!Las palabras de Beatriz resonaron en la sala, cargadas de una verdad incómoda. Payton apretó los p