La mirada de Payton se detuvo en aquellos ojos grises, los más hermosos que había visto en toda su vida. Su corazón golpeó contra su pecho como una locomotora desbocada; no estaba acostumbrado a conversar con el personal, y menos con mujeres jóvenes.Sin embargo, en ese momento, se encontró deseando escuchar el sonido de su voz de nuevo. No entendía lo que estaba ocurriendo en su interior: ella despertaba algo inusual en su interior.No tuvo que esperar mucho para que ella hablara.—Lo siento, señor, yo no sabía que usted venía a esta hora, —empezó ella, con un suave murmullo en la voz que, de algún modo, atrajo toda su atención a pesar de su timidez. —Creía que sólo venía por la mañana y al final de la tarde... yo me voy—, dijo Beatriz, con las palabras suspendidas en el aire como una promesa vacilante, al ver la poca receptividad que mostraba el hombre.Pero cuando colocó al niño en la cuna, sus lamentos inmediatos rasgaron el silencio de la habitación. Payton observó, desconcertado
Payton se quedó viéndola con desprecio.—Lo lamento, pero no me agradas. Te quiero lejos de mi casa y de mi vida.La expresión de Beatriz cambió. Estaba cansada de ser buena, de actuar bien y de que todo le saliera mal. Se sentía frustrada, enojada. Lo miró con rabia y sin siquiera medir las consecuencias de sus actos, lo enfrentó.—¡Es usted un egoísta! ¿Sabe? Yo no sé qué se trae contra las mujeres, pero lo que veo es a una persona egoísta. El bebé se siente bien conmigo, le doy la atención que necesita, y solo tengo un par de horas aquí. Pero usted prefiere echarme por simple capricho. Eso dice mucho de lo mal padre que es.Con esas palabras, Beatriz se dio la vuelta y caminó por el pasillo para regresar a la cocina con el niño en brazos. El pequeño se aferraba a ella, ajeno al conflicto entre los adultos.Beatriz sentía que la furia le recorría las venas. ¿Quién se creía ese hombre para tratarla así? Ella había sido amable, atenta, una excelente niñera en esas pocas horas que lle
Cuando Payton la vio llegar, su rostro se enrojeció más por la rabia, si es que eso era posible —¿Qué haces aquí todavía? Te dije que te fueras de inmediato —espetó con voz cortante.—No me iré porque todavía me quedaron muchas cosas por decirle —respondió Beatriz con determinación, alzando la barbilla en un gesto desafiante. —Usted no tiene idea de cómo cuidar a su propio hijo y no sabe cómo la gente que trabaja para usted lo deja arrumado como un mueble. Cuando llegué el niño estaba abandonado, sucio. Giró al niño, le quitó el pañal, y le mostró la parte íntima.—Mire cómo está, mientras sus empleados, andan leyendo revistas, haciéndose los desentendidos. Yo me voy y va a estar desatendido ¿Y a usted qué le importa? Nada, porque es un egoísta que piensa solamente en sí mismo. ¡Usted es un pésimo padre, cuyo egoísmo y orgullo es más grande que el amor que dice tener por este inocente!Las palabras de Beatriz resonaron en la sala, cargadas de una verdad incómoda. Payton apretó los p
La mirada de Beatriz se endureció y su paciencia se agotó. —¿Es en serio que me estás reclamando eso?, espetó, con incredulidad en sus palabras. La mujer, de pie ante ella, con una mueca de desprecio, ¿realmente creía que podía hacer que Beatriz se acobardara? Después de enfrentarse al señor de la casa, cuyo aspecto infundía respeto y temor, aquello no era nada. Había rozado el peligro, bailado con el peligro mismo; una simple subordinada no le aceleraría el pulso.Colocando con cuidado al niño en la cuna, Beatriz miró a su adversario de frente, con la barbilla desafiante. —En realidad no te acusé directamente, aunque ahora que lo pienso… —comenzó a decir pensativa porque si algo había aprendido en la cárcel es que si mostraba miedo, la debilidad, peor la tratarían. —sí que debí hacerlo, aunque todavía puedo.La acusación flotó en el aire como una espada, preparada y lista. —Porque lo que le hiciste a ese niño indefenso... solo lo puede hacer una persona cobarde.La tensión entre
Con un esfuerzo monumental, Payton se aclaró la garganta tratando desesperadamente de recuperar la compostura. Se enderezó en su asiento, ajustando su corbata en un intento de que todo pareciera casual.—Mis disculpas, caballeros —, dijo con una sonrisa forzada. —Un asunto personal que me distrajo momentáneamente. Ha sido un día estresante. ¿Podríamos retomar desde donde lo dejamos? —dijo con toda la calma que pudo reunir.Los inversores asintieron, algunos todavía sonriendo, pero dispuestos a seguir adelante. La reunión continuó, pero Payton luchó por mantener su concentración. Sus pensamientos seguían desviándose hacia Beatriz, su mente reproduciendo cada curva de su cuerpo, cada destello desafiante en sus ojos.Cuando la reunión finalmente terminó y los inversores se fueron, Payton se fue a su oficina y se desplomó en su silla, frotándose las sienes. Su asistente se acercó, con una mirada de preocupación en su rostro.—Señor, ¿está bien? Nunca lo había visto de esa manera… ni siqui
Beatriz sintió los nervios recorrer su espina dorsal, suspiró profundo tratando de disipar la tensión en sus hombros, pero antes de siquiera tomar aliento, la orden de Payton rompió la tensión. —Siéntate.Sin mirarla a los ojos, ladró la orden, con la atención fija en la pantalla encendida de su portátil. Obediente, ella se sentó en el borde de una silla de cuero implacable, con los dedos entrelazados en su regazo, sus manos sudaban, tenía la sensación de ser una chiquilla esperando ser reprendida por su padre.Con un sonido rítmico de su pie, arriba y abajo, resonando en el suelo de mármol, mientras tenía las piernas cruzadas, mostró su impaciencia.Los minutos fueron pasando, cada uno más pesado que el anterior. Se había preparado para lo inevitable, un despido rápido y sin ceremonias, pero allí estaba, atrapada en un enfrentamiento silencioso, con la nuca de Payton, porque él estaba dándole prácticamente la espalda concentrado en sus tareas. El zumbido del ventilador de su orden
Beatriz se quedó helada, dándose cuenta de que había revelado demasiado. Su mente trabajaba a toda velocidad, buscando una manera de retractarse o desviar la conversación. Pero la mirada penetrante de Payton la mantenía clavada en su asiento, incapaz de escapar.—Yo... no es nada grave —tartamudeó, intentando restarle importancia—. Solo algunas peleas de bar, cosas de chicos, ya sabes...Pero Payton no estaba satisfecho con esa respuesta evasiva. Se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en los de ella, buscando la verdad que sabía que estaba ocultando.—No me tomes por tonto, Beatriz —dijo con voz suave, pero firme—. Hay algo más detrás de esa historia, y quiero que me la cuentes ahora, por ti misma, y no dejes que yo la descubra por mi cuenta.La mente de Beatriz se agitó, un torrente de pensamientos desesperados chocando mientras buscaba una salida al desliz de su lengua, había hablado demás. Contarle a Payton que sus hermanos eran rudo era una cosa, pero decirle de sus encarcela
Beatriz sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Su corazón latió con fuerza, amenazando con salirse de su pecho. La orden de Payton resonó en sus oídos como una sentencia de muerte. Recibir a la policía significaba exponerse, arriesgarse a que descubrieran su pasado, su verdadera identidad y que terminara detenida de nuevo y por nada del mundo ella podía regresar a la cárcel.Por un momento, consideró huir. Escapar por la puerta trasera y desaparecer para siempre de esa casa, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas, confirmaría cualquier sospecha que Payton pudiera tener sobre ella y además se vería obligada a dejar abandonado al pequeño y eso ya no era una opción.Con las manos temblorosas, miró por la ventana y divisó las luces de la patrulla acercándose. El tiempo se agotaba. Tenía que tomar una decisión.Respiró hondo, intentando calmar sus nervios. "Puedo hacer esto", se dijo a sí misma. "Solo tengo que mantener la calma y concentrarme en hablar del tema o puedo fingir q