Beatriz sintió que el aire le faltaba. Las palabras se le atoraron en la garganta mientras intentaba procesar la revelación que acababa de golpearla. Sus ojos, llenos de confusión y dolor, se clavaron en Payton.—¿Kontos? —susurró con voz quebrada. —¿Eres... eres un Kontos?La preocupación en el rostro de Payton se transformó en desconcierto, tomó a su hijo en brazos, porque parecía que Beatriz iba a caer en cualquier momento.—Sí, ese es mi apellido. Beatriz, ¿qué sucede? Me estás asustando.Ella dio un paso atrás, alejándose de él como si su toque quemara. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras negaba con la cabeza.—Esto no está bien —dijo apenas en un hilo de voz—, no puedo... no puedo hacer esto —, murmuró. Su mirada recorrió los rostros confundidos de los invitados antes de volver a Payton. —Lo siento, pero no puedo casarme contigo.Beatriz iba a darse la vuelta para huir, pero en ese momento el llanto de Aquiles penetró en su mente y se giró, vio al pequeño l
La recepción tras la ceremonia fue sencilla, pero llena de alegría. Beatriz intentó mantener una sonrisa en su rostro, pero su mente no dejaba de dar vueltas.Conoció a los tíos de Payton, Alexis y Tarah, y por sus nombres supo que eran los padres de Paul, y allí supo por qué el rostro de Payton le había parecido tan familiar.Ella bailó abrazada a Payton, mientras lo hacía, no pudo evitar preguntarse cómo era posible que el hombre al que amaba estuviera relacionado con la familia que había destruido su vida.Cuando finalmente tuvieron un momento a solas, Payton la miró con preocupación.—Beatriz, mi amor, ¿estás bien? ¿Algo te está molestando? Por favor, ¿dime qué te sucede?Ella tomó una respiración profunda y negó con la cabeza.—No, solo tengo un poco de cansancio —expresó ella con un suspiro.Esa misma noche, dejaron al pequeño Aquiles con los tíos de Payton y ellos se fueron a su noche de bodas.Llegaron al hotel donde pasarían la noche, ella tenía una mezcla de emociones, por u
Los dedos de Beatriz jugueteaban con el dobladillo de su vestido de verano mientras miraba por la ventanilla del coche la costa que pasaba. No podía evitar preocuparse por su niño, se lo imaginaba extrañándola y por eso deseaba regresar a su lado.Después que se hospedaron en el hotel, decidieron caminar a la playa, las olas espumosas acariciaban la orilla y sus pies en suave silencio, pero la mirada de Beatriz estaba distante, fija, no en la idílica escena que tenía ante sí, sino en la imagen del rostro querúbico de su pequeño Aquiles.Sintió que la mano de Payton apretaba la suya, una silenciosa petición de consuelo, se giró hacia él con preocupación.—Mi amor —, murmuró, con la voz teñida de culpa, —¿Tienes algún problema de que solo duremos un par de días fuera? Es que me preocupa Aquiles.Las manos de Payton se tensaron imperceptiblemente. Había esperado una luna de miel un poco más larga, pero comprendía la preocupación maternal de Beatriz. —Será como tú digas, mi amor, no ha
Los dedos de Payton rozaron la superficie color crema del sobre, trazando la elegante curva de su nombre escrito con tinta en el anverso. El papel se sentía inquietantemente suave bajo su tacto, un susurro siniestro contra las callosidades de sus manos.En su interior, unas palabras acechaban: el canto de una sirena y el siseo de una serpiente. Abrió el sobre, sin embargo, se negó a vaciar el contenido, porque una parte de él, tal vez la parte ingenua que aún albergaba la esperanza de ser feliz, le instó a confiar en ella, a olvidar lo que anidaba en su interior. Pero otra parte, más fuerte, la forjada por la traición y endurecida por la experiencia, le recordaba la dulce apariencia de la traición.Con una respiración profunda que no sirvió de mucho para calmar su acelerado corazón, Payton dejó el sobre sobre un estante. Parecía pesar el aire a su alrededor, un centinela silencioso de su indecisión. El tiempo avanzaba, indiferente, y con cada día que pasaba, el signo de interrogació
Beatriz se arrastró fuera de la cama como si estuviera atravesando un pantano. El nauseabundo revoltijo de su estómago se había convertido en un adversario implacable que se negaba a darle tregua ni siquiera un instante. Una mueca torció sus facciones cuando la mera idea de comer la invadió de náuseas.—¿Cómo te sientes hoy? La voz de Laica atravesó la bruma del malestar cuando entró en la habitación, con la preocupación grabada en las líneas de su rostro.—Con muchas náuseas y asco —, murmuró Beatriz, llevándose instintivamente las manos al abdomen. Se obligó a incorporarse y un suspiro tembloroso escapó de sus labios. Sus ojos encontraron consuelo en Aquiles, esa pequeña ancla en su vida. Con manos temblorosas, lo cogió entre sus brazos, salpicando sus suaves mejillas con besos mientras él reía feliz.—Tris —, cambió el tono de Laica, con un peso que hizo tartamudear el corazón de Beatriz. —Creo que deberías hacerte una prueba de embarazo, podrías estar embarazada.Las palabras f
Beatriz negó vehementemente con la cabeza, separando los labios para esclarecer el espeso aire de acusaciones. —¡No, las cosas no son así! ¡Yo no quise mentirte! ¡Yo iba a decirte la verdad! —exclamó, intentando explicarse, pero sus palabras se detuvieron bajo la imponente rabia de Payton.—¡Maldit4 descarada! ¿Vas a negarme que eres Beatriz Harrison, la novia de Paul, su amante, o lo que sea que fueras de él? ¡Nunca me ha gustado recoger la basur4 que desechan los hombres de mi familia! —, espetó él, con la voz cargada de un desprecio que atravesó la habitación.Los ojos de Beatriz, se comenzaron a llenar de lágrimas.—Yo no soy una descarada, ni la basur4 que alguien ha desechado —dijo con voz entrecortada por ella llanto —. Fui su novia, sí —habló Beatriz con un temblor—, pero no su amante; nunca me acosté con él... yo soy de las que pensaba que debía seguir siendo virgen hasta el matrimonio... —. Su protesta no fue soportada por la furia de Payton, que no dudó en interrumpirla, a
El corazón de Beatriz latió desbocado mientras escuchaba los pasos de Payton alejarse por el pasillo. Las lágrimas corrían por sus mejillas sin control, mezclándose con el sudor frío que perlaba su frente. El miedo la paralizaba, se sentía herido, no podía creer que su vida volviera a terminar así.Las palabras de Payton la habían herido profundamente, causando un profundo dolor en su alma, la preocupación por Aquiles, la incertidumbre de lo que pasaría causaba mayores estragos en su interior. No podría ver más a su niño y si la mandaban a la cárcel, temía por su vida y la de su pequeño.Le parecía increíble que en esos meses juntos, Payton no la hubiese conocido, y se atreviera a desconfiar de ella de esa manera, era cierto que le había ocultado la verdad, pero fue porque las circunstancias la llevaron a eso, pero la forma en que se expresó de ella no tenía razón y le había provocado una total decepción.Sentía como un hueco que jamás podría ser llenado, porque esperó algo bueno de u
Por su parte, Payton, luego de su discusión con Beatriz, subió a su habitación, caminó hacia la zona del dormitorio y comenzó a lanzar todas las cosas que eran de Beatriz.—¡Farsante, mentirosa! ¿Cómo pude dejarme engañar por ti? —tiraba las cosas de la habitación de un lado a otro.La furia de Payton era como un huracán desatado, arrasando con todo a su paso. Ropa, joyas, perfumes, cada objeto volaba por la habitación, estrellándose contra las paredes o cayendo al suelo con estrépito. —¡Maldita sea! —rugió, su voz ronca por la rabia contenida. —¡Todo este tiempo fingiendo, manipulándome!Se detuvo un momento, jadeando, con las manos apoyadas en el tocador. Su reflejo en el espejo le devolvió una mirada salvaje, casi irreconocible. Por un instante, la imagen de Beatriz sonriéndole con dulzura cruzó por su mente, pero la apartó con violencia.—No, —murmuró, cerrando los ojos con fuerza. —Todo fue mentira.Un suave golpeteo en la puerta interrumpió su tormenta interior. —¿Señor? —se e