Tanya trató de asentir, pero las lágrimas brotaron y fluyeron por sus mejillas sin que pudiera contenerlas. Alexander la envolvió en sus brazos, asegurando el refugio de su abrazo mientras se instalaba por unos segundos un silencio quebradizo entre ellos. —Llévame a Roma… yo necesito saber si esa gente abusó de mí, necesitamos encontrarlos —dijo con voz entrecortada.—Piero dio con la mayoría de ellos… —sus palabras fueron interrumpidos por Tanya.—¿Pero también encontró a las que estaban en ese video? —no espero respuesta y continúo hablando—… yo no sé las razones, pero esa parte se había borrado de mi mente, es como si esos recuerdos se hubiesen bloqueados, como si no quisiera recordar.—Está bien, entonces te llevaré a Roma —le respondió sin dejar de abrazarla.Después de unos momentos, la fragilidad del silencio se rompió con el sonido del teléfono de Alexander vibrando sobre la mesa de café. Con movimientos deliberados, se separó de Tanya y revisó la pantalla antes de atender.
Eletta tragó saliva, su mirada alternaba entre el celular de su padre y el semblante crispado de sus dos padres. El silencio parecía envolver la habitación como una densa niebla, cada segundo se cargaba de más tensión.—Explícame esto —le dijo Alexander pasándole el celular.Al leer el contenido, ella frunció el ceño.—Lo siento, pero no sé qué signifique esto, esto es un malentendido —se apresuró a decir, pero su voz no portaba la firmeza que hubiera deseado.Alexander pasó una mano por su cabello, claramente perturbado por la información, tomó una respiración profunda antes de hablar.—Un malentendido que ha sido anunciado al mundo entero es algo más que un error, Eletta. ¡¡¿Por qué soy el último en enterarme que te vas a casar?!! ¿Acaso estoy pintado en la pared? —expresó con evidente enojo.Iker era muy observador, y después de su abuelo Taddeo, era el más inteligente de los Ferrari, observó la escena, tratando de encontrar su papel en ese caos, no sabía qué hacer, de parte de qui
La incertidumbre se pintaba en el rostro de Eletta, sus ojos danzaban nerviosamente entre Paul, que esperaba una respuesta mientras le sostenía la mirada con una mezcla de esperanza y temor, e Iker, cuya expresión de comprensión iba solidificándose con cada segundo que pasaba. Con un suspiro apenas audible, Iker dio un paso atrás.—Disculpen, les dejo a solas para que hablen —murmuró esa suave disculpa y abandonó la escena, dejando a Eletta y Paul envueltos en una burbuja de tensión palpable.Alexander, al acecho desde la cocina, observó la llegada de su primo con una mezcla de curiosidad e inquietud. Se puso de pie abruptamente, su silla raspando contra el piso con un chirrido. —¿Hablaste con ella? ¿Qué dijo? —preguntó Alex, más ansioso de lo que pretendía.—Aunque me dijo que no podía verme como un padre porque ya tenía uno, sin embargo, me abrazó —, respondió Iker, su voz era tranquila, pero sus ojos reflejaban la tormenta interior. —, pero luego no tuvimos tiempo de decir más...
El silencio golpeó la sala con la fuerza de una tormenta inesperada. Los murmullos de felicitación se desvanecieron como ecos lejanos, y las miradas se clavaron en Alexander, cuya figura imponente parecía crecer con cada palabra pronunciada. Eletta sintió un nudo en su garganta; sabía que este momento llegaría, pero no tan súbitamente, no tan abrupto.Alexander siempre había sido celoso y protector con ella, pero no se imaginó que se pondría de esta manera.Por eso a ella le sorprendía esa postura firme y la mirada que no revelaba sus pensamientos internos, esperó. La calma tras la pregunta parecía aún más amenazante que cualquier estallido de ira que pudiera haber anticipado.Fue entonces cuando Paul dio un paso adelante, sin ningún ápice de temor en su mirada.—Pido disculpas si mi proceder ha sido precipitado, pero me prometí a mí mismo, que el día que supiera que amaba a una mujer no iba a perder el tiempo como lo hicieron los hombres de mi familia, la vida es demasiado corta pa
—¡Pedazos de imbéciles! ¿Acaso creen que mi gente me traicionaría? ¿O que soy tan idiota pata permitir que todos los de un turno de vigilancia me traicionen? —espetó furioso—, rodeen el lugar, y no los dejen escapar, no debe quedar ni uno de ellos vivos, disparen a matar, porque si no lo hacemos nosotros, les aseguro que ellos si lo harán con nosotros.La mirada de Piero era de una calma férrea cuando hizo una señal a sus hombres con un gesto seco de la cabeza. Al instante, el aire a su alrededor crujió de tensión y empezaron a acercarse al complejo, con pasos suaves, aunque decididos entre la maleza. La repentina erupción de disparos rompió la quietud, las balas rebotando en las paredes de piedra desgastada y astillando la madera antigua.—¡Adelante! —La orden de Piero desató el caos mientras se resguardaba para esquivar los proyectiles que zumbaban a su alrededor.Sus hombres respondiendo con precisión a pesar de la feroz resistencia de la gente dede Luján. Era una violenta danza d
Piero saltó hacia un lado con la agilidad de un felino, no sin antes clavar su mirada en la cabina que giraba vertiginosamente. Con un grito ahogado, Ludovica se arrojó de la cabina poco antes de que el helicóptero colisionara con el suelo en una bola de fuego. Piero, a pesar de su pie herido, logró arrastrarse fuera del radio de la explosión con un esfuerzo sobrehumano.El helicóptero impactó contra el suelo con un estruendo metálico, la tierra tembló bajo el impacto de la aeronave y Piero, tendido sobre su espalda, observó cómo las llamas terminaban de consumir lo que quedaba de ella. La noche se había iluminado como si fuera mediodía, y el humo se elevó al cielo en negros remolinos.Ludovica tosió y jadeó dolorida mientras gateaba lejos de los restos aún chisporroteantes. Solo cuando el ruido del impacto dejó de retumbar en sus oídos, Piero se acercó, cauteloso, pero decidido. La destrozada aeronave ardía aún con agudas llamas. Buscó signos de Ludovica entre la maraña retorcida d
El mundo pareció detenerse cuando el peso de las palabras se estrelló contra Eletta, su corazón se dobló bajo una pena tan profunda que tuvo la impresión de que su respiración se había detenido. Se desplomó sobre el sofá, cuyos cojines aceptaron su caída como si estuvieran preparados para recibirla en su dolor. Un sollozo brotó de sus labios, resonante y lleno de un dolor que había estado hirviendo a fuego lento bajo superficies tranquilas. —Lo siento —murmuró entre labios temblorosos, con los recuerdos de su madre arremolinándose en su mente.Algunos complejos, otros tumultuosos, pero también algunos cariñosos, sobre todo de cuando era pequeña.—No puedo evitar que me duela... era mi madre, y a pesar de todo aún sentía amor por ella... —. Sus palabras se interrumpieron, con un sollozo.Se levantó de golpe, dominada por la necesidad de escapar de los muros que la encerraban. Sus pasos resonaron en el vestíbulo mientras corría, con las voces preocupadas de su familia detrás de ella
El aire polvoriento del viejo galpón se aferró a la garganta de Alexander cuando él y su tío Piero entraron, sus pasos resonando en el espacio cavernoso que una vez resonó con las órdenes de su padre Enzo Ferrer.La tensión lo envolvía como las pesadas cadenas que suspendían al desgraciado de las vigas. Era el momento de rendir cuentas.—¡Desgraciado! —rugió Alexander, arremetiendo contra uno de los hombres que secuestró a su mujer.Sin dudarlo ni un segundo, su puño impactó en el estómago del hombre, obligando al cautivo a emitir un gruñido. —¡¿Cómo te atreviste a meterte con mi mujer?! Dime ¿Dónde están los demás? —preguntó.Su voz era un gruñido grave, cada palabra impregnada de furia por atreverse a hacerle daño a Tanya.El hombre atado sacudió la cabeza, con los ojos muy abiertos por el miedo y la voz temblorosa. —Ellos no están... ellos están muertos, murieron en el ataque contra la hacienda de Arthur Lujan.La mirada oscura de Piero parpadeó con confirmación. —Eso mismo me h