El parpadeo de las luces parecía latir al ritmo del corazón de Tanya, que se había acelerado hasta el punto de ser el único sonido que ella percibía en la quietud nocturna. Alyssa, con una alegre sonrisa delineando sus labios, comenzó a aplaudir.—Mi papi es el mejor… tienes que bajar mamita para que hables con él —sugirió.Tanya se giró lentamente, buscando el origen de esa sorpresa espectacular. Y allí, entre las sombras de los árboles, una figura emerge lentamente hacia la pálida luz del parque. La duda se dibujó en su cara, y Paul le hizo un leve gesto de la cabeza.—Siempre puedes bajar e ir personalmente, frente a frente, a darle las gracias —respondió.—¿Y los niños? —No te preocupes, que yo me encargaré de ellos —respondió Paul, alentándola para que bajara a hablar con Alexander, y no lo estaba haciendo por el trato que hicieron, sino porque ver a Tanya feliz, era la mejor recompensa,—Y yo… prometo cuidarlos también y portarme bien —dijo Alyssa visiblemente emocionada, est
La puerta del apartamento se abrió con un suave empujón, y Tanya, sumida aún en la euforia de su encuentro con Alexander, cruzó el umbral, con la impresión de estar flotando.Su mano se aferró instintivamente al corazón, como si quisiera contener la alegría desbordante que amenazaba con estallar.Las comisuras de sus labios se dibujaron en una sonrisa irreprimible que hablaba por sí sola de la ternura que acababa de experimentar.—Vaya —murmuró Paul, saliendo de las sombras del salón con una sonrisa igualmente contagiosa. —Se te nota la felicidad, mi prima.Tanya exhaló un suspiro soñador, con los ojos brillantes de esperanza y afecto recién descubiertos.—Sí, Paul, fue maravilloso —, confesó, su voz, un susurro melódico que bailaba en el aire. —Hablamos, conocí esa faceta de él, que siempre pensé que tenía, aunque debo confesar que superó mis expectativas, fue todo un príncipe.Se detuvo un momento, perdida momentáneamente en el recuerdo de las expresiones y palabras de Alexander, lu
El muchacho se detuvo en seco, la proposición de Ludovica retumbando en sus pensamientos como un eco discordante. Una pausa tensa colgaba entre ellos, y lentamente giró sobre sus talones para encararla.Su mirada se afiló con suspicacia mientras murmuraba, casi inaudible, su desconfianza tejida entre cada sílaba.—No sea tan directa, usted no sabe quién soy yo. ¿Qué hace si en este momento voy donde don Piero y le cuento lo que usted me está proponiendo? —proponiendo inquirió.La serenidad era el arma elegida por Ludovica; ni una sola onda perturbaba la calma de su interior a pesar de las amenazas veladas.Con la tranquilidad intacta, replicó.—No vengas con eso, te he estado analizando todos estos días, y veo que no le tienes aprecio a tu jefe, todo lo contrario, estás lleno de resentimiento hacia él. Algo me dice que puedo confiar en ti.Un destello cruzó la mirada del hombre, y sus labios esbozaron una sonrisa cómplice al asentir.—Eso me dijo el señor Lujan, que usted terminaría r
—Sospecho que Alyssa está detrás de esto —dijo Paul, tratando de contener una risa.“No tengo ninguna duda” respondió la voz del otro lado con tono ameno “Bueno, ya que estamos aquí hablando ¿Qué tal estás?”, preguntó ella nerviosa.—Esperando que vinieras a visitarme, quería darte espacio, porque lo menos que deseo es que huyas de mí… pero estaba pensando que ya por unas horas fue suficiente, ya no más. Necesito estar cerca de ti… ¿Por qué no nos dejamos de tontería de una vez por todas y no seguimos perdiendo tiempo separados? —pronunció con una nota de ansiedad en su voz.Por un momento Eletta no respondió, el silencio era tan denso que él pensó que ella se había ido, dejándolo hablando solo.—Eletta ¿Estás allí? —preguntó.“Sí, solo estoy pensando… tengo miedo que me hagas daño”, pronunció con sinceridad.—No lo haré, si quiere hagamos algo, empecemos primero una amistad, nos conocemos y vemos cómo se están dando las cosas entre nosotros ¿Te parece? —preguntó y en su tono de voz
Recogieron los restos de la comida y fregaron los platos, Alyssa se había sentado a jugar, pero mientras los esperaba, se quedó dormida, su respiración se suavizó al ritmo constante del sueño.Alexander y Tanya la vieron y sonrieron, le acariciaron su frente y sus cabellos con suavidad, con un tacto tierno, lleno de una promesa silenciosa.Alexander la llevó a la misma habitación donde estaban sus hermanos, mientras tantos, ellos tomados de las manos, salieron al aire fresco, donde el crepúsculo proyectaba sombras alargadas sobre el pequeño jardín delantero de la cabaña.Una suave brisa sopló meciendo las hojas de los árboles y los cabellos de Tanya, la guió hasta el columpio de madera, cuyas cadenas crujieron ligeramente cuando la sentó en el asiento.Se deslizó detrás de ella, se agarró a las cuerdas y empezó a balancear el columpio hacia delante y hacia atrás, cada movimiento hacia delante lo acercaba lo suficiente como para darle un suave beso en la nuca. Con cada roce de sus la
Tanya respiraba en oleadas suaves y uniformes mientras se desperezaba en el sofá, con un velo de cansancio que suavizaba sus rasgos en una sonrisa serena.Sus párpados aleteaban como delicadas alas de mariposa en reposo, proyectando sombras sobre sus mejillas sonrojadas.Él estaba sentado junto a ella, con su propia sonrisa reflejando la de ella, un reflejo de pura satisfacción.Su dedo trazó un lento y adorable camino desde la mejilla de Tanya, hasta la curva de su cuello, deslizándose con reverencia por cada centímetro de piel expuesta hasta llegar al valle de su clavícula.Un ligero escalofrío recorrió el cuerpo de Tanya y sus ojos se abrieron, revelando el cálido color azul, que siempre parecía contener una chispa de picardía.—Creo que es mi turno de darle placer, señor Ferrari —murmuró, con una voz ronca que hizo ondear el aire de expectación.Mientras habló, sus mejillas se tiñeron de un tono carmesí más intenso, es que ese era territorio para ella inexplorado, nunca había expe
El muchacho le abrió la puerta a Ludovica, la guio y comenzó a salir hacia el exterior.—¿Cómo vamos a hacer para que no nos vean? —inquirió y él negó con la cabeza.—No es necesario, tenemos la pista libre —dijo el hombre con una sonrisa.—¿Qué significa eso? —inquirió alzando la ceja con sospecha.—Qué ninguno de los centinelas nos va a impedir el paso.—¿Y eso por qué razón? ¿Se le voltearon a Piero? —interrogó con curiosidad.—Los hemos comprado, parece que a muchos la lealtad le llega hasta que alguien atina a su precio —pronunció el joven.Aunque Ludovica lo siguió, no estaba muy convencida o mejor dicho se quedó pensando ¿Cómo alguien era capaz de traicionar a Piero? ¿No le tenían miedo o no lo conocían? Pensó mientras seguía al hombre.Ludovica respiró entrecortadamente, resonando suavemente contra las húmedas paredes de los enredados pasillos, mientras se dejaba guiar por el muchacho. Con cada giro y cada estrecha escapatoria a través de la finca, una persistente sospecha se
El sol salía con un suave tono dorado, bañando el campo con su suave calor. Las risas resonaban en el aire mientras los cinco deambulaban por los sinuosos senderos que atravesaban los extensos campos llenos de flores. Tanya observó cómo Alexander perseguía a Alyssa mientras llevaba a la pequeña Azul en un canguro frente a él, porque a índigo lo llevaba ella.La risa tan alegre y despreocupada de ellos, llenaba el lugar, incluso desde la distancia, podía ver el brillo de la auténtica felicidad en los ojos de Alexander, una visión que le hizo estremecer el corazón y sentir una absoluta paz.Y así había sido durante todos esos días. En las tardes, se contentaban con los placeres sencillos de la vida. La cocina se convirtió en su refugio, lleno de los ricos aromas de la cocina y el armonioso sonido del tintineo de los utensilios. Tanya estaba de pie junto a la mesa de madera, amasando la masa con las palmas cubiertas de harina mientras Alexander cortaba las verduras al ritmo de una melo