Tanya respiraba en oleadas suaves y uniformes mientras se desperezaba en el sofá, con un velo de cansancio que suavizaba sus rasgos en una sonrisa serena.Sus párpados aleteaban como delicadas alas de mariposa en reposo, proyectando sombras sobre sus mejillas sonrojadas.Él estaba sentado junto a ella, con su propia sonrisa reflejando la de ella, un reflejo de pura satisfacción.Su dedo trazó un lento y adorable camino desde la mejilla de Tanya, hasta la curva de su cuello, deslizándose con reverencia por cada centímetro de piel expuesta hasta llegar al valle de su clavícula.Un ligero escalofrío recorrió el cuerpo de Tanya y sus ojos se abrieron, revelando el cálido color azul, que siempre parecía contener una chispa de picardía.—Creo que es mi turno de darle placer, señor Ferrari —murmuró, con una voz ronca que hizo ondear el aire de expectación.Mientras habló, sus mejillas se tiñeron de un tono carmesí más intenso, es que ese era territorio para ella inexplorado, nunca había expe
El muchacho le abrió la puerta a Ludovica, la guio y comenzó a salir hacia el exterior.—¿Cómo vamos a hacer para que no nos vean? —inquirió y él negó con la cabeza.—No es necesario, tenemos la pista libre —dijo el hombre con una sonrisa.—¿Qué significa eso? —inquirió alzando la ceja con sospecha.—Qué ninguno de los centinelas nos va a impedir el paso.—¿Y eso por qué razón? ¿Se le voltearon a Piero? —interrogó con curiosidad.—Los hemos comprado, parece que a muchos la lealtad le llega hasta que alguien atina a su precio —pronunció el joven.Aunque Ludovica lo siguió, no estaba muy convencida o mejor dicho se quedó pensando ¿Cómo alguien era capaz de traicionar a Piero? ¿No le tenían miedo o no lo conocían? Pensó mientras seguía al hombre.Ludovica respiró entrecortadamente, resonando suavemente contra las húmedas paredes de los enredados pasillos, mientras se dejaba guiar por el muchacho. Con cada giro y cada estrecha escapatoria a través de la finca, una persistente sospecha se
El sol salía con un suave tono dorado, bañando el campo con su suave calor. Las risas resonaban en el aire mientras los cinco deambulaban por los sinuosos senderos que atravesaban los extensos campos llenos de flores. Tanya observó cómo Alexander perseguía a Alyssa mientras llevaba a la pequeña Azul en un canguro frente a él, porque a índigo lo llevaba ella.La risa tan alegre y despreocupada de ellos, llenaba el lugar, incluso desde la distancia, podía ver el brillo de la auténtica felicidad en los ojos de Alexander, una visión que le hizo estremecer el corazón y sentir una absoluta paz.Y así había sido durante todos esos días. En las tardes, se contentaban con los placeres sencillos de la vida. La cocina se convirtió en su refugio, lleno de los ricos aromas de la cocina y el armonioso sonido del tintineo de los utensilios. Tanya estaba de pie junto a la mesa de madera, amasando la masa con las palmas cubiertas de harina mientras Alexander cortaba las verduras al ritmo de una melo
Mientras Alexander y Tanya se iban conociendo y compenetrando más, algo similar estaba ocurriendo entre Paul y Eletta. El chico había organizado salidas y encuentros con ella para que pasaran momentos tiernos e inocentes. Había decidido no tener ningún encuentro íntimo con ella, lo hacía porque le quería demostrar a sí mismo y a ella que había algo más entre ellos que sexo.En la penumbra del cine, la pantalla parpadeó ante sus ojos y las sombras se dibujaban en sus rostros mientras compartían risas silenciosas, sin dejar de tomarse las manos. Ella colocaba su cabeza en su hombro, mientras él besaba con suavidad su frente, aunque quisiera ir más allá.Algo similar ocurrió en el parque recreativo, con las manos enlazadas como piezas de rompecabezas perdidas, deambulaban entre ecos de gritos de alegría y zumbidos mecánicos, un capullo de conexión en medio del caos. Fueron a comer helados, los sabores se combinaron en sus lenguas, sin dejar de observarse con esa mezcla de deseo y pasi
El aire nocturno era una mezcla de frío y electricidad mientras las luces de la ciudad bailaban en la distancia. En el arcén de la autopista, un auto plateado permanecía aislado de los faros, con las ventanillas empañadas por la intensidad de lo que ocurría en su interior.La penetrante luz blanca atravesó el cristal empañado, seguida del agudo crepitar de una radio policial. Destellos rojos y azules cortaron la oscuridad, reflejándose en el espejo retrovisor y proyectando un resplandor urgente sobre la pareja.—¡Policía! Abran la puerta —. La voz autoritaria retumbó, rompiendo su íntimo capullo.A pesar de la risita de Paul y Eletta comenzaron a vestirse con rapidez, mientras sus corazones martilleaban contra su pecho.La repentina intrusión de la realidad se sintió como agua helada apagando las llamas de la pasión.Los ojos de Eletta estaban abiertos de par en par, alarmada, y su anterior confianza se vio sustituida por la frenética necesidad de cubrirse con la ropa que había esparc
La silueta de Tanya adornaba el umbral de la puerta, con una bandeja en las manos, mientras entraba en el estudio de Alexander. La luz de la mañana se filtraba por el ventanal derramándose sobre la figura de Alexander, que se veía bastante disgustado.La noche anterior Tanya se había quedado allí, porque se les había hecho tarde cuando regresaron de viaje, y él la convenció de quedarse en su apartamento, por eso en ese momento estaba llevándole un café y par de sándwiches, una intimidad doméstica que ninguno de los dos había planeado.—¿Qué te pasa? —Tanya se aventuró a preguntar, preocupada por su expresión, mientras dejaba la bandeja en la mesa y notaba la tensión grabada en sus facciones.Los ojos de Alexander brillaron con una mezcla tormentosa de ira y determinación. —¡Pasa que voy a matar a tu primo! —siseó molesto, en tono sombrío, apretando con más fuerza el periódico.—¿Por qué? —, preguntó ella, con evidente confusión.—Ve y así te das cuenta por ti misma —, gruñó él, empu
Eletta, con el corazón encogido por la angustia de su padre, no pudo contenerse y corrió hacia él, dejando a Paul de lado. Acomodó su cuerpo junto al sofá, y acariciando los cabellos de su padre, trató de ofrecer consuelo.—Papá, hablemos con ella. Disculparte, explícale lo que quisiste decir. Tanya te ama, lo sé. Tal vez si le muestras cuánto lo lamentas...Alexander levantó la mirada, encontrándose con los ojos suplicantes de su hija. Había un halo de esperanza en ellos que le hizo reconsiderar la situación por un momento.—¿Y si no quiere escucharme? —su voz era apenas un susurro quebrado.—Entonces yo hablaré con ella primero y le contaré cómo te sientes, y lo arrepentido que estás. No te preocupes papá, todo se soluciona hablando, no tenemos por qué perder a las personas que amamos por orgullo o error.Paul, que se había mantenido al margen después de la confesión del hombre, decidió intervenir.—Señor Alexander, si me permite también puedo hablar con Tanya.—No, gracias, no es n
Tanya trató de asentir, pero las lágrimas brotaron y fluyeron por sus mejillas sin que pudiera contenerlas. Alexander la envolvió en sus brazos, asegurando el refugio de su abrazo mientras se instalaba por unos segundos un silencio quebradizo entre ellos. —Llévame a Roma… yo necesito saber si esa gente abusó de mí, necesitamos encontrarlos —dijo con voz entrecortada.—Piero dio con la mayoría de ellos… —sus palabras fueron interrumpidos por Tanya.—¿Pero también encontró a las que estaban en ese video? —no espero respuesta y continúo hablando—… yo no sé las razones, pero esa parte se había borrado de mi mente, es como si esos recuerdos se hubiesen bloqueados, como si no quisiera recordar.—Está bien, entonces te llevaré a Roma —le respondió sin dejar de abrazarla.Después de unos momentos, la fragilidad del silencio se rompió con el sonido del teléfono de Alexander vibrando sobre la mesa de café. Con movimientos deliberados, se separó de Tanya y revisó la pantalla antes de atender.