—Sospecho que Alyssa está detrás de esto —dijo Paul, tratando de contener una risa.“No tengo ninguna duda” respondió la voz del otro lado con tono ameno “Bueno, ya que estamos aquí hablando ¿Qué tal estás?”, preguntó ella nerviosa.—Esperando que vinieras a visitarme, quería darte espacio, porque lo menos que deseo es que huyas de mí… pero estaba pensando que ya por unas horas fue suficiente, ya no más. Necesito estar cerca de ti… ¿Por qué no nos dejamos de tontería de una vez por todas y no seguimos perdiendo tiempo separados? —pronunció con una nota de ansiedad en su voz.Por un momento Eletta no respondió, el silencio era tan denso que él pensó que ella se había ido, dejándolo hablando solo.—Eletta ¿Estás allí? —preguntó.“Sí, solo estoy pensando… tengo miedo que me hagas daño”, pronunció con sinceridad.—No lo haré, si quiere hagamos algo, empecemos primero una amistad, nos conocemos y vemos cómo se están dando las cosas entre nosotros ¿Te parece? —preguntó y en su tono de voz
Recogieron los restos de la comida y fregaron los platos, Alyssa se había sentado a jugar, pero mientras los esperaba, se quedó dormida, su respiración se suavizó al ritmo constante del sueño.Alexander y Tanya la vieron y sonrieron, le acariciaron su frente y sus cabellos con suavidad, con un tacto tierno, lleno de una promesa silenciosa.Alexander la llevó a la misma habitación donde estaban sus hermanos, mientras tantos, ellos tomados de las manos, salieron al aire fresco, donde el crepúsculo proyectaba sombras alargadas sobre el pequeño jardín delantero de la cabaña.Una suave brisa sopló meciendo las hojas de los árboles y los cabellos de Tanya, la guió hasta el columpio de madera, cuyas cadenas crujieron ligeramente cuando la sentó en el asiento.Se deslizó detrás de ella, se agarró a las cuerdas y empezó a balancear el columpio hacia delante y hacia atrás, cada movimiento hacia delante lo acercaba lo suficiente como para darle un suave beso en la nuca. Con cada roce de sus la
Tanya respiraba en oleadas suaves y uniformes mientras se desperezaba en el sofá, con un velo de cansancio que suavizaba sus rasgos en una sonrisa serena.Sus párpados aleteaban como delicadas alas de mariposa en reposo, proyectando sombras sobre sus mejillas sonrojadas.Él estaba sentado junto a ella, con su propia sonrisa reflejando la de ella, un reflejo de pura satisfacción.Su dedo trazó un lento y adorable camino desde la mejilla de Tanya, hasta la curva de su cuello, deslizándose con reverencia por cada centímetro de piel expuesta hasta llegar al valle de su clavícula.Un ligero escalofrío recorrió el cuerpo de Tanya y sus ojos se abrieron, revelando el cálido color azul, que siempre parecía contener una chispa de picardía.—Creo que es mi turno de darle placer, señor Ferrari —murmuró, con una voz ronca que hizo ondear el aire de expectación.Mientras habló, sus mejillas se tiñeron de un tono carmesí más intenso, es que ese era territorio para ella inexplorado, nunca había expe
El muchacho le abrió la puerta a Ludovica, la guio y comenzó a salir hacia el exterior.—¿Cómo vamos a hacer para que no nos vean? —inquirió y él negó con la cabeza.—No es necesario, tenemos la pista libre —dijo el hombre con una sonrisa.—¿Qué significa eso? —inquirió alzando la ceja con sospecha.—Qué ninguno de los centinelas nos va a impedir el paso.—¿Y eso por qué razón? ¿Se le voltearon a Piero? —interrogó con curiosidad.—Los hemos comprado, parece que a muchos la lealtad le llega hasta que alguien atina a su precio —pronunció el joven.Aunque Ludovica lo siguió, no estaba muy convencida o mejor dicho se quedó pensando ¿Cómo alguien era capaz de traicionar a Piero? ¿No le tenían miedo o no lo conocían? Pensó mientras seguía al hombre.Ludovica respiró entrecortadamente, resonando suavemente contra las húmedas paredes de los enredados pasillos, mientras se dejaba guiar por el muchacho. Con cada giro y cada estrecha escapatoria a través de la finca, una persistente sospecha se
El sol salía con un suave tono dorado, bañando el campo con su suave calor. Las risas resonaban en el aire mientras los cinco deambulaban por los sinuosos senderos que atravesaban los extensos campos llenos de flores. Tanya observó cómo Alexander perseguía a Alyssa mientras llevaba a la pequeña Azul en un canguro frente a él, porque a índigo lo llevaba ella.La risa tan alegre y despreocupada de ellos, llenaba el lugar, incluso desde la distancia, podía ver el brillo de la auténtica felicidad en los ojos de Alexander, una visión que le hizo estremecer el corazón y sentir una absoluta paz.Y así había sido durante todos esos días. En las tardes, se contentaban con los placeres sencillos de la vida. La cocina se convirtió en su refugio, lleno de los ricos aromas de la cocina y el armonioso sonido del tintineo de los utensilios. Tanya estaba de pie junto a la mesa de madera, amasando la masa con las palmas cubiertas de harina mientras Alexander cortaba las verduras al ritmo de una melo
Mientras Alexander y Tanya se iban conociendo y compenetrando más, algo similar estaba ocurriendo entre Paul y Eletta. El chico había organizado salidas y encuentros con ella para que pasaran momentos tiernos e inocentes. Había decidido no tener ningún encuentro íntimo con ella, lo hacía porque le quería demostrar a sí mismo y a ella que había algo más entre ellos que sexo.En la penumbra del cine, la pantalla parpadeó ante sus ojos y las sombras se dibujaban en sus rostros mientras compartían risas silenciosas, sin dejar de tomarse las manos. Ella colocaba su cabeza en su hombro, mientras él besaba con suavidad su frente, aunque quisiera ir más allá.Algo similar ocurrió en el parque recreativo, con las manos enlazadas como piezas de rompecabezas perdidas, deambulaban entre ecos de gritos de alegría y zumbidos mecánicos, un capullo de conexión en medio del caos. Fueron a comer helados, los sabores se combinaron en sus lenguas, sin dejar de observarse con esa mezcla de deseo y pasi
El aire nocturno era una mezcla de frío y electricidad mientras las luces de la ciudad bailaban en la distancia. En el arcén de la autopista, un auto plateado permanecía aislado de los faros, con las ventanillas empañadas por la intensidad de lo que ocurría en su interior.La penetrante luz blanca atravesó el cristal empañado, seguida del agudo crepitar de una radio policial. Destellos rojos y azules cortaron la oscuridad, reflejándose en el espejo retrovisor y proyectando un resplandor urgente sobre la pareja.—¡Policía! Abran la puerta —. La voz autoritaria retumbó, rompiendo su íntimo capullo.A pesar de la risita de Paul y Eletta comenzaron a vestirse con rapidez, mientras sus corazones martilleaban contra su pecho.La repentina intrusión de la realidad se sintió como agua helada apagando las llamas de la pasión.Los ojos de Eletta estaban abiertos de par en par, alarmada, y su anterior confianza se vio sustituida por la frenética necesidad de cubrirse con la ropa que había esparc
La silueta de Tanya adornaba el umbral de la puerta, con una bandeja en las manos, mientras entraba en el estudio de Alexander. La luz de la mañana se filtraba por el ventanal derramándose sobre la figura de Alexander, que se veía bastante disgustado.La noche anterior Tanya se había quedado allí, porque se les había hecho tarde cuando regresaron de viaje, y él la convenció de quedarse en su apartamento, por eso en ese momento estaba llevándole un café y par de sándwiches, una intimidad doméstica que ninguno de los dos había planeado.—¿Qué te pasa? —Tanya se aventuró a preguntar, preocupada por su expresión, mientras dejaba la bandeja en la mesa y notaba la tensión grabada en sus facciones.Los ojos de Alexander brillaron con una mezcla tormentosa de ira y determinación. —¡Pasa que voy a matar a tu primo! —siseó molesto, en tono sombrío, apretando con más fuerza el periódico.—¿Por qué? —, preguntó ella, con evidente confusión.—Ve y así te das cuenta por ti misma —, gruñó él, empu