Ludovica aceleró el motor y salió a toda velocidad del aparcamiento, con el rostro radiante por la emoción de la victoria. Pero no había recorrido muchos kilómetros, cuando oyó una voz detrás de ella y sintió el frío metal contra su sien. Se sobresaltó y por unos segundos pareció perder el control, cuando miró por el retrovisor y vio la expresión burlona de Piero en el asiento trasero, sostuvo con fuerza el volante. Presa del pánico, se apartó a un lado de la carretera. Piero se rio entre dientes: —¿Te crees más lista que yo? —dijo en tono sarcástico —. Pues no querida, todo fue debidamente planeado, no podía sacarte del hospital, porque sabrían que yo lo había hecho, entonces, tampoco podrías aparecer con una bala en la frente y un mosquero en la boca. En cambio, lo que verán las cámaras es a una mujer que salió voluntariamente del hospital, aunque de manera furtiva. Muchas gracias por ponérmelo tan fácil.Las palabras de Piero le helaron la sangre, jamás pensó que él la estaría e
—Llévenla al lugar donde les indique y busquen un médico que le dé tratamiento, aunque ganas de matarla no me faltan, lamentablemente no puedo hacerlo… no podría mirar a la cara de mis sobrinas nuevamente —pronunció Piero mientras caminaba hacia otro de los autos.Tenía que llevar al pequeño, a la casa de su hijo Roberto, para que lo cuidaran, le parecía increíble que ese pequeño se aferrara a la vida, a pesar de haber perdido a su madre, porque nada le quitaba de la cabeza que ese pequeño era hijo de Tanya Hall.Mientras lo llevaban a su destino, recordó de nuevo a la familia de Tanya, no podía ocultar que de ese embarazo había nacido un niño. Quizás saber que tenían un pedacito de su hija, les diera un poco de consuelo en ese momento. No sabía cuáles eran los planes de Alexander, pero debía dejar que la familia materna del bebé tuviera contacto con él.Marcó de nuevo el número de Alexis y le salió de nuevo apagado, no sabía por qué, pero sentía que había algo allí que no terminaba
Eletta se sintió abrumada por la intensidad del beso de Paul, un beso que parecía liberar la tensión acumulada entre ellos durante esas horas. Sus labios se movieron con urgencia contra los suyos, buscando y reclamando cada centímetro de su boca con posesión y una ferocidad que la dejó casi sin aliento por la intensidad de las emociones.El agua había empapado su blusa, y como ella no se había colocado brasier, la prenda se había convertido en una segunda piel que dejaba a la vista cada contorno y curva de sus cuerpos. Paul la sostuvo firmemente mientras su lengua exploraba la suya en un baile ardiente y desesperado. Era como si el tiempo se hubiera detenido, dejándolos atrapados en un torbellino de deseo y anhelo.Eletta respondió al beso con la misma pasión contenida, sus manos encontrando su camino hacia el cabello de Paul, aferrándose a él como si fuera su ancla en medio de la tormenta emocional que los rodeaba. El calor entre ellos era palpable, una combinación de la atracción
Se escuchó el agua correr en el baño. Un sonido tranquilo que se mezcló con los propios pensamientos de Eletta. Cerró los ojos, dejando que los recuerdos recientes flotaran en su mente. Todo había sido intenso, un torbellino de emociones y sensaciones que aún resonaban en cada fibra de su ser.El sonido de la ducha cesó y poco después él regresó a la habitación, envuelto en una toalla y con otra pequeña toalla en la mano para ella y de nuevo la ropa en la mano. Se acercó a la cama y le extendió la toalla con una sonrisa tímida.—¿Te gustaría lavarte? —preguntó, su voz todavía ronca por el reciente desborde de pasión.Ella se quedó mirándolo aunque tomó la toalla.—¿Se vale quedarme dormida y ducharme al levantarme? Es que me siento demasiado cansada —murmuró con un bostezo.—Entonces descansa, yo me iré a acompañar a Malcolm porque ese es capaz de venir a tumbar la puerta si me tardo más de la cuenta —pronunció acercándose a ella y dándole un suave beso, mientras comenzaba a vestirse.
El médico intercambió una mirada preocupada con la madre de Alexander. Fue esta la que habló, no quiso preocupar a su hijo, porque temía que eso repercutiera en su recuperación.—Hijo, no te preocupes, Tanya está recibiendo atención en otra sala, —dijo con cautela—. Ha sido una situación difícil, pero ya todo está mejorando.Alexander sintió un alivio momentáneo, interrumpido rápidamente por un torrente de preguntas que luchaban por salir a flote en su mente aturdida. Se había dado cuenta de que Ludovica era capaz de cualquier cosa cuando se sentía amenazada o acorralada. Lo había comprobado de primera mano con todo lo ocurrido.Los últimos recuerdos de cuando comenzó a huir y ella a disparar, eran un poco confusas, imágenes borrosas y esa opresión en el pecho que le quitaba el aliento y no lo dejaba respirar.—Necesito… verla, —insistió Alexander, esforzándose por mantenerse despierto y lúcido—. Necesito saber que está segura con mis propios ojos.Su madre apretó su mano más fuerte
Fue así como en la penumbra de la habitación, donde las sombras jugaban a ser cómplices de sus deseos, Piero depositó con delicadeza el cuerpo aún tembloroso de su esposa sobre las sábanas.Sus ojos se encontraron en una promesa muda, un juramento que no necesitaba palabras para ser entendido.Con cada caricia renovada, cada beso robado entre risas y miradas llenas de significado, Piero buscó redimir aquel olvido involuntario que había causado la tormenta anterior.Cada toque era una disculpa, cada susurro una súplica silenciosa pidiendo clemencia a su corazón ofendido.Y ella, que fingía resistirse solo para disfrutar de la dulce rendición que le seguía, permitió que sus dedos se enredaran en la cabellera desordenada de él, guiándolo en este baile de reconciliación.Sus cuerpos volvieron a hablar ese lenguaje secreto y ancestral, una danza de pasión y perdón, donde cada movimiento los alejaba más del mundo real y los sumergía en la más profunda pasión.Ya exhaustos se quedaron uno al
La madre de Alexander, tomada por sorpresa, dio un pequeño salto hacia atrás. Su rostro, antes compuesto y sereno, se contrajo en una mezcla de sorpresa y dolor al ver a su hijo en pie, tan vulnerable en su bata de hospital.—Alex... no deberías estar fuera de la cama —susurró ella, ignorando por un instante la pregunta que flotaba entre ellos como una nube oscura.Pero Alexander no estaba para evasivas. La urgencia vibraba en cada fibra de su ser; necesitaba respuestas, aunque estas partieran su mundo en dos.—Mamá, por favor —le suplicó con una voz que temblaba como las hojas bajo una tormenta—. Tienes que decirme... ¿Ella está bien? Dime que ¿Tanya no está…?Las palabras se atoraron en su garganta, pero la angustia en sus ojos completó la pregunta. Su madre se acercó lentamente a él, las manos temblorosas extendidas como si pudieran amortiguar la caída de un corazón roto.—Mi niño —murmuró con un hilo de voz—. Cuando su familia llegó a buscarla, ella ya estaba muerta… lo siento.
—Hijo, no creo que sea conveniente viajar a los Estados Unidos ahora… —comenzó a cuestionar su madre, pero Alexander la interrumpió.—No me importa que no esté del todo bien… ¡Voy a ir! —exclamó con firmeza.—No es por ti, es por el niño, no puede viajar hasta dentro de dos semanas —explicó su madre.Él suspiró con impaciencia.—Entonces esperaré, pero apenas pasen las dos semanas nos vamos a Estados Unidos y no dejaré que nadie me convenza de lo contrario —pronunció sin un ápice de duda en su voz.—Ahora, ven para que te recuestes, mientras más tiempo descanses, te recuperaras más pronto —lo ayudó a acostarse y él accedió.—No sé por qué, pero mi instinto me dice que ella está bien —susurró en tono bajo.Fénix lo miró con tristeza, le preocupaba que su hijo se hiciera falsas ilusiones.—No hay ninguna duda hijo, me gustaría poder decirte que quizás es mentira, pero la verdad es que fue Alexis Kontos, quien le dijo a tu tío Piero, que Tanya habpia muerto —respondió ella acariciando co