Los puños de Alexis estaban cerrados tan fuerte que sus nudillos palidecían, una señal clara de la tormenta interna que se cernía sobre ellos.—No vamos a actuar en caliente —contestó Alexis, aunque sus ojos no abandonaban la fotografía en la pantalla—. Cualquier paso, en falso, podríamos arruinarlo todo. Necesitamos un plan, además, hay mejores maneras de hacer pagar a un hombre, por ejemplo quitándole su dinero, pero lo primero es que Tanya salga del peligro.Todos se quedaron en silencio, el ambiente era tenso por la furia contenida de los hombres. No tardaron mucho tiempo en llegar al hospital, donde habían bajado a Tanya y a la pequeña.Justo cuando llegaron, el celular de Levi comenzó a repicar, al mirar la pantalla, era Taylor, su esposa, respiró profundo tratando de calmarse.—Mi amor ¿Cómo estás? —saludó tratando de simular la angustia en su voz, sin embargo, segundos después la sorpresa no se hizo esperar.“Estoy en Roma ¿Dónde estás? ¿Han encontrado a mi hija?” Ante las pr
Piero decidió subir detrás de la ambulancia, apretó con fuerza sus manos, tanto que los nudillos se le pusieron blancos, mientras avanzaban por el laberinto de calles de la ciudad. A su lado, Alexander iba en la camilla con la respiración entrecortada y agitada. Él le tomó la mano mientras no le dejaba de hablar.—No puedes irte Alexander, debes quedarte con nosotros, tus hijos te necesitan —murmuró Piero más para sí mismo que para el hombre inconsciente que estaba delante de él.Cogió su móvil y marcó el número de su tío Alessandro.—Tío, soy Piero. Alexander fue herido, y está siendo trasladado al hospital de la familia —habló con voz tensa, pero controlada.El tono de preocupación se escuchó al otro lado de la línea.“¿Cómo está mi hijo? ¡Por Dios! ¿Cómo fue?”, preguntó.—Lo hirieron de bala, lo encontramos en la orilla de la carretera, supongo que tiene que ver con Ludovica, no estoy seguro porque no había nadie cuando llegamos. Mandé a unos hombres al sitio que él me había envi
Alexis escuchó su celular, vio la pantalla y se dio cuenta que se trataba de Piero, suspiró antes de atender la llamada.—Aló, ¿Qué pasa?“¿Cómo está Tanya?”, preguntó el hombre ansioso al otro lado de la línea.Por un momento, Alexis se quedó pensativo, sopesando si decirle la verdad o no a Piero, sobre Tanya. Sin embargo, no pudo evitar un atisbo de temor, Pensó que primero debía averiguar lo que pasó realmente con Alexander, si en verdad había estado congraciado con Ludovica, pero mientras no tuviera claro lo que ocurrió, lo mejor era proteger a su sobrina, por eso prefirió mentir.—Tanya… no soportó a todo lo que la sometieron y… murió —respondió, rogando al cielo su perdón por la mentira que estaba diciendo.Por un momento el silencio se instauró entre los dos, tan denso que parecía palpable. Piero por su parte estaba impactado por la noticia, no pudo evitar sentirse culpable y de cierta manera responsable de lo que le habìs ocurrido a la chica.Les había dado su palabra de res
—Aló, Alexis, ¿Estás allí? —preguntó Piero en tono desesperado, se dio cuenta de que la llamada se había cortado y lanzó una maldición con impotencia—, ¡Maldit4 sea! ¡Esto no puede estar pasando! Parece una pesadilla —dijo pasándose la mano por la cabeza con una evidente expresión de angustia, pero eran tantas las cosas que tenía en la cabeza que en ese momento no podía pensar con claridad.No pudo evitar que el teléfono resbalara de sus manos y cayera con un suave golpe sobre el cojín a su lado. Eletta, leyendo su expresión retorcida como si fueran las páginas de un libro abierto, sintió que una espiral de tensión le envolvía la columna vertebral. Llegó a su lado en tres rápidas zancadas, con la voz apenas por encima de un susurro.—¿Qué ocurrió tío? ¿Qué te dijeron? —preguntó sin contener su expresión de preocupación en su mirada.—Es Tanya —, se atragantó, las palabras cargadas de una pena y un remordimiento demasiado profunda para soportarla —. Está muerta.A Eletta se le fue el
Una sonrisa jugueteó en las comisuras de los labios de Piero, una sombra fugaz de diversión.Sus ojos, fríos y calculadores, no delataban nada de la alegría que curvaba sus labios. Ludovica, siempre la actriz, pensó. Su audacia para inventar historias era tan ilimitada como el océano, e igual de predecible.—¡Tráela! —, ordenó Piero, las palabras rodando por su lengua como si fueran canicas.Terminó la llamada con un golpecito deliberado, cuyo sonido resonó ligeramente en el silencio.La sonrisa de satisfacción permaneció en su rostro mientras imaginaba a Ludovica como el ratón siendo perseguido por el gato. Estaba seguro de que se iba a desesperar, cuando viera que las cosas no saldrían como ella quería. No pudo evitar imaginarla, como un ratón atrapado en su elaborado laberinto.Y cómo él disfrutaba del juego, lo haría. No se trataba solo de ganar, sino de saborear cada chillido desesperado, cada intento inútil de escapar.La dejaría escabullirse un poco más; el miedo hacía que el
Los miembros de Eletta la traicionaron, pesados y poco cooperativos, mientras luchó contra la atracción de la gravedad, en un intento de levantarse.Su visión se arremolinó, un caleidoscopio de luces y, con ella, su sentido del equilibrio se tambaleó al borde de la existencia. Fue entonces cuando una sombra se acercó a ella, al alzar la vista era un hombre que se materializó en la bruma de su visión. Le agarró el brazo con una familiaridad inoportuna.Ella parpadeó y lo miró, con los ojos entrecerrados en una línea dura, como una demanda silenciosa de la identidad del desconocido. Pero sus pensamientos eran lentos, hundidos en el alcohol que llenaba sus venas y su cuerpo se negó a obedecer la urgente orden de retroceder, de huir.En lugar de eso, vaciló bajo su agarre, frunció el ceño, intentando aún localizar su rostro en algún lugar de su memoria, pero no lo encontró.Entonces él sonrió, un destello de dientes depredadores que provocó en Eletta un escalofrío, incluso a pesar del ent
Eletta, aún inmersa en su terror, se encogió en el sofá, sus lágrimas mezclándose con el shock y la confusión. Observó con temor esa violencia redentora, sin saber si agradecer o temer al salvador que había surgido de la nada.Sus sollozos se mezclaron con los gruñidos de la lucha que se estaba desatando ante ella, una sinfonía grotesca que cantaba un conflicto entre salvajismo y civilidad.Su defensor, cuyos músculos parecían forjados en las fraguas de la ira divina, no mostró signo alguno de fatiga. Con cada golpe que le propinó su respiración se volvió más profunda y su determinación más acerada. El hombre que había agredido a Eletta intentó vanamente cubrirse el rostro, sin embargo, los brazos que antes utilizó para someter a Eletta ahora eran inútiles frente a la furia implacable de su oponente.Finalmente, tras una última serie de golpes que retumbaron en las paredes del apartamento como un anuncio del juicio final, el atacante cayó al suelo, inconsciente o quizá peor. Su defe
Los hombres caminaron siendo precedidos por Ludovica, quien se había trasladado en completo silencio mientras hacían el recorrido en el auto, solo interrumpido por sus esporádicos sollozos y así comenzó a recorrer el pasillo del hospital hasta que vio la figura de Piero. Enseguida empezó su actuación, comenzó a llorar como una mujer angustiada, corrió hacia él y se agarró a sus brazos.—Piero… qué alivio verte ¿Dime cómo están mi marido y mi hijo? —preguntó sin ocultar la preocupación en su rostro.Piero sintió que su cuerpo se crispó ante el contacto de la mujer, sabía que era una buena actriz, por eso no le sorprendía que todo el mundo terminara creyéndole, sin embargo, él también podía jugar a su mismo juego.Fingiendo una sonrisa de amabilidad le respondió, separándola un poco de él.—Están bien —le aseguró y fingiendo una preocupación por ella que no sentía, le hizo una propuesta—, ahora pienso que debes ser tú quien reciba atención, Ludovica, los médicos te van a hacer una rev