―No vuelvo a leer ese tipo de libros antes de dormir.
Nohemi miró a su compañera por el costado de su monitor, con una expresión poco amistosa.
Ella no comprendía cómo Megan podía aparecerse en el laboratorio vistiendo siempre de manera impecable, no después de ver en un tutorial de belleza que le enseñó que, para lucir un maquillaje ‘natural’, tomaba alrededor de una hora, más si debía cubrir ojeras como las que todos dentro de ese laboratorio lucían.
Sin embargo, su amiga siempre iba con el cabello recogido en un moño elegante, su piel se veía lozana y su ropa era pulcra, al igual que la bata de laboratorio, que relucía como la nieve recién caída.
La de ella tenía una mancha color café en el cuello.
―¿Qué clase de sueño tuviste anoche, Nohe? ―pregunto la morena, luciendo una sonrisa pícara en su boca. Los sueños de su amiga eran muy detallados, y de más de divertidos. En más de una ocasión le comentó que debía volverse escritora.
―¿Cuál crees? ―replicó con ironía―. Tengo quince días que no veo a Brian ―se quejó, fingiendo un tono lloroso―. Mis ganas se acumulan a montones. Tanto, que estoy por pedirle dos días de descanso al doctor Turner.
―Y él te los daría gustoso ―se burló su compañera con malicia―. ¿Sabes que te llaman ‘el zombi del laboratorio 3’? Apuesto a que, si te llamo así frente a él, te da una semana.
―No exageres, con dos días es suficiente ―advirtió, volviendo a su data en el monitor―. Tengo mucho que procesar, además tengo que revisar los grupos de prueba del proyecto Kappa 2503.
―Todo lo tuyo es trabajo ―la regañó Megan de forma severa―. ¡Trabajo, trabajo, trabajo! ―recalcó, dando un golpecito sobre el escritorio―. No entiendo cómo es que Brian no te ha dejado, eso de verse solo una hora a la semana, si tienen suerte, ¡debe ser horrible…! ¡Yo jamás tendría una relación amorosa contigo!
―Yo jamás te invitaría a salir, así que estamos a mano ―se mofó Nohemi―. Además, Brian y yo tenemos una buena relación, nos escribimos a diario y aunque no nos vemos seguido, está bien, él también tiene una agenda laboral ocupada.
―Por eso es que tienes esos sueños ―comentó con crueldad, divirtiéndose con la cara de frustración de su amiga y los ruiditos que soltaba entre dientes―. Ahora, cuéntame… cada vez que me cuentas tus sueños pienso que te equivocaste de carrera y debiste ser escritora.
Nohemi hizo un sonido a mitad de camino entre un remedo y un suspiro de resignación. Megan soltó una corta carcajada y se levantó a servirse una taza de café.
―Ya que estamos solas… ―empezó la pelirroja con resignación, sonriendo con derrota―. Sabes que yo siempre que tengo esa clase de sueños puedo ver muy bien a las personas con las que sueño, pero debo decir que el libro que me prestaste, de verdad, estimuló mi imaginación esta vez.
―¡Es la falta de amor, amiga! ―expresó Megan con doble sentido, regresando a su puesto de trabajo frente a Nohemi, que se carcajeaba con el comentario―. Entre más frustrada te encuentras en el ámbito sexual, más nítidos y realistas son tus sueños.
La aludida asintió despacio, aceptando que su compañera tenía razón.
―Pero esta vez el protagonista de mi sueño no se parecía a la del libro ―aclaró, alejándose de la computadora con un empujoncito de su silla. Las rueditas resonaron en el piso, Nohemi se tomó la barbilla, pensativa, rememorando al hombre con el que había soñado―. Estaba oscuro y no recuerdo bien su color de pelo, pero me arriesgo a pensar que era un castaño medio con mechones dorados, así como la doctora Stuart de bioquímica.
―Ese color es lindo, ¿sabías que es natural? ―Nohemi asintió.
―En fin, creo que lo más lindo eran sus ojos ―relató, concentrándose en un punto del techo―. Eran azules, pero luego se volvieron como grises, así como los de los lobos salvajes…
Se detuvo, no entendía el motivo de su obsesión con los ojos, tal vez era porque en realidad no era tan creativa como decían Megan y Max; sus sueños podían verse muy realistas, hasta el punto en que daba un poco de miedo, pero siempre soñaba con cosas comunes: caminar en la playa durante el amanecer, tomarse un café en París, pasear por los parques de Tokio durante la floración de los cerezos.
Eran las cosas que deseaba hacer en los lugares que quería visitar, y siempre había pensado que eran la representación de sus más grandes deseos después de pasar los últimos veinte años de su vida dedicada a los estudios y nada más.
No obstante, esos ojos estaban cargados de misterio, de una fuerza casi ancestral que le hizo erizar la piel, mucho más que lo que hizo en sí durante el sueño.
―¿Y entonces? ―apremió Megan, mirándola por sobre el borde de la taza de café.
―Pues más allá de que obviamente pasó en el sueño y fue muy intenso ―respondió Nohemi, sonrojándose un poco―. Fue impresionante ver sus músculos. Era grande y con una fisionomía de esas que te mojas de solo mirarlo. Los colmillos le crecieron y todo eso… La verdad es que gruñía como un animal… también se comportaba como un animal, si entiendes lo que quiero decir. ―Elevó las cejas de forma sugerente.
Megan soltó una carcajada sonora. Nohemi resopló, pero no pudo evitar sonreír.
―De nada por agregar horas de risa a tu vida ―se quejó, rodando de vuelta a su puesto de trabajo.
―Gracias, gracias. ―Asintió la otra, imitándola―. Pero insisto, deberías pensar en la posibilidad de escribir.
Trabajaron en silencio por al menos una hora más, luego el laboratorio se llenó de la presencia de sus otros compañeros, que al igual que Nohemi, se quejaron de que Megan siempre parecía recién salida de la peluquería, lo que resaltaba su deplorable aspecto de estudiantes de postgrado en medio de una investigación, lo cual significaba que, si tenían suerte, dormían al menos cuatro horas consecutivas.
El doctor Coleman se detuvo a su lado, dejó caer una pila de carpetas en el espacio que compartían en común en la larga mesa donde estaban sus equipos de computación y luego se derrumbó sobre el asiento.
―Esto es una pila de trabajo, literalmente ―mencionó la pelirroja, mirando la tambaleante torre―. ¿Necesitas ayuda, Max?
―Depende ―respondió él, mirándola con apreciación―. ¿Cuántas horas has dormido? ―preguntó inquisitivo, fijándose en especial en las ojeras oscuras debajo de los ojos enrojecidos.
Nohemi compuso una mueca de mal humor, desvió la mirada y musitó entre dientes:
―¿Por qué están tan obsesionados con si duermo o no?
―¡Sabes muy bien por qué! ―se quejó su compañero, la expresión severa de su rostro imitaba muy bien a la del doctor Turner, el jefe de todos ellos―. El CEO viene en dos semanas, y Charles quiere que todos estemos presentes en la conferencia para mostrar los avances de este año. El jefe espera que todos estemos frescos y presentables… y tú… ―acusó con el tono de un hermano mayot―, pareciera que te vas a desplomar en cualquier momento ―terminó, mirándola con preocupación. Se inclinó hacia ella y más amistoso, prosiguió―. Me preocupa tu salud, Nohe.
―Max tiene un punto, doctora Lund ―intervino Megan, frunciendo el ceño. Su amigo poseía la razón en ese momento, la complexión de la pelirroja no era saludable―. Siempre exageras con respecto al trabajo, y si sigues con ese ritmo extenuante, en vez de ser una desarrolladora de fármacos serás un sujeto de prueba. Te vas a enfermar.
Ella quiso refutar que estaban exagerando, pero no pudo. No había pasado ni seis meses del colapso que tuvo tras terminar la segunda fase de investigación de su tesis.
Dos horas después, Nohemi se levantó, tomó su bolso y salió de allí, procurando no molestar a nadie ni romper la concentración de sus compañeros. Caminó por los pasillos asépticos de ese piso hasta que llegó al elevador.
Sacó su móvil y tecleó un mensaje a Brian.
Dra. Freak-Lund-stein
Te extraño.
Se metió a la diminuta ducha, disfrutó del agua caliente.
Los recuerdos del sueño que tuvo en el sofá de la sala de descanso del laboratorio volvieron.
Las manos duras que se aferraron a su cintura con firmeza.
La manera en que él inspiró el aroma de su cuerpo.
Los dedos que se enredaron entre las hebras de su cabello, mientras se movía de forma sensual.
Los dientes sobre su piel, desesperados por marcarla…
Allí, en el espacio entre el cuello y su hombro izquierdo, había una marca rosada que se parecía demasiado a una mordida; y no consiguió explicar cómo se la hizo, porque no durmió sobre nada que pudiese dejar un rastro similar.
El sonido de un mensaje la distrajo de sus pensamientos, escupió la espuma y mientras aclaraba con agua el lavamanos, leyó la respuesta.
Brian:
Yo también te extraño.
Espero verte pronto.
Nohemi sonrió, ella también esperaba verlo pronto; pero no sería hasta después de la conferencia que podrían verse, y eso serían dos semanas.
Zeke Karras era uno de los solteros menores de treinta y cinco más conocido ―y codiciado― del mundo. De hecho, estaba dentro del ranking entre los cien más atractivos, compitiendo duramente contra actores, cantantes y deportistas reconocidos.Aunque no entraba en el conteo de los más carismáticos.En el medio, el señor Karras, ostentaba el título de “La Bestia Karras”; y este no podía ser más acertado: era implacable, serio y frío como un tempano de hielo. Una sensación que se reforzaba por sus increíbles ojos azules, que miraban a todos y a todo, como si fuesen formas de vida menos evolucionadas.Como CEO de la división de desarrollo farmacéutico de la Corporación Kappa, su aspecto siempre era pulcro, tanto que parecía inhumano; nunca se le había conocido ni una sola falta, su reputación era intachable, y lo poco que se le podía criticar era su personalidad: carecía de tacto y decía todo sin filtro. Hasta el punto en que muchos decían ―entre dientes― que era un cretino.Sin embargo,
«Basherte…» Nohemi levantó la cabeza y miró en derredor. Habría jurado que alguien estaba llamándola, pero todos en el laboratorio se encontraban concentrados en sus computadoras. Volvió a sus datos, aquella era la parte menos divertida de todo el proceso, pero era la más necesaria; analizar los datos de sus investigaciones, comparar, establecer estadísticas y diseñar el programa para la tercera fase. Y todo eso tenía que terminarse en los próximos días, porque el CEO de los Laboratorios Kappa se iba a presentar ese año en su conferencia para corroborar el avance de todas las divisiones. «¡Concéntrate!» se amonestó a sí misma, «Es el peor momento para estar escuchando voces y perder la razón…» Sin embargo, tras mirar la pantalla por veinte minutos y darse cuenta que nada de lo que veía tenía sentido, se dio por vencida; era momento de tomar un descanso. Desde hacía una semana no estaba funcionando a toda su capacidad. El problema no era sentir que pensaba en cosas que no debería,
―Señor Karras, es hora de irnos ―anunció Calvin, dejando la tableta sobre la mesa. Habían estado trabajando en la oficina del CEO mientras hacían tiempo para la cita agendada. Zeke cenaría esa noche con su primo, que dirigía de la división tecnológica de la Corporación Kappa. La velada transcurrió apacible, Abraham era un hombre de casi cuarenta años aunque apenas si parecía en los tempranos treinta; este se comprometió, junto a sus antecesores, a continuar la investigación para ayudar a los theriones. A pesar de haber encontrado a su basherte en su infancia, eso no impidió que padeciera los terribles dolores y ataques que sobrevenían antes de formarse el vínculo; adicional a eso, presenció el declive de su hermano mayor que, debido a la bestia y su salvajismo particular, murió antes de siquiera alcanzar la mayoría de edad. Mientras Laboratorios Kappa se encargaba de desarrollar un compuesto que ayudara con los síntomas de la transformación; Kappa Tech se encargaba de crear un disp
Nohemi se despertó y encontró la cama vacía. El sol entraba por la ventana iluminando lo suficiente para confundirla con respecto a la hora. El reloj de su móvil indicó que eran las once de la mañana, comprendió que Brian se había ido al trabajo como de costumbre, y no le avisó para no despertarla. Rodó sobre la cama, descansando su cuerpo desnudo sobre el lado de su novio que ya se encontraba frío. Las sensaciones placenteras eran obvias, y cada estallido de placer cuando se acoplaron erizaba la piel de la doctora Lund, que gimió con fuerza y apretó sus muslos alrededor de las caderas del hombre cuando este se enterró con ímpetu dentro de su ser. Al mismo tiempo, una parte minúscula de ella no se sentía comprometida con lo que estaba pasando, dudaba y se rebelaba a las caricias de Brian; y cuando su cuerpo estuvo a punto de alcanzar la cúspide, esa misma parte se negó a dejarle disfrutarlo, desvaneciendo el clímax justo en la punta de sus dedos. Por primera vez en su relación co
Cuando Zeke volvió en sí, se encontró en la habitación de seguridad de su casa; un cuarto que se hallaba en el sótano de la mansión que compartía con su familia, desde el suelo hasta el techo estaba forrado de un material resistente, flexible y mullido, que les permitía a sus hermanos y a él, pasar las peores crisis cuando sus theriones perdían el control.Tenía vagos recuerdos de lo sucedido, aún quedaban secuelas en su mente, pero al menos había recuperado su forma humana casi en su totalidad. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí dentro, calculó que lo mínimo serían veinticuatro horas debido a lo que consiguió en la jaula al lado de la puerta: dos botellas de agua mineral de un litro, un envase de puré de frutas, un frasco de analgésicos y una bolsa con una muda de ropa.Las luces se encontraban atenuadas, dejaban percibir lo suficiente sin lastimar sus retinas; se arrastró hasta la jaula y con mucho esfuerzo abrió la puerta, bebió el agua sin preocuparse de que entrara toda en su boc
Nohe despertó de manera abrupta, con la respiración acelerada, el corazón le palpitaba con desesperación y sudaba profusamente. Hubiese creído que tuvo una pesadilla si no fuese por las vívidas sensaciones y las claras imágenes que aún quedaban de su sueño; giró su cabeza hacia donde se suponía dormía Brian, pero él no estaba allí, su mano se desplazó despacio hasta el lugar vacío, comprobando que estaba demasiado frío. Suspiró de manera tan profunda que el sonido se escuchó fuerte y claro en el silencio de la habitación. «¿Pero qué demonios...?» El olor de su propio cuerpo golpeó su nariz, solo entonces la realidad se solidificó por completo a su alrededor; sintió la viscosidad en sus muslos, la humedad de las sabanas en la parte baja de su cuerpo, y cuando su mano llegó hasta ese lugar comprobó que estaba empapada. Se sentó en un intento de comprender su sueño, la sábana con la que se cubría cayó hasta el regazo y descubrió que su camiseta estaba rota a la altura del cuello, de
Calvin abrió la puerta de la habitación de seguridad en máximo estado de alerta, esperaba encontrar a un bestia humanoide de pelaje blanco y ojos grises que lo miraría con hostilidad, apostado en alguna de las esquinas del cuarto, dispuesto a saltarle encima para atacarlo.Sin embargo, su jefe estaba dormido, con toda su gloriosa desnudez, en una de las esquinas de la habitación. A pesar del excelente sistema de ventilación, aún quedaba en el ambiente un tenue olor que reconoció de inmediato, junto a una fragancia floral que se iba desvaneciendo cada vez más.―Yo lo veo bien ―dijo la voz femenina a su costado. Calvin se giró a verla y asintió, dejando escapar una exhalación de alivio.―Al menos volvió a su forma humana ―respondió. Dio media vuelta y sacó la cabeza por el umbral de la puerta―. Necesito unas mantas y una muda de ropa para el señor Karras
Los Karras eran una extensa familia compuesta de muchas ramas. De cara al mundo humano, los miembros libres de la marca de la bestia se encargaban de los negocios convencionales y eran los rostros más públicos; asimismo eran los que cubrían a quienes ostentaban el verdadero poder.Sin embargo, los theriones también se manejaban en una especie de sociedad, y las familias más antiguas, con linajes milenarios, que habían sido documentados de manera estricta desde remotas civilizaciones a lo largo del ancho mundo, interactuaban entre sí en todos los niveles.Con una historia familiar tan profunda, sus riquezas se sustentaban no solo en el dinero acumulado por tantos siglos, sino también por el conocimiento que se pasaba de generación en generación. Algunas familias dominaban rutas de comercio, de las cuales poseían los derechos desde hacía miles de años; como era el caso de los Baagh