Zeke Karras era uno de los solteros menores de treinta y cinco más conocido ―y codiciado― del mundo. De hecho, estaba dentro del ranking entre los cien más atractivos, compitiendo duramente contra actores, cantantes y deportistas reconocidos.
Aunque no entraba en el conteo de los más carismáticos.
En el medio, el señor Karras, ostentaba el título de “La Bestia Karras”; y este no podía ser más acertado: era implacable, serio y frío como un tempano de hielo. Una sensación que se reforzaba por sus increíbles ojos azules, que miraban a todos y a todo, como si fuesen formas de vida menos evolucionadas.
Como CEO de la división de desarrollo farmacéutico de la Corporación Kappa, su aspecto siempre era pulcro, tanto que parecía inhumano; nunca se le había conocido ni una sola falta, su reputación era intachable, y lo poco que se le podía criticar era su personalidad: carecía de tacto y decía todo sin filtro. Hasta el punto en que muchos decían ―entre dientes― que era un cretino.
Sin embargo, a pesar de que muchos pensaban que esa actitud era simple y llana arrogancia, Zeke era una persona justa. Por lo tanto, los empleados de su división terminaban desarrollando una increíble lealtad: tenían excelentes beneficios laborales, recibían amonestaciones proporcionales a los errores cometidos, crecían y avanzaban de acuerdo a sus méritos, gozaban de protección corporativa y el ambiente de trabajo era bastante amistoso.
Graciosamente, eran una gran familia, lo que hacía que su desempeño fuese eficiente, y en consecuencia, los Laboratorios Kappa se encontraban siempre a la vanguardia del mercado, ofreciendo los mejores medicamentos a precios justos.
Tal vez esa era la razón por la que sus competidores odiasen a Zeke Karras de manera proporcional a como lo amaban sus empleados.
Debido a ese amor y lealtad, era inevitable que todos notaran hasta lo más mínimo de su jefe. El CEO, un hombre que en cualquier circunstancia trataba a todos con educación ―aunque no fuese de la manera más cálida―, llevaba una semana de un terrible humor.
Eso perturbaba de forma notable a los empleados en el edificio, porque el señor Karras era como un cuerpo celeste, tenía su propia fuerza de gravedad, que afectaba a todos a su alrededor; el más leve cambio repercutía en cada uno de ellos. Sin embargo, aun sabiendo el dominio que él ejercía en torno a su persona, no lograba controlar sus emociones en ese momento.
Zeke había pasado la semana más caótica de toda su existencia. Desde la Noche de Brujas su vida estaba de cabeza; él, que se esforzó siempre por mantener un férreo control sobre cada aspecto de su ser, se encontraba en ese instante rumiando su desdicha como un adolescente hormonal.
Los cambios de humor eran tan notables que no conseguía disimularlos, normalmente se sentía hastiado ante el roce de cualquier mujer, era su rechazo natural ante la fuerza del therion que, cuando surgía, actuaba como un animal en celo y terminaba acostándose con cualquier fémina de manera indiscriminada. Cubrir los escándalos de su juventud fue una tarea titánica, pero lo más desagradable era ver la preocupación de sus padres mientras lo consolaban por algo que no podía controlar.
En ese instante, no sabía cómo lidiar con esas emociones de anhelo que experimentaba por una mujer de la cual no sabía ni el nombre.
De hecho, no tenía una sola pista al respecto.
«Basherte» pensó con desolación. Nunca creyó que el poder del Bashert fuese tal, siempre consideró que sus padres y los otros theriones de la familia exageraban al respecto, para él, su basherte iba a ser una transacción más, un proceso controlado, casi como el cierre de un negocio exitoso.
Y allí radicaba el problema, porque su familia estaba en conversaciones con los Baahg desde hacía más de una década, para que una de sus hijas se convirtiese en su basherte. No obstante, más que molestarse por su arruinada unión, lo que más aborrecía era imaginarse traicionando a su Ama, lo que exacerbaba el furor del therion.
Un toquecito en la puerta lo sacó de su ensoñación, había pasado toda la mañana de pie frente a la ventana, escudriñando el horizonte citadino. Cuando eso sucedía, era porque el deseo de correr libre entre laderas de montañas lo abrumaba ―su padre decía que el instinto de la bestia expresaba su necesidad de libertad de esa manera―; pero en ese momento, observaba los edificios, las personas diminutas moviéndose en las calles, los autos rodando en el asfalto, con la única finalidad de encontrarla.
―Adelante ―respondió cuando el toquecito se repitió, esta vez un poco más fuerte.
Un hombre alto, de cabello marrón y buena construcción corporal, en un rango de edad difícil de identificar, entró, sosteniendo entre sus manos una tableta del tamaño de una hoja de papel.
―Señor, ya encontramos al camarero del club ―informó.
―Está bien ―asintió, girándose a ver a su subordinado―. ¿Averiguaste algo sobre mi basherte? ―inquirió con un tono esperanzado, que ni siquiera intentó disimular; el hombre negó―. ¡Maldición, Calvin! ―Se tomó la frente con frustración―. Esto me está volviendo loco.
―¿Llamo a la mágissa? ―Zeke negó con frustración.
―No es necesario ―respondió, quitándose el saco de su traje. Calvin se apresuró a recibírselo, luego se alejó hasta el pequeño armario oculto, donde colgó la pieza para que no se arrugara.
El secretario lo miró por un instante, el patriarca de los Karras le había advertido sobre el cambio notable que se operaría en Zeke cuando este encontrara a su basherte, pero no dejaba de ser impresionante ―y aterrador― verlo en ese estado de desolación.
Soltó una exhalación, no podía preocuparse por algo que no había sucedido, no cuando tenía en sus manos un asunto más apremiante.
Se encaminó en dirección a su jefe y llamó su atención, tendiéndole la tableta para que leyera el informe del camarero.
―Aunque fue un poco complicado, conseguimos rastrear la fuente que le pagó a ese hombre para que contaminara tu bebida ―explicó Calvin, a medida que Zeke leía―. Es seguro decir que son los Novikov quienes están detrás de este ataque.
―Me lo supuse. ―Asintió el CEO, mirando la foto del mesero. Era un hombre un tanto insípido―. ¿No te parece que es un poco soso para trabajar como camarero en ese club?
―Jefe, cualquier hombre es insulso si lo comparamos con usted ―respondió el secretario con una mueca de resignación.
―No me refiero a eso ―respondió Zeke, frunciendo el ceño―. Me refiero a que su apariencia no es la adecuada para el club, ¿cómo contrataron a alguien tan plano para trabajar allí? No entra dentro de los estándares de Fénix.
―En eso tiene razón, señor Karras ―aceptó Calvin, recibiendo la tableta de vuelta―. El Vahşi Cennet[1] tiene un alto estándar con respecto al aspecto de sus empleados.
―A Fénix le gustan las cosas atractivas ―corrigió el CEO―, sin importar si son útiles, eficientes o éticas. ―Suspiró―. ¿Cuánto tiempo tardarán en traerlo?
―Ya está aquí, lo están interrogando ―informó de inmediato―. Como mencioné, estoy casi seguro de que todo esto fue una estratagema de los Novikov para boicotear el desarrollo del Supresor Th.
»Aunque debo decir, señor, que es incluso bajo para ellos, el haber alterado su bebida en un sitio público, lleno de tantas personas… ―Sus dedos apretaron con algo más de fuerza de lo normal los bordes de la tableta―. De solo pensar en lo que pudo pasar si usted no se hubiese controlado…
―No me controlé, encontré a mi basherte ―le corrigió de inmediato, casi con un gruñido.
Calvin asintió, conteniendo el temblor de su cuerpo; Zeke estaba al borde, se encontraba a la defensiva porque todos ponían en duda que hubiese encontrado a su Ama. Sin embargo, aunque quisiese darle la razón y celebrar con él el hecho de que podría liberarse del Therion por fin, todas las evidencias apuntaban a que nadie había estado con él esa noche.
―Tengo que encontrarla, Calvin… ―musitó con agonía. El dolor era palpable en sus palabras.
El asistente asintió en silencio, no podía evitar sentir algo de pena por el señor Karras; no obstante, este se negaba a visitar a la mágissa para que confirmara el lazo vinculante con su basherte.
―Le avisaré cuando confirmemos con el mesero quién fue el contacto ―informó, haciendo una leve inclinación de despedida―. Una vez que sepamos cuál de los esbirros de lo Novikov fue, le avisaré.
―Está bien. ―Asintió Zeke, inclinándose sobre el escritorio, escondiendo el rostro entre sus manos; era el epítome de un hombre derrotado.
Sin embargo, Calvin entendía la renuencia de su jefe de visitar a la mágissa, si esta confirmaba el vínculo, entonces un problema más grande surgiría con otro de los grandes clanes de theriones del mundo, lo que convertiría en un infierno sus vidas al tener que enfrentarse con los Baagh y los Novikov al mismo tiempo.
Por otro lado, si no se confirmaba ningún vínculo, entonces habría un problema mucho mayor.
¿Qué sucedería con Zeke Karras y su therion si la mujer con la que se habían vinculado no existía?
¿Soportaría el dolor? ¿Moriría inevitablemente?
El inconveniente era que, sin la intervención de la mágissa, no obtendrían respuestas.
Pero la terquedad de Karras era inquebrantable.
Solo que no podía obtener resultados cuando no había ni una sola pista sobre la identidad de la mujer. Según las cámaras de seguridad nadie entró en ese cuarto durante todo el evento, el único que se arrastró hasta allí, padeciendo terribles dolores, fue Zeke; así como también fue quien salió, un par de horas después, mirando en todas direcciones, buscando con desesperación a alguien.
No obstante, el obstinado CEO insistía en su versión.
Una hermosa mujer pelirroja se vinculó con él en una de las noches más poderosas del año para los theriones.
Pero si tomaba la palabra de su jefe ―y amigo― en consideración, significaba que esa misteriosa mujer se había desvanecido en el aire.
Hasta donde él sabía, ni siquiera la mágissa más poderosa del mundo podía ejecutar proezas de ese calibre.
―Solo espero que, si esa mujer existe, aparezca pronto ―rogó, entrando en el elevador; apretó el botón del sótano y de inmediato las puertas se cerraron―. Con lo que se avecina, necesitamos que La Bestia Karras esté en sus mejores condiciones. ―Se pasó la mano por el cabello, suspiró con resignación―. De los tres herederos Karras, él es el único que hace las cosas de manera fría y calculada, y si él no es él mismo… entonces se avecinan tiempos difíciles.
[1] Paraíso salvaje en turco
«Basherte…» Nohemi levantó la cabeza y miró en derredor. Habría jurado que alguien estaba llamándola, pero todos en el laboratorio se encontraban concentrados en sus computadoras. Volvió a sus datos, aquella era la parte menos divertida de todo el proceso, pero era la más necesaria; analizar los datos de sus investigaciones, comparar, establecer estadísticas y diseñar el programa para la tercera fase. Y todo eso tenía que terminarse en los próximos días, porque el CEO de los Laboratorios Kappa se iba a presentar ese año en su conferencia para corroborar el avance de todas las divisiones. «¡Concéntrate!» se amonestó a sí misma, «Es el peor momento para estar escuchando voces y perder la razón…» Sin embargo, tras mirar la pantalla por veinte minutos y darse cuenta que nada de lo que veía tenía sentido, se dio por vencida; era momento de tomar un descanso. Desde hacía una semana no estaba funcionando a toda su capacidad. El problema no era sentir que pensaba en cosas que no debería,
―Señor Karras, es hora de irnos ―anunció Calvin, dejando la tableta sobre la mesa. Habían estado trabajando en la oficina del CEO mientras hacían tiempo para la cita agendada. Zeke cenaría esa noche con su primo, que dirigía de la división tecnológica de la Corporación Kappa. La velada transcurrió apacible, Abraham era un hombre de casi cuarenta años aunque apenas si parecía en los tempranos treinta; este se comprometió, junto a sus antecesores, a continuar la investigación para ayudar a los theriones. A pesar de haber encontrado a su basherte en su infancia, eso no impidió que padeciera los terribles dolores y ataques que sobrevenían antes de formarse el vínculo; adicional a eso, presenció el declive de su hermano mayor que, debido a la bestia y su salvajismo particular, murió antes de siquiera alcanzar la mayoría de edad. Mientras Laboratorios Kappa se encargaba de desarrollar un compuesto que ayudara con los síntomas de la transformación; Kappa Tech se encargaba de crear un disp
Nohemi se despertó y encontró la cama vacía. El sol entraba por la ventana iluminando lo suficiente para confundirla con respecto a la hora. El reloj de su móvil indicó que eran las once de la mañana, comprendió que Brian se había ido al trabajo como de costumbre, y no le avisó para no despertarla. Rodó sobre la cama, descansando su cuerpo desnudo sobre el lado de su novio que ya se encontraba frío. Las sensaciones placenteras eran obvias, y cada estallido de placer cuando se acoplaron erizaba la piel de la doctora Lund, que gimió con fuerza y apretó sus muslos alrededor de las caderas del hombre cuando este se enterró con ímpetu dentro de su ser. Al mismo tiempo, una parte minúscula de ella no se sentía comprometida con lo que estaba pasando, dudaba y se rebelaba a las caricias de Brian; y cuando su cuerpo estuvo a punto de alcanzar la cúspide, esa misma parte se negó a dejarle disfrutarlo, desvaneciendo el clímax justo en la punta de sus dedos. Por primera vez en su relación co
Cuando Zeke volvió en sí, se encontró en la habitación de seguridad de su casa; un cuarto que se hallaba en el sótano de la mansión que compartía con su familia, desde el suelo hasta el techo estaba forrado de un material resistente, flexible y mullido, que les permitía a sus hermanos y a él, pasar las peores crisis cuando sus theriones perdían el control.Tenía vagos recuerdos de lo sucedido, aún quedaban secuelas en su mente, pero al menos había recuperado su forma humana casi en su totalidad. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí dentro, calculó que lo mínimo serían veinticuatro horas debido a lo que consiguió en la jaula al lado de la puerta: dos botellas de agua mineral de un litro, un envase de puré de frutas, un frasco de analgésicos y una bolsa con una muda de ropa.Las luces se encontraban atenuadas, dejaban percibir lo suficiente sin lastimar sus retinas; se arrastró hasta la jaula y con mucho esfuerzo abrió la puerta, bebió el agua sin preocuparse de que entrara toda en su boc
Nohe despertó de manera abrupta, con la respiración acelerada, el corazón le palpitaba con desesperación y sudaba profusamente. Hubiese creído que tuvo una pesadilla si no fuese por las vívidas sensaciones y las claras imágenes que aún quedaban de su sueño; giró su cabeza hacia donde se suponía dormía Brian, pero él no estaba allí, su mano se desplazó despacio hasta el lugar vacío, comprobando que estaba demasiado frío. Suspiró de manera tan profunda que el sonido se escuchó fuerte y claro en el silencio de la habitación. «¿Pero qué demonios...?» El olor de su propio cuerpo golpeó su nariz, solo entonces la realidad se solidificó por completo a su alrededor; sintió la viscosidad en sus muslos, la humedad de las sabanas en la parte baja de su cuerpo, y cuando su mano llegó hasta ese lugar comprobó que estaba empapada. Se sentó en un intento de comprender su sueño, la sábana con la que se cubría cayó hasta el regazo y descubrió que su camiseta estaba rota a la altura del cuello, de
Calvin abrió la puerta de la habitación de seguridad en máximo estado de alerta, esperaba encontrar a un bestia humanoide de pelaje blanco y ojos grises que lo miraría con hostilidad, apostado en alguna de las esquinas del cuarto, dispuesto a saltarle encima para atacarlo.Sin embargo, su jefe estaba dormido, con toda su gloriosa desnudez, en una de las esquinas de la habitación. A pesar del excelente sistema de ventilación, aún quedaba en el ambiente un tenue olor que reconoció de inmediato, junto a una fragancia floral que se iba desvaneciendo cada vez más.―Yo lo veo bien ―dijo la voz femenina a su costado. Calvin se giró a verla y asintió, dejando escapar una exhalación de alivio.―Al menos volvió a su forma humana ―respondió. Dio media vuelta y sacó la cabeza por el umbral de la puerta―. Necesito unas mantas y una muda de ropa para el señor Karras
Los Karras eran una extensa familia compuesta de muchas ramas. De cara al mundo humano, los miembros libres de la marca de la bestia se encargaban de los negocios convencionales y eran los rostros más públicos; asimismo eran los que cubrían a quienes ostentaban el verdadero poder.Sin embargo, los theriones también se manejaban en una especie de sociedad, y las familias más antiguas, con linajes milenarios, que habían sido documentados de manera estricta desde remotas civilizaciones a lo largo del ancho mundo, interactuaban entre sí en todos los niveles.Con una historia familiar tan profunda, sus riquezas se sustentaban no solo en el dinero acumulado por tantos siglos, sino también por el conocimiento que se pasaba de generación en generación. Algunas familias dominaban rutas de comercio, de las cuales poseían los derechos desde hacía miles de años; como era el caso de los Baagh
Uno de los mejores hoteles de la ciudad había sido escogido como sede de la conferencia de ese año; pero no solo fue eso, lo que usualmente era una conferencia de dos días, con presentaciones consecutivas de un montón de científicos frente a otro montón de personas de negocios, se convirtió en un evento de una semana, que comenzaría el lunes de la tercera semana de noviembre y culminaría el sábado por la noche con una espectacular gala.El cronograma fue entregado en las bandejas de correos de cada miembro de los laboratorios, especificando el día correspondiente en el que cada uno expondría los avances de su investigación.―Me toca el miércoles a la dos de la tarde ―mencionó Megan en voz alta, mirando el resto de las ponencias―. ¿Notaron que cada día hay actividades antes y después de cada exposición? ―preguntó con interés.