KIERAN:
Me había quedado en mi despacho después de que mi Beta y mi primo se retiraran sin que hubiéramos llegado a un acuerdo. La voz de mi lobo Atka me sacó de mis enmarañados pensamientos cuando intentaba encontrar una solución. —Kieran, creo que nuestra humana tiene problemas —me sorprendió escucharle referirse así a ella. —¿Nuestra? Atka, sé que quizás llegue a ser la madre subrogada de nuestros cachorros, pero eso no la hace nuestra —aclaré mientras me ponía de pie. A pesar de no tener ningún vínculo establecido con Claris, podía sentir su miedo con una intensidad desconcertante. —Vamos a ver qué le sucede, y sobre todo, averigüemos de quién es ese aullido que estoy escuchando. Salí del edificio con paso firme, ignorando las miradas curiosas de mis empleados. El aroma del miedo de Claris era cada vez más fuerte, mezclado con algo más... La preocupación se instaló en mi pecho mientras aceleraba el paso hacia mi automóvil. —Es débil, está asustada y necesita protección —insistió Atka en mi mente—. No olvides que lleva a nuestros cachorros. —No empieces con eso —gruñí mientras encendía el motor—. Ya tenemos suficientes problemas con lo que hizo Gael, y encima de eso la manada del norte insiste en unirse a nosotros. Mientras conducía por la carretera forestal, siguiendo el rastro de su esencia, no pude evitar recordar aquella noche de hace años. Ahora estaba convencido: era ella. Podía percibir el mismo aroma de miedo que aquella vez cuando la encontré por primera vez. En aquel entonces era apenas una niña protegiendo a otra niña. No podíamos estar equivocados. ¿Qué la había traído a mi territorio? ¿De quién escapaba aquella vez y de quién huía ahora? El aullido volvió a resonar en la distancia, y esta vez reconocí la firma: lobos del norte, intrusos en mi territorio. Mis ojos cambiaron instantáneamente a su color rojo alfa mientras un gruñido amenazador surgía de mi garganta. Tomé mi teléfono y llamé a mi gamma Rafe; debía alertar a la manada. —Rafe, tenemos intrusos del norte en nuestro territorio —expliqué de inmediato y agregué con autoridad—. Reúne a los guerreros y establece un perímetro. No quiero sorpresas esta noche. —¿Ubicación, mi Alfa? —preguntó Rafe con profesionalismo. —Carretera forestal, cerca del límite este. Y Rafe... —hice una pausa mientras divisaba la camioneta averiada de Claris—, hay una civil involucrada. Asegúrense de mantener nuestra naturaleza en secreto. Corté la llamada justo cuando me estacionaba junto a su vehículo. Esta situación era una molesta coincidencia que debía resolver rápidamente. No podía permitir que los del norte causaran problemas en mi territorio, y menos aún que una humana quedara en medio del conflicto. Bajé despacio la ventanilla, sonreí al ver la expresión que puso. Estaba seguro que no esperaba verme por allí. —Señorita Claris— la saludó mirando hacia su camioneta. —¿Problemas mecánicos? Permítame ayudarla. Sin darle tiempo a contestar, me bajé de inmediato quitándome el saco y abriendo el maletero para tomar las herramientas. Aunque estaba lejos de querer arreglar su vieja camioneta, abrí sin más el capó. Ella me siguió en silencio sujetando la linterna que le había dado. Podía percibir que en verdad se sentía mal; agudicé mis sentidos y pude escuchar dos latidos en su vientre. ¡Gemelos! Llevaba dos cachorros míos en su vientre. Tuve que contenerme todo lo que pude para que mi lobo no tomara el control y la reclamara allí mismo como nuestra, sin importar que fuera una humana. Llevábamos siglos esperando por escuchar esos latidos y ahora estaban allí, en el vientre de una débil mujer de una raza inferior. Luego de desprender unos cables, me giré despacio hacia Claris, quien volvió a vomitar a un costado del camino. —Me temo, señorita Claris, que su camioneta murió. Pero no se preocupe —me apresuré a decir—. La empresa debe proporcionarle un auto, el de la asistente; mañana estará listo para usted. Ahora suba, la llevaré. No puede quedarse en medio del bosque a estas horas, hay animales salvajes. —Muchas gracias, señor Kieran —dijo con voz débil—. Ya me veía caminando hasta mi casa. El silencio pesaba como plomo dentro del auto. Mantuve mis manos firmes en el volante, intentando ignorar cómo su dulce aroma inundaba el reducido espacio. Claris se había pegado tanto a la puerta del copiloto que parecía querer fundirse con ella. El Audi se sacudía violentamente mientras avanzábamos por el camino empedrado. La oscuridad del bosque nos engullía, apenas rota por los faros del auto que revelaban fragmentos de vegetación salvaje y piedras sueltas. Maldije cuando una piedra particularmente grande hizo saltar el vehículo, pensando en mis cachorros. A mi lado, Claris se aferró instintivamente al asiento. Su respiración se había vuelto más errática con cada kilómetro que nos alejaba de la civilización. —¿Se siente bien? ¿Desea que me detenga? —pregunté, temiendo que vomitara dentro del auto. Frené quizás con demasiada brusquedad, notando cómo ella se tensaba aún más. —¿Qué fue eso? —preguntó asustada. Un lobo había cruzado por delante de nosotros. —Es un zorro —mentí, volviendo a poner en marcha el auto, procurando ir más despacio, lo cual sin decirlo sentí que la alivió. Los dos latidos en su vientre tenían a mi lobo eufórico, tanto que evité mirarla para que no notara el cambio en el color de mis ojos—. Creo que debe descansar mañana, se ve muy mal. —Con todo respeto, señor Kieran, puedo manejar mi trabajo perfectamente —respondió, irguiéndose en su asiento. Guardé silencio, prefiriendo concentrarme en su presencia a mi lado. Hasta ese momento no había sido consciente de lo alejada que estaba su vivienda de la empresa. Aquella casa antigua donde vivía había pertenecido a una loba que sucumbió a manos de invasores. No podía dejarla allí, expuesta, aunque tampoco podía mostrar abiertamente mi preocupación por ella. —Señorita Claris —comencé con tono calculadamente neutral—, además del auto, el puesto de asistente incluye una vivienda cerca de la empresa. ¿No se lo informaron cuando comenzó a trabajar? Como le mencioné al inicio, necesito sus servicios las veinticuatro horas del día. Me temo que deberá mudarse mañana mismo. Mi tono dejaba claro que no era una sugerencia, sino una orden. No podía permitir que permaneciera en ese lugar, vulnerable ante mis enemigos. Si detectaban el aroma de mis cachorros en su vientre, sería el fin, tanto para ella como para toda su familia. —Me gusta mi casa, señor —murmuró sin atreverse a mirarme. —No es una sugerencia, señorita —repliqué con voz firme que no admitía discusión—. Si desea continuar trabajando para mí, la mudanza debe realizarse mañana. —Hice una pausa antes de agregar—: Daré instrucciones para que trasladen sus pertenencias a primera hora. —Señor, no puede hacer eso, compré mi casa —protestó con vehemencia. Ahí estaba ella, rechazándonos otra vez. Mi lobo gruñó furioso en mi pecho y yo con él. Nadie, absolutamente nadie, se atrevía a desafiar mis órdenes. El animal en mi interior exigía someterla, doblegarla a nuestra voluntad. La bestia salvaje que habitaba en mí no estaba acostumbrada a recibir negativas, y menos de una simple humana que llevaba a nuestros cachorros.KIERAN: La noche había caído cuando mi Audi negro se detuvo frente a la desvencijada casa. El viento helado silbaba entre las tablas sueltas del porche, y la luz mortecina de la única farola revelaba la pintura descascarada de las paredes. Apreté el volante, conteniendo mi ira. El olor a humedad y deterioro ofendía mis sentidos de alfa, pero había algo más en el aire, algo que hacía que mi lobo interior se agitara inquieto.Al bajar del auto, la grava suelta crujió bajo mis pies. Entrecerré los ojos, escaneando la propiedad y notando las ventanas mal selladas, el techo que necesitaba reparaciones urgentes, y ese olor... el inconfundible aroma de otros lobos merodeando la zona. Estaba seguro de que habían descubierto a Claris; no era la primera vez que una de mis asistentes desaparecía de forma misteriosa. Y esta era humana, un blanco fácil para los lobos. Los podía sentir al acecho.—No tiene que bajarse, señor Kieran —la voz de Claris me sacó de mis pensamientos mientras se interpo
CLARIS:No podía creer lo que estaba sucediendo. Mi jefe me había cargado en su hombro como si fuera un saco de patatas. Gritaba y pataleaba con todas mis fuerzas, pero nadie a nuestro alrededor parecía inmutarse, como si fuera lo más normal del mundo. Mamá se había ido en la ambulancia con Clara, dejándome atrás luchando contra este energúmeno. Cuando por fin llegamos a su auto, que ya tenía la puerta abierta, me lanzó sin miramientos al asiento trasero. Me giré furiosa para enfrentarlo, pero sus ojos de un rojo brillante me detuvieron en seco.—¿Qué... qué eres? —balbuceé, retrocediendo instintivamente ante su mirada sobrenatural. El señor Kieran me miró fijamente, con dos puntos rojos brillando en la oscuridad como brasas ardientes. Por un momento, me pareció ver algo más en su rostro, algo salvaje y primitivo que hizo que mi corazón se acelerara. Tenía miedo y, al mismo tiempo, curiosidad.—Ahora no es momento de explicaciones —gruñó, más molesto de lo habitual—. Quédate quieta y
KIERAN: Seguí mis instintos y el olor que me traía el viento de los lobos del norte, nuestros acérrimos enemigos, siempre queriendo adueñarse de mi territorio. La noche estaba cargada de tensión, y el aire vibraba con los aullidos de mis hombres respondiendo a mi llamado de Alfa. Mis músculos se tensaron mientras le daba el control de nuestro cuerpo a mi lobo, Atka.—¿Cuántos? —pregunté a mi Gamma, Rafe, que apareció con el grueso de los hombres—. ¿Cómo entraron a nuestro territorio?—Son unos cincuenta, mi Alfa. Habían pedido autorización para la reunión que tienen con usted. Selene, la hija del alfa, regresó. Pero en vez de dirigirse aquí, lo hicieron hacia la casa de las humanas —me informó con seriedad. La rabia burbujeaba en mi interior. No podía permitir que invadieran nuestro territorio, especialmente ahora que Claris cargaba mis cachorros en su interior. La manada del norte había cruzado la frontera con mi permiso, pero había traspasado el territorio prohibido, y eso era un
CLARIS:Encerrada en el auto donde me había dejado mi jefe, que resultó ser un hombre lobo y me trajo a su manada, me hice un ovillo metiéndome casi debajo del asiento del copiloto, incapaz de mirar hacia afuera por los aullidos, gruñidos y lamentos que escuchaba. Esto no podía ser cierto, debía ser una horripilante pesadilla que en algún momento tenía que terminar.Unos pasos acompañados de resoplidos me hicieron mirar hacia arriba. Allí, rodeando el auto, un enorme lobo olfateaba hasta detenerse en la ventanilla del copiloto. Estaba perdida, me habían encontrado. Mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo retumbar en mis oídos. El lobo, de un gris plateado, me miraba fijamente con unos ojos que parecían demasiado inteligentes para ser de un animal.Retrocedí asustada, aunque sabía que era inútil. ¿Qu&ea
KIERAN:En menos de un segundo estaba frente a ella, mi rostro transformado en lo que era, una bestia. ¿Cómo se atrevía ésta humana a faltarme el respeto de esa manera y no solo eso, a amenazar a mis cachorros? El rugido que salió de mi garganta hizo temblar las paredes de la habitación. La sujeté del cuello y la levanté del suelo, mi lobo exigiendo sangre por su insolencia.—¡SILENCIO! —rugí, con mis colmillos a centímetros de su rostro— He destrozado gargantas por mucho menos que esto, pequeña humana insolente. ¿Crees que por llevar a mis herederos tienes derecho a hablarme así? Podría arrancarte la lengua ahora mismo.Podía escuchar cómo su corazón latía desbocado, pero aún así, sus ojos... esos malditos ojos verdes seguían desafiándome. En mil años nadie se habí
CLARIS:No sabía por qué diablos seguía respondiéndole a esta bestia salvaje que tenía delante, mirándome con sus ojos dorados y sus colmillos asomando por las comisuras de su boca. Mi mente racional me gritaba que me callara y bajara la cabeza ante él. ¿Qué podía hacer yo, una simple humana, frente a un hombre lobo que podría destrozarme con un simple movimiento de sus garras? ¡Por Dios, Claris, cállate! Sin embargo, esa otra parte de mí, la que estaba harta de que los hombres creyeran que podían hacer conmigo lo que quisieran, se negaba rotundamente a someterse. Este salvaje me había embarazado de sus cachorros sin mi permiso, había cambiado mi vida para siempre sin consultarme. Una fuerza interior que no sabía de dónde salía me empujaba a enfrentarlo, aunque mi cuerpo temblara de miedo. —Señor Kieran, salga de encima de mí, respéteme. Nunca le he dado el permiso de acercarse a mí de esa manera —mi atrevida boca le exigió, mientras mi corazón latía tan fuerte que temía que se me sal
Había salido de mi habitación tras cerrarla cuidadosamente, listo para enfrentar a quienes se habían atrevido a profanar mi casa. Con mi refinado oído aún podía escuchar cómo daban caza al resto de los atacantes; no podíamos permitir que escapara ni uno solo, debíamos eliminarlos para que nadie supiera de mis cachorros.Dos lobos subían por las escaleras; al verme, intentaron huir, pero les di alcance de inmediato y los eliminé. Mi gamma Rafe, junto a mi Beta Fenris, vinieron a mi encuentro, agitados y cubiertos de sangre enemiga, pero ilesos.—Todo está bajo control, mi alfa —informó Rafe mientras recuperaba su forma humana, al igual que los demás—. Tengo la sensación de que esto es una trampa que aún no comprendo.—Me acaban de informar que la comitiva de lobos que acompaña a la hija del alfa del norte Diago. Acamp&oacu
CLARIS:La noción del tiempo se había desvanecido en mi estado. Lo único que permanecía vívido en mi memoria era haberme metido en el clóset, encontrar aquel extraño puñal y el grito aterrado de una mujer: "Su luna Selene nos mandó". Luego, todo se volvió negro.Si las historias de hombres lobo que había devorado con avidez eran ciertas, entonces todo cobraba sentido en mi nueva realidad. Kieran Theron, mi jefe, era el alfa, en la cima de la jerarquía de la manada, seguido por la Luna, quien ostentaba casi el mismo poder que el Alfa. Después venía el Beta, el segundo al mando, que sin duda era Fenris; el Gamma, que era sin duda Rafe, el jefe de seguridad. Los Deltas, guerreros de élite, precedían a los celtas, cazadores y guerreros de la manada.En un escalón inferior se encontraban los sanadores y curanderos, categoría a la que pertenec&iacu