CLARIS:
Salí de la oficina casi corriendo, no sé. Había algo en la mirada de mi jefe que me hizo temer. Ahora entendía porque nadie quería trabajar con él y como muchas mujeres antes de mí habían renunciado a ese puesto. Kieran Thorne era, sin duda, un hombre extraordinariamente atractivo, el tipo de ejemplar que raramente se encuentra en la vida. Alto, probablemente rozando el metro noventa, con un físico que parecía esculpido por los dioses: hombros anchos, cintura estrecha y músculos definidos que se marcaban incluso bajo sus impecables trajes de diseñador. Su rostro lo enmarcaba una mandíbula fuerte y definida, labios carnosos que rara vez sonreían, y una nariz recta que le daba un aire aristocrático. El cabello negro que llebaba siempre perfectamente peinado hacia atrás, dejaba al descubierto una frente amplia y unas cejas expresivas que acentuaban la intensidad de su mirada. Pero eran sus ojos los que verdaderamente me perturbaban. De un gris acerado que parecía cambiar de tonalidad según su estado de ánimo, como si ocultaran algo sobrenatural tras ellos. A veces parecían plata líquida, otras veces se oscurecían hasta parecer casi negros, y en ocasiones, como hoy cuando me negué a que me llevara a casa, podría jurar que se tornaron de un rojo sangre intenso. Debía mantenerme firme, alejar cualquier tipo de acercamiento que iniciara. No podía permitirme ningún tipo de relación romántica. Tenía que limitarse estrictamente a lo profesional: él como CEO y yo como su asistente, nada más. De eso dependía nuestra supervivencia, la de mamá, Clara y la mía. Detuve mi vieja camioneta a la salida del pueblo, justo donde el asfalto se convertía en un serpenteante camino de tierra que se adentraba en el espeso bosque, ruta que debía recorrer cada día para llegar a casa. Los mareos y las náuseas se intensificaron, obligándome a cerrar los ojos mientras el mundo giraba a mi alrededor. Con un suspiro tembloroso, recosté la cabeza contra el desgastado volante, intentando controlar las oleadas de náusea que me revolvían el estómago. El silencio se vio interrumpido por un aullido lejano que erizó cada vello de mi cuerpo. Levanté la cabeza de golpe, y fue entonces cuando mi mirada se encontró con el sobre blanco que descansaba en el asiento del copiloto, ese que el doctor me había entregado con una expresión grave que aún me perseguía. Las palabras se repetían en mi mente como un eco atormentador: “Estás embarazada” —No, esto no puede ser verdad—, murmuré para mí misma, mientras un escalofrío recorría mi espalda. No había tenido relaciones con ningún hombre. ¿Habría heredado yo también la misteriosa enfermedad que consumía lentamente a Clara? El pensamiento me provocó un nuevo mareo, más intenso que los anteriores, mientras las sombras del bosque parecían cerrarse a mi alrededor. Mi pobre hermana no se había recuperado después de aquella noche fatídica. Todo comenzó cuando mamá, que tenía una cita en la ciudad, nos llevó escondidas con ella antes de que llegaran aquellos que siempre nos vigilaban con sus oscuras intenciones. Pero la mala suerte quiso que la descubrieran y la siguieran. —Corre, Claris —me había dicho mientras nos bajaba en medio del bosque—. Escóndete hasta que regrese, hija. Cuida a tu hermanita y no salgan a menos que las llame. Los despistaré y volveré por ustedes. Y así fue como de pronto nos vimos en medio del bosque en una noche oscura, siendo perseguidas por unos hombres que escucharon los gritos desesperados de mi hermanita. Por mucho que traté de hacerla callar, Clara estaba realmente horrorizada y gritaba con todas sus fuerzas llamando a mamá, hasta que uno de los tipos nos encontró. —Ven aquí, pequeña —me llamó tambaleándose, evidentemente ebrio—. No te pasará nada, solo pórtate bien y todo saldrá bien. —¡No te me acerques! —grité cubriendo a Clara con mi pequeño cuerpo. Mientras luchaba para que el hombre me soltara, un enorme lobo apareció de la nada y lo atacó, desapareciendo con él entre la maleza. Clara gritaba y corría lejos de mí, aterrorizada. Cuando al fin la alcancé, me acurruqué bajo un árbol al ver que se acercaba el enorme lobo, que para mi asombro, caminaba en dos patas. —No temas, Claris, no les haré daño —escuché una voz masculina en mi cabeza—. Las acompañaré hasta donde las espera su madre. Para mi sorpresa, Clara extendió sus brazos hacia él, pidiendo que la cargara, y el lobo lo hizo con una delicadeza increíble. Lo seguí sin entender por qué confiaba en él. Incluso, cuando notó que yo apenas podía avanzar por el fango, se agachó y me cargó también hasta que llegamos a la carretera donde mamá nos buscaba angustiada. Nos depositó suavemente en el asfalto, indicándonos que fuéramos hacia ella. Nos subimos al auto y lo último que vi fue aquel enorme lobo cruzando por delante del vehículo, ahora a cuatro patas. Era impresionante, y nos miró con sus ojos rojos... ¡los mismos que acababa de ver en mi jefe! ¡Por Dios, Claris, estás alucinando!, me reprendí mentalmente. Había transcurrido tanto tiempo convenciéndome de que todo había sido producto del miedo y la oscuridad, como aseguraba mamá, pero encontrarme con esos mismos ojos rojos que creí ver en mi jefe me desestabilizaba por completo. Intenté arrancar la camioneta nuevamente, pero el motor solo emitió un quejido lastimero. —Perfecto— murmuré con ironía, —justo lo que me faltaba. La noche comenzaba a caer y las sombras del bosque se alargaban amenazadoramente. El pánico comenzó a trepar por mi garganta cuando escuché otro aullido, esta vez más cercano. Las luces de un automóvil me hicieron girar la cabeza esperanzada. De seguro era la extraña vecina que se empeñaba en ser nuestra amiga. Suspiré resignada, pensando que muy a mi pesar tendría que aceptar su ayuda. Con movimientos rápidos, tomé mi bolso escondiendo el sobre del doctor y bajé dispuesta a aguantar la charla interminable de la señora Zaria. Sin embargo, mi corazón dio un vuelco cuando reconocí el imponente Audi negro del señor Kieran materializándose entre la bruma del atardecer. ¿Qué hacía por esta ruta tan alejada? ¿Me estaría siguiendo? El vehículo se detuvo suavemente junto a mi camioneta, y el cristal tintado del conductor descendió con un zumbido eléctrico. Los ojos de Kieran, ahora normales, me estudiaron con una intensidad. Una media sonrisa curvó sus labios mientras inclinaba ligeramente la cabeza. —Señorita Claris— me saludó mirando hacia mi camioneta. —¿Problemas mecánicos? Permítame ayudarla.KIERAN:Me había quedado en mi despacho después de que mi Beta y mi primo se retiraran sin que hubiéramos llegado a un acuerdo. La voz de mi lobo Atka me sacó de mis enmarañados pensamientos cuando intentaba encontrar una solución.—Kieran, creo que nuestra humana tiene problemas —me sorprendió escucharle referirse así a ella.—¿Nuestra? Atka, sé que quizás llegue a ser la madre subrogada de nuestros cachorros, pero eso no la hace nuestra —aclaré mientras me ponía de pie. A pesar de no tener ningún vínculo establecido con Claris, podía sentir su miedo con una intensidad desconcertante. —Vamos a ver qué le sucede, y sobre todo, averigüemos de quién es ese aullido que estoy escuchando.Salí del edificio con paso firme, ignorando las miradas curiosas de mis empleados. El aroma del miedo de Claris era cada vez más fuerte, mezclado con algo más... La preocupación se instaló en mi pecho mientras aceleraba el paso hacia mi automóvil.—Es débil, está asustada y necesita protección —insistió A
KIERAN: La noche había caído cuando mi Audi negro se detuvo frente a la desvencijada casa. El viento helado silbaba entre las tablas sueltas del porche, y la luz mortecina de la única farola revelaba la pintura descascarada de las paredes. Apreté el volante, conteniendo mi ira. El olor a humedad y deterioro ofendía mis sentidos de alfa, pero había algo más en el aire, algo que hacía que mi lobo interior se agitara inquieto.Al bajar del auto, la grava suelta crujió bajo mis pies. Entrecerré los ojos, escaneando la propiedad y notando las ventanas mal selladas, el techo que necesitaba reparaciones urgentes, y ese olor... el inconfundible aroma de otros lobos merodeando la zona. Estaba seguro de que habían descubierto a Claris; no era la primera vez que una de mis asistentes desaparecía de forma misteriosa. Y esta era humana, un blanco fácil para los lobos. Los podía sentir al acecho.—No tiene que bajarse, señor Kieran —la voz de Claris me sacó de mis pensamientos mientras se interpo
CLARIS:No podía creer lo que estaba sucediendo. Mi jefe me había cargado en su hombro como si fuera un saco de patatas. Gritaba y pataleaba con todas mis fuerzas, pero nadie a nuestro alrededor parecía inmutarse, como si fuera lo más normal del mundo. Mamá se había ido en la ambulancia con Clara, dejándome atrás luchando contra este energúmeno. Cuando por fin llegamos a su auto, que ya tenía la puerta abierta, me lanzó sin miramientos al asiento trasero. Me giré furiosa para enfrentarlo, pero sus ojos de un rojo brillante me detuvieron en seco.—¿Qué... qué eres? —balbuceé, retrocediendo instintivamente ante su mirada sobrenatural. El señor Kieran me miró fijamente, con dos puntos rojos brillando en la oscuridad como brasas ardientes. Por un momento, me pareció ver algo más en su rostro, algo salvaje y primitivo que hizo que mi corazón se acelerara. Tenía miedo y, al mismo tiempo, curiosidad.—Ahora no es momento de explicaciones —gruñó, más molesto de lo habitual—. Quédate quieta y
KIERAN: Seguí mis instintos y el olor que me traía el viento de los lobos del norte, nuestros acérrimos enemigos, siempre queriendo adueñarse de mi territorio. La noche estaba cargada de tensión, y el aire vibraba con los aullidos de mis hombres respondiendo a mi llamado de Alfa. Mis músculos se tensaron mientras le daba el control de nuestro cuerpo a mi lobo, Atka.—¿Cuántos? —pregunté a mi Gamma, Rafe, que apareció con el grueso de los hombres—. ¿Cómo entraron a nuestro territorio?—Son unos cincuenta, mi Alfa. Habían pedido autorización para la reunión que tienen con usted. Selene, la hija del alfa, regresó. Pero en vez de dirigirse aquí, lo hicieron hacia la casa de las humanas —me informó con seriedad. La rabia burbujeaba en mi interior. No podía permitir que invadieran nuestro territorio, especialmente ahora que Claris cargaba mis cachorros en su interior. La manada del norte había cruzado la frontera con mi permiso, pero había traspasado el territorio prohibido, y eso era un
CLARIS:Encerrada en el auto donde me había dejado mi jefe, que resultó ser un hombre lobo y me trajo a su manada, me hice un ovillo metiéndome casi debajo del asiento del copiloto, incapaz de mirar hacia afuera por los aullidos, gruñidos y lamentos que escuchaba. Esto no podía ser cierto, debía ser una horripilante pesadilla que en algún momento tenía que terminar.Unos pasos acompañados de resoplidos me hicieron mirar hacia arriba. Allí, rodeando el auto, un enorme lobo olfateaba hasta detenerse en la ventanilla del copiloto. Estaba perdida, me habían encontrado. Mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo retumbar en mis oídos. El lobo, de un gris plateado, me miraba fijamente con unos ojos que parecían demasiado inteligentes para ser de un animal.Retrocedí asustada, aunque sabía que era inútil. ¿Qu&ea
KIERAN:En menos de un segundo estaba frente a ella, mi rostro transformado en lo que era, una bestia. ¿Cómo se atrevía ésta humana a faltarme el respeto de esa manera y no solo eso, a amenazar a mis cachorros? El rugido que salió de mi garganta hizo temblar las paredes de la habitación. La sujeté del cuello y la levanté del suelo, mi lobo exigiendo sangre por su insolencia.—¡SILENCIO! —rugí, con mis colmillos a centímetros de su rostro— He destrozado gargantas por mucho menos que esto, pequeña humana insolente. ¿Crees que por llevar a mis herederos tienes derecho a hablarme así? Podría arrancarte la lengua ahora mismo.Podía escuchar cómo su corazón latía desbocado, pero aún así, sus ojos... esos malditos ojos verdes seguían desafiándome. En mil años nadie se habí
CLARIS:No sabía por qué diablos seguía respondiéndole a esta bestia salvaje que tenía delante, mirándome con sus ojos dorados y sus colmillos asomando por las comisuras de su boca. Mi mente racional me gritaba que me callara y bajara la cabeza ante él. ¿Qué podía hacer yo, una simple humana, frente a un hombre lobo que podría destrozarme con un simple movimiento de sus garras? ¡Por Dios, Claris, cállate! Sin embargo, esa otra parte de mí, la que estaba harta de que los hombres creyeran que podían hacer conmigo lo que quisieran, se negaba rotundamente a someterse. Este salvaje me había embarazado de sus cachorros sin mi permiso, había cambiado mi vida para siempre sin consultarme. Una fuerza interior que no sabía de dónde salía me empujaba a enfrentarlo, aunque mi cuerpo temblara de miedo. —Señor Kieran, salga de encima de mí, respéteme. Nunca le he dado el permiso de acercarse a mí de esa manera —mi atrevida boca le exigió, mientras mi corazón latía tan fuerte que temía que se me sal
Había salido de mi habitación tras cerrarla cuidadosamente, listo para enfrentar a quienes se habían atrevido a profanar mi casa. Con mi refinado oído aún podía escuchar cómo daban caza al resto de los atacantes; no podíamos permitir que escapara ni uno solo, debíamos eliminarlos para que nadie supiera de mis cachorros.Dos lobos subían por las escaleras; al verme, intentaron huir, pero les di alcance de inmediato y los eliminé. Mi gamma Rafe, junto a mi Beta Fenris, vinieron a mi encuentro, agitados y cubiertos de sangre enemiga, pero ilesos.—Todo está bajo control, mi alfa —informó Rafe mientras recuperaba su forma humana, al igual que los demás—. Tengo la sensación de que esto es una trampa que aún no comprendo.—Me acaban de informar que la comitiva de lobos que acompaña a la hija del alfa del norte Diago. Acamp&oacu