3. MANADA NOX VENATONS

KIERAN THORNE:

Observé cómo mi asistente tomaba sus cosas y se alejaba rumbo a su vieja camioneta. La contemplé desde mi ventana, admirando su extraordinaria belleza y el aura de vitalidad que emanaba. Mi lobo Atka gruñía en mi interior, todavía sin querer aceptar que esa humana hubiera rechazado nuestro ofrecimiento de llevarla a su casa. Soy el Alfa, nadie me rechaza jamás. Pero había algo en ella que me inquietaba. Mientras su destartalado vehículo se alejaba, hice una nota mental: debía proporcionarle un auto mejor y más seguro.

El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Me giré después de dar una última mirada a la camioneta que desaparecía en la distancia.

—Mi Alfa, tu primo Gael está afuera, bastante alterado —informó Fenris, mi Beta, con expresión preocupada—. Me pidió estar presente en lo que describe como una reunión de la más alta importancia y confidencialidad. ¿Tienes idea de qué se trata?

—Hazlo pasar y cierra la puerta —respondí, dejándome caer en el sillón tras mi escritorio.

Gael entró con paso vacilante, algo inusual en él. Como médico de la manada, siempre mostraba una seguridad absoluta. Lo miré sin preguntarle nada; él debía saber que ya lo sabía, pero quería saber cómo iba a explicar lo que había hecho.

—Kieran... —comenzó con voz temblorosa—. He hecho algo... algo que podría cambiar el futuro de nuestra manada. Y antes de que digas nada, ¡lo hice por ti, por la manada!

 No hablé, mis fosas nasales abriéndose y cerrándose a punto de convertirme en lobo. Mi Beta Fenris nos observaba sin entender. Él debía ser informado antes incluso que yo y estaba en blanco. Miró a Gael con los ojos rojos.

—¿Qué locuras hiciste esta vez, Gael? —gruñó furioso—. ¿No me digas que volviste a intentar embarazar a una loba de otra manada? El consejo lo prohibió y nadie debe saber que el Alfa no ha engendrado a nadie.

—Es peor que eso —intervine viendo cómo mi Beta me miraba frunciendo el ceño—. Embarazó a mi asistente.

—¿A esa humana? ¡Te volviste loco! —Saltó como un resorte mi Beta lleno de incredulidad.

—¡Silencio! —rugí, haciendo que ambos se estremecieran—. Explícate ahora mismo, Gael. ¿Cómo te atreviste a hacer algo así sin mi consentimiento?

Gael se pasó la mano por el cabello, nervioso pero decidido a defender sus acciones.

—Los experimentos anteriores con lobas fracasaron. Todas las pruebas indicaban que necesitábamos a mujeres jóvenes, pero ya sabes. No quieres que nadie se entere de tu… problema. Tampoco que busque fuera de la manada. ¿Qué querías que hiciera?  —Trató de defenderse. —La inseminación artificial era el único modo, ya que el natural no ha dado resultados. Claris fue a verme, estaba en sus días fértiles y le dolía mucho, por eso..  ella es perfecta. Joven, saludable, fuerte… ¡No podía perder esa oportunidad! Y lo hice, ahora castígame si quieres.

—¡Es una humana! —interrumpió Fenris—. ¿Tienes idea de lo que un embarazo de lobo podría hacerle?

—He calculado todas las variables —se defendió Gael—. Le he estado administrando un suero especial en su café durante semanas para preparar su cuerpo. La inseminación fue exitosa y...

No pude contenerme más. En un segundo tenía a Gael contra la pared, mi mano en su garganta.

—¿La has estado drogando? —gruñí, asomando mis colmillos peligrosamente—. ¿Te das cuenta de que si algo le pasa, toda la manada estará en peligro?

—Kieran... —jadeó Gael—. Necesitamos este experimento. La manada necesita un heredero y tú no has encontrado tu compañera. El consejo está presionando...

 Lo solté, dándole la espalda mientras intentaba controlar a Atka, que aullaba furioso en mi interior. Algo en mí se revolvía ante la idea de que hubieran utilizado mi esencia en Claris. ¡Era una humana!

 Me quedé observando a Gael, la furia y la incredulidad batallando en mi interior. Atka, mi lobo, rugía exigiendo sangre por semejante atrevimiento, mientras mi lado racional intentaba procesar las implicaciones de lo sucedido. El aroma a miedo que emanaba de mi primo era casi tangible.

—¿Cuánto tiempo? —pregunté, apretando mis mandíbulas.

—Tres semanas. Los primeros síntomas, como notaste, ya empezaron a manifestarse —hizo una pausa mirándome asustado—. Pero hay algo peor.

—Continúa —ordené, a punto de convertirme en lobo.

—Ella niega la posibilidad de estar embarazada. Asegura que no ha estado con nadie en cinco meses —parecía dudar si decir más—. Y existe otro problema... En mi desesperación por que no detectara el procedimiento, utilicé... utilicé demasiada esencia. Creo que podrían ser múltiples.

 Fenris, mi Beta, palideció visiblemente. La gravedad de la situación iba más allá de la violación de nuestras leyes; esto podría destruir todo lo que habíamos construido. Gael había roto todos las leyes de la manada.  Si la humana descubría lo que le había hecho sin su consentimiento las cosas podrían ponerse feas y nuestro mundo tan bien resguardado bajo la fachada de la Reservas Natural Thorne podría peligrar.  Eso sin contar que si Claris lograba llevar a término el embarazo de mis cachorros, su humanidad no la ayudaba, sería franco fácil para nuestros enemigos.

 Me quedé observando a Gael, dividido entre dos impulsos contradictorios. Por un lado, debía castigarlo por haber actuado sin mi consentimiento; por otro, había logrado lo imposible y era el único capacitado para atender a Claris durante este delicado proceso. Mi Beta, como siempre buscando soluciones pragmáticas, se adelantó:

—Debemos trazar un plan —declaró con firmeza—. Mi Alfa, tienes que enamorar a la humana.

—¿Qué demonios estás sugiriendo? ¡Es una humana! —gruñimos mi lobo y yo al unísono—. Ni siquiera es mi Luna. ¿Por qué debería hacer semejante cosa?

—Tu Beta tiene razón —intervino Gael—. Es la única salida viable. 

—Debemos averiguar quién es —dije sin poder creer que estuviera en esa posición.

—Eso es cierto —prosiguió Gael. —Fenris, ¿que sabes de ellas?  Su llegada a la reserva parece...no sé, extraña. Los humanos buscan las grandes ciudades, ellas son tres mujeres solas. La madre, la pequeña que está muy enferma, aunque aún no me la han traído para ver que tiene y Claris que mantiene a las tres con su trabajo.

 Fenris se tensó visiblemente. Como Beta, era su responsabilidad verificar a todos los que entraban en nuestro territorio.

—Tres mujeres solas, alejadas de las grandes ciudades, sin pasado rastreable —enumeró Fenris pensativo—. La madre... —se detuvo, buscando las palabras adecuadas—. Su historia es oscura. Fue víctima de trata, vendida por el padre de las niñas a un proxeneta. Escaparon, pero desde entonces han estado huyendo. 

—¿Y Claris? —pregunté, temiendo la respuesta.

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