KIERAN THORNE:
Observé cómo mi asistente tomaba sus cosas y se alejaba rumbo a su vieja camioneta. La contemplé desde mi ventana, admirando su extraordinaria belleza y el aura de vitalidad que emanaba. Mi lobo Atka gruñía en mi interior, todavía sin querer aceptar que esa humana hubiera rechazado nuestro ofrecimiento de llevarla a su casa. Soy el Alfa, nadie me rechaza jamás. Pero había algo en ella que me inquietaba. Mientras su destartalado vehículo se alejaba, hice una nota mental: debía proporcionarle un auto mejor y más seguro. El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Me giré después de dar una última mirada a la camioneta que desaparecía en la distancia. —Mi Alfa, tu primo Gael está afuera, bastante alterado —informó Fenris, mi Beta, con expresión preocupada—. Me pidió estar presente en lo que describe como una reunión de la más alta importancia y confidencialidad. ¿Tienes idea de qué se trata? —Hazlo pasar y cierra la puerta —respondí, dejándome caer en el sillón tras mi escritorio. Gael entró con paso vacilante, algo inusual en él. Como médico de la manada, siempre mostraba una seguridad absoluta. Lo miré sin preguntarle nada; él debía saber que ya lo sabía, pero quería saber cómo iba a explicar lo que había hecho. —Kieran... —comenzó con voz temblorosa—. He hecho algo... algo que podría cambiar el futuro de nuestra manada. Y antes de que digas nada, ¡lo hice por ti, por la manada! No hablé, mis fosas nasales abriéndose y cerrándose a punto de convertirme en lobo. Mi Beta Fenris nos observaba sin entender. Él debía ser informado antes incluso que yo y estaba en blanco. Miró a Gael con los ojos rojos. —¿Qué locuras hiciste esta vez, Gael? —gruñó furioso—. ¿No me digas que volviste a intentar embarazar a una loba de otra manada? El consejo lo prohibió y nadie debe saber que el Alfa no ha engendrado a nadie. —Es peor que eso —intervine viendo cómo mi Beta me miraba frunciendo el ceño—. Embarazó a mi asistente. —¿A esa humana? ¡Te volviste loco! —Saltó como un resorte mi Beta lleno de incredulidad. —¡Silencio! —rugí, haciendo que ambos se estremecieran—. Explícate ahora mismo, Gael. ¿Cómo te atreviste a hacer algo así sin mi consentimiento? Gael se pasó la mano por el cabello, nervioso pero decidido a defender sus acciones. —Los experimentos anteriores con lobas fracasaron. Todas las pruebas indicaban que necesitábamos a mujeres jóvenes, pero ya sabes. No quieres que nadie se entere de tu… problema. Tampoco que busque fuera de la manada. ¿Qué querías que hiciera? —Trató de defenderse. —La inseminación artificial era el único modo, ya que el natural no ha dado resultados. Claris fue a verme, estaba en sus días fértiles y le dolía mucho, por eso.. ella es perfecta. Joven, saludable, fuerte… ¡No podía perder esa oportunidad! Y lo hice, ahora castígame si quieres. —¡Es una humana! —interrumpió Fenris—. ¿Tienes idea de lo que un embarazo de lobo podría hacerle? —He calculado todas las variables —se defendió Gael—. Le he estado administrando un suero especial en su café durante semanas para preparar su cuerpo. La inseminación fue exitosa y... No pude contenerme más. En un segundo tenía a Gael contra la pared, mi mano en su garganta. —¿La has estado drogando? —gruñí, asomando mis colmillos peligrosamente—. ¿Te das cuenta de que si algo le pasa, toda la manada estará en peligro? —Kieran... —jadeó Gael—. Necesitamos este experimento. La manada necesita un heredero y tú no has encontrado tu compañera. El consejo está presionando... Lo solté, dándole la espalda mientras intentaba controlar a Atka, que aullaba furioso en mi interior. Algo en mí se revolvía ante la idea de que hubieran utilizado mi esencia en Claris. ¡Era una humana! Me quedé observando a Gael, la furia y la incredulidad batallando en mi interior. Atka, mi lobo, rugía exigiendo sangre por semejante atrevimiento, mientras mi lado racional intentaba procesar las implicaciones de lo sucedido. El aroma a miedo que emanaba de mi primo era casi tangible. —¿Cuánto tiempo? —pregunté, apretando mis mandíbulas. —Tres semanas. Los primeros síntomas, como notaste, ya empezaron a manifestarse —hizo una pausa mirándome asustado—. Pero hay algo peor. —Continúa —ordené, a punto de convertirme en lobo. —Ella niega la posibilidad de estar embarazada. Asegura que no ha estado con nadie en cinco meses —parecía dudar si decir más—. Y existe otro problema... En mi desesperación por que no detectara el procedimiento, utilicé... utilicé demasiada esencia. Creo que podrían ser múltiples. Fenris, mi Beta, palideció visiblemente. La gravedad de la situación iba más allá de la violación de nuestras leyes; esto podría destruir todo lo que habíamos construido. Gael había roto todos las leyes de la manada. Si la humana descubría lo que le había hecho sin su consentimiento las cosas podrían ponerse feas y nuestro mundo tan bien resguardado bajo la fachada de la Reservas Natural Thorne podría peligrar. Eso sin contar que si Claris lograba llevar a término el embarazo de mis cachorros, su humanidad no la ayudaba, sería franco fácil para nuestros enemigos. Me quedé observando a Gael, dividido entre dos impulsos contradictorios. Por un lado, debía castigarlo por haber actuado sin mi consentimiento; por otro, había logrado lo imposible y era el único capacitado para atender a Claris durante este delicado proceso. Mi Beta, como siempre buscando soluciones pragmáticas, se adelantó: —Debemos trazar un plan —declaró con firmeza—. Mi Alfa, tienes que enamorar a la humana. —¿Qué demonios estás sugiriendo? ¡Es una humana! —gruñimos mi lobo y yo al unísono—. Ni siquiera es mi Luna. ¿Por qué debería hacer semejante cosa? —Tu Beta tiene razón —intervino Gael—. Es la única salida viable. —Debemos averiguar quién es —dije sin poder creer que estuviera en esa posición. —Eso es cierto —prosiguió Gael. —Fenris, ¿que sabes de ellas? Su llegada a la reserva parece...no sé, extraña. Los humanos buscan las grandes ciudades, ellas son tres mujeres solas. La madre, la pequeña que está muy enferma, aunque aún no me la han traído para ver que tiene y Claris que mantiene a las tres con su trabajo. Fenris se tensó visiblemente. Como Beta, era su responsabilidad verificar a todos los que entraban en nuestro territorio. —Tres mujeres solas, alejadas de las grandes ciudades, sin pasado rastreable —enumeró Fenris pensativo—. La madre... —se detuvo, buscando las palabras adecuadas—. Su historia es oscura. Fue víctima de trata, vendida por el padre de las niñas a un proxeneta. Escaparon, pero desde entonces han estado huyendo. —¿Y Claris? —pregunté, temiendo la respuesta.CLARIS:Salí de la oficina casi corriendo, no sé. Había algo en la mirada de mi jefe que me hizo temer. Ahora entendía porque nadie quería trabajar con él y como muchas mujeres antes de mí habían renunciado a ese puesto. Kieran Thorne era, sin duda, un hombre extraordinariamente atractivo, el tipo de ejemplar que raramente se encuentra en la vida. Alto, probablemente rozando el metro noventa, con un físico que parecía esculpido por los dioses: hombros anchos, cintura estrecha y músculos definidos que se marcaban incluso bajo sus impecables trajes de diseñador. Su rostro lo enmarcaba una mandíbula fuerte y definida, labios carnosos que rara vez sonreían, y una nariz recta que le daba un aire aristocrático. El cabello negro que llebaba siempre perfectamente peinado hacia atrás, dejaba al descubierto una frente amplia y unas cejas expresivas que acentuaban la intensidad de su mirada. Pero eran sus ojos los que verdaderamente me perturbaban. De un gris acerado que parecía cambiar de to
KIERAN:Me había quedado en mi despacho después de que mi Beta y mi primo se retiraran sin que hubiéramos llegado a un acuerdo. La voz de mi lobo Atka me sacó de mis enmarañados pensamientos cuando intentaba encontrar una solución.—Kieran, creo que nuestra humana tiene problemas —me sorprendió escucharle referirse así a ella.—¿Nuestra? Atka, sé que quizás llegue a ser la madre subrogada de nuestros cachorros, pero eso no la hace nuestra —aclaré mientras me ponía de pie. A pesar de no tener ningún vínculo establecido con Claris, podía sentir su miedo con una intensidad desconcertante. —Vamos a ver qué le sucede, y sobre todo, averigüemos de quién es ese aullido que estoy escuchando.Salí del edificio con paso firme, ignorando las miradas curiosas de mis empleados. El aroma del miedo de Claris era cada vez más fuerte, mezclado con algo más... La preocupación se instaló en mi pecho mientras aceleraba el paso hacia mi automóvil.—Es débil, está asustada y necesita protección —insistió A
KIERAN: La noche había caído cuando mi Audi negro se detuvo frente a la desvencijada casa. El viento helado silbaba entre las tablas sueltas del porche, y la luz mortecina de la única farola revelaba la pintura descascarada de las paredes. Apreté el volante, conteniendo mi ira. El olor a humedad y deterioro ofendía mis sentidos de alfa, pero había algo más en el aire, algo que hacía que mi lobo interior se agitara inquieto.Al bajar del auto, la grava suelta crujió bajo mis pies. Entrecerré los ojos, escaneando la propiedad y notando las ventanas mal selladas, el techo que necesitaba reparaciones urgentes, y ese olor... el inconfundible aroma de otros lobos merodeando la zona. Estaba seguro de que habían descubierto a Claris; no era la primera vez que una de mis asistentes desaparecía de forma misteriosa. Y esta era humana, un blanco fácil para los lobos. Los podía sentir al acecho.—No tiene que bajarse, señor Kieran —la voz de Claris me sacó de mis pensamientos mientras se interpo
CLARIS:No podía creer lo que estaba sucediendo. Mi jefe me había cargado en su hombro como si fuera un saco de patatas. Gritaba y pataleaba con todas mis fuerzas, pero nadie a nuestro alrededor parecía inmutarse, como si fuera lo más normal del mundo. Mamá se había ido en la ambulancia con Clara, dejándome atrás luchando contra este energúmeno. Cuando por fin llegamos a su auto, que ya tenía la puerta abierta, me lanzó sin miramientos al asiento trasero. Me giré furiosa para enfrentarlo, pero sus ojos de un rojo brillante me detuvieron en seco.—¿Qué... qué eres? —balbuceé, retrocediendo instintivamente ante su mirada sobrenatural. El señor Kieran me miró fijamente, con dos puntos rojos brillando en la oscuridad como brasas ardientes. Por un momento, me pareció ver algo más en su rostro, algo salvaje y primitivo que hizo que mi corazón se acelerara. Tenía miedo y, al mismo tiempo, curiosidad.—Ahora no es momento de explicaciones —gruñó, más molesto de lo habitual—. Quédate quieta y
KIERAN: Seguí mis instintos y el olor que me traía el viento de los lobos del norte, nuestros acérrimos enemigos, siempre queriendo adueñarse de mi territorio. La noche estaba cargada de tensión, y el aire vibraba con los aullidos de mis hombres respondiendo a mi llamado de Alfa. Mis músculos se tensaron mientras le daba el control de nuestro cuerpo a mi lobo, Atka.—¿Cuántos? —pregunté a mi Gamma, Rafe, que apareció con el grueso de los hombres—. ¿Cómo entraron a nuestro territorio?—Son unos cincuenta, mi Alfa. Habían pedido autorización para la reunión que tienen con usted. Selene, la hija del alfa, regresó. Pero en vez de dirigirse aquí, lo hicieron hacia la casa de las humanas —me informó con seriedad. La rabia burbujeaba en mi interior. No podía permitir que invadieran nuestro territorio, especialmente ahora que Claris cargaba mis cachorros en su interior. La manada del norte había cruzado la frontera con mi permiso, pero había traspasado el territorio prohibido, y eso era un
CLARIS:Encerrada en el auto donde me había dejado mi jefe, que resultó ser un hombre lobo y me trajo a su manada, me hice un ovillo metiéndome casi debajo del asiento del copiloto, incapaz de mirar hacia afuera por los aullidos, gruñidos y lamentos que escuchaba. Esto no podía ser cierto, debía ser una horripilante pesadilla que en algún momento tenía que terminar.Unos pasos acompañados de resoplidos me hicieron mirar hacia arriba. Allí, rodeando el auto, un enorme lobo olfateaba hasta detenerse en la ventanilla del copiloto. Estaba perdida, me habían encontrado. Mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo retumbar en mis oídos. El lobo, de un gris plateado, me miraba fijamente con unos ojos que parecían demasiado inteligentes para ser de un animal.Retrocedí asustada, aunque sabía que era inútil. ¿Qu&ea
KIERAN:En menos de un segundo estaba frente a ella, mi rostro transformado en lo que era, una bestia. ¿Cómo se atrevía ésta humana a faltarme el respeto de esa manera y no solo eso, a amenazar a mis cachorros? El rugido que salió de mi garganta hizo temblar las paredes de la habitación. La sujeté del cuello y la levanté del suelo, mi lobo exigiendo sangre por su insolencia.—¡SILENCIO! —rugí, con mis colmillos a centímetros de su rostro— He destrozado gargantas por mucho menos que esto, pequeña humana insolente. ¿Crees que por llevar a mis herederos tienes derecho a hablarme así? Podría arrancarte la lengua ahora mismo.Podía escuchar cómo su corazón latía desbocado, pero aún así, sus ojos... esos malditos ojos verdes seguían desafiándome. En mil años nadie se habí
CLARIS:No sabía por qué diablos seguía respondiéndole a esta bestia salvaje que tenía delante, mirándome con sus ojos dorados y sus colmillos asomando por las comisuras de su boca. Mi mente racional me gritaba que me callara y bajara la cabeza ante él. ¿Qué podía hacer yo, una simple humana, frente a un hombre lobo que podría destrozarme con un simple movimiento de sus garras? ¡Por Dios, Claris, cállate! Sin embargo, esa otra parte de mí, la que estaba harta de que los hombres creyeran que podían hacer conmigo lo que quisieran, se negaba rotundamente a someterse. Este salvaje me había embarazado de sus cachorros sin mi permiso, había cambiado mi vida para siempre sin consultarme. Una fuerza interior que no sabía de dónde salía me empujaba a enfrentarlo, aunque mi cuerpo temblara de miedo. —Señor Kieran, salga de encima de mí, respéteme. Nunca le he dado el permiso de acercarse a mí de esa manera —mi atrevida boca le exigió, mientras mi corazón latía tan fuerte que temía que se me sal