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Capítulo 1. No eres más que una vergüenza

Dos años después

Benjamín observaba a su esposa parada frente al espejo, dándose el último retoque en la mitad del rostro, mientras la otra mitad la mantenía oculta tras una máscara, pese a ello, no podía pasarse desapercibido su fuerte expresión producto de la molestia.

—Espero que no me dejes en ridículo delante de la gente, porque eso es lo único que sabes hacer, preferiría que te mantuvieras alejado, callado… siempre tienes que hacer cosas ridículas para hacernos el hazmerreír de la familia, pareciera que no sabes hacer otra cosa, sino llenarme de vergüenza —expuso la mujer molesta, quien en su interior no podía dejar de lamentarse por haberse casado con él, ya tenían dos años de casados y no pasaba un solo día que no maldijera su suerte.

—Ana Sofía… yo lo s-siento… no me gustan las m-multitudes me abruman… me ponen nervioso, sin embargo, procuraré complacerte… solamente me sentaré a escuchar tu exposición… me quedaré con Alejandro y lo tranquilizaré —pronunció el hombre con un suave tono de voz.

Se quedó viendo a su esposa, la encontraba hermosa, pese a que únicamente era visible una parte de su rostro, porque el defecto de su otra mitad lo mantenía oculto; cuando aceptó el reto de su padre, no imaginó que su madre por querer ayudarlo, lo mandaría a relacionarse con la familia Celedón y que organizaría casarlo con la única hija de Genaro, el hijo mayor de la familia, porque todos los demás eran varones, o eso fue lo que creyó, y aunque al principio la idea no le resultaba agradable, al final terminó aceptándola con resignación, pensó que como su madre había elegido quizás fuera lo más conveniente, por eso como hijo obediente y respetuoso, se sometió a su destino. Además, con el transcurso de la convivencia aprendió a amarla, le gustaba verla feliz, por eso procuraba obsequiarle las cosas que la hacían sonreír, aunque casi nunca obtuviera ese resultado.

—Te vas a sentar al final de la sala, procura mantener al niño tranquilo, que no grite, no llore, no quiero que haga ningún ruido, si lo haces será el único responsable y te terminaré echando de allí ¿Me has entendido? —preguntó ella Ana Sofía.

Benjamín asintió y luego bajó la cabeza, como un niño regañado, se le pareció tanto a su hijo Alejandro que no pudo evitar sentirse conmovida al ver esa expresión de tristeza en el hombre. Por un momento sintió un poco de remordimiento por su trato, pero no tenía otra alternativa, porque no ser dura con él, significaba un desastre en sus vidas, porque era como otro niño más, nunca medía sus acciones, ni sus palabras, era demasiado torpe y eso ocasionaba que en su familia lo convirtieran en la constante fuente de desprecio y de burla.

En ese momento unos golpes se escucharon en la puerta, sin esperar la voz de pase apareció la matriarca de la familia, Estela de Celedón.

—¡Aquí está el niño! ¡Tómalo! Y ve si le puedes educar, debes enseñarlo a comportarse, está demasiado consentido, no quiere comer, solo dulces y tú eres el único culpable de su actitud… no sé cómo puedes dejarte controlar por un niño que ni siquiera llega al año y medio —habló de manera altanera.

—Suegra, porque es muy pequeño, cuando él entienda más, va a ir… —sus palabras fueron interrumpidas por el tono áspero de la mujer.

—¡No busques justificación! Tú debes hacerte cargo de él, es lo menos que podrías hacer… cuando solo eres un bueno para nada, un mugroso obrero con un sueldo mísero, incompetente, ¡¡¡Pobre muerto de hambre!!! ¿Crees que con esa minucia lograrías darle aunque sea el cinco por ciento de lo que necesita mi hija y mi nieto? Agradece que viven en mi casa y que yo como alma buena y caritativa los he dejado vivir aquí… porque si no, con lo la miseria que ganas vivirían en una pieza de dos por dos, apilados como sardinas y…

Ana Sofía se había contenido, no quería discutir con su madre tan a temprana hora, además, esperaba que Benjamín pudiera defenderse, no fue así, era demasiado inútil, «¿Cómo vine a aceptar casarme con tan poca cosa? ¡Es tan tonto!, aunque tampoco puedo soportar que mi madre lo siga humillando, después de todo es mi marido y el padre de mi hijo», se dijo, golpeó la peinadora con el cepillo con el cual se peinaba momentos antes, llenando la habitación de un fuerte ruido, captando la atención de los presentes.

—¡¡¡Ya basta mamá!!! —espetó sin poder ocultar su molestia—. Ya se lo dijiste, le hiciste el reclamo, pero los insultos y humillaciones están de más, si estamos aquí es porque tú nos pediste que nos quedáramos en esta casa, mas si has cambiado de parecer, no tenemos ningún problema de tomar nuestras cosas y marcharnos.

—Ana Sofía… —empezó a decir Benjamín y no lo dejaron hablar, porque sus palabras fueron interrumpidas por ambas mujeres, quienes le gritaron al mismo tiempo.

—¡Cállate y sal de aquí!

—¡Llévate a Alejandro! —agregó su esposa.

Benjamín apretó la boca, en un gesto que pasó desapercibido a las dos mujeres, tomó a su hijo de los brazos de su suegra y salió de allí, cuando caminaba con el pequeño en brazos, su celular repicó, lo sacó con una mano, miró a todos lados y atendió, antes de que la otra voz hablara, le respondió.

—No puedo hablar en este momento… sabes que a esta hora no es conveniente que me llames… voy a cortarte y cuando tenga oportunidad te envío un mensaje, estoy en la casa de los Celedón… hay gente cerca —sus palabras fueron firmes, y cortantes, nada que ver con el tono de miedo usado hacía solo un momento.

Bajó las escaleras, caminó hacia el comedor y allí se encontró a sus cuñados.

—Acaba de llegar el mantenido… que suerte tuviste ese día que te eligieran a ti para esposo de la fea… ¡Eres tan perfecto! —se burló Erasmo, el mayor de los Celedón, mientras todos lo acompañaban en su burla.

Benjamín se aclaró la garganta y expresó.

—Sí… tuve mucha suerte en casarme… con tu hermana.

—Claro, porque ella mantiene la casa, te compra hasta la ropa interior que cargas. Eres tan desvergonzado ¿Cómo un hombre permite que una mujer lo mantenga?

Ante sus palabras, Benjamín, clavó sus uñas en las manos, mientras esbozaba una sumisa sonrisa, con aparente indiferencia. Colocó a su hijo en una silla de bebé a un lado y él se sentó en la otra, tomó la cucharilla para llenar su platillo, cuando la esposa de su cuñado, Tulio, también acercó la mano para echar comida en su plato, como un caballero Benjamín la dejó servirse y tomó otro tazón a su lado, ella soltó el antiguo envase y agarró de nuevo la que le interesaba a Benjamín, al final este apartó la mano y esperó a que ella rebosara su plato.

Cuando de nuevo hizo el intento de servirse, la mujer tomó la escudilla y se la lanzó encima, la comida se desparramó, Benjamín se levantó corriendo para evitar que se manchara la ropa de su hijo, pero fue demasiado tarde, ambos quedaron por completo manchados de comida, mientras todos reían a carcajadas, burlándose.

Benjamín tomó la servilleta y se limpió el rostro, cuando Ana y su madre llegaron y se sorprendieron frente al desastre.

—¿Qué pasó aquí? ¿Cómo se manchó el niño de esa manera? —preguntó Ana con evidente enfado.

—¡Ay hermanita! Que va a ser, el inútil de tu marido volteó el envase de la comida, se manchó él, al niño y la mesa del comedor y lo peor es que en unos minutos llega mi padre con un invitado muy importante.

—¡Eres un inútil Benjamín! No eres más que una vergüenza —explotó Ana sin preguntarle lo que sucedió— ¿Hasta cuándo debo soportar tu ridículo comportamiento?

Justo en ese momento llegó el invitado, uno de los hombres más influyentes de la ciudad Iván Alayón, acompañado por el patriarca de la familia Celedón, quienes fueron testigos de las últimas palabras de los comensales.

—Señorita Celedón, cuando un hombre no sirve y es tan inútil y basura como este —hizo una pausa mirando con desprecio a Benjamín—. Nadie la juzgará porque se divorcie, todo lo contrario, muchos caballeros nos complacería cortejar a una hermosa dama como usted, después de todo es una mujer elegante, hermosa e integrante de la familia más influyente del país ¿Qué más se puede pedir?

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