Capítulo 5

Mala idea haberme vestido de camisa manga larga, llevamos una hora aquí dentro y siento que estoy en la entrada del infierno. No entiendo cómo trabajan personas aquí dentro, mi corbata está perdida por algún lugar.

—Para que esto sea más fácil podríamos hacerlo juntos—indica la malcriada tras de mi—¿te parece?

—¡No! —doy la vuelta para seguir acomodando los productos.

—Solo digo que si nos ayudamos vamos a terminar más rápido.

—¡No! —es una respuesta rotunda, escucho que susurra un “está bien” y me hace sentir un idiota por tratarla tal cual me lo hacen a mí.

Cierro lo ojos y con sumo esfuerzo de mi parte me vuelo a ella

—Lo siento, todo esto es muy frustrante—señalo el caos en el lugar, lo peor de todo es que es por mi causa.

—Si, bueno, es algo extraño que el sitio este como si aquí pasó un tornado y a todo esto ¿en qué compañía tienen a un ascensorista?

—Aquí no es nada extraño, Jaime fue contratado hace un año para completar sus cuotas y así poder jubilarse, y de eso le faltan—miro mi reloj—unas horas.

—¿Cómo sabes eso? —da la vuelta extrañada, su ropa es un desastre igual que la mía pues esta sentada en el piso.

Me siento como si voy a meditar, estamos uno frente al otro y detallo mejor su rostro—es el único que ha tratado bien y es bueno dando consejos.

Sin mencionar que es el único que sabe quién soy… y a pesar de eso, me trata como ser humano.

—¿Hacemos esto juntos? ¿¿o lo haremos por separado—comienza a presionar su dedo pulgar derecho, muestra de nerviosismo.

—Dame eso—le quito la lista y las comparo, es la misma m*****a lista que tengo—al parecer no se dignaron siquiera a dividir el trabajo.

Concentrados en dividir las labores, escuchamos pasos acercarse, es Jaime quien nos sonríe al vernos sentados en el piso y trabajando en equipo.

—Vengo a despedirme señorito—al escuchar cómo se dirige a mí, la malcriada ríe, aparta su rostro para ocultar su sonrisa, pero es demasiado tarde, se le hacen unos hoyuelos en las mejillas.

—¿Qué vas a hacer ahora? —me levanto y limpio mis manos sobre la tela del pantalón que mas da ya lo tengo hecho un asco.

—Descansar, viajare a casa de mi hija en donde están mis nietos, ella insistía en que le fuera con ella, pero sin la pensión no quería ser una carga.

—Espero que disfrutes de tu jubilación—aprieto sus manos para despedirme

—Y usted, cuidase, y espero que logre sus objetivos, al parecer—mira alrededor en desastre que tenemos—no se la van a poner fácil—susurra eso mientras la malcriada nos observa, solo espero no haya escuchado nada.

Lo veo caminar y perderse entre los estantes, y mi corazón se alegra mucho por él, porque en un año pude imaginar como seria tener un buen abuelo.

—¿Te paso un pañuelo?

—¿Quieres hacer esto tu sola? —respondo un poco molesto—eso pensé—la veo bajar los hombros resignada.

Minutos después, hay varias personas ordenando el resto productos, ella se levanta y camina hacia ellos.

—Chicos, podrían ayudarnos por allá, es algo urgente

—Lo siento, pero las ordenes fueron no tocar esa área hasta nuevo aviso

—¿De qué están hablando? —se cruza de brazos evidentemente molesta, me acerco y veo su perfil, ¿Dónde la he visto antes? Tiene el cabello alborotado, lo peina y se hace una coleta que enrolla en un moño, mis ojos se abren al regresar a mi mente la imagen de la chica que acosé mientras corría hace unos días—¿tienen idea de lo absurdo que suena eso?

Me acerco más a ellos para evitar un enfrentamiento

—Es algo que no nos importa—el hombre al parecer es el encargado

—Está bien Liesel—la tomo de los hombros, aparta mis manos frustrada—solo están haciendo su trabajo.

—¡Si, claro! Su trabajo es mantener esto ordenad y el nuestro solo es inventariar.

—Nos salió brava la niña—le lanza un beso y relame sus labioso es algo asqueroso—yo puedo ordenarte eso que llevas entre las piernas, si lo deseas cariño—y veo como en cámara lenta, su semblante se endurece.

Pasa tan rápido que no lo veo venir, veo pasar volando una caja rectangular que choca contra la cara del tipo que cae a bruces al suelo desmayado.

—¡Acomoda esto imbécil! —el resto de hombres cinco en total, se acercan para ayudarlo mientras me llevo a Liesel, lejos de ahí, la tomo de la mano y jalo con premura.

—¿Qué te pasa? ¿Eres loca o qué? —nos escondemos en los estantes del fondo.

—Se lo merecía y tu ¿qué? Que clase de hombre deja que hablen de esa marera a una mujer

—Ni siquiera me diste oportunidad de defenderte—reviso si no nos están buscando, llevo tiempo aquí, se bien quienes son y de lo que son capaces.

—Voy a poner una queja—dice intento salir del escondite, la detengo de la muñeca y con fuerza intenta zafarse, el vuelto a tomar, recostando su cuerpo contra la pared.

—Nadie te hará caso, se por qué te lo digo. —susurro, manteniéndola contra la pared.

—No es por nada, pero hueles horrible—hace una mueca de asco que me molesta.

—¿Nunca cierras la boca? tu no hueles a jazmines que digamos—la suelto y ella se queda calmada al fin.

—¿Y ahora qué hacemos?, no podemos quedarnos aquí todo el tiempo. Tengo calor—desliza su cuerpo hacia el piso, haciendo un puchero como niña malcriada—tengo hambre—hace una pataleta, miro le reloj y nos hemos pasado de la hora del almuerzo.

—¿Tienes tres años?, compórtate como la adulta que eres.

—Me convierto en un monstruo cuando tengo hambre.

—Y cuando te ofenden…

—¡Y cuando respiras! —continua, entre más habla más me frustra.

—Salgamos, seguro están en la enfermería con su jefe y en recursos humanos escribiendo un reporte del incidente.

—¡Claro que no! —caminamos y efectivamente no hay nadie mas que nosotros—levantan un reporte contra mi y yo levanto uno por acoso ¡listo!, felices todos—informa con toda seguridad.

—Es hora de irnos mañana esto estará más arreglado.

—¿Cómo puedes estar seguro de ello?

—Créeme, lo estará.

Por qué a Manfrid, le encanta fastidiarme, cuando su abuelo autoriza que deben cambiarme de puesto él hace lo imposible para ponerme las cosas difíciles, cuando se dio cuenta que trabajaría como jardinero, ordenó que nadie limpiara o les diera mantenimiento a las áreas verdes.

Entre en una completa selva llena de hiervas malas en los rosales sin podar. Estuve ahí tres meses, y luego empecé como car parking, otra prueba, lo que mi estimado gerente general no sabe es que todo lo que hace me motiva mas por que al parecer se siente amenazado por mí.

El ascensor está listo para nosotros y subimos a nuestro piso, las caras de todo se desencajan cuando nos miran hechos un desastre.

—¡No preguntes! —advierto a Karen cuando veo que abre la boca.

—No lo haré, sin embargo—me sigue hasta mi lugar—tienen cara de no haber comido

—¡Ay! Me duele todo mi escultural cuerpo—se queja Liesel—como cuando coges toda la noche, pero sin coger.

Niego por lo ordinaria que suena—necesito estar limpio.

Entro al baño y me lavo la cara y las manos, tomo tollas para secarme y salgo, Liesel sigue sentada en su lugar con la frente pegada al escritorio.

Coloco los audífonos para trabajar y terminar los pendientes, perdimos mucho tiempo en esa m*****a bodega.

—¡A comer! —anuncia Karen, mientras entra en sala de conferencia con dos personas que llevan sosteniendo una bandeja cada uno—les hablo a ustedes, maniáticos del trabajo.

Muevo a Liesel, para que despierte, la muy descarada esa durmiendo.

—¡Déjame en paz! —se remueve y se acomoda para seguir recostada.

—La comida está servida—se levanta como un resorte, busca por todos lados—en la sala de conferencias, boba.

Me sigue el paso dando saltitos de felicidad.

—¡Uh! Que rico huele, gracias Karen—es un completo fastidio, como puede actuar así, es muy inmadura.

Toma un bocado y hace un ridículo baile demostrando satisfacción. No dejo de verla, es extraño.

¿Cómo alguien puede ponerse tan feliz por comida?

—¡Postre!—aplaude eufórica— nada como un helado de vainilla y frutilla—toma en pequeño envase y devora el contenido, sigo mirándola como si se tratara de un raro experimento—¿Qué miras? ¿Te debo algo o qué?

—¡Al menos cierra la boca para hablar! —arrugo el entrecejo

—¡Esta rico!

—Me voy a trabajar esto es asqueroso…

—¡Adiós vaquero! —se burla

Salgo de la oficina y cinco minutos después me llama el señor todopoderoso a su oficina al terminar mis labores.

Y ahora que desea el majestuoso e inalcanzable Manfrid Fisher.

Termino de trabajar y cuando todos se van, subo las escaleras hacia el piso del gerente general.

Entro sin siquiera tocar y se vuele de inmediato al escuchar que cierro de manera estruendosa. la puerta.

—Deberías de tocar antes, podrías estar con alguien aquí dentro.

—¿Te refieres a tu secretaria? No te preocupes la vi salir antes…además son los viernes los días en los que te la coges aquí dentro. Pobre chica, ni siquiera es digna de un motel—me burlo mientras me siento en la silla frente a su escritorio.

—No te dije que sentaras—dice entre dientes, molesto siempre que me mira enfurece porque no soy un lame botas mucho menos bajaré la cabeza.

—Me aburres Manfrid, dime que deseas para poder ignorar tus ordenes e irme a casa, estoy hecho un asaco gracias a ti y tu genial idea de desordenar la bodega solo para fastidiarme.

—El abuelo quiere que llegues a cenar mañana, es el cumpleaños de Dagna, y dejo muy claro que no piensa celebrar nada si no estas presente.

—Lo de Dagna ya lo sabia es obvio, tengo su regalo desde hace meses. Pero es algo raro que te hayas tomado la molestia de darme la información.

—Lo que quiero es que la llames y la convenzas de celebrar sin ti.

—¿Eso es todo? ¿Me estas pidiendo que le diga a mi única sobrina que no la voy a acompañar por que tú, su padre, no desea tenerme ahí? Si, claro—respondo con ironía—en tus sueños querido hermanito—doy la vuelta y lo dejo consumiéndose en su propio veneno.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo