Lenis pensaba que no podía impresionarse más. La forma cómo los jefes planificaban su tiempo y su vida, y a la vez, cómo lograban planificar el de los demás, la manera cómo manejaban la vida de otros, era algo que siempre enmudecería a Lenis Evans, además de mostrar rechazo ante un control absoluto; algo de lo que ella siempre huía.Cuando llegaron a su destino, Lenis no despegó sus ojos sobre todo lo que les rodeaba.Turquía era impresionante, pero sus costas podrían ser tan invaluables como la vida misma: pensamientos de una mujer que no solo llegaba a un nuevo lugar, sino de la mano de un hombre que la quería, quien le había pedido que se casaran, escapando de un peligro inminente del cual ella había salido —milagrosamente— a salvo, con un personal que consistía en un chofer quien manejaba un automóvil de lujo color plata y que los llevaba a una hora de camino (tal vez un poco más, según pudo calcular) a una casa no muy grande, pero preciosa, de paredes blancas, techo de tejas colo
Sábado. Carla estuvo al pendiente del grupo de chat de su trabajo, para dar con el paradero de su jefe. Sabía que eventualmente, alguien diría algo personal sobre Maximiliano Bastidas. Ella quería asegurar bien si El Gran Jefe estaba en su casa, o que tal vez tuviese una oficina alterna dónde seguir trabajando. Logró dar con el dato: su casa, y esa fue la ruta que tomó a partir de las 08:00 AM, sin importarle su insomnio, imaginando que no sería tan temprano para alguien como él y que la podría atender sin problemas. Y esperando también que la recibiera en su espacio privado. Carla se cuidó mucho de salir y dejarse ver lo más relajada posible, pero no se iría con la ropa del mercado. Optó por vestirse como si fuese a trabajar. Si alguien le preguntaba (nadie le preguntaba nada), eso era lo que ella diría: que en la oficina la solicitaban, a pesar de ser fin de semana.El bus la dejó en la parada, la cual estaba bastante alejada de la casa del señor Bastidas, puesto que la urbaniz
Durante lo que para ella pareció un buen rato, Carla olvidó qué hacía allí. Solo por minutos, porque aún seguía en alerta total por la posibilidad de que el señor Bastidas no le creyera, o peor, que la despidiera por haberse atrevido a ir hasta allí. Se había metido en un terreno totalmente privado, eso ya estaba definido en su cabeza. Aún más, luego de ver al Gran Jefe sin camisa. La mujer de cabello negro, el cual llevaba esa mañana lacio y suelto, jamás esperó ver lo que vio. Sí, ella y muchas mujeres del consorcio estaban claras que el dueño de la empresa era un hombre muy guapo. Y se solían regar rumores de pasillos de sus escarseos amorosos. En alguna ocasión, durante su tiempo trabajando allá, escuchó un par de chismes sobre él y alguna dama perteneciente a la nómina, enredados, siendo vistos en equis circunstancias o en equis escenarios. Ella no podía comprobar algo así, porque jamás había visto algo parecido.Por el contrario, para Carla, Maximiliano era un hombre muy res
Logísticamente, el equipo de seguridad de Peter Embert lideró la conferencia entre todos los jefes.Él, junto a J.T y Maximiliano, se conectaron dentro de La Nave, específicamente en el salón principal, el cual estaba siempre repleto de tecnología y donde el color negro y gris lideraba.Lenis y George, en Turquía, se acomodaron en la sala de la casa del abogado, lugar que enfrentaba las puertas de vidrio con vista a la pileta y al mar. Miller había cerrado todo, puertas delanteras, traseras y alternas, ya que la noche se había puesto un poco fría, por lo que la calefacción les reconfortaba en ese momento.Con un suéter Cachemira color rosado claro cuello de tortuga, mangas que cubrían parte de sus manos, un pantalón leggins color negro un poco holgado en las botas, medias del mismo color del suérter y de tela gruesa, junto a un moño tipo cebolla en el tope de su cabeza, Lenis se había sentado en el sillón de tres piezas, cruzado las piernas y armada con una buena taza de café para cale
—¿Cómo dice ella que se llama el vecino? —interrumpió la secretaria—. ¿Qué cuenta sobre él?Maximiliano bufó bastante aire.—Que se mudó hace varios años allí, que es un amante de la jardinería —volvió a restregar sus párpados con los dedos—, que parece ser muy amable, pero es muy misterioso y no sabe nada de su vida. Nunca ha entrado en su casa y solo un día antes de ir a la mía para contarme todo esto, él le pidió por primera vez un favor: que le comprara algo en el bazar del sector; nimiedades, comida… Le entregó efectivo y se lo dio en un sobre manila, por lo que presuminos no maneja cuentas bancarias…—Porque no puede —completó Lenis con un nudo en su garganta y comenzando a sentir una presión en su pecho. George la miró porque la conocía, ella se estaba conteniendo y bien que entendía lo poco que le gustaba llorar delante de la gente.—¿Te lo describió? —preguntó el abogado.—Sí. Y no solo a mí. Peter envió a mi casa a uno de sus dibujantes y ella le dio todos los datos. —Recurr
La vans del equipo de agentes y la camioneta de Peter, ambos vehículos de color negro, como la noche, fueron estacionados sigilosamente en diagonal a la casa de Carmen Díaz.Madrugada del domingo y Peter ya poseía en sus manos una orden de allanamiento que su amigo y abogado personal George J. Miller logró conseguir después de ocuparse de su mujer y de acompañarla mientras ella atravesaba por un triste momento de su vida. Si de mover hilos jurídicos se trataba, George era el ideal para trabajos de ese estilo, razón por la cual le permitía moverse como pez en el agua en el mundo judicial. Lo mejor de conseguir las órdenes que el quipo de Peter Embert utilizaría, era que el cambio de horario no era un problema para el abogado. Durante la reunión por vídeo llamada, para Miller y Lenis era de noche, mientras que para Max, J.T y Peter aún era de tarde, lo que suponía que ya en Turquía, mientras el rubio agente tomaba el toro por los cuernos, la casa de la playa ya se encontraba con vida. U
Carla corrió. Aún llevaba puesto el albornoz blanco y no podía recibir a su jefe en esas fachas. Saltó al tocador, donde se vistió con un jean justo al cuerpo de color azul rey, se calzó unas botas de corte bajo de cuero negro, se soltó el cabello extra liso, pero antes, se lavó la boca, pasó una toalla húmeda por su cara y se colocó algo de base, iluminador, creyón negro en sus ojos y un labial color rosa palo mitad mate, mitad brillo. Combinó todo con un suéter pegado al cuerpo color blanco de botones al frente y de tela gruesa, prenda que quedaba justo pegada a la pretina de su pantalón. La puerta sonó con un toque y Carla se aproximó a la puerta, no sin antes corroborar su aspecto en el gran espejo del baño. Con la mano en el picaporte, dejó salir una ráfaga de aire de manera silenciosa. Estaba nerviosa, esa visita estaba sacándola de su zona de confort, no entendía muy bien qué le pasaba. Al abrir, ella pudo sentir cómo si una ráfaga de aire la golpeara con ímpetu, en su espa
La mañana del lunes amaneció inusualmente fresca en la hermosa playa privada de George J. Miller, por lo que tanto él como Lenis, después del desayuno y la aplicación del tratamiento y terapia de la pierna, planificaron pasar un rato sobre la arena, intentar nadar en las tranquilas aguas claras de aquella parte de la enorme bahía, sobre todo, hacerlo ella sin la malla protectora. Una amplia sombrilla, una gran toalla sobre la tierra, el mar azul, olas calmadas, silencio… Alguna que otra ave haciendo eco, pero George y Lenis (ella entre las piernas de él) se dedicaban a mirar ambos el horizonte, mientras él la abrazaba con su espalda recostada contra una especie de puff que transladaron hasta allí para más comodidad. La secretaria acariciaba las piernas del abogado, lentamente; piernas entrelazadas con las de ellas, con delicadeza para no herir ni molestar (aunque su recuperación iba viento en popa). Piernas gruesas las de él, haciendo contraste con las preciosas extremidades de ella.