—¿Cómo dice ella que se llama el vecino? —interrumpió la secretaria—. ¿Qué cuenta sobre él?Maximiliano bufó bastante aire.—Que se mudó hace varios años allí, que es un amante de la jardinería —volvió a restregar sus párpados con los dedos—, que parece ser muy amable, pero es muy misterioso y no sabe nada de su vida. Nunca ha entrado en su casa y solo un día antes de ir a la mía para contarme todo esto, él le pidió por primera vez un favor: que le comprara algo en el bazar del sector; nimiedades, comida… Le entregó efectivo y se lo dio en un sobre manila, por lo que presuminos no maneja cuentas bancarias…—Porque no puede —completó Lenis con un nudo en su garganta y comenzando a sentir una presión en su pecho. George la miró porque la conocía, ella se estaba conteniendo y bien que entendía lo poco que le gustaba llorar delante de la gente.—¿Te lo describió? —preguntó el abogado.—Sí. Y no solo a mí. Peter envió a mi casa a uno de sus dibujantes y ella le dio todos los datos. —Recurr
La vans del equipo de agentes y la camioneta de Peter, ambos vehículos de color negro, como la noche, fueron estacionados sigilosamente en diagonal a la casa de Carmen Díaz.Madrugada del domingo y Peter ya poseía en sus manos una orden de allanamiento que su amigo y abogado personal George J. Miller logró conseguir después de ocuparse de su mujer y de acompañarla mientras ella atravesaba por un triste momento de su vida. Si de mover hilos jurídicos se trataba, George era el ideal para trabajos de ese estilo, razón por la cual le permitía moverse como pez en el agua en el mundo judicial. Lo mejor de conseguir las órdenes que el quipo de Peter Embert utilizaría, era que el cambio de horario no era un problema para el abogado. Durante la reunión por vídeo llamada, para Miller y Lenis era de noche, mientras que para Max, J.T y Peter aún era de tarde, lo que suponía que ya en Turquía, mientras el rubio agente tomaba el toro por los cuernos, la casa de la playa ya se encontraba con vida. U
Carla corrió. Aún llevaba puesto el albornoz blanco y no podía recibir a su jefe en esas fachas. Saltó al tocador, donde se vistió con un jean justo al cuerpo de color azul rey, se calzó unas botas de corte bajo de cuero negro, se soltó el cabello extra liso, pero antes, se lavó la boca, pasó una toalla húmeda por su cara y se colocó algo de base, iluminador, creyón negro en sus ojos y un labial color rosa palo mitad mate, mitad brillo. Combinó todo con un suéter pegado al cuerpo color blanco de botones al frente y de tela gruesa, prenda que quedaba justo pegada a la pretina de su pantalón. La puerta sonó con un toque y Carla se aproximó a la puerta, no sin antes corroborar su aspecto en el gran espejo del baño. Con la mano en el picaporte, dejó salir una ráfaga de aire de manera silenciosa. Estaba nerviosa, esa visita estaba sacándola de su zona de confort, no entendía muy bien qué le pasaba. Al abrir, ella pudo sentir cómo si una ráfaga de aire la golpeara con ímpetu, en su espa
La mañana del lunes amaneció inusualmente fresca en la hermosa playa privada de George J. Miller, por lo que tanto él como Lenis, después del desayuno y la aplicación del tratamiento y terapia de la pierna, planificaron pasar un rato sobre la arena, intentar nadar en las tranquilas aguas claras de aquella parte de la enorme bahía, sobre todo, hacerlo ella sin la malla protectora. Una amplia sombrilla, una gran toalla sobre la tierra, el mar azul, olas calmadas, silencio… Alguna que otra ave haciendo eco, pero George y Lenis (ella entre las piernas de él) se dedicaban a mirar ambos el horizonte, mientras él la abrazaba con su espalda recostada contra una especie de puff que transladaron hasta allí para más comodidad. La secretaria acariciaba las piernas del abogado, lentamente; piernas entrelazadas con las de ellas, con delicadeza para no herir ni molestar (aunque su recuperación iba viento en popa). Piernas gruesas las de él, haciendo contraste con las preciosas extremidades de ella.
George carraspeó con la garganta para erradicar un poco sus ganas de llorar, sintiendo un poco de vergüenza por ese sentimiento. No era la primera vez que se dejaba ver así delante de ella, pero no le gustaba, le hacía sentir débil, sobre todo entendiendo que en esos momentos debía ser todo lo fuerte que pudiese. Para él, para ella, para todos. Se separó de Lenis un momento y entrelazó su mano con la de ella, la misma que cargaba el anillo. Luego, acercó ambas palmas a su pecho. —No he sido un hombre casto, Lenis. —Con el pulgar, acarició su delicada mano—. Las mujeres han pasado por mi vida como una marea al viento, tengo que reconocerlo y no pretenderé ocultarlo. Siempre… Siempre pensé que todo era fácil, a excepción de…, ya sabes, mi padrastro. —Ella asintió, mirando al suelo—. La vida me era llana, un poco vacía, pero no lo noté de ese modo hasta que te conocí. —Él se acomodó mejor, soltándola un momento para lograrlo. Ella siguió escuchando con atención—. Cuando te vi por prime
George sonrió, incrédulo. Peter, con sus manos tras la espalda, estando de pie del otro lado del vidrio, elevó las cejas ante las palabras de la mujer. Y Maximiliano, que lo acompañaba, sentado en una silla de oficina alta, vestido con ropas relajadas y deportivas, como jean, zapatos de goma y un sueter negro cuello en V, con un brazo sobre el espaldar de la silla, un pie sobre el suelo y otro montado en una de las barras, exhaló un par de risotadas a un decibel sonoro muy bajo, como para sí mismo. Ninguno de los jefes podía creer lo que la señora Carmen Díaz estaba declarando con tanto descaro.—Carmen, te recomiendo que dejes de tomarte esto como un juego. Nos diste una dirección y no por un antiguo conocimiento, sino porque sabías que tu sobrina estaba en ese lugar junto a Jefferson Smith, aprovechando el engaño para hacer un trato con nosotros. También sabías que Turgut era dueño de esa hacienda, que el ex asesor del gobernador hacía negocios con él y que uno de esos negocios se t
Lenis salió de la ducha en la tarde del martes. Ya podía darse un baño sin el protector de la pierna, la herida sanaba veloz.Con una toalla en la cabeza y otra alrededor de su cuerpo, entró a la habitación y se dirigió hacia el armario, para quedarse casi literalmente congelada delante de las puertas abiertas y de madera pintada de blanco.El armario estaba vacío, a excepción de un solo gancho, el cual tenía colgado una prenda misteriosa.Lenis miró alrededor de la habitación, sin moverse, extrañadísima por no encontrar nada. No quiso armar revuelo de inmediato y tampoco salir corriendo a preguntare a George el por qué de todo aquello, sin antes ella misma revisar bien la recámara.Las gavetas contaban la misma historia: nada de ropa, a excepción de una caja blanca con un lazo negro, dorado y plateado encima.Lenis alzó las cejas y se quedó mirando aquel regalo.Sus labios se separaron, frunció el ceño y miró hacia la puerta principal, como si con eso lograra ver a George desde allí;
Donald Smith llevaba puesto su braga gris y zapatos de goma blancos al momento de ingresar a la cárcel para políticos.Jefferson, su tío, a pesar de ya no tener poder ni incidencias de ningún tipo ni en política ni en negocios, logró una gran hazaña: que su familiar le acompañara dentro de aquel recinto penitenciario donde ambos pasarían una buena temporada de sus vidas.No fue fácil, pero Andam Coney consiguió desligarse de ser el abogado de Smith, y para no meterse en más problemas con “ese tipo de personas”, como él mismo le había dicho una vez a George J. Miller, dejó que otro colega representara los intereses de el ex asesor, por lo que éste nuevo abogado logró el traslado, moviendo hilos fuertes, amarras gruesas, que le otorgaban a Donald un cargo político de menor escala, el mismo que le permitió la osadía de ser trasladado a una cárcel distinta a la que le correspondía.Dentro de la correccional, Donald y Jefferson se dieron un gran abrazo. El rubio se disculpó con su sobrino