Donald Smith llevaba puesto su braga gris y zapatos de goma blancos al momento de ingresar a la cárcel para políticos.Jefferson, su tío, a pesar de ya no tener poder ni incidencias de ningún tipo ni en política ni en negocios, logró una gran hazaña: que su familiar le acompañara dentro de aquel recinto penitenciario donde ambos pasarían una buena temporada de sus vidas.No fue fácil, pero Andam Coney consiguió desligarse de ser el abogado de Smith, y para no meterse en más problemas con “ese tipo de personas”, como él mismo le había dicho una vez a George J. Miller, dejó que otro colega representara los intereses de el ex asesor, por lo que éste nuevo abogado logró el traslado, moviendo hilos fuertes, amarras gruesas, que le otorgaban a Donald un cargo político de menor escala, el mismo que le permitió la osadía de ser trasladado a una cárcel distinta a la que le correspondía.Dentro de la correccional, Donald y Jefferson se dieron un gran abrazo. El rubio se disculpó con su sobrino
George, después de escuchar aquellas palabras, tomó la mano de Lenis y besó su dorso.Agradeciendo al frío por haberlos hecho meterse en casa, los novios, ahora completamente solos, contemplaban la torrencial lluvia que caía una hora después de la cena y el brindis, permanenciendo de pie frente a las puertas de vidrio.George la abrazaba desde atrás, Lenis acariciaba aquellos fuertes brazos que la sostenían.Se escuchaban las gotas caer, sobre todo encima de la tela protectora que unos hombres de seguridad (los mismos que pernoctaban en la casa del frente y vigilaban la calle) habían ayudado a colocar sobre la alberca.Lenis entrelazó los dedos de sus manos con la izquierda de George y miró su anillo. El abogado y ella compartían el diseño: un anillo de oro liso para cada quien, con la diferencia de ella llevar el de compromiso en la derecha y el de casada en la izquierda.Caricias, besos castos, respiros de pieles y suspiros, Lenis no dejó de contemplar la lluvia.—Ahora que estamos
—¡La guantera! —gritó George, maniobrando con el vehículo—. ¡Saca el arma!Lenis, en medio del estupor en el que se encontraban, con movimientos desordenados y dificultosos, abrió el compartimiento mencionado, encontrándose con una pistola anclada en la parte superior del mismo.—¡Empújala hacia arriba y atráela hacia tu cuerpo!—¡George, por Dios! ¡Ahhh!Cuatro motorizados los rodeaban en plena autopista y no paraban de amedrentar el vehículo con una variedad de objetos pesados, lo que George suponía eran bates, palos o bastones de golf.El abogado apretó el acelerador y en medio del estallido de vidrios y del resto de la carrocería, más el asecho, intentaba maniobrar el carro, mirando el retrovisor central, intentando procesar que minutos atrás habían dejado la camioneta de seguridad que los seguía, viéndola chocar y volcarse estrepitosamente.—¡Peter! ¡Maldición! —Golpeó el volante cuando se dio cuenta que había tumbado el celular.Lenis gritaba, al igual que Pilar. No dejaban de m
Peter atravesó —a toda prisa— el área de asensores frente al apartamento de George.Tocó el timbre, también la puerta…, lo hizo varias veces hasta que la madera se movió, mostrando a una Pilar curiosa y cansada.Peter respiraba acelerado por la carrera, pero al verla, su aliento se esfumó.La tomó de la mano, la sacó del apartamento, la llevó hasta una pared y la besó.La enfermera se rindió ante aquel arrebato, teniendo Peter que sostenerla en el abrazo, sintiendo cómo las manos de ella acariciaban su nuca y se aferraban a su cabello rubio.Pilar sollozó y gimió, apretando y dejándose apretar por ese hombre que experimentó un enorme alivio al verla de pie bajo aquel umbral.Separó sus bocas y la miró a los ojos. El verde de ella parecía haberse cristalizado, mientras que los ojos negros de él parecían marrones claros, oscuros y claros, cambiaban, porque su ánimo parecía columpiarse entre una frontera que establecía calma y hartazgo, una a cada lado.Revisó su rostro, detalló otras pa
La música atronadora del club nocturno en el que entraba la agente Jaya Takur, atravesaba puertas, paredes y techos.J.T no tuvo problemas para entrar. Quien estuviese encagado de la puerta, la conocía y no se atrevería a decirle que no; ni siquiera a pensar impedir su paso al interior de aquel antro.Era una noche para usar chaquetas, pero ella prefirió no colocársela. En cambio, usó sus eternos jeans pegados a su atlética figura, junto a sus botas negras de cordones al frente, dejando visible una blusa blanca pegada al cuerpo, la misma que había estado usando en La Nave durante su jornada laboral.Se detuvo cerca de la tarima redonda, en medio de aquella disco.Nadie bailaba, pero el lugar se mantenía oscuro, con luces de colores, dominando las amarillas, las cuales se movían por doquier al ritmo de las tonadas que retumbaban sobre la extraña decoración del sitio.Los ojos gatunos y entrecerrados de Jaya agudizaron su sentido, observando cada rincón del sitio, hasta divisar bien y d
—Debes tener algo genial bajo tu manga para lograr traernos aquí a pesar del peligro al que nos enfrentamos. Peter se giró de súbito al escuchar la exclamación de Lenis, viéndola alterada y con evidente molestia.—Es imposible que supiera que les recibirían de esa forma… —¡Casi nos matan! —gritó ella, interrumpiendo sus palabras. El viento removía su cabello castaño gracias a la gélida brisa que se aremolinaba en la terraza del apartamento, lugar donde Lenis salió para enfrentar a Peter, quien no se había retirado del edificio, a pesar de ya haber caído la noche. —Lenis, lo mejor es que te calmes. —Él gesticuló con las manos, hablándole entre dientes—. No lograrás nada desquitándote conmigo, así que tranquila. Si quieres hablar, por supuesto que lo haremos, pero gritando no lograrás nada conmigo, te lo advierto. —¿Cómo es posible que nos estuviesen esperando, Peter? ¡Por Dios! ¿Qué es esto, Peter, qué es esto? ¿Qué está pasando? ¿Tengo que empezar a desconfiar de todo aquel que m
Al cabo de media hora, ya la secretaria iba rumbo al hospital donde se encontraba su guardaespaldas curándose de la explosión de la que resultó gravemente herido. Peter, Max y George se reunieron en la sala con el celular del agente en altavoz con una llamada abierta y J.T al otro lado de la línea, quien procedió a explicarles lo mismo que comentó a su jefe antes de ellos entrar al apartamento. —La casa del supuesto Fernando Azuaje estaba repleta de documentos, los cuales se mantenían guardados dentro de una caja fuerte. El único documento fuera de ella resultó ser el título de propiedad de esa misma casa, que aparentemente el propio Azuaje nos dejó, entregando a Carmen a la justicia…, como ya saben.Los tres jefes permanecían en silencio, escuchando atentamente.—Cuando logramos abrir la caja fuerte —continuó J.T—, entre los documentos y carpetas, se encontraba la propiedad de un casillero privado y su dirección, la cual nos ubicó en las oficinas aduaneras de la estación de trén, al
George salió de la habitación, Lenis aún dormía plácidamente.Tomó su abrigo, cubrió con él su pijama de suéter manga larga y pantalón de algodón, se calzó unos zapatos deportivos y salió a la terraza para contemplar el paisaje.Llevó su teléfono celular. Cruzó a la izquierda, subió el escalón de tarima y se acercó a la balaustrada de bloques rojos que lo cercaba todo, respirando profundo ese aire frío de noviembre.Mientras tanto, Max veía, desde una camioneta negra, el desarrollo del operativo. Rogaba al cielo que no fuese exitoso.En La Nave se presionaba a Carmen para que hablara, se coordinó una visita a Jefferson y a su sobrino, Donald, con una nueva orden de la jueza para que fuesen de nuevo interrogados en compañía de su nuevo abogado, quien, antes del operativo de búsqueda, recibió el aviso.Cindy D’Vigo logró, con sus abogados, conseguir casa por cárcel y se esperaba su juicio. Los litigantes buscaban que el tiempo detenida fuese su propia condena ya cumplida. Cindy era cómp