“Un jardín no es jardín si no tiene una persona que lo quiera”. Esas palabras eran las que el señor Fernando siempre decía, sobre todo cuando algún vecino se acercaba a saludarlo. Carla vivía al lado del viejo de barba poblada y blanca. Ella solía decirse a sí misma que si algún día Dios le permitía entrar al paraíso terrenal, se encontraría en las puertas al señor Fernando Antúnez, el latino más extraño y solitario que jamás había conocido, pero así de solitario, solidario, amable y excelente persona. Carla tenía treinta y nueve años de edad, muy pronto cumpliría sus cuarenta y desde hace algunos años vivía sin ninguna compañía, con un par de gatos, en una casa que a veces se le hacía demasiado grande. Tenía el pelo negro azabache y muy lacio, ojos iguales de negros, piel blanca como la porcelana y sus rasgos eran asiáticos, llevando una mezcla del norte de Inglaterra, la cual le había heredado el cuerpo esbelto y la estatura que poseía: madre japonesa y padre inglés, la forma de s
A través de un vidrio incrustado en una pared, Lenis podía observar a T.C yacer encima de una camilla, cubierto por aparatos, boca abajo, siendo tratado por quemaduras de gravedad. Él había despertado, pero la sedación era constante, gracias al ardor y el dolor de sus heridas. Los doctores felicitaban su fortaleza y aguante, asegurando que eso lo ayudaría a sanar rápidamente. Ese miércoles, tres días después del atentado en contra suya, los médicos le habían dado de alta, a pesar de su herida en la pierna. El tobillo de la otra nunca supuso un problema mayor.Ella no se había retirado del recinto, no quiso hacerlo de inmediato y eso tenía a George de los nervios, ya que afuera del hospital pernoctaba un grupo de periodistas que esperaban el momento justo para atrapar noticias sobre la secretaria del CEO de la corporación, aún más, luego del programa de televisión que fue emitido la noche anterior por un canal nacional, donde detallaban más de lo debido, según pensaba ella, también,
—¡Abogado! ¡Abogado! ¿Desde cuándo está saliendo con la secretaria de Bastidas? ¡Abogado! —eran algunas de las preguntas que lanzaban, como dardos, los periodistas afuera del hospital. La seguridad de Peter ya había hecho un cordón de acero y con ello, el abogado George J. Miller y la secretaria Lenis Evans lograron salir del recinto médico y encerrarse en la camioneta del propio Peter Embert. Lenis extrañó como nunca la ayuda de T.C, lamentándose nuevamente todo lo ocurrido, pero uno de los lamentos más grandes era ser parte del ojo público, algo que no le gustaba y jamás pensó que aquello le sucedería. Peter arrancó luego que el cordón de seguridad se montó en su propio transporte. Lo hizo a una velocidad moderada, pero no se detuvo, ni siquiera en el par de semáforos en rojo que se encontró; él quiso evitar cualquier medio perseguidor. George abrazaba a Lenis. Se había preocupado muchísimo, ya que tuvo que ayudarla un poco gracias a la pierna derecha vendada. La vio removerse e
Lenis pensaba que no podía impresionarse más. La forma cómo los jefes planificaban su tiempo y su vida, y a la vez, cómo lograban planificar el de los demás, la manera cómo manejaban la vida de otros, era algo que siempre enmudecería a Lenis Evans, además de mostrar rechazo ante un control absoluto; algo de lo que ella siempre huía.Cuando llegaron a su destino, Lenis no despegó sus ojos sobre todo lo que les rodeaba.Turquía era impresionante, pero sus costas podrían ser tan invaluables como la vida misma: pensamientos de una mujer que no solo llegaba a un nuevo lugar, sino de la mano de un hombre que la quería, quien le había pedido que se casaran, escapando de un peligro inminente del cual ella había salido —milagrosamente— a salvo, con un personal que consistía en un chofer quien manejaba un automóvil de lujo color plata y que los llevaba a una hora de camino (tal vez un poco más, según pudo calcular) a una casa no muy grande, pero preciosa, de paredes blancas, techo de tejas colo
Sábado. Carla estuvo al pendiente del grupo de chat de su trabajo, para dar con el paradero de su jefe. Sabía que eventualmente, alguien diría algo personal sobre Maximiliano Bastidas. Ella quería asegurar bien si El Gran Jefe estaba en su casa, o que tal vez tuviese una oficina alterna dónde seguir trabajando. Logró dar con el dato: su casa, y esa fue la ruta que tomó a partir de las 08:00 AM, sin importarle su insomnio, imaginando que no sería tan temprano para alguien como él y que la podría atender sin problemas. Y esperando también que la recibiera en su espacio privado. Carla se cuidó mucho de salir y dejarse ver lo más relajada posible, pero no se iría con la ropa del mercado. Optó por vestirse como si fuese a trabajar. Si alguien le preguntaba (nadie le preguntaba nada), eso era lo que ella diría: que en la oficina la solicitaban, a pesar de ser fin de semana.El bus la dejó en la parada, la cual estaba bastante alejada de la casa del señor Bastidas, puesto que la urbaniz
Durante lo que para ella pareció un buen rato, Carla olvidó qué hacía allí. Solo por minutos, porque aún seguía en alerta total por la posibilidad de que el señor Bastidas no le creyera, o peor, que la despidiera por haberse atrevido a ir hasta allí. Se había metido en un terreno totalmente privado, eso ya estaba definido en su cabeza. Aún más, luego de ver al Gran Jefe sin camisa. La mujer de cabello negro, el cual llevaba esa mañana lacio y suelto, jamás esperó ver lo que vio. Sí, ella y muchas mujeres del consorcio estaban claras que el dueño de la empresa era un hombre muy guapo. Y se solían regar rumores de pasillos de sus escarseos amorosos. En alguna ocasión, durante su tiempo trabajando allá, escuchó un par de chismes sobre él y alguna dama perteneciente a la nómina, enredados, siendo vistos en equis circunstancias o en equis escenarios. Ella no podía comprobar algo así, porque jamás había visto algo parecido.Por el contrario, para Carla, Maximiliano era un hombre muy res
Logísticamente, el equipo de seguridad de Peter Embert lideró la conferencia entre todos los jefes.Él, junto a J.T y Maximiliano, se conectaron dentro de La Nave, específicamente en el salón principal, el cual estaba siempre repleto de tecnología y donde el color negro y gris lideraba.Lenis y George, en Turquía, se acomodaron en la sala de la casa del abogado, lugar que enfrentaba las puertas de vidrio con vista a la pileta y al mar. Miller había cerrado todo, puertas delanteras, traseras y alternas, ya que la noche se había puesto un poco fría, por lo que la calefacción les reconfortaba en ese momento.Con un suéter Cachemira color rosado claro cuello de tortuga, mangas que cubrían parte de sus manos, un pantalón leggins color negro un poco holgado en las botas, medias del mismo color del suérter y de tela gruesa, junto a un moño tipo cebolla en el tope de su cabeza, Lenis se había sentado en el sillón de tres piezas, cruzado las piernas y armada con una buena taza de café para cale
—¿Cómo dice ella que se llama el vecino? —interrumpió la secretaria—. ¿Qué cuenta sobre él?Maximiliano bufó bastante aire.—Que se mudó hace varios años allí, que es un amante de la jardinería —volvió a restregar sus párpados con los dedos—, que parece ser muy amable, pero es muy misterioso y no sabe nada de su vida. Nunca ha entrado en su casa y solo un día antes de ir a la mía para contarme todo esto, él le pidió por primera vez un favor: que le comprara algo en el bazar del sector; nimiedades, comida… Le entregó efectivo y se lo dio en un sobre manila, por lo que presuminos no maneja cuentas bancarias…—Porque no puede —completó Lenis con un nudo en su garganta y comenzando a sentir una presión en su pecho. George la miró porque la conocía, ella se estaba conteniendo y bien que entendía lo poco que le gustaba llorar delante de la gente.—¿Te lo describió? —preguntó el abogado.—Sí. Y no solo a mí. Peter envió a mi casa a uno de sus dibujantes y ella le dio todos los datos. —Recurr