—Buenas tardes —saludó Lenis a la mujer con la que se topó en la entrada del edificio. Ambas damas compartieron una mirada entre sí, pero nada de gran importancia. Lenis saludó al recepcionista. —Señorita Evans, qué bueno verla por acá —dijo el joven vestido con uniforme marrón oscuro con el emblema del complejo en su camisa y en su sombrero. —Gracias. Espero te encuentres bien. ¿No sabes si el señor se encuentra en casa? —Sí, señorita. Llegó hace algunas horas. El señor Embert también se encuentra allí. Lenis se le quedó mirando, pero con su mente puesta rápidamente en otro lugar, en ideas y deseos que no cabían en esa recepción. —¿Ah sí? ¿Tiene mucho rato allí? —¿El señor Embert? Algunas horas, sí. —Muy bien. —¿La anuncio? —No, no hace falta. Gracias. El muchacho dudó por un momento, pero ella también era inquilina, a pesar de no haberla visto durante algunos días, por lo que le parecía ilógico avisarle al señor Miller que ella iba subiendo, si ambos vivían juntos. Lo de
Lenis, Peter y George, de pie en medio de la sala del apartamento del abogado, se quedaron mirando entre sí, pero mayormente ambos hombres la observaban, expectantes, ante lo que ella podría decirles en cualquier instante. Lenis miró a uno, luego al otro, estando en medio de los dos. —Lo que ustedes me han hecho —miró a Peter—, van a pagarlo algún día. Lo sé. Peter hizo una mueca de aburrimiento, como si se estuviese diciendo a sí mismo: “lo que faltaba”. —Mira, Lenis —intervino el agente de seguridad—. Sí, te estábamos utilizando para encontrar a nuestro padrastro, pero si escuchaste bien lo que George te contó, podrás entender las razones… —Nada de lo que me hicieron tiene justificación —lanzó en interrupción, girándose para verle mejor, frente a frente. —Quizás no, pero así lo hicimos y pedimos perdón, pero parece que estás empeñada en seguir sufriendo lo que nosotros “te hicimos”, estando aún ese desgraciado de tu ex marido suelto, el imbécil de Turgut haciendo de las suyas t
Lenis encegueció a George con una sonrisa, luego que él soltara su cabello. El abogado le correspondió mostrando sus dientes como nunca, sosrpendiendo a Lenis de lo hermoso que él se veía cuando mostraba sus perfectos dientes por alegría, cuando lo hacía sinceramente, de par en par, cuando se daba a sí mismo. Aún a horcajadas sobre él, con la inmensidad de la ciudad, algo lejana, pero cubriéndolos, estrechó su boca contra la de él en un beso abrazador que hizo que las pieles de ambos se erizara. La secretaria echó sus manos tras la espalda de George, encontró el borde de la franela blanca y la subió, ayudándola él a ella también con el cometido de quitarse por completo la prenda. Y así, como un coctel bajo la luna, las telas salieron de sus cuerpos, cayendo al suelo una a una, algunas a la par de otras, hasta quedar desnudos…, hasta que el abogado, con su mirada penetrante, seria y ardiente, tomó su miembro con una mano y lo acomodó en aquel centro tan deseado por él, tan anhelante
El agente Peter Embert caminaba junto al gerente del hotel, un hombre alto delgado, con modales exquisitos, experto en el ramo de la hotelería, cabello corto y canoso y mirada perspicaz, alejándose ambos de la habitación que ocupó Jefferson Smith. Peter había aparecido con su credencial de inteligencia, algo que no muchas personas sabían sobre su biografía laboral y currículum, junto a J.T y otros tres agentes máscumpliendo acciones de protocolo, con una orden de registro que le permitiría acceder a la famosa habitación. —Muchas gracias por preferir la discreción, señor Embert —decía el gerente del hotel a un agente que le asentía a las palabras—. Estamos bastantes sorprendidos por lo que nos mostró a través de sus cámaras, su equipo de trabajo puede revisar el resto de las nuestras sin ningún problema. —Perfecto. Igualmente, gracias por mantener en silencio este tema. Aún no hemos recibido reporte de desaparición de la señorita Lugano y ya el señor Smith debe compadecer ante un j
Lenis se despertó sintiendo un cansancio que parecía irreparable. Sin embargo, en cuando abrió los ojos y enfocó la visión sin tan siquiera mover la cabeza y divisó a quién tenía al lado suyo, su cuerpo empezó a cobrar vida. Ella sonrió, mientras George la estaba contemplando. Él alzó la mano y tocó su nariz, haciendo que ella apretara los párpados y cubriera un poco su cara con la sábana, como si de repente sintiera una pena gigante. El abogado le descubrió el rostro con delicadeza. —No hagas eso, quiero verte. —Ambos se quedaron mirando. Él de lado, ella boca abajo con la cabeza ladeada—. Aún no creo que estés aquí —susurró. Lenis cerró y abrió los ojos, junto a una sonrisa, manteniéndola somnolienta. —Por alguna razón, sentía que volveríamos. Muy dentro de mí, a pesar de todo, sentía que regresaría a ti. Él tragó grueso, abosorbiendo aquellas palabras con una emoción muy profunda y novedosa. —No te creí perdida, Lenis. Quizás porque he estado seguro de nuestros sentimiento
Era la 01:00 de la mañana cuando Lenis revisaba su email institucional (el único que poseía, ya que tuvo que cerrar el suyo por recomendación de Sias), viendo algunos asuntos pendientes a realizar. Ya era viernes, tres días transcurrieron desde la audiencia. Uno de los correos electrónicos llamó su atención. Provenía de una organización benéfica y de inmediato la secretaria supo de quién se trataba. George se daba una ducha. Ambos tenían el reloj mental cambiado. Por culpa de haber dormido hasta tarde, la cena se convirtió en una vista de películas en la habitación, algo de sexo después y eventualmente, ambos se habían dedicado —casi sin planificarlo— a atender varias tareas pendientes. El abogado se instaló temprano en su despacho a trabajar en su computadora de mesa, mientras le prestó su laptop a Lenis para que revisara su bandeja de entrada. La secretaria abrió el correo y vio cómo se le desplegaba una invitación pintorezca que le hizo elevar las cejas casi hasta la línea de s
George entró y vio a Lenis arropada, acostada de lado, en posición casi fetal, dándole la espalda a la puerta. Claramente no quería enfrentarlo en el momento que él entrase. Aquello lo hizo tensarse. Fue sigiloso al entrar de lleno a su recámara y al sentarse sobre el colchón también. Estuvo tentado a dormir en la sala, o en el cuarto que había sido de Lenis cuando la llevó a ese apartamento por primera vez aquel fatídico día, pero pensó mejor las cosas: él no estaba molesto con ella, ni siquiera estaba molesto con Maximiliano por haberla besado. Cuando la frase “me besó” salió de la boca de la secretaria, de «su mujer», como él ya lo tenía definido, sintió férreas ganas de castigarse a sí mismo porque pensaba que dicho beso había sido culpa suya y de nadie más. Si él hubiese sido sincero desde un principio con ella, al menos, desde que Lenis decidió contarle todo sobre su vida con la intensión de que la defendiera ante su ex esposo, ella no hubiese terminado en la casa de Maximiliano
La mujer acarició el pecho de George, un hombro, la cara, haciendo que aquel cerrara los párpados por un momento. Entonces, tomó una mano y entrelazó sus dedos, llevándose esa mano a su pecho. —Mírame bien, George. —Él obedeció, penetrando su mirada. No hacía falta encender la luz, aquellos ojos grises podían iluminar la estancia—. Tengo algo que confesarte, pero también tengo un propósito para hacerlo. Escucha todo lo que tengo que decirte. Y no me interrumpas hasta que termine. El abogado asintió, frunciendo el ceño, con el pecho un poco apretado por la curiosidad. Ella comenzó, así, una nueva confesión: —Al comienzo de mi matrimonio, incluso, antes de casarnos Jefferson y yo, estuve convencida de estar muy enamorada de ese hombre —las cejas de George casi llegan al borde de su cabello negro—, pero cada vez que me hacía una visita, durante el corto noviazgo, muy dentro de mí siempre me sentía insegura, como si forzara sentir algo por él, pero desde el subsconciente, no sé si me