Lenis y George lucharon por levantarse temprano ese sábado, pero lo lograron gracias a darse juntos un buen baño, luego compartiendo un desayuno de campeones, besos, caricias, palabras amorosas y la promesa de que ambos pasarían el mejor de los días, además de prometerse una noche de ensueño. George le comentó algo de un viaje durante el desayuno. Al parecer, él quería llevarla a conocer una casa que tenía en la playa y que ya le tocaba ir a visitar. Ella le prometió que hablarían de eso después de la fiesta de la señora Seda. George salió del apartamento rumbo a su oficina en el bufete a las 09:00 AM. Él le informó sobre buscar unos documentos para llevarlos a su cita del almuerzo. Lenis respetaba mucho sus silencios. Si él prefería no contarle hacia dónde se dirigía luego, o con quién almorzaría, ella no insistiría en preguntar. Prefería entender que si él no le brindaba información, no era de gran importancia. Lenis tardó acomodando, de nuevo en el closet, las cosas que estaban e
—¿Estoy metida en un problema, abogado? —preguntó Seda al otro lado de la línea. George sonrió. —Negativo, señora Seda. La llamo por un asunto personal. La mujer, quien se encontraba de pie moviéndose de un lado para el otro en el salón improvisado, construido con toldos y tarima de la más fina en el jardín de su mansión a las afueras de la ciudad, vestida con un lindo atuendo veraniego color blanco con detalles floreados, pero de mangas largas y talle largo, ya que el mes y el clima fresco lo ameritaba, le hizo señas a unas personas para que continuaran ellos con la organización, mientras atendía la llamada. La dama de cabellos rojos se apartó del sitio, dirigiéndose al interior de su hogar, caminando hacia un solario cerca de las puertas que conectaban el camino hacia la futura fiesta de beneficencia. —Ok, ahora podemos hablar —informó ella, mientras se sentaba en uno de los sillones de mimbre con cojines amarillos de su solario—. Cuéntame, ¿qué pasó con mi hijo? George sonrió
Donald, el guardaespalda y mano derecha de Jefferson Smith, con su cabello rapado, gran estatura y dura mirada, observaba a Lenis desde un vehículo color negro con matrícula del estado. Colocó su teléfono celular en el tablero central del carro y tecleó su pantalla para hacer una llamada. —Dame buenas noticias —escuchó a través del speaker. —Tío, tengo a la señorita Evans localizada, pero no se encuentra sola. —¿Con quién está? —Con Tyler Clement. —¿Aún con ese guardaspalda de pacotilla? —Afirmativo. Se escuchó un largo suspiro. —Déjalos —dijo Jefferson—. Aplicaremos el plan B. —Como desee. La llamada se cortó. *** George llegó al restaurante, donde ya se encontraban Peter y Maximiliano en una de las mesas del centro. El maître saludó al abogado, mientras una dama ofrecía acomodarle la chaqueta de traje en un perchero, a lo que George se negó, alegando que sería un almuerzo rápido. —Pensábamos que no llegarías —dijo Peter un poco molesto. George y Maximiliano se miraron
Lenis caminó durante varios minutos por la plaza principal de la ciudad, visitando la laguna, sentándose un momento en una de sus bancas, comiéndose un helado, luego yéndose a almorzar. T.C buscó otra mesa y también comió, sin dejar de vigilar a la hermosa mujer de uno de sus jefes. Lenis tardó más de lo normal en salir de aquel café. No quería ver a George todavía. No sabía cómo manejar aquella situación, sobre todo sus sentimientos. Ordenarlos, le costaba. Por primera vez se había enamorado y por primera vez había sentido fuertes celos por ese mismo amor. Era una mujer inteligente y ecuánime, pero había algo que la descontrolaba y era el no entender muy bien cómo parar de regodearse en mil ideas a la vez. La paranoia podía con ella, pensar en recuerdos que no conocía, le estaban molestando sobremanera. Ya había pasado media hora después de comer, cuando George le envió un nuevo mensaje de texto: “Voy camino al apartamento. Ya salí de mi reunión, estoy libre. ¿Tú ya estás lista co
—¡ARGGG! —George golpeó a un lado de la cara de Cindy y la soltó como si le quemara, para que inmediatamente T.C se encargara de ella, mientras el refuerzo de seguridad llegara justo en ese momento a controlar lo que faltaba. George respiraba muy acelerado. Entró a su apartamento, estampando la puerta contra la pared al quitarla de su camino para poder continuar. Detenido por completo en la parte superior del par de escalones que dividían la cocina de la sala, se volteó de súbito. Lenis estaba detrás de él, dentro del apartamento, recostada en una de las paredes bajo el umbral del pasillo de habitaciones. Él corrió hacia ella y la tomó en brazos, inspeccionando su rostro. —¿Estás bien? —le preguntó él. Ella parecía intentar entederlo todo. En su cabeza, seguía dando vueltas la escena, la forma cómo George tomó a esa mujer y luego las palabras de la fémina bajo su coerción; aunque bien supo que «esa» coerción no influyó lo que dijo, al contrario, fue un efecto de confeción para sal
Peter manejaba su camioneta negra mate rumbo a La Nave, cuando recibió una llamada. Contestó, tocando la pantalla de su teléfono celular sin mirarla. El móvil en cuestión se encontraba conectado en el cargador de su tablero. Activó el altavoz. —Hable. —Peter, te habla Lenis. —¿Sucedió algo? —quiso saber el agente, extrañado por la llamada. —No. Solo quiero conversar un asunto contigo. —Ok. Tú dirás. —Tía Carmen es religiosa. Asiste todos los domingos a la capilla de San Pedro y siempre es la última en irse. —Lenis hablaba en un tono bajo, bastante comedido—. Esperaré que termine el servicio para acercarme a ella. Es un lugar público, no podrá botarme y es un sitio que respeta mucho, no armará un escándalo. Es perfecto, mejor que hacerle una visita a su casa. Peter entrecerró los ojos. —¿Quieres comenzar mañana mismo? —Sí. Quiero que todo esto termine de una buena vez. —Ella hizo una pausa—. Ayudaré en todo lo que pueda, Ferit ya tiene que estar encerrado. —Pensé que lo que
Maximiliano miró su reloj de muñeca, medio oculto bajo la manga de su smoking color negro. La gala benéfica había comenzado, su madre ya había dado el discurso inicial y su abogado, junto a Lenis, no llegaba. —¿Qué pasó, por qué aún no están aquí? —preguntó él a T.C a través de una llamada. —Ellos se han detenido a pocos metros del destino. Esperamos coordenadas o algún movimiento. Max miró su alrededor y a la gente reunida en las mesas redondas dispersas bajo los grandes toldos blancos, inocente de su preocupación. —Está bien. —Colgó. Él no se sentía bien, tenía un mal presentimiento. Estaba enterado de todo lo ocurrido en el edificio donde vivían su secretaria y su abogado. Asistió a La Nave para ver la cara de Cindy D’Vigo, una mujer que él había conocido en los últimos momentos como pareja de George. Vio en ella la ambición y la derrota, dos caras que parecían ambas my falsas, porque la mujer se presentaba dentro de la sala interrogatoria como alguien que pronto saldría victo
Un carraspeo de garganta interrumpió algunas risas compartidas entre Lenis y George sobre la pista de baile. No se habían despegado durante media hora, casi sin sentir molestia en las piernas por el tiempo transcurrido allí de pie, solo disfrutándose mutuamente como nunca antes lo habían hecho, al menos, no en público. Aquello era todo un acontecimiento para ambos. La pareja miró a quien había osado con acercarse a ellos. Maximiliano Bastidas los miraba a uno y a otro, con muecas resignadas por tener que acercarse, mucho más por interrumpir, pero sin sentirlo demasiado incorrecto tampoco. El CEO pudo haber admirado la belleza de su secretaria esa noche en la casa de su madre, pudo haber sentido una punzada de celos al ver cómo ella y George se miraban, pero lo cierto era que, a medida que las horas pasaban —sobre todo durante el baile—. pudo entender que aquella mujer no podía estar en mejores manos que esas, en mejores brazos que esos y de cierto modo, se alegraba por los dos. —Maxi