—¡ARGGG! —George golpeó a un lado de la cara de Cindy y la soltó como si le quemara, para que inmediatamente T.C se encargara de ella, mientras el refuerzo de seguridad llegara justo en ese momento a controlar lo que faltaba. George respiraba muy acelerado. Entró a su apartamento, estampando la puerta contra la pared al quitarla de su camino para poder continuar. Detenido por completo en la parte superior del par de escalones que dividían la cocina de la sala, se volteó de súbito. Lenis estaba detrás de él, dentro del apartamento, recostada en una de las paredes bajo el umbral del pasillo de habitaciones. Él corrió hacia ella y la tomó en brazos, inspeccionando su rostro. —¿Estás bien? —le preguntó él. Ella parecía intentar entederlo todo. En su cabeza, seguía dando vueltas la escena, la forma cómo George tomó a esa mujer y luego las palabras de la fémina bajo su coerción; aunque bien supo que «esa» coerción no influyó lo que dijo, al contrario, fue un efecto de confeción para sal
Peter manejaba su camioneta negra mate rumbo a La Nave, cuando recibió una llamada. Contestó, tocando la pantalla de su teléfono celular sin mirarla. El móvil en cuestión se encontraba conectado en el cargador de su tablero. Activó el altavoz. —Hable. —Peter, te habla Lenis. —¿Sucedió algo? —quiso saber el agente, extrañado por la llamada. —No. Solo quiero conversar un asunto contigo. —Ok. Tú dirás. —Tía Carmen es religiosa. Asiste todos los domingos a la capilla de San Pedro y siempre es la última en irse. —Lenis hablaba en un tono bajo, bastante comedido—. Esperaré que termine el servicio para acercarme a ella. Es un lugar público, no podrá botarme y es un sitio que respeta mucho, no armará un escándalo. Es perfecto, mejor que hacerle una visita a su casa. Peter entrecerró los ojos. —¿Quieres comenzar mañana mismo? —Sí. Quiero que todo esto termine de una buena vez. —Ella hizo una pausa—. Ayudaré en todo lo que pueda, Ferit ya tiene que estar encerrado. —Pensé que lo que
Maximiliano miró su reloj de muñeca, medio oculto bajo la manga de su smoking color negro. La gala benéfica había comenzado, su madre ya había dado el discurso inicial y su abogado, junto a Lenis, no llegaba. —¿Qué pasó, por qué aún no están aquí? —preguntó él a T.C a través de una llamada. —Ellos se han detenido a pocos metros del destino. Esperamos coordenadas o algún movimiento. Max miró su alrededor y a la gente reunida en las mesas redondas dispersas bajo los grandes toldos blancos, inocente de su preocupación. —Está bien. —Colgó. Él no se sentía bien, tenía un mal presentimiento. Estaba enterado de todo lo ocurrido en el edificio donde vivían su secretaria y su abogado. Asistió a La Nave para ver la cara de Cindy D’Vigo, una mujer que él había conocido en los últimos momentos como pareja de George. Vio en ella la ambición y la derrota, dos caras que parecían ambas my falsas, porque la mujer se presentaba dentro de la sala interrogatoria como alguien que pronto saldría victo
Un carraspeo de garganta interrumpió algunas risas compartidas entre Lenis y George sobre la pista de baile. No se habían despegado durante media hora, casi sin sentir molestia en las piernas por el tiempo transcurrido allí de pie, solo disfrutándose mutuamente como nunca antes lo habían hecho, al menos, no en público. Aquello era todo un acontecimiento para ambos. La pareja miró a quien había osado con acercarse a ellos. Maximiliano Bastidas los miraba a uno y a otro, con muecas resignadas por tener que acercarse, mucho más por interrumpir, pero sin sentirlo demasiado incorrecto tampoco. El CEO pudo haber admirado la belleza de su secretaria esa noche en la casa de su madre, pudo haber sentido una punzada de celos al ver cómo ella y George se miraban, pero lo cierto era que, a medida que las horas pasaban —sobre todo durante el baile—. pudo entender que aquella mujer no podía estar en mejores manos que esas, en mejores brazos que esos y de cierto modo, se alegraba por los dos. —Maxi
Lenis asintió, como si no le quedase mejor remedio que aceptarlo todo en ese momento y sonrió para cambiar un poco el sentido de aquella despedida. —En cuanto tenga oportunidad, más pronto que tarde, entraré a la página web de la organización y me uniré a las charlas de inicio. Los ojos oscuros de Seda brillaron, Max veía a Lenis con orgullo, aunque con algo de apuro por saber que afuera la esperaban para irse. Efectivamente, el hijo de Seda sintió el vibrar de su celular dentro del bolsillo interno de su smoking negro. Introdujo la mano para sacar su teléfono móvil, pidiendo permiso para tomar la llamada, alejándose un poco de las dos. —Quiero que cuentes conmigo para lo que necesites —dijo Seda, aventurándose a tomar sus manos y mirarla a los preciosos ojos grises que se alertaron un poco ante el gesto—. Sé, y queda demostrado día a día, que eres una mujer muy fuerte y que merece todo el éxito del mundo. —Empezó a formare un nudo en la garganta de la secretaria—. Me alegra muchísi
La sala de estar de la casa de Seda estaba en absoluto silencio, a excepción del repiqueteo constante del zapato se George contra el suelo. El abogado apenas escuchó las conversaciones que se suscitaron frente a él luego de todo por lo que pasó. Su mente se había estancado en la última imagen de Lenis. La mujer, su mujer (bien definido en su cabeza) se clavaó en cada retina. Y sus gritos, sus movimientos en defensa mientrar era arrastrada, se incrustaron, como estacas, en su memoria. El pecho apretado tenía su razón de ser. La preocupación había creado una coraza enorme sobre sus hombros y una mezcla de impotencia, rabia, tristeza y culpa se hacían batido en su interior solamente para ser disfrutado por la angustia que le carcomía. Sentado en un sillón monoplaza de la lujosa mueblería de aquella casa, sin el saco del smoking y mucho menos la pajarita, usando solo el chaleco y la camisa, algunas horas después de lo ocurrido, ya con el lugar vacío de invitados, pero repleto de equipo
Los tacones comenzaban a torturar los pies de Lenis, mientras la hacían caminar sobre un piso incierto.Le dolía mucho la mejilla izquierda, sentía que su labio comenzaba a hincharse y parecía sangrar. Habían cubierto su cabeza con un saco oscuro y habían amarrado sus manos hacia atrás. Ella solo sabía dónde estaba cuando adivinaba los lugares que recorrían, como un asensor en ascendencia, unas escaleras hacia arriba, luego una puerta que sonaba como si golpearan metal, un viento arrazador y las escandalosas aspas de un helicóptero accionarse, la montada, el vuelo... Había sucedido desde que Donald, el hombre alto y musculoso con cara dura y pelo rapado (la mano derecha de Jefferson), la había arrastrado fuera de la casa de Seda, la había arrastrado por el cabello y un brazo y la había lanzado como trapo dentro de una camioneta negra preparada para escapar.
Eran las 13:00 horas cuando el servicio en la capilla San Pedro había terminado.Carmen, una mujer de tercera edad, aunque demostrando menos edad de la que tenía, de cabellos negros y canosos, algo corto, con una cola que lo recogía, camisa holgada y manga larga combinado con jeans y zapatos deportivos, había permanecido arrodillada por varios minutos en lo que duraba su acostumbrado rezo posterior a la misa domenical.Casi todas las personas se habían retirado, incluyendo el párroco, quedando algunos pocos, entre hombres y mujeres dispersos en las butacas de aquel gran espacio de techos abovedados.Carmen escuchó unos pasos que hacían eco sobre el suelo sagrado. Alguien se acercaba a ella y eventualmente se sentó a su lado, no tan cerca, pero para nada lejano.Ella dejó de rezar y se sentó para meter los lentes y su biblia en una cartera de tela que tenía al lado, cuando