Un carraspeo de garganta interrumpió algunas risas compartidas entre Lenis y George sobre la pista de baile. No se habían despegado durante media hora, casi sin sentir molestia en las piernas por el tiempo transcurrido allí de pie, solo disfrutándose mutuamente como nunca antes lo habían hecho, al menos, no en público. Aquello era todo un acontecimiento para ambos. La pareja miró a quien había osado con acercarse a ellos. Maximiliano Bastidas los miraba a uno y a otro, con muecas resignadas por tener que acercarse, mucho más por interrumpir, pero sin sentirlo demasiado incorrecto tampoco. El CEO pudo haber admirado la belleza de su secretaria esa noche en la casa de su madre, pudo haber sentido una punzada de celos al ver cómo ella y George se miraban, pero lo cierto era que, a medida que las horas pasaban —sobre todo durante el baile—. pudo entender que aquella mujer no podía estar en mejores manos que esas, en mejores brazos que esos y de cierto modo, se alegraba por los dos. —Maxi
Lenis asintió, como si no le quedase mejor remedio que aceptarlo todo en ese momento y sonrió para cambiar un poco el sentido de aquella despedida. —En cuanto tenga oportunidad, más pronto que tarde, entraré a la página web de la organización y me uniré a las charlas de inicio. Los ojos oscuros de Seda brillaron, Max veía a Lenis con orgullo, aunque con algo de apuro por saber que afuera la esperaban para irse. Efectivamente, el hijo de Seda sintió el vibrar de su celular dentro del bolsillo interno de su smoking negro. Introdujo la mano para sacar su teléfono móvil, pidiendo permiso para tomar la llamada, alejándose un poco de las dos. —Quiero que cuentes conmigo para lo que necesites —dijo Seda, aventurándose a tomar sus manos y mirarla a los preciosos ojos grises que se alertaron un poco ante el gesto—. Sé, y queda demostrado día a día, que eres una mujer muy fuerte y que merece todo el éxito del mundo. —Empezó a formare un nudo en la garganta de la secretaria—. Me alegra muchísi
La sala de estar de la casa de Seda estaba en absoluto silencio, a excepción del repiqueteo constante del zapato se George contra el suelo. El abogado apenas escuchó las conversaciones que se suscitaron frente a él luego de todo por lo que pasó. Su mente se había estancado en la última imagen de Lenis. La mujer, su mujer (bien definido en su cabeza) se clavaó en cada retina. Y sus gritos, sus movimientos en defensa mientrar era arrastrada, se incrustaron, como estacas, en su memoria. El pecho apretado tenía su razón de ser. La preocupación había creado una coraza enorme sobre sus hombros y una mezcla de impotencia, rabia, tristeza y culpa se hacían batido en su interior solamente para ser disfrutado por la angustia que le carcomía. Sentado en un sillón monoplaza de la lujosa mueblería de aquella casa, sin el saco del smoking y mucho menos la pajarita, usando solo el chaleco y la camisa, algunas horas después de lo ocurrido, ya con el lugar vacío de invitados, pero repleto de equipo
Los tacones comenzaban a torturar los pies de Lenis, mientras la hacían caminar sobre un piso incierto.Le dolía mucho la mejilla izquierda, sentía que su labio comenzaba a hincharse y parecía sangrar. Habían cubierto su cabeza con un saco oscuro y habían amarrado sus manos hacia atrás. Ella solo sabía dónde estaba cuando adivinaba los lugares que recorrían, como un asensor en ascendencia, unas escaleras hacia arriba, luego una puerta que sonaba como si golpearan metal, un viento arrazador y las escandalosas aspas de un helicóptero accionarse, la montada, el vuelo... Había sucedido desde que Donald, el hombre alto y musculoso con cara dura y pelo rapado (la mano derecha de Jefferson), la había arrastrado fuera de la casa de Seda, la había arrastrado por el cabello y un brazo y la había lanzado como trapo dentro de una camioneta negra preparada para escapar.
Eran las 13:00 horas cuando el servicio en la capilla San Pedro había terminado.Carmen, una mujer de tercera edad, aunque demostrando menos edad de la que tenía, de cabellos negros y canosos, algo corto, con una cola que lo recogía, camisa holgada y manga larga combinado con jeans y zapatos deportivos, había permanecido arrodillada por varios minutos en lo que duraba su acostumbrado rezo posterior a la misa domenical.Casi todas las personas se habían retirado, incluyendo el párroco, quedando algunos pocos, entre hombres y mujeres dispersos en las butacas de aquel gran espacio de techos abovedados.Carmen escuchó unos pasos que hacían eco sobre el suelo sagrado. Alguien se acercaba a ella y eventualmente se sentó a su lado, no tan cerca, pero para nada lejano.Ella dejó de rezar y se sentó para meter los lentes y su biblia en una cartera de tela que tenía al lado, cuando
Lenis parecía haber escuchado ruido. Desde algún lugar, alguien murmuraba…, o al menos, eso parecía divisar en ida y venida, como si fuese algún ventarrón que trajera y se llevara las palabras. Intentó abrir los ojos, pero algo evitó que despegara sus párpados uno del otro. Quiso moverse, pero el dolor en los hombros regresó de súbito, haciendo correr rayos de malestar por aún tener las manos atadas hacia atrás.También, intentó remover su cuerpo de dónde estaba. Hacía frío, quería cubrirse, pero solo sentía un colchón de un lado y del otro, imaginando que la habían ubicado en medio de una gran cama. No veía, no podía moverse, le dolía todo y tenía frío, pero estaba dispuesta a recuperarse, debía sentirse bien y con energía para enfrentarse a su captor, así como tantas veces tuvo que hacerlo.Como pudo, logró colocar sus pies en el suelo, dándose cuenta que lo habían alfombrado. Luego, se acostó de lado y fue arrastrándose contra la sábana para intentar retirar la tela que cubría su
—Jefferson —susurró—, por favor, desátame. Prometo no intentar nada. Además, sé que evitarías a toda costa que yo haga algo…—Shhhh —silenció, con un dedo en los labios femeninos, haciendo que ella se encogiera—. Pronto sabrás todo. —Siguió sobando su brazo, luego sus senos, provocando que la mujer tragara grueso—. No he tenido otra salida que venir hasta aquí. —Ella frunció el ceño—. Puede que te sorprenda, puede que no… No lo sé. —Agregó más dedos a los toques, pasándolos por su boca, por su herida, sobre la coloreada mejilla, para luego volver a bajar hacia sus senos y bajar y bajar, hasta su entrepierna.—Podemos hacer el amor si tú quieres —apuró a decir ella, firme, deteniendo el rumbo de la mano masculina que iba directa el sur de su cuerpo—. Sé lo que te gusta, sé que puedo complacerte, pero desátame. Sabes que yo cumplo mis promesas…—Dijiste que me amabas, lo juraste. Me prometiste que jamás te irías de mi lado, me engañaste con esa historia falsa de tu infancia… —Jefferson,
—El día que conocí a Lenis Evans, ese día que entró por primera vez a mi oficina en el consorcio —le decía Maximiliano Bastidas a George, ambos sentados frente a frente, en los sillones de la sala del apartamento del abogado ubicado en plena ciudad, cerca del bufete—, quedé bastante impresionado. —George despegó sus ojos del trago de Wishky que se estaba bebiendo para mirarle—. No me veas así, ella es demasiado hermosa. De entrada, puede quitarle el aliento a más de una persona.George suspiró y siguió mirando el vaso, escuchando a su amigo. El hielo removido, las respiraciones y las voces de ambos, eran el único ruido en la estancia. Ya era de noche, Lenis se encontraba en la habitación principal, estaba dormida. Una doctora que había ido a verla, le había suministrado un calmante para que lograse conciliar el sueño; algo que a la secretaria le hacía muchísima falta. Cuando el helicóptero tocó tierra, George J. Miller tuvo que colocarse de nuevo la máscara y, siendo parte de la oper