—El día que conocí a Lenis Evans, ese día que entró por primera vez a mi oficina en el consorcio —le decía Maximiliano Bastidas a George, ambos sentados frente a frente, en los sillones de la sala del apartamento del abogado ubicado en plena ciudad, cerca del bufete—, quedé bastante impresionado. —George despegó sus ojos del trago de Wishky que se estaba bebiendo para mirarle—. No me veas así, ella es demasiado hermosa. De entrada, puede quitarle el aliento a más de una persona.George suspiró y siguió mirando el vaso, escuchando a su amigo. El hielo removido, las respiraciones y las voces de ambos, eran el único ruido en la estancia. Ya era de noche, Lenis se encontraba en la habitación principal, estaba dormida. Una doctora que había ido a verla, le había suministrado un calmante para que lograse conciliar el sueño; algo que a la secretaria le hacía muchísima falta. Cuando el helicóptero tocó tierra, George J. Miller tuvo que colocarse de nuevo la máscara y, siendo parte de la oper
—¿Vendrás a la reunión? —escuchó George la pregunta a través de su teléfono celular. —No es buena idea, Peter. Quiero ir. Quiero ver a ese imbécil tras las rejas, pero Lenis… —George giró su rostro hacia la mencionada, quien se encontraba trajinando en la cocina del apartamento oficial del abogado, el mismo que quedaba cerca de su bufete. Según lo que George estaba observando, ella se encontraba mucho mejor. Habían pasado cinco días después de lo ocurrido, ya era jueves de la semana siguiente y no quería dejarla sola. Sabía que si se lo decía, ella no tendría problemas, la conocía, pero en el fondo, a George lo que verdaderamente era preocupada es que ella se encontraba «muy» bien, extrañamente bien, no quería perderla de vista tan pronto.—El peor enemigo de Lenis está acá con nosotros, ya no tiene poder en las calles. El gobernador lo ha dejado solo en esto, no lo apoyará. —George movió las cejas para arriba e hizo un gesto de ligera sorpresa, pero que no le sorprendía en realidad—
—¿Qué?—Sí, ya para. Puedo entender que es la primera vez que pases por algo así, pero yo no. Ya lo superaré. Necesito que te relajes.Él abrió la boca, asombrado, tragando grueso. —Lenis…, ese hombre…—Shhhh —silenció ella, apretando los párpados, gesticulando con las manos y separándose un poco de él—. No entiendes, no… —Bufó una buena ráfaga de aire—. Jefferson me hizo eso muchísimas veces. Muchas. —La sangre de George se congeló. Ella respiraba aceleradamente—. Lo voy a superar y tú también lo harás, pero no ayuda el que me ocultes cosas, el que cuides cada detalle que vas a decir. Ese tacto con el que me tratas, yo… lo agradezco, pero no necesito… no necesito que seas condescendiente. Fui capaz de salir de su vida, fui capaz de fingir ser otra mujer, irme, esconderme y salir adelante. No será la primera vez que lo haga, así que deja de tratarme como una taza de porcelana. Él la miró, anonadado, con sus labios separados, cabeza ladeada… Negó con la cabeza al cerrar la boca y colo
—Mi cliente no tiene derecho a responder sin mi presencia —decía Adam Coney, entrando a la sala de interrotagorios con su gran altura, cabellos castaños bien peinados, perfume de marca, buen porte y traje de ejecutivo de color azul oscuro y a la medida. Asintió hacia Jefferson y se sentó en una de las sillas al lado suyo, al otro lado de una mesa gris, la única del lugar y que combinaba con todo lo demás: paredes, sillas y puertas, también grises. Jefferson no llevaba esposas puestas. Iba vestido de civil, aunque con prendas deportivas que se le habían proporcionado en La Nave, sede principal de la agencia de Peter, las cuales consistían en franela cuello en V color blanco, al igual que el holgado pantalón de pijama y los zapatos de goma sin cordones. Coney y dos agentes de Peter Embert lograron cumplir una hora completa en la sala de interrogatorios perteneciente a una de las cárceles de Inteligencia.La hermosa agente J.T, en representación de la sede de la ciudad, junto a otro ag
Lenis se encontraba tipeando en su computadora de su cubículo en el consorcio. Los días pasaron luego de aquel episodio terrible donde tuvo que salir corriendo al tocador para intentar descargar las imágenes y los recuerdos de un ex esposo propasándose de nuevo con ella. La secretaria pidió perdón a su novio, el exitoso abogado Gorge J. Miller, por no haber podido defender su cuerpo ante la entrada de aquel sujeto; una disculpa absurda, ella lo sabía, no hizo falta que George se lo dijera, pero así lo sentía, ya que le mentió en parte a su pareja: era cierto que Jefferson le había hecho cosas terribles en el pasado, que la había forzado a tener relaciones en varias ocaciones durante el matrimonio, pero las veces que él la obligó en aquellos años, ella terminaba con un forzado convencimiento de, si no se hubiese negado ante él, habrían copulado de manera normal, con pasión e incluso amor, por lo que todas aquellas experiencias le costó verlas como violación… Algo extraño, bizarro casi,
Lenis llegó al apartamento tarde en la noche. Eran las 22:00 horas cuando dejó su bolso encima de la encimera y una caja de pizza con unos pedazos que quedaron de la cena que compartió con T.C en el consorcio. Se quitó los tacones, se tomó un sorbo de agua y se dirigió a su habitación. George no estaba en el lugar. Revisó el baño, tampoco estaba allí. Salió del pasillo de habitaciones, el cual quedaba a la izquierda de la entrada principal, y siguió derecho entrando a otro rellano más corto, a la derecha de la misma puerta de la entrada del piso, donde se encontraba el despacho. George ya había llegado, se encontraba aún con su traje de tres piezas, exceptuando por el saco, el chaleco y la corbata, arremangada la camisa blanca, mientras leía unos documentos, recostado en el espaldar de la silla y manteniendo un codo sobre el reposabrazos, gracias a que con esa misma mano, sostenía los papeles que leía. Ella percibió su exquisito perfume minutos antes de entrar a la oficina, dejándo
A Jefferson le costaba poderse comunicar con su abogado. Necesitaba dejarle un mensaje urgente. La mejor idea era mandar a llamar directamente a Lisa Díaz, pero no se lo permitirían. De hecho, a la única persona que él tenía el derecho a pedir que fuera a verle era Adam Coney. La mala noche que había pasado no repercutía en los golpes que le ocasionaron, entendiendo siempre que fueron un par de guardias quienes le realizaron dicha fechoría. La mala noche tenía mucho que ver con las palabras que uno de los sujetos echó, como brujería, en su oído. A Smith le había dado chance, no solo de recuperarse de los dolores, sino de hacerse una especie de introspección, canalizando, estudiando de nuevo sus sentimientos por su querida Lisa, a quien (y en cualquier momento) le quitarían la vida.Tres días, lunes en la mañana, Adam Coney atravesaba todos los protocolos de seguridad de la cárcel preventiva hasta que un guardia le permitió entrar a una sala de encuentro, con mesas, sillas y ventanal
—Bienvenido, señor Helizondo. El señor Bastidas se encuentra ahora mismo en una reunión, pero no tarda en culminar. Por favor, tome asiento. —Lenis señaló los sillones de la sala de espera a un empresario en el ramo hotelero, quien ya había entrado a la tercera edad, llevando con orgullo sus canas.Hombre de sonrisa afable, vestiendo de traje marrón y corbata vinotinto con un broche alargado y dorado en medio de ella y que la sostenía.—¿Desea algo de tomar?—Un tintico, por favor.Lenis sonrió por la forma en la que llamó al café, ella lo había entendido bien.—Excelente. ¿Una sola cucharada de azúcar? El caballero alzó las cejas y se echó a reír. —¿Cómo lo supo? Sí, me gusta fuerte, pero no completamente cerrero. Gracias, muy amable.—Enseguida —dijo, correspondiéndole la gran sonrisa, yendo al área del cafetín de aquel piso para prepararle el café a la visita. Dentro del pequeño cubículo, se encontraba T.C hablando por teléfono, mientras se comía un emparedado que por la misma ll