Lenis miró a su alrededor. Sus ojos grises más atentos que nunca, buscando algo que indicara que no hacían una broma. Miró la pantalla de su celular, la llamada seguía activa. Pensaba que no, en vista de no escuchar nada más, ni tan siquiera un ruido o alguna falla de cobertura. —¿Qué pasa, Lenis? —preguntó Maximiliano, bastante alarmado. —Muéstrame el número, pediré rastrearlo. —La urgencia por ayudarla hizo que T.C le tuteara delante del CEO. Lenis, automática, sin entender todavía lo que le habían dicho al teléfono, mostró la pantalla. T.C no solo miró, tambié tomó el celular para ver de cerca y el movimiento hizo que Lenis reaccionara. —¡No cuelgues! —le exclamó a T.C.El guardaespaldas quedó paralizado con la demanda. —¿Por qué no quieres que cuelgue? —preguntó el agente, presintiendo algo verdaderamente malo.Max también quedó de piedra por el arrebato y varias personas alrededor de ellos habían ralentizado su paso por un momento, luego de haber escuchado el grito de la ch
La agente Jaya Thakur daba vueltas alrededor de Donald, quien estaba siendo interrogado nuevamente, luego de la lamentable explosión de la camioneta. Utilizando métodos de persuasión, sin llegar a la presión física, habían logrado hacer un trato a medias con el sobrino de Jefferson, donde el departamento de Inteligencia Nacional consiguió información de otras propiedades de Turgut que ya en ese momento eran confiscadas. El hijo del fallecido Carl, únicamente quería proteger al resto de su familia, no le importaba mucho el futuro de su tío y mucho menos después de la sentencia. Quien se había convertido en la mano derecha de Jefferson Smith, soltó prenda con el paradero de Fedora Lugano, asegurando que él no la había tocado en ningún momento, remarcando la posible culpa de su tío, dando la posibilidad de que la medicatura forensa arrojara la confirmación de lo que el sujeto decía. Una comisión de inteligencia, liderada por J.T, hayaron a la joven enterrada en un bosque al noreste de
“Un jardín no es jardín si no tiene una persona que lo quiera”. Esas palabras eran las que el señor Fernando siempre decía, sobre todo cuando algún vecino se acercaba a saludarlo. Carla vivía al lado del viejo de barba poblada y blanca. Ella solía decirse a sí misma que si algún día Dios le permitía entrar al paraíso terrenal, se encontraría en las puertas al señor Fernando Antúnez, el latino más extraño y solitario que jamás había conocido, pero así de solitario, solidario, amable y excelente persona. Carla tenía treinta y nueve años de edad, muy pronto cumpliría sus cuarenta y desde hace algunos años vivía sin ninguna compañía, con un par de gatos, en una casa que a veces se le hacía demasiado grande. Tenía el pelo negro azabache y muy lacio, ojos iguales de negros, piel blanca como la porcelana y sus rasgos eran asiáticos, llevando una mezcla del norte de Inglaterra, la cual le había heredado el cuerpo esbelto y la estatura que poseía: madre japonesa y padre inglés, la forma de s
A través de un vidrio incrustado en una pared, Lenis podía observar a T.C yacer encima de una camilla, cubierto por aparatos, boca abajo, siendo tratado por quemaduras de gravedad. Él había despertado, pero la sedación era constante, gracias al ardor y el dolor de sus heridas. Los doctores felicitaban su fortaleza y aguante, asegurando que eso lo ayudaría a sanar rápidamente. Ese miércoles, tres días después del atentado en contra suya, los médicos le habían dado de alta, a pesar de su herida en la pierna. El tobillo de la otra nunca supuso un problema mayor.Ella no se había retirado del recinto, no quiso hacerlo de inmediato y eso tenía a George de los nervios, ya que afuera del hospital pernoctaba un grupo de periodistas que esperaban el momento justo para atrapar noticias sobre la secretaria del CEO de la corporación, aún más, luego del programa de televisión que fue emitido la noche anterior por un canal nacional, donde detallaban más de lo debido, según pensaba ella, también,
—¡Abogado! ¡Abogado! ¿Desde cuándo está saliendo con la secretaria de Bastidas? ¡Abogado! —eran algunas de las preguntas que lanzaban, como dardos, los periodistas afuera del hospital. La seguridad de Peter ya había hecho un cordón de acero y con ello, el abogado George J. Miller y la secretaria Lenis Evans lograron salir del recinto médico y encerrarse en la camioneta del propio Peter Embert. Lenis extrañó como nunca la ayuda de T.C, lamentándose nuevamente todo lo ocurrido, pero uno de los lamentos más grandes era ser parte del ojo público, algo que no le gustaba y jamás pensó que aquello le sucedería. Peter arrancó luego que el cordón de seguridad se montó en su propio transporte. Lo hizo a una velocidad moderada, pero no se detuvo, ni siquiera en el par de semáforos en rojo que se encontró; él quiso evitar cualquier medio perseguidor. George abrazaba a Lenis. Se había preocupado muchísimo, ya que tuvo que ayudarla un poco gracias a la pierna derecha vendada. La vio removerse e
Lenis pensaba que no podía impresionarse más. La forma cómo los jefes planificaban su tiempo y su vida, y a la vez, cómo lograban planificar el de los demás, la manera cómo manejaban la vida de otros, era algo que siempre enmudecería a Lenis Evans, además de mostrar rechazo ante un control absoluto; algo de lo que ella siempre huía.Cuando llegaron a su destino, Lenis no despegó sus ojos sobre todo lo que les rodeaba.Turquía era impresionante, pero sus costas podrían ser tan invaluables como la vida misma: pensamientos de una mujer que no solo llegaba a un nuevo lugar, sino de la mano de un hombre que la quería, quien le había pedido que se casaran, escapando de un peligro inminente del cual ella había salido —milagrosamente— a salvo, con un personal que consistía en un chofer quien manejaba un automóvil de lujo color plata y que los llevaba a una hora de camino (tal vez un poco más, según pudo calcular) a una casa no muy grande, pero preciosa, de paredes blancas, techo de tejas colo
Sábado. Carla estuvo al pendiente del grupo de chat de su trabajo, para dar con el paradero de su jefe. Sabía que eventualmente, alguien diría algo personal sobre Maximiliano Bastidas. Ella quería asegurar bien si El Gran Jefe estaba en su casa, o que tal vez tuviese una oficina alterna dónde seguir trabajando. Logró dar con el dato: su casa, y esa fue la ruta que tomó a partir de las 08:00 AM, sin importarle su insomnio, imaginando que no sería tan temprano para alguien como él y que la podría atender sin problemas. Y esperando también que la recibiera en su espacio privado. Carla se cuidó mucho de salir y dejarse ver lo más relajada posible, pero no se iría con la ropa del mercado. Optó por vestirse como si fuese a trabajar. Si alguien le preguntaba (nadie le preguntaba nada), eso era lo que ella diría: que en la oficina la solicitaban, a pesar de ser fin de semana.El bus la dejó en la parada, la cual estaba bastante alejada de la casa del señor Bastidas, puesto que la urbaniz
Durante lo que para ella pareció un buen rato, Carla olvidó qué hacía allí. Solo por minutos, porque aún seguía en alerta total por la posibilidad de que el señor Bastidas no le creyera, o peor, que la despidiera por haberse atrevido a ir hasta allí. Se había metido en un terreno totalmente privado, eso ya estaba definido en su cabeza. Aún más, luego de ver al Gran Jefe sin camisa. La mujer de cabello negro, el cual llevaba esa mañana lacio y suelto, jamás esperó ver lo que vio. Sí, ella y muchas mujeres del consorcio estaban claras que el dueño de la empresa era un hombre muy guapo. Y se solían regar rumores de pasillos de sus escarseos amorosos. En alguna ocasión, durante su tiempo trabajando allá, escuchó un par de chismes sobre él y alguna dama perteneciente a la nómina, enredados, siendo vistos en equis circunstancias o en equis escenarios. Ella no podía comprobar algo así, porque jamás había visto algo parecido.Por el contrario, para Carla, Maximiliano era un hombre muy res