Lenis se encontraba tipeando en su computadora de su cubículo en el consorcio. Los días pasaron luego de aquel episodio terrible donde tuvo que salir corriendo al tocador para intentar descargar las imágenes y los recuerdos de un ex esposo propasándose de nuevo con ella. La secretaria pidió perdón a su novio, el exitoso abogado Gorge J. Miller, por no haber podido defender su cuerpo ante la entrada de aquel sujeto; una disculpa absurda, ella lo sabía, no hizo falta que George se lo dijera, pero así lo sentía, ya que le mentió en parte a su pareja: era cierto que Jefferson le había hecho cosas terribles en el pasado, que la había forzado a tener relaciones en varias ocaciones durante el matrimonio, pero las veces que él la obligó en aquellos años, ella terminaba con un forzado convencimiento de, si no se hubiese negado ante él, habrían copulado de manera normal, con pasión e incluso amor, por lo que todas aquellas experiencias le costó verlas como violación… Algo extraño, bizarro casi,
Lenis llegó al apartamento tarde en la noche. Eran las 22:00 horas cuando dejó su bolso encima de la encimera y una caja de pizza con unos pedazos que quedaron de la cena que compartió con T.C en el consorcio. Se quitó los tacones, se tomó un sorbo de agua y se dirigió a su habitación. George no estaba en el lugar. Revisó el baño, tampoco estaba allí. Salió del pasillo de habitaciones, el cual quedaba a la izquierda de la entrada principal, y siguió derecho entrando a otro rellano más corto, a la derecha de la misma puerta de la entrada del piso, donde se encontraba el despacho. George ya había llegado, se encontraba aún con su traje de tres piezas, exceptuando por el saco, el chaleco y la corbata, arremangada la camisa blanca, mientras leía unos documentos, recostado en el espaldar de la silla y manteniendo un codo sobre el reposabrazos, gracias a que con esa misma mano, sostenía los papeles que leía. Ella percibió su exquisito perfume minutos antes de entrar a la oficina, dejándo
A Jefferson le costaba poderse comunicar con su abogado. Necesitaba dejarle un mensaje urgente. La mejor idea era mandar a llamar directamente a Lisa Díaz, pero no se lo permitirían. De hecho, a la única persona que él tenía el derecho a pedir que fuera a verle era Adam Coney. La mala noche que había pasado no repercutía en los golpes que le ocasionaron, entendiendo siempre que fueron un par de guardias quienes le realizaron dicha fechoría. La mala noche tenía mucho que ver con las palabras que uno de los sujetos echó, como brujería, en su oído. A Smith le había dado chance, no solo de recuperarse de los dolores, sino de hacerse una especie de introspección, canalizando, estudiando de nuevo sus sentimientos por su querida Lisa, a quien (y en cualquier momento) le quitarían la vida.Tres días, lunes en la mañana, Adam Coney atravesaba todos los protocolos de seguridad de la cárcel preventiva hasta que un guardia le permitió entrar a una sala de encuentro, con mesas, sillas y ventanal
—Bienvenido, señor Helizondo. El señor Bastidas se encuentra ahora mismo en una reunión, pero no tarda en culminar. Por favor, tome asiento. —Lenis señaló los sillones de la sala de espera a un empresario en el ramo hotelero, quien ya había entrado a la tercera edad, llevando con orgullo sus canas.Hombre de sonrisa afable, vestiendo de traje marrón y corbata vinotinto con un broche alargado y dorado en medio de ella y que la sostenía.—¿Desea algo de tomar?—Un tintico, por favor.Lenis sonrió por la forma en la que llamó al café, ella lo había entendido bien.—Excelente. ¿Una sola cucharada de azúcar? El caballero alzó las cejas y se echó a reír. —¿Cómo lo supo? Sí, me gusta fuerte, pero no completamente cerrero. Gracias, muy amable.—Enseguida —dijo, correspondiéndole la gran sonrisa, yendo al área del cafetín de aquel piso para prepararle el café a la visita. Dentro del pequeño cubículo, se encontraba T.C hablando por teléfono, mientras se comía un emparedado que por la misma ll
Lenis miró a su alrededor. Sus ojos grises más atentos que nunca, buscando algo que indicara que no hacían una broma. Miró la pantalla de su celular, la llamada seguía activa. Pensaba que no, en vista de no escuchar nada más, ni tan siquiera un ruido o alguna falla de cobertura. —¿Qué pasa, Lenis? —preguntó Maximiliano, bastante alarmado. —Muéstrame el número, pediré rastrearlo. —La urgencia por ayudarla hizo que T.C le tuteara delante del CEO. Lenis, automática, sin entender todavía lo que le habían dicho al teléfono, mostró la pantalla. T.C no solo miró, tambié tomó el celular para ver de cerca y el movimiento hizo que Lenis reaccionara. —¡No cuelgues! —le exclamó a T.C.El guardaespaldas quedó paralizado con la demanda. —¿Por qué no quieres que cuelgue? —preguntó el agente, presintiendo algo verdaderamente malo.Max también quedó de piedra por el arrebato y varias personas alrededor de ellos habían ralentizado su paso por un momento, luego de haber escuchado el grito de la ch
La agente Jaya Thakur daba vueltas alrededor de Donald, quien estaba siendo interrogado nuevamente, luego de la lamentable explosión de la camioneta. Utilizando métodos de persuasión, sin llegar a la presión física, habían logrado hacer un trato a medias con el sobrino de Jefferson, donde el departamento de Inteligencia Nacional consiguió información de otras propiedades de Turgut que ya en ese momento eran confiscadas. El hijo del fallecido Carl, únicamente quería proteger al resto de su familia, no le importaba mucho el futuro de su tío y mucho menos después de la sentencia. Quien se había convertido en la mano derecha de Jefferson Smith, soltó prenda con el paradero de Fedora Lugano, asegurando que él no la había tocado en ningún momento, remarcando la posible culpa de su tío, dando la posibilidad de que la medicatura forensa arrojara la confirmación de lo que el sujeto decía. Una comisión de inteligencia, liderada por J.T, hayaron a la joven enterrada en un bosque al noreste de
“Un jardín no es jardín si no tiene una persona que lo quiera”. Esas palabras eran las que el señor Fernando siempre decía, sobre todo cuando algún vecino se acercaba a saludarlo. Carla vivía al lado del viejo de barba poblada y blanca. Ella solía decirse a sí misma que si algún día Dios le permitía entrar al paraíso terrenal, se encontraría en las puertas al señor Fernando Antúnez, el latino más extraño y solitario que jamás había conocido, pero así de solitario, solidario, amable y excelente persona. Carla tenía treinta y nueve años de edad, muy pronto cumpliría sus cuarenta y desde hace algunos años vivía sin ninguna compañía, con un par de gatos, en una casa que a veces se le hacía demasiado grande. Tenía el pelo negro azabache y muy lacio, ojos iguales de negros, piel blanca como la porcelana y sus rasgos eran asiáticos, llevando una mezcla del norte de Inglaterra, la cual le había heredado el cuerpo esbelto y la estatura que poseía: madre japonesa y padre inglés, la forma de s
A través de un vidrio incrustado en una pared, Lenis podía observar a T.C yacer encima de una camilla, cubierto por aparatos, boca abajo, siendo tratado por quemaduras de gravedad. Él había despertado, pero la sedación era constante, gracias al ardor y el dolor de sus heridas. Los doctores felicitaban su fortaleza y aguante, asegurando que eso lo ayudaría a sanar rápidamente. Ese miércoles, tres días después del atentado en contra suya, los médicos le habían dado de alta, a pesar de su herida en la pierna. El tobillo de la otra nunca supuso un problema mayor.Ella no se había retirado del recinto, no quiso hacerlo de inmediato y eso tenía a George de los nervios, ya que afuera del hospital pernoctaba un grupo de periodistas que esperaban el momento justo para atrapar noticias sobre la secretaria del CEO de la corporación, aún más, luego del programa de televisión que fue emitido la noche anterior por un canal nacional, donde detallaban más de lo debido, según pensaba ella, también,