El agente Peter Embert caminaba junto al gerente del hotel, un hombre alto delgado, con modales exquisitos, experto en el ramo de la hotelería, cabello corto y canoso y mirada perspicaz, alejándose ambos de la habitación que ocupó Jefferson Smith. Peter había aparecido con su credencial de inteligencia, algo que no muchas personas sabían sobre su biografía laboral y currículum, junto a J.T y otros tres agentes máscumpliendo acciones de protocolo, con una orden de registro que le permitiría acceder a la famosa habitación. —Muchas gracias por preferir la discreción, señor Embert —decía el gerente del hotel a un agente que le asentía a las palabras—. Estamos bastantes sorprendidos por lo que nos mostró a través de sus cámaras, su equipo de trabajo puede revisar el resto de las nuestras sin ningún problema. —Perfecto. Igualmente, gracias por mantener en silencio este tema. Aún no hemos recibido reporte de desaparición de la señorita Lugano y ya el señor Smith debe compadecer ante un j
Lenis se despertó sintiendo un cansancio que parecía irreparable. Sin embargo, en cuando abrió los ojos y enfocó la visión sin tan siquiera mover la cabeza y divisó a quién tenía al lado suyo, su cuerpo empezó a cobrar vida. Ella sonrió, mientras George la estaba contemplando. Él alzó la mano y tocó su nariz, haciendo que ella apretara los párpados y cubriera un poco su cara con la sábana, como si de repente sintiera una pena gigante. El abogado le descubrió el rostro con delicadeza. —No hagas eso, quiero verte. —Ambos se quedaron mirando. Él de lado, ella boca abajo con la cabeza ladeada—. Aún no creo que estés aquí —susurró. Lenis cerró y abrió los ojos, junto a una sonrisa, manteniéndola somnolienta. —Por alguna razón, sentía que volveríamos. Muy dentro de mí, a pesar de todo, sentía que regresaría a ti. Él tragó grueso, abosorbiendo aquellas palabras con una emoción muy profunda y novedosa. —No te creí perdida, Lenis. Quizás porque he estado seguro de nuestros sentimiento
Era la 01:00 de la mañana cuando Lenis revisaba su email institucional (el único que poseía, ya que tuvo que cerrar el suyo por recomendación de Sias), viendo algunos asuntos pendientes a realizar. Ya era viernes, tres días transcurrieron desde la audiencia. Uno de los correos electrónicos llamó su atención. Provenía de una organización benéfica y de inmediato la secretaria supo de quién se trataba. George se daba una ducha. Ambos tenían el reloj mental cambiado. Por culpa de haber dormido hasta tarde, la cena se convirtió en una vista de películas en la habitación, algo de sexo después y eventualmente, ambos se habían dedicado —casi sin planificarlo— a atender varias tareas pendientes. El abogado se instaló temprano en su despacho a trabajar en su computadora de mesa, mientras le prestó su laptop a Lenis para que revisara su bandeja de entrada. La secretaria abrió el correo y vio cómo se le desplegaba una invitación pintorezca que le hizo elevar las cejas casi hasta la línea de s
George entró y vio a Lenis arropada, acostada de lado, en posición casi fetal, dándole la espalda a la puerta. Claramente no quería enfrentarlo en el momento que él entrase. Aquello lo hizo tensarse. Fue sigiloso al entrar de lleno a su recámara y al sentarse sobre el colchón también. Estuvo tentado a dormir en la sala, o en el cuarto que había sido de Lenis cuando la llevó a ese apartamento por primera vez aquel fatídico día, pero pensó mejor las cosas: él no estaba molesto con ella, ni siquiera estaba molesto con Maximiliano por haberla besado. Cuando la frase “me besó” salió de la boca de la secretaria, de «su mujer», como él ya lo tenía definido, sintió férreas ganas de castigarse a sí mismo porque pensaba que dicho beso había sido culpa suya y de nadie más. Si él hubiese sido sincero desde un principio con ella, al menos, desde que Lenis decidió contarle todo sobre su vida con la intensión de que la defendiera ante su ex esposo, ella no hubiese terminado en la casa de Maximiliano
La mujer acarició el pecho de George, un hombro, la cara, haciendo que aquel cerrara los párpados por un momento. Entonces, tomó una mano y entrelazó sus dedos, llevándose esa mano a su pecho. —Mírame bien, George. —Él obedeció, penetrando su mirada. No hacía falta encender la luz, aquellos ojos grises podían iluminar la estancia—. Tengo algo que confesarte, pero también tengo un propósito para hacerlo. Escucha todo lo que tengo que decirte. Y no me interrumpas hasta que termine. El abogado asintió, frunciendo el ceño, con el pecho un poco apretado por la curiosidad. Ella comenzó, así, una nueva confesión: —Al comienzo de mi matrimonio, incluso, antes de casarnos Jefferson y yo, estuve convencida de estar muy enamorada de ese hombre —las cejas de George casi llegan al borde de su cabello negro—, pero cada vez que me hacía una visita, durante el corto noviazgo, muy dentro de mí siempre me sentía insegura, como si forzara sentir algo por él, pero desde el subsconciente, no sé si me
Lenis y George lucharon por levantarse temprano ese sábado, pero lo lograron gracias a darse juntos un buen baño, luego compartiendo un desayuno de campeones, besos, caricias, palabras amorosas y la promesa de que ambos pasarían el mejor de los días, además de prometerse una noche de ensueño. George le comentó algo de un viaje durante el desayuno. Al parecer, él quería llevarla a conocer una casa que tenía en la playa y que ya le tocaba ir a visitar. Ella le prometió que hablarían de eso después de la fiesta de la señora Seda. George salió del apartamento rumbo a su oficina en el bufete a las 09:00 AM. Él le informó sobre buscar unos documentos para llevarlos a su cita del almuerzo. Lenis respetaba mucho sus silencios. Si él prefería no contarle hacia dónde se dirigía luego, o con quién almorzaría, ella no insistiría en preguntar. Prefería entender que si él no le brindaba información, no era de gran importancia. Lenis tardó acomodando, de nuevo en el closet, las cosas que estaban e
—¿Estoy metida en un problema, abogado? —preguntó Seda al otro lado de la línea. George sonrió. —Negativo, señora Seda. La llamo por un asunto personal. La mujer, quien se encontraba de pie moviéndose de un lado para el otro en el salón improvisado, construido con toldos y tarima de la más fina en el jardín de su mansión a las afueras de la ciudad, vestida con un lindo atuendo veraniego color blanco con detalles floreados, pero de mangas largas y talle largo, ya que el mes y el clima fresco lo ameritaba, le hizo señas a unas personas para que continuaran ellos con la organización, mientras atendía la llamada. La dama de cabellos rojos se apartó del sitio, dirigiéndose al interior de su hogar, caminando hacia un solario cerca de las puertas que conectaban el camino hacia la futura fiesta de beneficencia. —Ok, ahora podemos hablar —informó ella, mientras se sentaba en uno de los sillones de mimbre con cojines amarillos de su solario—. Cuéntame, ¿qué pasó con mi hijo? George sonrió
Donald, el guardaespalda y mano derecha de Jefferson Smith, con su cabello rapado, gran estatura y dura mirada, observaba a Lenis desde un vehículo color negro con matrícula del estado. Colocó su teléfono celular en el tablero central del carro y tecleó su pantalla para hacer una llamada. —Dame buenas noticias —escuchó a través del speaker. —Tío, tengo a la señorita Evans localizada, pero no se encuentra sola. —¿Con quién está? —Con Tyler Clement. —¿Aún con ese guardaspalda de pacotilla? —Afirmativo. Se escuchó un largo suspiro. —Déjalos —dijo Jefferson—. Aplicaremos el plan B. —Como desee. La llamada se cortó. *** George llegó al restaurante, donde ya se encontraban Peter y Maximiliano en una de las mesas del centro. El maître saludó al abogado, mientras una dama ofrecía acomodarle la chaqueta de traje en un perchero, a lo que George se negó, alegando que sería un almuerzo rápido. —Pensábamos que no llegarías —dijo Peter un poco molesto. George y Maximiliano se miraron