Cindy D'Vigo, una hermosa mujer de piel clara, aunque evidentemente tostada por el sol, con cabello marrón claro y ojos del color del café, pequeños, pero siempre despiertos y afilados, brillosos y contentos, alta estatura y esbelto cuerpo, había llegado al restaurante acompañada de dos amigas suyas y no se perdió el espectáculo de ver llegar a George J. Miller al sitio. Ella se quedó paralizada, pensaba no verlo tan rápido. Para la fémina, George estaba como el vino. Calculó que debía tener casi sus cuarenta años y se veía «ultra espectacular», como dijeron las chicas en su mesa, con ese traje de tres piezas de tela oscura y su cabello bien cortado, impoluto, como siempre. Sin embargo, cuando ella —después de consultarlo con sus amigas— decidió levantarse para ir a saludarlo, percibió su preocupación y no lo recordaba de ese modo: casi hablando solo, pensativo..., un semblante que solo le había visto en el pasado, una sola vez, cuando ellos escribieron una historia juntos. George
Claudia tomó de la mano a Max y lo acercó a la otra chica. —Max, ella es mi gran amiga Susana Williams. Ambos estrecharon sus manos, mirándose fijo al rostro. Maximiliano pudo darse cuenta que Susana tenía unos impresionantes ojos verdes que parecían casi irreales. —Es un placer, Susana. —El placer es mío. Claudia sonrió pícara y con un tinte de triunfo en sus facciones, caminando en derredor a ellos hasta posicionarse a espaldas de la chica. Un poco alejada de ella, le guiñó un ojo al recién llegado y se fue a prepararle su trago favorito. *** Jefferson se encontraba bajo la ducha con las manos pegadas a los azulejos del baño del hotel, ojos cerrados y cabeza gacha, dejando que el agua le empapara al completo. Eran las siete de la mañana del sábado. Debía salir de viaje a las diez en un vuelo sumanente corto hacia la capital. Su puesto de trabajo lo esperaba desde hace varios días. Abrió los ojos para comprobar si el rastro de sucio que llevaba encima se había desvanecido p
—¡Max, espera! —Lenis dejó todo intacto en la mesa, casi no había comido por completo, para ir detrás de su jefe, quien se había retirado de la mesa con bastante molestia—. ¡Oye! —Lo atrapó ya subiendo por las grandes escaleras que dirigían hacia las habitaciones de la casa. Max se volteó y la encaró. —¿Ahora qué sucede, Lenis? El desayuno se te va a enfriar. Ella alzó las manos haciendo señas de que no siguiera, que la escuchara. —Sé que eres un buen hombre. Sé que ustedes tres lo son. Entiendo todo perfectamente, ¡pero debes entenderme! Maximiliano tomó a Lenis del antebrazo, mirando para todos lados, no quería que nadie más los escuchara. El personal encargado del mantenimiento y del buen funcionamiento de su casa ya había visto y oído demasiado. Caminó sin soltarla hacia un costado de la escalera. Siguieron rápidamente derecho, luego cruzaron unas puertas, entraron por un pasillo. Después, él empujó unas puertas color caoba y la cerró tras de sí. Lenis casi no logra ver dónde
—Buenas tardes —saludó Lenis a la mujer con la que se topó en la entrada del edificio. Ambas damas compartieron una mirada entre sí, pero nada de gran importancia. Lenis saludó al recepcionista. —Señorita Evans, qué bueno verla por acá —dijo el joven vestido con uniforme marrón oscuro con el emblema del complejo en su camisa y en su sombrero. —Gracias. Espero te encuentres bien. ¿No sabes si el señor se encuentra en casa? —Sí, señorita. Llegó hace algunas horas. El señor Embert también se encuentra allí. Lenis se le quedó mirando, pero con su mente puesta rápidamente en otro lugar, en ideas y deseos que no cabían en esa recepción. —¿Ah sí? ¿Tiene mucho rato allí? —¿El señor Embert? Algunas horas, sí. —Muy bien. —¿La anuncio? —No, no hace falta. Gracias. El muchacho dudó por un momento, pero ella también era inquilina, a pesar de no haberla visto durante algunos días, por lo que le parecía ilógico avisarle al señor Miller que ella iba subiendo, si ambos vivían juntos. Lo de
Lenis, Peter y George, de pie en medio de la sala del apartamento del abogado, se quedaron mirando entre sí, pero mayormente ambos hombres la observaban, expectantes, ante lo que ella podría decirles en cualquier instante. Lenis miró a uno, luego al otro, estando en medio de los dos. —Lo que ustedes me han hecho —miró a Peter—, van a pagarlo algún día. Lo sé. Peter hizo una mueca de aburrimiento, como si se estuviese diciendo a sí mismo: “lo que faltaba”. —Mira, Lenis —intervino el agente de seguridad—. Sí, te estábamos utilizando para encontrar a nuestro padrastro, pero si escuchaste bien lo que George te contó, podrás entender las razones… —Nada de lo que me hicieron tiene justificación —lanzó en interrupción, girándose para verle mejor, frente a frente. —Quizás no, pero así lo hicimos y pedimos perdón, pero parece que estás empeñada en seguir sufriendo lo que nosotros “te hicimos”, estando aún ese desgraciado de tu ex marido suelto, el imbécil de Turgut haciendo de las suyas t
Lenis encegueció a George con una sonrisa, luego que él soltara su cabello. El abogado le correspondió mostrando sus dientes como nunca, sosrpendiendo a Lenis de lo hermoso que él se veía cuando mostraba sus perfectos dientes por alegría, cuando lo hacía sinceramente, de par en par, cuando se daba a sí mismo. Aún a horcajadas sobre él, con la inmensidad de la ciudad, algo lejana, pero cubriéndolos, estrechó su boca contra la de él en un beso abrazador que hizo que las pieles de ambos se erizara. La secretaria echó sus manos tras la espalda de George, encontró el borde de la franela blanca y la subió, ayudándola él a ella también con el cometido de quitarse por completo la prenda. Y así, como un coctel bajo la luna, las telas salieron de sus cuerpos, cayendo al suelo una a una, algunas a la par de otras, hasta quedar desnudos…, hasta que el abogado, con su mirada penetrante, seria y ardiente, tomó su miembro con una mano y lo acomodó en aquel centro tan deseado por él, tan anhelante
El agente Peter Embert caminaba junto al gerente del hotel, un hombre alto delgado, con modales exquisitos, experto en el ramo de la hotelería, cabello corto y canoso y mirada perspicaz, alejándose ambos de la habitación que ocupó Jefferson Smith. Peter había aparecido con su credencial de inteligencia, algo que no muchas personas sabían sobre su biografía laboral y currículum, junto a J.T y otros tres agentes máscumpliendo acciones de protocolo, con una orden de registro que le permitiría acceder a la famosa habitación. —Muchas gracias por preferir la discreción, señor Embert —decía el gerente del hotel a un agente que le asentía a las palabras—. Estamos bastantes sorprendidos por lo que nos mostró a través de sus cámaras, su equipo de trabajo puede revisar el resto de las nuestras sin ningún problema. —Perfecto. Igualmente, gracias por mantener en silencio este tema. Aún no hemos recibido reporte de desaparición de la señorita Lugano y ya el señor Smith debe compadecer ante un j
Lenis se despertó sintiendo un cansancio que parecía irreparable. Sin embargo, en cuando abrió los ojos y enfocó la visión sin tan siquiera mover la cabeza y divisó a quién tenía al lado suyo, su cuerpo empezó a cobrar vida. Ella sonrió, mientras George la estaba contemplando. Él alzó la mano y tocó su nariz, haciendo que ella apretara los párpados y cubriera un poco su cara con la sábana, como si de repente sintiera una pena gigante. El abogado le descubrió el rostro con delicadeza. —No hagas eso, quiero verte. —Ambos se quedaron mirando. Él de lado, ella boca abajo con la cabeza ladeada—. Aún no creo que estés aquí —susurró. Lenis cerró y abrió los ojos, junto a una sonrisa, manteniéndola somnolienta. —Por alguna razón, sentía que volveríamos. Muy dentro de mí, a pesar de todo, sentía que regresaría a ti. Él tragó grueso, abosorbiendo aquellas palabras con una emoción muy profunda y novedosa. —No te creí perdida, Lenis. Quizás porque he estado seguro de nuestros sentimiento