—De verdad no creí que ustedes duraran —confesó Nathaniel mientras veía cocinar a Maryere en el departamento de su amigo, que, sin dejarle ver su sonrisa, siguió preparando comida para tres, que eran los que habitualmente comían allí.
—Pero duramos y duraremos—aseguró bastante satisfecho, y muy feliz, Castiel, que entraba en la cocina y se abrazaba a la espalda de la chica—. Esto es para siempre, a nosotros solo la muerte nos puede separar, y puede que me las ingenie para volver a estar con ella después de eso. Renacería para volver a verla, para volver a amarla, para volver a tenerla una vida entera conmigo.
—Eres todo un poeta —dijo la morena apagando la estufa—, así de bueno deberías ser para cocinar.
—No hay necesidad —indicó Castiel, sacando platos de la alacena para llevarlos a la mesa—, antes tenía a Nathaniel, y ahora a ti. No necesito saber cocinar —aseguró provocando la risa de sus dos acompañantes.
—¿Se casarán? —preguntó el rubio, causando una tos frenética en el par de tortolos, que se atragantaron con el desayuno al escuchar la pregunta.
—No —respondió ella después de recuperar el aliento—, pero tal vez pronto vivamos juntos —informó besando a su novio y dejando la cocina para ir por sus cosas, debía ir a trabajar.
—¿De verdad vas a involucrarte formalmente con ella? —preguntó Nathaniel una vez que ambos estuvieron a solas—. Sabes lo peligroso que podría ser, ¿verdad?
—Lo sé —señaló Castiel revolviendo sus propios cabellos—, pero de verdad no creo poder vivir sin ella, Nath.
—Por eso mismo —dijo el rubio—. Si ellos se enteran te volverás vulnerable y, probablemente, ella terminará siendo solo un bonito cadáver.
—¿Y si lo dejo? —preguntó un poco confuso el pelinegro.
Nathaniel rio sonoramente, negando con la cabeza. No creía la tontería que acababa de decir su mejor amigo.
—No puedes dejar esto, Castiel —recordó el de ojos miel después de lograr calmarse—. Cuando nos metimos en esta porquería nos casamos con ello. De aquí solo la muerte nos salva, si es que ellos no tienen pacto con el diablo y nos harán sufrir aún en el infierno… Tienes que dejarla.
A la declaración de su amigo, Castiel sintió como que una daga le atravesaba el pecho. En el fondo sabía que era verdad. Él era un tipo algo peligroso, al mando de tipos realmente peligrosos que no se tentaban el corazón para obtener lo que querían. Ellos utilizarían cualquier debilidad de sus subordinados con tal de lograr los resultados esperados, y las personas amadas por ellos eran sus armas preferidas.
—La amo, Nath —confesó apesadumbrado el pelinegro y Nathaniel le creyó.
—Por eso tienes que dejarla ir —explicó el rubio—. Es peligroso, Castiel.
El ojiazul refregó su cara furiosamente.
—No puedo hacerlo —declaró Castiel—…, no quiero vivir sin ella.
—Terminarás siendo su esclavo —advirtió Nathaniel y Castiel aceptó su destino.
—Si eso me permite tenerla a mi lado, está bien para mí —dijo sonriendo—. Aunque tal vez no se enteren de ella —sugirió esperanzado el azabache, y el de cabello rubio se unió a la súplica.
—Esperemos que así sea —dijo el rubio.
Maryere se había convertido en una gran amiga, y de verdad no quería que le pasara nada malo. Además, era la novia de su mejor amigo, verlo triste por ella sería algo que definitivamente le partiría el corazón.
**
Un par de semanas después de esa charla, después de haber revalorado los riesgos y beneficios de aceptar la propuesta de cohabitar, Castiel recibía en su departamento a una morena de cabellos oscuros que, embargada de felicidad, se mudaba al fin con ese chico del que hacía tiempo se había enamorado loca y perdidamente.
—Bienvenida a nuestro nidito de amor —dijo Castiel, provocando la risa del a chica, esa risa que realmente adoraba.
Solo a esa risa le creía que la felicidad existía y era toda para él.
—Ni que fuéramos pájaros —dijo ella, divertida—. ¿Nidito? Te digo que eres todo un romántico incurable.
Castiel la pegó más a su cuerpo al intensificar el abrazo en que la mantenía.
—Eso es lo que provocas en mí —susurró al oído de la que más amaba, lleno de felicidad como se encontraba—, cosas hermosas y buenas. Me haces una mejor persona y soy solo para ti. Te amo, Mary —declaró, obteniendo una sonrisa de parte de su amada, una de esas sonrisas que llenaban su oscuro mundo de luz.
—Te amo, Castiel —devolvió la chica, y besó los labios expectantes y deseosos del chico que, en todo el mundo, solo quería poder ser capaz de protegerla, a ella y este amor que nacía entre ellos.
—Te lo dije —la respuesta de Nathaniel cuando Castiel le mostró las fotos que los altos mandos de esa maldita organización, a la que ahora más que nunca pertenecía, le habían enviado—. ¿Qué es lo que quieren? —peguntó el rubio y el pelinegro empuñó la nota que venía junto al montón de imágenes donde aparecía la mujer de su vida.—Un asesinato —informó Castiel después de llenar sus pulmones con aire, y ambos hombres fruncieron el entrecejo.—¿Quién? —preguntó Nathaniel y Castiel se estremeció, solo pensar en su objetivo le hacía doler el estómago. —Lyzandro —anunció, haciendo que el ojimiel perdiera la poca compostura que le quedaba.—No puedes —espetó bastante descolocado el rubio—, ese sujeto es intocable.
Castiel abrió los ojos con pesadez, y miró ese techo blanquecino que le cubría. Mientras su modorra comenzaba a dispersarse, pudo percatarse de algunos sonidos que le causaban confusión. Pareciese que estuviese en un hospital. El olor a desinfectante y medicamentos aumentaban las probabilidades de que fuera así.Quiso moverse, pero le resultó complicado. Su cuerpo parecía estar hecho de plomo, o tener bastantes kilos de ello. Intentó hablar, pero su garganta tampoco quiso cooperar con él, solo un ronco y desgarrarte sonido arañó su garganta para abandonar su boca.—Bienvenido al mundo, bella durmiente… aunque más pareces una bestia desahuciada —pronunció una voz que no reconocía, no sabía si era porque nunca antes la había escuchado o porque hacía bastante que no la oía.—¿Qu… qué…? &md
—Quiero saber lo que pasó —exigió Castiel mientras irrumpía en la casa de Lysandro, que ya le estaba esperando.El albino delineó sus labios con una sonrisa y le ofreció asiento al hombre de pie en la entrada de su sala.Castiel se encaminó al sofá frente al imponente hombre a quien, al parecer, le debía la vida, y tomó asiento. Entonces, balanceando en suaves movimientos circulares su copa de vino tinto, el peliblanco comenzó a narrar lo que había pasado años atrás.—Cuando casi te mataran mis amigos, me sorprendí demasiado al conocer tu identidad. No creí que ese chico, que tanto había protegido Nathaniel, y a quien siempre cargaba consigo, fuese el encomendado de matarme. Sobre todo, porque no podrías hacerlo, nunca te preparó para ello y yo soy intocable —hizo una mueca de burla que no molestó a Castiel,
—¿Usted es familiar de la señora? —preguntó la enfermera a la que solicitaba informes Castiel.El negó con la cabeza, a tales alturas ellos solo eran un par de desconocidos. Al menos para ella y todo el mundo.—Soy quien la trajo aquí —informó.—Si no es familiar no me está permitido dar informes —se disculpó la enfermera—, pero puedo decirle que ella está bien y que está en el cuarto 227 en recuperación —susurró guiñándole un ojo y se fue.Sin saber en realidad qué le motivaba a ir, se encaminó a la habitación mencionada y encontró a Maryere dormida en una cama.La miró con más dolor que pena, le vio esos marcados golpes en su rostro, el brazo enyesado y la cabeza vendada. El impacto había sido fuerte, era sorprendente que ella estuviera viva.
—Esa vez no iba a un viaje de negocios —informó Nathaniel—, iba a casarse con su prometida y ambos murieron cuando el avión que los llevaba de luna de miel se desplomó.—¿Qué? —preguntó Maryere mientras sus ojos dejaban escapar su dolor en forma de lágrimas y un hombre, ahora pelirrojo, renegaba en el baño—. No —susurró ella.—Sí, Ere —insistió Nathaniel—. Lamento no habértelo dicho, pero él era mi mejor amigo y no creía que lo quisieras tanto. Además, cuando él murió, pensé que era mejor que no lo supieras, pensé que era mejor que mantuvieras la imagen de ese Castiel amoroso y divertido que te encantaba. Solo no podía decirte que él murió mientras estaba con otra.—No —repitió Maryere—. Todos estos años he pensado que &
Maryere fue atendida y sedada, Nathaniel se fue y Castiel salió a ver el rostro adolorido, e hinchado por tanto llorar, de la mujer que más amaba. Ella no tenía culpa de nada y había sido quien más sufrió. Aunque todo fuera culpa de su disque mejor amigo, en realidad.Sintiéndose tan culpable del dolor de esa mujer que adoraba, se fue sin atreverse a tocar ese rostro que tonto había extrañado. Aun después de haber aceptado que ella era mala, y de decidir vengarse de ella y Nathaniel, Castiel jamás había dejado de amar a Maryere.—Ella no era parte de esto —informó a Lysandro, que ahora era como un amigo para él, pero que no lograría nunca serlo.Después de la traición de Nathaniel, que había sido como su hermano, Castiel no se atrevería a entablar una amistad con nadie más.—¿Cómo puede
—¿Y quién es el nuevo socio? —preguntó Maryere que, desde algunos años atrás, trabajaba en la empresa que Nathaniel había creado con la intención de sentar cabeza para esa familia que realmente amaba.A diferencia de Castiel, él podía dejar la mierda de vida que era la mafia, por ser el jefe. O al menos era lo que él pensaba, pues no se imaginaba que las consecuencias de las acciones realizadas, por mucho que intentara dejarlas atrás, le seguirían hasta cobrarle todas y cada una de las que había hecho. Pero estaba por descubrirlo.—En realidad no lo conozco, solo hemos tratado por mail, y creo que hablé en un par de ocasiones por teléfono con él, pero nunca nos hemos visto personalmente, aunque no tardará en llegar —anunció el rubio a una mujer que aún le tenía molesto, pero que necesitaba a su lado justo en
—¿Alguna vez has hecho el balance? —preguntó Louis, que trabajaba con Maryere sobre las cosas contables de la empresa. Ella negó con la cabeza.—Solo las reviso —dijo—. Tú sabes cuan delicado es todo esto, me encargo de checar que no haya errores y, sorprendentemente, nunca los hay. Eso es bueno —terminó sonriendo para el que continuaba revisando meses de contabilidad.—Eso es extraño —susurró él obteniendo la total atención de la morena, que le miró extrañada—. Que no haya errores, es extraño —repitió. —Somos varios contadores —explicó ella—, antes de mí todo fue revisado dos veces por al menos dos personas.—A mí sigue sin cuadrarme mucho —renegó el pelirrojo, pero la mujer no le dio importancia, después de todo, ella confiaba en su t