—Te lo dije —la respuesta de Nathaniel cuando Castiel le mostró las fotos que los altos mandos de esa maldita organización, a la que ahora más que nunca pertenecía, le habían enviado—. ¿Qué es lo que quieren? —peguntó el rubio y el pelinegro empuñó la nota que venía junto al montón de imágenes donde aparecía la mujer de su vida.
—Un asesinato —informó Castiel después de llenar sus pulmones con aire, y ambos hombres fruncieron el entrecejo.
—¿Quién? —preguntó Nathaniel y Castiel se estremeció, solo pensar en su objetivo le hacía doler el estómago.
—Lyzandro —anunció, haciendo que el ojimiel perdiera la poca compostura que le quedaba.
—No puedes —espetó bastante descolocado el rubio—, ese sujeto es intocable. Te despedazaran antes de siquiera poder verlo de lejos, está demasiado protegido, es una locura.
—Sé que es una locura —aseguró el de orbes grises—, sé que parece imposible, pero ellos fueron muy claros, alguien va a morir y solo hay dos prospectos, Lysandro o Mary, y no puedo dejar que ella muera, no sin intentar lograr algo.
—Es un suicidio, Castiel.
—Quiero protegerla, Nath. Ella es mi mujer, la amo con toda mi vida… y esto es mi culpa por enamorarme de ella. Es lo menos que puedo hacer. Además, es mejor morir que estar en una vida sin ella.
—Seguro ella piensa lo mismo. Castiel, no puedes morir. Ella se pondrá demasiado triste —soltó Nathaniel de verdad preocupado por su amigo.
—Solo no intentes consolarla, ella es mía, Nathaniel—bromeó el azabache, logrando negativas de cabeza de parte de su mejor amigo.
Un par de días después Maryere veía a Castiel llenar una pequeña valija con ropa de viaje para unas cuantas semanas.
—¿De verdad tienes que irte? —preguntó la chica—. Este viaje no me da buena espina, no quiero quedarme sola.
—Solo serán tres semanas —señaló Castiel, después de tragar disimuladamente ese grueso de saliva que no le permitía hablar con facilidad—. No va a pasarme nada —prometió él, pero algo dentro de ella decía que no debían separarse justo en ese momento.
—¿Es demasiado importante? —cuestionó ella, mordiéndose el labio inferior.
No es que fuera supersticiosa, pero en serio no le parecía que las cosas fueran a ser buenas al separarse.
—Es de vida o muerte —dijo Castiel, con el rostro tan serio que Maryere no pudo evitar reír, pues creyó que era broma lo que su amado decía.
—Échale un ojo —pidió Castiel a Nathaniel, que había ido a despedirle.
El rubio asintió y miró al piso, había una gran pena presionándole el alma, después de todo Castiel era su mejor amigo.
—Siento que no debería dejarte ir —insistió Maryere al abrazarse a Castiel.
Castiel sonrió, aferrado a ella. Solo debía subir al taxi para ir a una misión casi suicida, pero no podía solo dejarla atrás. Dentro de sí todo decía que no lo hiciera.
Pero debía protegerla y quizá todo era solo una prueba de lealtad, probablemente, antes de que alguien intentase matarlo, le darían la orden de que se detuviera. O al menos era lo que deseaba fervientemente.
—Voy a estar bien —aseguró el azabache—, voy y vuelvo, es una cosita de nada.
Castiel terminó sonriendo, pero ella no pudo hacer lo mismo. El azabache acarició las mejillas de su novia y, regalándole una nueva sonrisa, besó sus labios, para deleitarse, por probablemente última vez, con los labios de Maryere.
»Definitivamente voy a volver —dijo alejándose de ella—, ya lo dije, renacería solo para estar a tu lado. Esto es trabajo, no es como que fuera a la guerra o algo así ¿verdad? —preguntó y Maryere asintió—. Si lo sabes, ¿por qué lloras? —cuestionó limpiando las traviesas lágrimas que escapaban de los profundos y oscuros ojos de la chica.
—Es solo que no puedo evitarlo —explicó Maryere, y se abrazó mucho más fuerte al que sentía perder solo por verlo partir de su lado.
—Vuelvo pronto —aseguró Castiel—, espérame con un sexy babydoll.
—Claro que sí, de conejito —dijo riendo y haciendo reír al hombre que la imaginaba en ese espantoso mameluco que simulaba un nada sexy conejo y que no le permitía ver más piel que la de la cara.
—Hasta pronto, amor —dijo Castiel.
Maryere asintió, soltando su mano y dejándolo ir. Después de todo, tres semanas después volverían a estar juntos, o al menos era lo que ambos querían.
Castiel abrió los ojos con pesadez, y miró ese techo blanquecino que le cubría. Mientras su modorra comenzaba a dispersarse, pudo percatarse de algunos sonidos que le causaban confusión. Pareciese que estuviese en un hospital. El olor a desinfectante y medicamentos aumentaban las probabilidades de que fuera así.Quiso moverse, pero le resultó complicado. Su cuerpo parecía estar hecho de plomo, o tener bastantes kilos de ello. Intentó hablar, pero su garganta tampoco quiso cooperar con él, solo un ronco y desgarrarte sonido arañó su garganta para abandonar su boca.—Bienvenido al mundo, bella durmiente… aunque más pareces una bestia desahuciada —pronunció una voz que no reconocía, no sabía si era porque nunca antes la había escuchado o porque hacía bastante que no la oía.—¿Qu… qué…? &md
—Quiero saber lo que pasó —exigió Castiel mientras irrumpía en la casa de Lysandro, que ya le estaba esperando.El albino delineó sus labios con una sonrisa y le ofreció asiento al hombre de pie en la entrada de su sala.Castiel se encaminó al sofá frente al imponente hombre a quien, al parecer, le debía la vida, y tomó asiento. Entonces, balanceando en suaves movimientos circulares su copa de vino tinto, el peliblanco comenzó a narrar lo que había pasado años atrás.—Cuando casi te mataran mis amigos, me sorprendí demasiado al conocer tu identidad. No creí que ese chico, que tanto había protegido Nathaniel, y a quien siempre cargaba consigo, fuese el encomendado de matarme. Sobre todo, porque no podrías hacerlo, nunca te preparó para ello y yo soy intocable —hizo una mueca de burla que no molestó a Castiel,
—¿Usted es familiar de la señora? —preguntó la enfermera a la que solicitaba informes Castiel.El negó con la cabeza, a tales alturas ellos solo eran un par de desconocidos. Al menos para ella y todo el mundo.—Soy quien la trajo aquí —informó.—Si no es familiar no me está permitido dar informes —se disculpó la enfermera—, pero puedo decirle que ella está bien y que está en el cuarto 227 en recuperación —susurró guiñándole un ojo y se fue.Sin saber en realidad qué le motivaba a ir, se encaminó a la habitación mencionada y encontró a Maryere dormida en una cama.La miró con más dolor que pena, le vio esos marcados golpes en su rostro, el brazo enyesado y la cabeza vendada. El impacto había sido fuerte, era sorprendente que ella estuviera viva.
—Esa vez no iba a un viaje de negocios —informó Nathaniel—, iba a casarse con su prometida y ambos murieron cuando el avión que los llevaba de luna de miel se desplomó.—¿Qué? —preguntó Maryere mientras sus ojos dejaban escapar su dolor en forma de lágrimas y un hombre, ahora pelirrojo, renegaba en el baño—. No —susurró ella.—Sí, Ere —insistió Nathaniel—. Lamento no habértelo dicho, pero él era mi mejor amigo y no creía que lo quisieras tanto. Además, cuando él murió, pensé que era mejor que no lo supieras, pensé que era mejor que mantuvieras la imagen de ese Castiel amoroso y divertido que te encantaba. Solo no podía decirte que él murió mientras estaba con otra.—No —repitió Maryere—. Todos estos años he pensado que &
Maryere fue atendida y sedada, Nathaniel se fue y Castiel salió a ver el rostro adolorido, e hinchado por tanto llorar, de la mujer que más amaba. Ella no tenía culpa de nada y había sido quien más sufrió. Aunque todo fuera culpa de su disque mejor amigo, en realidad.Sintiéndose tan culpable del dolor de esa mujer que adoraba, se fue sin atreverse a tocar ese rostro que tonto había extrañado. Aun después de haber aceptado que ella era mala, y de decidir vengarse de ella y Nathaniel, Castiel jamás había dejado de amar a Maryere.—Ella no era parte de esto —informó a Lysandro, que ahora era como un amigo para él, pero que no lograría nunca serlo.Después de la traición de Nathaniel, que había sido como su hermano, Castiel no se atrevería a entablar una amistad con nadie más.—¿Cómo puede
—¿Y quién es el nuevo socio? —preguntó Maryere que, desde algunos años atrás, trabajaba en la empresa que Nathaniel había creado con la intención de sentar cabeza para esa familia que realmente amaba.A diferencia de Castiel, él podía dejar la mierda de vida que era la mafia, por ser el jefe. O al menos era lo que él pensaba, pues no se imaginaba que las consecuencias de las acciones realizadas, por mucho que intentara dejarlas atrás, le seguirían hasta cobrarle todas y cada una de las que había hecho. Pero estaba por descubrirlo.—En realidad no lo conozco, solo hemos tratado por mail, y creo que hablé en un par de ocasiones por teléfono con él, pero nunca nos hemos visto personalmente, aunque no tardará en llegar —anunció el rubio a una mujer que aún le tenía molesto, pero que necesitaba a su lado justo en
—¿Alguna vez has hecho el balance? —preguntó Louis, que trabajaba con Maryere sobre las cosas contables de la empresa. Ella negó con la cabeza.—Solo las reviso —dijo—. Tú sabes cuan delicado es todo esto, me encargo de checar que no haya errores y, sorprendentemente, nunca los hay. Eso es bueno —terminó sonriendo para el que continuaba revisando meses de contabilidad.—Eso es extraño —susurró él obteniendo la total atención de la morena, que le miró extrañada—. Que no haya errores, es extraño —repitió. —Somos varios contadores —explicó ella—, antes de mí todo fue revisado dos veces por al menos dos personas.—A mí sigue sin cuadrarme mucho —renegó el pelirrojo, pero la mujer no le dio importancia, después de todo, ella confiaba en su t
Los negocios de Nathaniel no eran del todo claros, había mucho fango debajo del agua clara que ese hombre presumía; y nadie lo imaginó ni lo imaginaría.Pero Louis tenía razón y Maryere lo descubrió. Después de los intrigantes comentarios del nuevo socio, y su casi amigo, ella comenzó a indagar profundo en tantos papeles como nunca revisó.El lavado de dinero era el menor de los problemas. Mucho del dinero que entraba a la empresa era por medio de estafas. Dinero de sin fin de empresas que ella sabía les habían jugado sucio, y ahora sabía quién fue. Su esposo.—¿Qué es lo que harás? —preguntó Maryere a Louis después de confirmar que él lo sabía también.—Es obvio, denunciarlo —dijo el pelirrojo—. No puedo verme implicado en algo tan turbio. Además, ¿qué