CAPÍTULO 3

—Te lo dije —la respuesta de Nathaniel cuando Castiel le mostró las fotos que los altos mandos de esa maldita organización, a la que ahora más que nunca pertenecía, le habían enviado—. ¿Qué es lo que quieren? —peguntó el rubio y el pelinegro empuñó la nota que venía junto al montón de imágenes donde aparecía la mujer de su vida.

—Un asesinato —informó Castiel después de llenar sus pulmones con aire, y ambos hombres fruncieron el entrecejo.

—¿Quién? —preguntó Nathaniel y Castiel se estremeció, solo pensar en su objetivo le hacía doler el estómago.  

—Lyzandro —anunció, haciendo que el ojimiel perdiera la poca compostura que le quedaba.

—No puedes —espetó bastante descolocado el rubio—, ese sujeto es intocable. Te despedazaran antes de siquiera poder verlo de lejos, está demasiado protegido, es una locura.

—Sé que es una locura —aseguró el de orbes grises—, sé que parece imposible, pero ellos fueron muy claros, alguien va a morir y solo hay dos prospectos, Lysandro o Mary, y no puedo dejar que ella muera, no sin intentar lograr algo.

—Es un suicidio, Castiel.

—Quiero protegerla, Nath. Ella es mi mujer, la amo con toda mi vida… y esto es mi culpa por enamorarme de ella. Es lo menos que puedo hacer. Además, es mejor morir que estar en una vida sin ella.

—Seguro ella piensa lo mismo. Castiel, no puedes morir. Ella se pondrá demasiado triste —soltó Nathaniel de verdad preocupado por su amigo.

—Solo no intentes consolarla, ella es mía, Nathaniel—bromeó el azabache, logrando negativas de cabeza de parte de su mejor amigo.

Un par de días después Maryere veía a Castiel llenar una pequeña valija con ropa de viaje para unas cuantas semanas.

—¿De verdad tienes que irte? —preguntó la chica—. Este viaje no me da buena espina, no quiero quedarme sola.

—Solo serán tres semanas —señaló Castiel, después de tragar disimuladamente ese grueso de saliva que no le permitía hablar con facilidad—. No va a pasarme nada —prometió él, pero algo dentro de ella decía que no debían separarse justo en ese momento.

—¿Es demasiado importante? —cuestionó ella, mordiéndose el labio inferior.

No es que fuera supersticiosa, pero en serio no le parecía que las cosas fueran a ser buenas al separarse.

—Es de vida o muerte —dijo Castiel, con el rostro tan serio que Maryere no pudo evitar reír, pues creyó que era broma lo que su amado decía.

—Échale un ojo —pidió Castiel a Nathaniel, que había ido a despedirle.

El rubio asintió y miró al piso, había una gran pena presionándole el alma, después de todo Castiel era su mejor amigo.

—Siento que no debería dejarte ir —insistió Maryere al abrazarse a Castiel.

Castiel sonrió, aferrado a ella. Solo debía subir al taxi para ir a una misión casi suicida, pero no podía solo dejarla atrás. Dentro de sí todo decía que no lo hiciera.

Pero debía protegerla y quizá todo era solo una prueba de lealtad, probablemente, antes de que alguien intentase matarlo, le darían la orden de que se detuviera. O al menos era lo que deseaba fervientemente.

—Voy a estar bien —aseguró el azabache—, voy y vuelvo, es una cosita de nada.

Castiel terminó sonriendo, pero ella no pudo hacer lo mismo. El azabache acarició las mejillas de su novia y, regalándole una nueva sonrisa, besó sus labios, para deleitarse, por probablemente última vez, con los labios de Maryere.

»Definitivamente voy a volver —dijo alejándose de ella—, ya lo dije, renacería solo para estar a tu lado. Esto es trabajo, no es como que fuera a la guerra o algo así ¿verdad? —preguntó y Maryere asintió—. Si lo sabes, ¿por qué lloras? —cuestionó limpiando las traviesas lágrimas que escapaban de los profundos y oscuros ojos de la chica.  

—Es solo que no puedo evitarlo —explicó Maryere, y se abrazó mucho más fuerte al que sentía perder solo por verlo partir de su lado.

—Vuelvo pronto —aseguró Castiel—, espérame con un sexy babydoll.

—Claro que sí, de conejito —dijo riendo y haciendo reír al hombre que la imaginaba en ese espantoso mameluco que simulaba un nada sexy conejo y que no le permitía ver más piel que la de la cara.

—Hasta pronto, amor —dijo Castiel.

Maryere asintió, soltando su mano y dejándolo ir. Después de todo, tres semanas después volverían a estar juntos, o al menos era lo que ambos querían.

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