Shaggath es un mundo mayormente cubierto de agua, con un vasto océano que pulula de vida, repleto de temibles monstruos marinos de todo tipo. Su único continente, Gorgonia, es una tierra húmeda y cenagosa, donde una espesa vegetación bulbosa y sin flores, cubre la mayor parte de la tierra como un follaje siniestro. Llovía con mucha regularidad y los lodosos suelos eran siempre difíciles de transitar para quien no fuera nativo.
Un espeluznante alarido rasgó la oscuridad de la noche…
Entre los páramos pantanosos bajo la luz de las trece lunas y del firmamento estrellado, una ceremonia horripilante se llevaba a cabo bajo cómplices y sórdidas tinieblas apenas rotas por una antorcha resplandeciente. La luz de esta antorcha iluminaba una frígida lápida plana, sobre la cual se encontraba encadenada una joven mujer. Figuras sombrías y monstruosas la rodeaban y comenzaron a tañer un morboso tambor.
Los gorgonianos, uno de los pueblos nativos, eran batracios bípedos, de corta estatura y rechonchos, de cara plana y con cinco ojos en la parte superior de la cabeza, de bocas grandes que exudaban viscosa baba que se derramaba por sus mandíbulas y un cuerpo que emitía un desagradable hedor. Cuatro cuernos o espinas hechas de piel emergían de sus cabezas y tenían dos brazos y dos piernas con pies y manos palmeados además de una piel verde musgo repleta de manchas negras que fungían de camuflaje contra los feroces depredadores de las ciénagas.
La joven víctima de los gorgonianos, por el contrario, era una hermosa y núbil doncella de piel tersa y blanca, y la belleza característica de su juventud. Ataviada con un vestido de seda blanca tan empapado como sus bellos y lacios cabellos negros. Como toda mujer Anaki, tenía unos ojos de color dorado con una pupila rasgada.
Emitió nuevos y estruendosos alaridos conforme la lluvia la golpeaba.
De todos los grotescos gorgonianos el más grande y más gordo se aproximó a la víctima a ser inmolada. La lápida se situaba justo al pie de un espantoso tótem de aspecto demoníaco, repugnante y amorfo similar a una mezcla entre calamar y langosta. El líder gorgoniano realizó alguna extraña entonación en adoración al ídolo blasfemo y de inmediato preparó un rústico aunque afilado cuchillo de piedra presto para descuartizar el pecho de la muchacha y extraerle sus órganos.
La joven emitió una nuevo grito desgarrador y lastimero, casi agónico, como resignada a su destino monstruoso y cerró sus ojos esperando la dolorosa muerte que le esperaba. Pero en vez de sentir el corte del arma en sus costillas sintió un repulsivo derrame de un líquido grasoso.
La joven abrió los ojos. Su rostro y pecho se encontraba salpicado de la sangre caldosa del gorgoniano cuyo cuerpo fue atravesado por un rayo láser que le hizo estallar la carótida izquierda y parte del rostro derramando sesos, sangre y bilis y haciéndolo caer de espaldas contra el ídolo macabro.
El resto de sus congéneres escaparon temerosos aunque muchos de ellos fueron abatidos por una concienzuda purga realizada mediante armas láser.
A las inmediaciones de la laja donde estaba encadenada la muchacha se aproximó un grupo de soldados de uniformes rojos, fajados con cinturones negros, con botas y capas, y físicamente idénticos a la joven en su anatomía. El más alto de todos, un sujeto fornido de edad madura, con barba, cabello largo castaño sostenido en una cola y rostro severo, destruyó los eslabones de la cadena con un arma láser plateada y la liberó.
—¡Gracias a los dioses! —expresó la muchacha llorosa y trémula y luego abrazó a su liberador. Instantes después los soldados la cubrieron con una cobija y la llevaron lejos a guarecerse y recibir atención médica.
—Sin duda los dioses te sonrieron —declaró el hombre robusto para si mismo mientras contemplaba los restos viscerales de antiguas víctimas sacrificadas por los gorgonianos que impregnaban el suelo alrededor de la piedra.
La intermitente lluvia los había empapado a todos y la pestilencia de los cadáveres de batracios repugnantes provocaba náuseas. Sin embargo, el sujeto fornido era un militar veterano y entrenado y parecía simular que la desgastante e incómoda situación no le afectaba en absoluto.
—General Larg, señor —dijo uno de sus soldados subalternos haciendo el saludo militar correspondiente (golpearse el pecho con el puño derecho)— los sensores de calor detectan la huída de la mayoría de estos animales internándose por áreas tremendamente peligrosas y por cavernas inescrutables ¿Desea que realicemos una persecución?
—No tendría sentido, sólo perderíamos hombres —dijo Larg para alivio de su subordinado— pero bombardeen la zona como represalia y destruyan las villas gorgonianas cercanas.
—Sí señor, a la orden.
Uno de los gorgonianos agonizantes que se desangraba en el suelo pronunció algunas palabras en su lengua encarando a Larg:
—M’ghui kh’rghx sha’sghtn mep’ghu´tä shag´nath kxshert’oorg z’gfx sher’ghth mowgrr shark’grt n’torh shm’amamrk ghrt’th yog’uoth nakrt äertosh kömerjyaä kharme k’rargth sh’pughui nath’akorhg verk’katheroc orghothpg’ui ma’agnathëk ehsâgg nagg’thk korthuk e’e’e mekh’oluprp o’ghuoluarp bloorp —luego expiró.
—¿Qué dijo? —preguntó el soldado a su general pues sabía que el viejo militar hablaba la lengua gorgoniana.
—¡Supersticiones de estos salvajes!
—Pero…
—Traducido rústicamente; “Maldición de sangre emponzoñada. El engendro de las tinieblas tiene cerca su advenimiento. Gritos en el olvido. La condena del horror incontenible. Un recuerdo amargo que nunca cesa. Arrogancia y vanidad. De entre pestilencia resurgirá algún día”.
El Gobernador de Shaggath estaba más que complacido con la labor de rescate de Osthar. La muchacha provenía de buena familia y era la hija de uno de los sacerdotes más influyentes de la colonia, amigo personal del Gobernador, por lo que Osthar se ganó una gran felicitación y mérito. Era un hombre austero y hubiera invertido la misma cantidad de recursos y esfuerzos de haber sido una esclava, pero le vendría bien el reconocimiento en su expediente.
Osthar Larg, curtido militar del Imperio Lothariano, héroe condecorado de muchas batallas que se destacó en la guerra por su valor y gallardía y nombrado general a sus cincuenta años que —para los estándares Anaki— era una edad muy joven para tan alto rango. Llegó a su lujosa mansión en una cápsula espacial unipersonal y descendió en el interior del pequeño aeropuerto. Dentro, su esclava Nashara, una atractiva Anaki que usaba una toga de barata tela sintética, le asistió para cambiarse de ropa, le preparó comida caliente y un baño de tina con agua tibia, así como una bata seca y cómoda.
Relajado y satisfecho llegó hasta la estancia principal ya con un mejor semblante, a beber algo del delicioso licor Ambrosia Líquida que le llevó su esclava.
—¡Maravilloso! ¡Maravilloso, mi amor! —dijo una de sus esposas (y la única que estaba en ese momento en su casa) una mujer de aspecto notoriamente aristocrático. Mucho más joven que él aunque su verdadera edad era difícil de dilucidar pues, aparte de preservarla como un secreto inescrutable, los tratamientos estéticos y quirúrgicos la mantenían siempre como una jovenzuela. Usaba sus cabellos rubios ondulados sobre el cuello y los hombros en un caro peinado hecho por un estilista androide especialmente diseñado para la tarea. Usaba un elegante vestido que dejaba al descubierto su hombre izquierdo y ambos brazos y se encontraba —quizás excesivamente— decorada con joyas y pendientes. —La noticia de tu hazaña heroica rescatando a esa pobre muchacha de la Familia Shargana ha corrido por todo el Sistema. Esto nos traerá grandes ventajas…
Osthar suspiró molesto. Sentía desprecio y desdén absolutos por la reputación, los chismes y los tejemanejes de la alta sociedad, si bien no era tan iluso como para despreocuparse de ellos totalmente y sabía conducirse dentro de ese círculo, algo fundamental para avanzar en la sociedad Anaki. Pero, en el fondo, era un hombre sencillo con un fuerte sentido del deber. Nada le aburría más que las insípidas y vacías elucubraciones sociales de su aristocrática y mimada esposa que era tan hermosa como superficial, pero no podía hacer mucho. La Familia Larg era uno de los más antiguos y respetados clanes del Imperio y estaba condenado a una vida de conspiraciones, rumores y vanidades.
—Lo importante no es que tanto impactó este suceso entre las viejas chismosas, querida Linnath —dijo a su esposa— sino que tanto este evento nos puede servir para ser reasignado a otra guarnición. Odio este maldito planeta infernal con sus habitantes deformes y su clima húmedo.
—¿A dónde quieres que te reasignen? ¡Déjame adivinar! —dijo con sorna— ¡A Sarconia!
—Aunque lo digas con sarcasmo, sí.
—No tienes por qué fingir. Se que amas más a Zammara que a mí. Ella será siempre tu primera esposa y tu gran amor. Pero no olvides esto, Osthar, tu amada Zammara podrá ser una valiente militar como tú pero es estéril y fui yo quien te dio hijos.
—Sí, sí, lo sé —dijo con tono cansado sentándose frente a la enorme pantalla holográfica que transmitía reportes noticiosos de sucesos en toda la Galaxia. Iluminado por la luz mortecina del aparato comunicador se quedó pensativo ignorando la perorata de su segunda esposa Linnath mientras recordaba a su amada Zammara, militar como él (lo cual era ya inusual en una mujer Anaki) lo que siempre fue uno de sus mayores atractivos. Una mujer fuerte, inteligente y bella con quien podía tener extensas conversaciones sobre historia militar de la que sabía casi tanto como él. Estaban separados por miles de años luz ya que ella había sido asignada al Planeta Sarconia al otro lado del Imperio.
—¿O es que acaso no amas a las dos hijas que te he dado?
—Adoro a mis niñas —reconoció Osthar— aunque desearía poder tener un heredero varón…
Y esas últimas palabras resonaron ácidamente en el corazón de Linnath.
La colonia Anaki de Shaggath se dedicaba principalmente a la extracción de minerales valiosos del suelo oceánico. Los Anaki lograron aliarse con una de las dos especies inteligentes del planeta, los Q’thal’up, una raza de moluscos que durante tres millones de años sostuvieron una sangrienta guerra con los gorgonianos y se masacraban entre sí de las formas más atroces, tortuosas e inclementes, hasta que los Anaki los conquistaron unos miles de años en el pasado y se aliaron a los Q’thal’up.Los asentamientos Anaki se habían limitado a una única ciudad enclavada cerca de la costa este del continente, con algunos esporádicos destacamentos militares en otras partes de la pantanosa jungla. La mayoría de los residentes eran familias dedicadas a la minería así como los encargados administrativos, militares y políticos designados por el Imperio. Los colonos aborrec
Planeta Orión , Sistema Orión Nexus, Constelación de Orión. Capital del Imperio LotharianoLa nave donde viajaba Osthar se materializó tras semana y media de viaje después a través del hiperespacio. Un pasadizo cósmico de brillante luz blanca se dibujó rompiendo la negrura del espacio y por ella emergió el vehículo interestelar.El Sistema Orión Nexus era uno de los más concurridos de toda la Galaxia. Innumerable cantidad de naves espaciales tanto civiles como militares arribaban o partían incesantemente. Orión , capital de una de las mayores potencias galácticas, era el cuarto planeta de su sistema. Un planeta rocoso con una atmósfera oxigenada, grandes extensiones continentales (el 52% de la superficie del planeta era tierra y el 48% de agua) con todos los climas imaginables.Rodeado por naves interestelares, millone
Planeta Shaggath—Estoy preocupada por mi esposo, querida Nashara —le dijo la aristócrata Linnath a su esclava que en aquel momento se encontraba cuidando a las dos niñas pequeñas de su ama, a quienes prácticamente había criado como una madre.—¿Por qué, mi señora?—Siempre he sabido que ama más a Zammara que a mí. De no ser porque Zammara es estéril sin duda ni siquiera se abría casado conmigo. Lo nuestro fue un matrimonio por conveniencia.—Pero mi señora, la religión Anaki prohíbe expresamente que utilicemos métodos de fertilización artificial. La capitana Zammara no tiene forma de concebir un bebé si no es natural…—Lo sé. El problema es que yo, aunque soy fértil, no logro tener un hijo varón que sirva de heredero para
Tras hacer esto Linnath, sus hijas, su abultado equipaje y sus esclavos, embarcaron hacia Sarconia. El trayecto por el hiperespacio tomaría casi un mes y la aburrida Linnath debía encontrar cosas con que entretenerse, no siempre efectivas. Su esclava Nashara pasaba mucho tiempo con su esposo ya que dentro de la nave todo era automatizado y un esclavo tenía poco que hacer. Finalmente llegaron a Sarconia y de primera entrada el planeta le pareció harto desagradable.Para empezar, el mundo estaba en estado de sitio y la presencia militar era omnipresente. Además, el paisaje desolado le pareció lastimero. Dentro de las ciudades había dos grupos claramente diferenciados; los colonos Anaki y los esclavos Sarcones que eran obligados a trabajar en las minas de oricalcum y mantenidos con fuertes medidas de seguridad —como las cadenas— pero suspiró y aceptó su suerte.Osthar le dio una lac&oac
Planeta Sarconia, Imperio Anaki. 2159.El Cuartel General de la Guardia Imperial Anaki en Sarconia estaba equipado con todo lo necesario para fungir como sede de las fuerzas militares del Imperio en un planeta en guerra. Uno de los espacios más necesarios, al menos desde la lógica Anaki, eran los calabozos y las cámaras de tortura en donde se interrogaba a los prisioneros.La atmósfera estaba repleta de los gritos de prisioneros siendo atormentados. En medio del morboso espectáculo, una siniestra figura se removía complacida, como alimentándose dichosamente del dolor que provocaba. Era un Anaki alto, delgado, huesudo, narigón y con la cabeza totalmente calva. Caminó en medio de las máquinas de tortura, sonriente, hasta llegar al fondo, donde de un andamiaje metálico colgaba encadenado por las muñecas un hombre de especie Viraki, fornido y musculoso, con barba de candado.
—Hola… hola ¿me escuchas? —decía una voz de anciana a través de la pared. El sonido se filtraba por una grieta tan grande que el ojo de quien le hablaba se veía claramente. Ta’u despertó de su letargo.—Sí, la escucho.—Mucho gusto. Mi nombre es Arsala. Soy Sarc ¿y usted?—Ta’u —respondió él levantándose y sentándose con la espalda contra la pared— comandante del Ejército Confederado, señora.—Llámeme Arsala, después de todo somos compañeros de presidio. Debo agradecerle en nombre de mi pueblo por su ayuda. Usted es muy noble. No estaría aquí de no haber tratado de ayudarnos.—Es mi deber, Arsala. No es correcto lo que los Anaki les hacen. ¿Qué era usted antes de la invasión?—Filósofa, escritora, poetisa. Miembr
—Detectamos una flota masiva de naves Confederadas y Drosh dirigiéndose hacia acá —le informaba por videófono Osthar al Gobernador de Sarconia— He convocado a todas las naves militares del Imperio en las cercanías y habíamos movilizado la mayor parte de fuerzas disponibles a la región así que creo que tendremos suficiente poder bélico como para detenerlos.—Entonces la Confederación ya decidió iniciar la guerra abierta…—Así parece. Larg fuera —anunció y cortó la comunicación de súbito.—¿Sabes la historia de los Drosh, muchacha? —le preguntó girándose hacia la mujer con la que dormía desde hacía varias semanas. El político vestía sólo una bata en ese momento pues acababa de tener sexo y sostenía una copa de alcohol en la mano. La mujer
Planeta AlaDrosh, Sector Vega, capital del Régimen Drosh, 2159.AlaDrosh era un planeta totalmente urbanizado. Un interminable orbe de ciudad tecnológica se extendía hasta el horizonte donde quiera que estuviera el observador. El cielo casi siempre estaba nublado y llovía con frecuencia. Interminables aerotransportes sobrevolaban siempre el espacio circulando entre las torres y los rascacielos.Todos los Drosh vestían de negro y solían ser pálidos. Si bien sus uniformes variaban mucho según la casta a la que pertenecían.Astar Zelara, quien ahora ya no vestía ropa de esclava Anaki sino el uniforme negro típico de los agentes de inteligencia Drosh; una chaqueta de cuero, pantalones, votas y guantes, se había apersonado como le habían ordenado en las oficinas de la Secretaría de Inteligencia. Zelara era sin duda una mujer muy hermosa de piel tersa y un cabell