La colonia Anaki de Shaggath se dedicaba principalmente a la extracción de minerales valiosos del suelo oceánico. Los Anaki lograron aliarse con una de las dos especies inteligentes del planeta, los Q’thal’up, una raza de moluscos que durante tres millones de años sostuvieron una sangrienta guerra con los gorgonianos y se masacraban entre sí de las formas más atroces, tortuosas e inclementes, hasta que los Anaki los conquistaron unos miles de años en el pasado y se aliaron a los Q’thal’up.
Los asentamientos Anaki se habían limitado a una única ciudad enclavada cerca de la costa este del continente, con algunos esporádicos destacamentos militares en otras partes de la pantanosa jungla. La mayoría de los residentes eran familias dedicadas a la minería así como los encargados administrativos, militares y políticos designados por el Imperio. Los colonos aborrecían a los gorgonianos a quienes temían por su naturaleza execrable. Los gorgonianos gustaban de realizar sus ritos inmolando a los Anaki en sus altares que era la mayor ofrenda a su temible dios-demonio, pero por las medidas de seguridad no lograban secuestrar jóvenes vírgenes —sus víctimas predilectas— con suficiente frecuencia. Aún así, el ruido de los tambores sonando en lo profundo del pantano, clamando a los espíritus gorgonianos sedientos de sangre, en sus rituales perversos, era suficiente para aterrar a muchos residentes y no dejarlos dormir.
Osthar se reunió en el Cabildo General, la mayor de las edificaciones de la colonia donde se localizaba la sede administrativa imperial. Los dos guardias que custodiaban la entrada saludaron respetuosamente a Osthar al verlo llegar.
Dentro se encontraba un marasmo burocrático repleto de colonos y dos nativos Q’thal’up realizando diferentes trámites en ventanillas con funcionarios de ambos sexos de rostros antipáticos y desinteresados. Osthar subió por el ascensor hasta la sala de reuniones ejecutivas donde se encontraría con diversos jerarcas, entre ellos el Gobernador.
—Bienvenido, general Larg —adujo éste al verlo entrar, era un tipo regordete y de baja estatura, con una gruesa barba. Los años de servicio en tan horrendo lugar habían calado en él y se había vuelto un sujeto huraño y amargado— siéntese, lo estábamos esperando.
En la mesa redonda todos los demás eran hombres de diferentes funciones y puestos que Osthar no se interesaba en recordar. El único que desvariaba entre todos era el vocero que representaba a los Q’thal’up en el Cabildo, como todos los de su especie asemejaba un enorme calamar con diez tentáculos, cuatro tenazas, un caparazón y un único ojo en el centro de su cabeza. Su labor era básicamente simbólica pues difícilmente podría ejercer una verdadera influencia, pero en teoría ejercía como defensor de los derechos e intereses de los Q’thal’up.
—Nos hemos reunido —continuó el Gobernador— para felicitar al general Larg por su excelente labor en la misión de rescate de anoche.
—Los gorgonianos son criaturas detestables —dijo el Vocero Q’thal’up aunque su lengua era realmente una serie de sonidos ecolocalizadores que eran traducidos al dialecto Anaki por un traductor electrónico en su caparazón. —Monstruos horribles que deberían ser borrados de la faz de Shaggath. Su labor, General, ha sido encomiable, cuente con la solidaridad de mi pueblo.
—Gracias a todos, pero sólo estaba cumpliendo mi deber —adujo Larg— y sin ánimo de ser irrespetuoso con la familia de la muchacha, se trataba de un operación de rutina…
—Resulta —comentó el Gobernador— que la joven involucrada no sólo es hija de un sacerdote de alto nivel sino, además, es sobrina de una de las esposas de Su Majestad el Emperador —Osthar se sorprendió— así es —confirmó el Gobernador al observar su sorpresa— ha salvado usted a alguien vinculado con la Familia Imperial. Su Majestad desea hablar con usted inmediatamente…
—¿El Emperador?
El Gobernador rió con sorna:
—¿Quién más? Lo está esperando. Quiere reunirse con usted en la Corte Imperial. Le recomiendo que parta de una vez, el viaje a Orión toma muchos días. ¡Enhorabuena, General! Esta es su oportunidad de alejarse de este maldito hoyo del Infierno. Llévese mi nave personal y no olvide hablarle bien al Emperador de mi labor aquí.
—Lo haré por supuesto.
Planeta Sarconia, provincia del Imperio Lothariano
Una violenta batalla se libraba en las pedregosas tierras del Planeta Sarconia, un mundo mayormente montañoso y árido. Debido a su escasa vegetación y a que el agua en la superficie era exigua (pues en su mayoría corría por yacimientos subterráneos), el planeta era apodado por los Anaki como “la Piedra”.
La contienda entre los dos bandos era desigual, aún así sangrienta. Los soldados Anaki con sus naves espaciales de avanzada tecnología que bombardeaban las rocallosas cordilleras que servían de escenario para el enfrentamiento y los gigantescos tanques que flotaban a escasos centímetros del suelo y disparaban cañonazos de fotones que despedazaban los blancos. La maquinaria bélica enfocaba su fuego en un complejo cavernoso que tenía al frente y que servía de parapeto para un grupo rebelde de nativos mal armados y peor entrenados, con tecnología casi obsoleta.
Los cañonazos de fotones hacían pedazos la estructura cavernaria dejando una humareda en el cráter remanente y el bombardeo de las naves que pasaban silbando sobre las montañas hacía añicos las apaleadas montañas, pero la contienda estaba por volverse más cruenta. Los rebeldes atrincherados respondieron al fuego con morteros y explosivos que lanzaron de entre las bocas de las cavernas. Los proyectiles teledirigidos se dirigieron hacia sus blancos haciendo estallar uno de los tanques con todo y tripulantes dentro, así como dañando severamente algunas naves. Nuevos contraataques de los aborígenes provocaron la destrucción de una de las naves que se estrelló causando una luminosa explosión en el farallón donde chocó.
—¡Malditos salvajes! —expresó Zammara Larg, una hermosa mujer de treinta años, de cabello negro ondulado y cuerpo escultural mientras observaba lo acontecido desde una trinchera. Como capitana de escuadrón se encontraba comandando a las tropas encargadas de suprimir la rebelión.
—Esa tecnología teledirigida —conjeturó su teniente— sólo pudo serles suministrada por la Confederación.
—Nos preocuparemos por la política luego —dijo Zammara contemplando la situación con sus binoculares— por ahora no queda más remedio que usar la infantería. Desplieguen a los soldados…
—Sí, señora —respondió el teniente y dio la orden a una multitud de soldados uniformados de rojo y ataviados con un casco que les cubría el rostro, que cargaran en estampida hacia las cavernas disparando sus rifles láser.
Los soldados eran cubiertos por los disparos de los tanques y mientras ellos corrían hacia el territorio enemigo sobre las polvorientas piedras las gigantescas máquinas de muerte sobrevolaban a su lado. La lluvia de láseres letales fue respondida desde el interior de las cavernas. Los rayos láser golpearon los cuerpos de muchos soldados Anaki haciéndolos gemir agónicamente conforme perdían la vida y colapsaron sobre el suelo empedrado con horrendas quemaduras humeantes. Aunque las heridas láser generalmente cauterizaban la carne, algunas veces atravesaban la piel provocando un derramamiento de sangre que, en el caso de los Anaki, era de color verde.
Cuando los soldados Anaki se aproximaron lo suficiente pudieron ver a los nativos Sarcones como emergían de sus madrigueras. Se trataba de enanos nunca superiores al metro sesenta, con extrañas corazas de piel muy duras que les protegían la parte posterior de la cabeza y la espalda, tenían dos ojos rojos y redondos, un hocico alargado y porcino, colmillos agudos, manos y piernas con cuatro dedos afilados como garras y sólo vestían taparrabos. Dicha especie era sensible a la luz solar ya que habían evolucionado para llevar vidas subterráneas, de allí que tuvieran corazas para protegerse de los derrumbes, garras para aferrarse de las paredes y unos ojos especializados para ver en la oscuridad. Para los Anaki eran simples monstruos.
En cuanto los soldados estuvieron cerca de las cavernas uno de los Sarcones emergió —protegiéndose los ojos con gafas oscuras— y les lanzó una granada. El explosivo asemejaba una especie de cubo cristalino, se veía como un juguete de niño pero era letal. El cubo aterrizó en el suelo justo donde una buena cantidad de soldados transitaba y comenzó a emitir un silbido ensordecedor que servía de alerta y usualmente era lo último que escuchaban sus víctimas. Los militares intentaros escapar pero la potencia destructiva del artefacto era tremenda y cuando explotó emitió una ola de energía que consumió a todo ser vivo alrededor. Los cuerpos de los soldados eran elevados por el aire mientras los empujaba la diabólica invención y sus carnes consumidas hasta reducirlos a esqueletos calcinados.
Pero aún esto era insuficiente para detener la horda de los Anaki. Algunos soldados sobrevivientes llegaron a las puertas de las cavernas y tiraron en su interior un diferente tipo de bomba de forma esférica que se introdujo por los lóbregos corredores y luego corrieron lo más lejos que les fue posible. La bomba estalló dentro de las cuevas asesinando a una buena cantidad de las criaturas subterráneas.
—Parece que los rebeldes se retiran, señora —alertó el teniente.
—Nunca los encontraremos en el subsuelo —aseguró esta— ellos conocen las laberínticas cuevas como la palma de su garra. Ordene la retirada a los soldados y haga que las naves bombardeen la cordillera hasta hacerla trizas.
—Sí, señora.
Planeta Orión , Sistema Orión Nexus, Constelación de Orión. Capital del Imperio LotharianoLa nave donde viajaba Osthar se materializó tras semana y media de viaje después a través del hiperespacio. Un pasadizo cósmico de brillante luz blanca se dibujó rompiendo la negrura del espacio y por ella emergió el vehículo interestelar.El Sistema Orión Nexus era uno de los más concurridos de toda la Galaxia. Innumerable cantidad de naves espaciales tanto civiles como militares arribaban o partían incesantemente. Orión , capital de una de las mayores potencias galácticas, era el cuarto planeta de su sistema. Un planeta rocoso con una atmósfera oxigenada, grandes extensiones continentales (el 52% de la superficie del planeta era tierra y el 48% de agua) con todos los climas imaginables.Rodeado por naves interestelares, millone
Planeta Shaggath—Estoy preocupada por mi esposo, querida Nashara —le dijo la aristócrata Linnath a su esclava que en aquel momento se encontraba cuidando a las dos niñas pequeñas de su ama, a quienes prácticamente había criado como una madre.—¿Por qué, mi señora?—Siempre he sabido que ama más a Zammara que a mí. De no ser porque Zammara es estéril sin duda ni siquiera se abría casado conmigo. Lo nuestro fue un matrimonio por conveniencia.—Pero mi señora, la religión Anaki prohíbe expresamente que utilicemos métodos de fertilización artificial. La capitana Zammara no tiene forma de concebir un bebé si no es natural…—Lo sé. El problema es que yo, aunque soy fértil, no logro tener un hijo varón que sirva de heredero para
Tras hacer esto Linnath, sus hijas, su abultado equipaje y sus esclavos, embarcaron hacia Sarconia. El trayecto por el hiperespacio tomaría casi un mes y la aburrida Linnath debía encontrar cosas con que entretenerse, no siempre efectivas. Su esclava Nashara pasaba mucho tiempo con su esposo ya que dentro de la nave todo era automatizado y un esclavo tenía poco que hacer. Finalmente llegaron a Sarconia y de primera entrada el planeta le pareció harto desagradable.Para empezar, el mundo estaba en estado de sitio y la presencia militar era omnipresente. Además, el paisaje desolado le pareció lastimero. Dentro de las ciudades había dos grupos claramente diferenciados; los colonos Anaki y los esclavos Sarcones que eran obligados a trabajar en las minas de oricalcum y mantenidos con fuertes medidas de seguridad —como las cadenas— pero suspiró y aceptó su suerte.Osthar le dio una lac&oac
Planeta Sarconia, Imperio Anaki. 2159.El Cuartel General de la Guardia Imperial Anaki en Sarconia estaba equipado con todo lo necesario para fungir como sede de las fuerzas militares del Imperio en un planeta en guerra. Uno de los espacios más necesarios, al menos desde la lógica Anaki, eran los calabozos y las cámaras de tortura en donde se interrogaba a los prisioneros.La atmósfera estaba repleta de los gritos de prisioneros siendo atormentados. En medio del morboso espectáculo, una siniestra figura se removía complacida, como alimentándose dichosamente del dolor que provocaba. Era un Anaki alto, delgado, huesudo, narigón y con la cabeza totalmente calva. Caminó en medio de las máquinas de tortura, sonriente, hasta llegar al fondo, donde de un andamiaje metálico colgaba encadenado por las muñecas un hombre de especie Viraki, fornido y musculoso, con barba de candado.
—Hola… hola ¿me escuchas? —decía una voz de anciana a través de la pared. El sonido se filtraba por una grieta tan grande que el ojo de quien le hablaba se veía claramente. Ta’u despertó de su letargo.—Sí, la escucho.—Mucho gusto. Mi nombre es Arsala. Soy Sarc ¿y usted?—Ta’u —respondió él levantándose y sentándose con la espalda contra la pared— comandante del Ejército Confederado, señora.—Llámeme Arsala, después de todo somos compañeros de presidio. Debo agradecerle en nombre de mi pueblo por su ayuda. Usted es muy noble. No estaría aquí de no haber tratado de ayudarnos.—Es mi deber, Arsala. No es correcto lo que los Anaki les hacen. ¿Qué era usted antes de la invasión?—Filósofa, escritora, poetisa. Miembr
—Detectamos una flota masiva de naves Confederadas y Drosh dirigiéndose hacia acá —le informaba por videófono Osthar al Gobernador de Sarconia— He convocado a todas las naves militares del Imperio en las cercanías y habíamos movilizado la mayor parte de fuerzas disponibles a la región así que creo que tendremos suficiente poder bélico como para detenerlos.—Entonces la Confederación ya decidió iniciar la guerra abierta…—Así parece. Larg fuera —anunció y cortó la comunicación de súbito.—¿Sabes la historia de los Drosh, muchacha? —le preguntó girándose hacia la mujer con la que dormía desde hacía varias semanas. El político vestía sólo una bata en ese momento pues acababa de tener sexo y sostenía una copa de alcohol en la mano. La mujer
Planeta AlaDrosh, Sector Vega, capital del Régimen Drosh, 2159.AlaDrosh era un planeta totalmente urbanizado. Un interminable orbe de ciudad tecnológica se extendía hasta el horizonte donde quiera que estuviera el observador. El cielo casi siempre estaba nublado y llovía con frecuencia. Interminables aerotransportes sobrevolaban siempre el espacio circulando entre las torres y los rascacielos.Todos los Drosh vestían de negro y solían ser pálidos. Si bien sus uniformes variaban mucho según la casta a la que pertenecían.Astar Zelara, quien ahora ya no vestía ropa de esclava Anaki sino el uniforme negro típico de los agentes de inteligencia Drosh; una chaqueta de cuero, pantalones, votas y guantes, se había apersonado como le habían ordenado en las oficinas de la Secretaría de Inteligencia. Zelara era sin duda una mujer muy hermosa de piel tersa y un cabell
Pasaron tres días de viaje en el hiperespacio y por las ventanas de la nave ya no se veía la negrura estrellada del espacio sino un interminable túnel de luces brillantes.Ta’u meditaba en su habitación al frente de un altar a una deidad andrógina con cuatro brazos y cuatro piernas y un aspecto similar al de los Viraki.Llamaron a la puerta interrumpiendo su meditación.—Pase —dijo abriendo los ojos y levantándose del suelo. Xelara estaba afuera y penetró.—Disculpe que lo interrumpiera mientras rezaba, Capitán.—Estaba meditando en realidad. Y no se preocupe. Además llámeme Ta’u.—¿Es esa una de sus deidades? —preguntó Xelara mirando al altar.—Nuestra única deidad; Samyasa. La unión de los opuestos complementarios; hombre y mujer, activo y pasivo, luz y oscuridad. ¿Uste