Planeta Shaggath
—Estoy preocupada por mi esposo, querida Nashara —le dijo la aristócrata Linnath a su esclava que en aquel momento se encontraba cuidando a las dos niñas pequeñas de su ama, a quienes prácticamente había criado como una madre.
—¿Por qué, mi señora?
—Siempre he sabido que ama más a Zammara que a mí. De no ser porque Zammara es estéril sin duda ni siquiera se abría casado conmigo. Lo nuestro fue un matrimonio por conveniencia.
—Pero mi señora, la religión Anaki prohíbe expresamente que utilicemos métodos de fertilización artificial. La capitana Zammara no tiene forma de concebir un bebé si no es natural…
—Lo sé. El problema es que yo, aunque soy fértil, no logro tener un hijo varón que sirva de heredero para mi esposo y, dada la misma prohibición que me impide determinar el género del bebé mediante ingeniería genética, no tengo más remedio que pedirle a los dioses que me den un varón o que mi esposo no se divorcie de mí motivado por alguna mísera piedad.
—Bueno, mi señora, hay una leyenda que dice que la Bruja Gorgoniana puede cumplir cualquier deseo.
—¿La que?
—Es la gobernante de las mujeres gorgonianas. Verá, los gorgonianos hombres y mujeres no se mezclan nunca para nada, salvo para procrear. Tan es así que hasta tienen lenguas diferentes. Cuando una mujer gorgoniana tiene un varón lo deja en el pantano para que, con suerte, los hombres lo encuentren antes que un depredador y lo críen. Ellas conservan a las bebés mujeres y las cuidan mucho. Incluso hay quien dice que las mujeres gorgonianas son caníbales y salen a matar hombres a quienes devoran…
—¡Que asco! Omite esos detalles y dime lo de la bruja.
—La leyenda dice que cumple cualquier deseo a quien sea tan valiente como para entrar a su territorio y pedírselo.
—Debe de haber un precio…
—Sí. Es como un pacto con un demonio ¿no cree?
Planeta Sarconia
La nave en que viajaba Osthar apareció súbitamente emergiendo del hiperespacio en la frontera del Sistema Sarconia, uno de los sistemas más militarizados de la Galaxia. Ninguna nave podía ingresar al sistema sin ser antes escaneada por las patrulleras Anaki, al menos en teoría, pues los enemigos Asociados encontraban la forma. En todo caso, salvo por los gigantescos cargueros que transportaban las enormes cantidades de oricalcum, valioso mineral fruto de las entrañas de Sarconia, sólo naves militares rodeaban el sistema entrando y saliendo perpetuamente, y merodeando las inmediaciones.
Desde su órbita el planeta parecía, en efecto, una enorme roca flotando en el espacio. Aunque tenía una notoria atmósfera nebulosa y cinco satélites, no tenía mares ni océanos, en su lugar poseía filas montañosas y cordilleras interminables, acantilados abismales e intrincadas redes cavernosas.
La nave de Osthar —que era militar— pasó por el largo y tedioso proceso de escaneo y revisión que realizaban los patrulleros, y finalmente se le permitió ingresar. Osthar pensó en lo estúpidos que eran esos escaneos que cualquier espía asociado fácilmente podía burlar.
Su nave llegó hasta un amurallado asentamiento colonial Anaki llamado Piedras Blancas en honor al color del árido territorio en que fue enclavado. Como todas las colonias Anaki de Sarconia, fue creado cerca de un asentamiento minero con la finalidad de suplir a los funcionarios imperiales de todas las comodidades necesarias y de la infraestructura adecuada para extraer el valiosísimo recurso. Cuando la nave de Osthar se dirigía hasta el interior de la ciudadela un sorpresivo fuego de mortero fue disparado desde una de las montañas alejadas y logró penetrar el campo de fuerza de la nave dañándola de forma seria. La nave comenzó a girar caóticamente expulsando una estela de humo negro y Osthar maldijo mientras intentaba controlarla. Finalmente realizó un aterrizaje forzoso en uno de los hangares del puerto.
La capitana Zammara, que había llegado al lugar para darle la bienvenida, corrió velozmente hasta el transporte con gran preocupación y, cuando observó la compuerta de la nave abrirse y de ella salir a su amado, suspiró aliviada.
—¿Estás bien, Osthar? —le preguntó.
—Estoy perfectamente, ahora que estoy contigo, amor —respondió él y ella se sonrojo. No era bien visto que una militar mostrara emociones, pero hacía tanto que no veía a Osthar que se lanzó a sus brazos y le estampó un beso, aún sabiendo que los miraban los subordinados que atendían el funcionamiento del puerto.
—Lamentó mucho esto —le dijo ella señalando hacia el enorme boquete quemado y abollado que fue provocado en la nave por fuego enemigo. —Estas bestias asquerosas nos han estado dando pelea últimamente.
—No te preocupes. Estas criaturas casi son simpáticas comparados con los gorgonianos de Shaggath.
Pero en realidad Osthar y Zammara no tenían muchos deseos de hablar de la política local. Fueron a la lujosa residencia donde vivía Zammara y se devoraron mutuamente en un erótico y pasional desenfreno durante muchas horas.
Planeta Shaggath
Osthar le había notificado a Linnath que había logrado la asignación a Sarconia y que empacara todo, pusiera la propiedad que tenían en venta —pues no pensaba regresar a Shaggath si podía evitarlo— y que viajara en el crucero más próximo hacia Sarconia. Linnath obedeció pero, antes de partir, decidió hacer algo desesperado.
Linnath se trasladó en un viejo y derruido bote por los cenagosos parajes gorgonianos. Quien remaba era su leal esclavo Oshur, el esposo de la esclava Nashara, un tipo robusto y sencillo, que hablaba poco pero que palideció cuando ella le ordenó que la llevara. Era de noche y las lunas de Shaggath iluminaban el cielo nocturno. Una niebla verdosa flotaba por entre las pantanosas inmediaciones y se podían escuchar los chillidos espantosos de extrañas formas de vida que merodeaban entre los ramajes y que las observaban con ojos brillantes, o bien escuchaban a las criaturas submarinas de aspecto grotesco removerse bajo el agua.
Oshur tenía un arma láser preparada para disparar ante cualquier eventualidad pero, bien sabían ambos, que no resultaría efectiva contra un grupo numeroso de gorgonianas.
—Hasta aquí puedo acompañarla, mi señora —le anunció el fiel esclavo entregándole la pistola— la leyenda dice que quien se presente ante la Bruja debe ir solo.
Talvez era mentira, en todo caso no tenía opción, así que Linnath se introdujo —muy para su desdicha— en los lodosos senderos que llevaban hasta lo profundo del territorio gorgoniano.
Caminando entre los inhóspitos territorios, asediada por insectos y escuchando los aterradores ruidos de la sórdida fauna, llegó hasta un límite demarcado por cabezas de Anaki clavadas en picas, algunas ya reducidas a cráneos y otras aún descomponiéndose macabramente.
Linnath tragó saliva. Se adentró en el territorio y finalmente una tribu de monstruosas gorgonianas emergió de entre la foresta apuntándola con sus lanzas. Las hembras gorgonianas eran considerablemente más grandes que los machos, por lo que los rumores sobre el canibalismo le parecieron creíbles. Ella levantó las manos y dijo:
—Busco a la bruja… —dijo en lengua siriana que, en todo caso, se usaba como lingua franca en la Galaxia.
De entre la multitud emergió la más grande, obesa y desagradable de las gorgonianas y le dijo:
—Yo soy la bruja. ¿Qué quieres?
—Quiero pedirte un deseo. Mi marido me abandonara si no le doy un hijo varón.
La bruja la miró fijamente. Luego se introdujo al ramaje y dejó a Linnath a la expectativa por largo rato y finalmente regresó con un asqueroso brebaje en una calavera Anaki.
—Bebe esto —dijo y se lo entregó en las manos. Linnath se estremeció de horror contemplando el asqueroso mejunje que burbujeaba y hedía repulsivamente. —Bébelo —insistió la bruja— y tendrás un hijo varón.
Linnath contuvo el aliento y obedeció. La pócima le desgarró el esófago con su acidez y amargura, tuvo ganas de vomitar pero se contuvo y tras soltar la calavera se inclinó presa de dolores epilépticos en el estómago, arqueando y tosiendo.
—Está bien… —dijo esperando que no la hubieran envenenado— ¿Qué debo darte a cambio?
—Basta con que no mates al bebé. Si lo matas, una maldición caerá sobre ti. Recuérdalo —dijo enigmática y se introdujo en la selva pantanosa al lado de sus seguidoras.
“¿Matarlo?” se preguntó Linnath intrigada “¿Por qué habría de matar a mi hijo?”.
Tras hacer esto Linnath, sus hijas, su abultado equipaje y sus esclavos, embarcaron hacia Sarconia. El trayecto por el hiperespacio tomaría casi un mes y la aburrida Linnath debía encontrar cosas con que entretenerse, no siempre efectivas. Su esclava Nashara pasaba mucho tiempo con su esposo ya que dentro de la nave todo era automatizado y un esclavo tenía poco que hacer. Finalmente llegaron a Sarconia y de primera entrada el planeta le pareció harto desagradable.Para empezar, el mundo estaba en estado de sitio y la presencia militar era omnipresente. Además, el paisaje desolado le pareció lastimero. Dentro de las ciudades había dos grupos claramente diferenciados; los colonos Anaki y los esclavos Sarcones que eran obligados a trabajar en las minas de oricalcum y mantenidos con fuertes medidas de seguridad —como las cadenas— pero suspiró y aceptó su suerte.Osthar le dio una lac&oac
Planeta Sarconia, Imperio Anaki. 2159.El Cuartel General de la Guardia Imperial Anaki en Sarconia estaba equipado con todo lo necesario para fungir como sede de las fuerzas militares del Imperio en un planeta en guerra. Uno de los espacios más necesarios, al menos desde la lógica Anaki, eran los calabozos y las cámaras de tortura en donde se interrogaba a los prisioneros.La atmósfera estaba repleta de los gritos de prisioneros siendo atormentados. En medio del morboso espectáculo, una siniestra figura se removía complacida, como alimentándose dichosamente del dolor que provocaba. Era un Anaki alto, delgado, huesudo, narigón y con la cabeza totalmente calva. Caminó en medio de las máquinas de tortura, sonriente, hasta llegar al fondo, donde de un andamiaje metálico colgaba encadenado por las muñecas un hombre de especie Viraki, fornido y musculoso, con barba de candado.
—Hola… hola ¿me escuchas? —decía una voz de anciana a través de la pared. El sonido se filtraba por una grieta tan grande que el ojo de quien le hablaba se veía claramente. Ta’u despertó de su letargo.—Sí, la escucho.—Mucho gusto. Mi nombre es Arsala. Soy Sarc ¿y usted?—Ta’u —respondió él levantándose y sentándose con la espalda contra la pared— comandante del Ejército Confederado, señora.—Llámeme Arsala, después de todo somos compañeros de presidio. Debo agradecerle en nombre de mi pueblo por su ayuda. Usted es muy noble. No estaría aquí de no haber tratado de ayudarnos.—Es mi deber, Arsala. No es correcto lo que los Anaki les hacen. ¿Qué era usted antes de la invasión?—Filósofa, escritora, poetisa. Miembr
—Detectamos una flota masiva de naves Confederadas y Drosh dirigiéndose hacia acá —le informaba por videófono Osthar al Gobernador de Sarconia— He convocado a todas las naves militares del Imperio en las cercanías y habíamos movilizado la mayor parte de fuerzas disponibles a la región así que creo que tendremos suficiente poder bélico como para detenerlos.—Entonces la Confederación ya decidió iniciar la guerra abierta…—Así parece. Larg fuera —anunció y cortó la comunicación de súbito.—¿Sabes la historia de los Drosh, muchacha? —le preguntó girándose hacia la mujer con la que dormía desde hacía varias semanas. El político vestía sólo una bata en ese momento pues acababa de tener sexo y sostenía una copa de alcohol en la mano. La mujer
Planeta AlaDrosh, Sector Vega, capital del Régimen Drosh, 2159.AlaDrosh era un planeta totalmente urbanizado. Un interminable orbe de ciudad tecnológica se extendía hasta el horizonte donde quiera que estuviera el observador. El cielo casi siempre estaba nublado y llovía con frecuencia. Interminables aerotransportes sobrevolaban siempre el espacio circulando entre las torres y los rascacielos.Todos los Drosh vestían de negro y solían ser pálidos. Si bien sus uniformes variaban mucho según la casta a la que pertenecían.Astar Zelara, quien ahora ya no vestía ropa de esclava Anaki sino el uniforme negro típico de los agentes de inteligencia Drosh; una chaqueta de cuero, pantalones, votas y guantes, se había apersonado como le habían ordenado en las oficinas de la Secretaría de Inteligencia. Zelara era sin duda una mujer muy hermosa de piel tersa y un cabell
Pasaron tres días de viaje en el hiperespacio y por las ventanas de la nave ya no se veía la negrura estrellada del espacio sino un interminable túnel de luces brillantes.Ta’u meditaba en su habitación al frente de un altar a una deidad andrógina con cuatro brazos y cuatro piernas y un aspecto similar al de los Viraki.Llamaron a la puerta interrumpiendo su meditación.—Pase —dijo abriendo los ojos y levantándose del suelo. Xelara estaba afuera y penetró.—Disculpe que lo interrumpiera mientras rezaba, Capitán.—Estaba meditando en realidad. Y no se preocupe. Además llámeme Ta’u.—¿Es esa una de sus deidades? —preguntó Xelara mirando al altar.—Nuestra única deidad; Samyasa. La unión de los opuestos complementarios; hombre y mujer, activo y pasivo, luz y oscuridad. ¿Uste
Existía en el Imperio Anaki un sistema planetario binario, es decir, dos planetas de similar tamaño que se orbitaban uno al otro, situados en un sistema solar fronterizo. Aunque parte oficial del Imperio, gozaba de una inusitada autonomía y era en general considerado territorio neutral incluso en tiempos de guerra, debido a la naturaleza del negocio que se realizaba allí: la prostitución.Sin embargo no era cualquier tipo de prostitución, pues la totalidad de las mujeres o esclavas sexuales que trabajaban en Sadam y Gamara eran organismos artificiales; androides femeninos, o más precisamente, ginoides.Hombres muy poderosos y ricos de todas partes de la Galaxia y de muy variadas especies llegaban a ser atendidos por las legendarias ginoides de Sadam y Gamara. Los dos planetas eran administrados por un empresario particular llamado Arik Mashurg, pero la mitad de las ganancias (que eran muchas) iban directamente a las arca
Orión , capital del Imperio Anaki, 2160.—Y he aquí que me presento humildemente ante ti, Majestad —dijo Osthar de rodillas y con la cabeza agachada ante el trono del Emperador— pues he sido derrotado en batalla y como comandante cargo sobre mí enteramente la culpa de mi fallo y he traído vergüenza y deshonor a mi Casa. Sólo con mi muerte o tu perdón mi familia se librará de mi infamia. Así que a ti, oh poderoso Emperador, te ofrezco mi vida.Y diciendo esto desenvainó su espada ritual, una espada que sólo usaban los guerreros Anaki en ceremonias como aquella donde se quitaban su propia vida para limpiar un deshonor, y la colocó sobre su propio pecho.Aquella escena era vista con atención por toda la Corte Imperial. La vida de Osthar dependía ahora de lo que hiciera el Emperador en los próximos segundos. Entre los más interesad