La familia Oduarte era una de las más importantes en el pequeño poblado donde residían, a unos cuantos kilómetros de la capital. Todos se conocían, se ayudaban y convivían. Pedro Oduarte era hijo único; su padre había fallecido, no así su madre, Gisela, que vivía al extremo opuesto del pueblo. Casado con Mariela, una mujer que había sido educada para ser ama de casa y obedecer a su esposo en todo.
Al año de casados, heredaron, con la muerte de su padre, la vieja fábrica de cerámica. Desde un inicio, Pedro decidió que tendrían solo un hijo, como lo eran ellos. Con el objetivo de darle todo, así no habría problemas con los herederos. Fueron muy felices cuando nació Marilyn; no era el varón que esperaban, pero se conformaron. Era una bella niña, muy vivaracha y ale
Marilyn se sintió tan frustrada porque su hermana había logrado lo que ella no. Por eso hizo que su padre le comprara un hermoso vestido, más bonito que el de Camelia, para acompañarla a la graduación y participar en el baile. Y allá se fueron todos, como sucede en los pueblos pequeños: la familia en pleno se va a las fiestas de graduación. El anuncio del mejor alumno era el último que se hacía antes de iniciar el baile.—Y ahora tengo el honor de llamar al mejor alumno de la escuela —hablaba el director, un viejo que también fungía de alcalde—, por favor, Camelia Oduarte, suba al estrado.Un silencio siguió, contrario a lo que se puede esperar ante ese anuncio, solo interrumpido por los aplausos de Nadia, sus padres y los profesores. Camelia subi&
Ariel no había respondido a la pregunta de Camelia, aunque quería asegurar que la protegería toda la vida. No lo hizo, porque ni él mismo sabía si iba a poder cumplir con tantos problemas que tenía que resolver en su vida. Se dedicó a ayudarla a montar en el auto y se dirigieron a la clínica de psicología que le había indicado Félix.Camelia guardó silencio, reprochando el haber preguntado eso. ¿Qué más esperaba de su jefe? El viaje lo pasaron cada uno en sus pensamientos. Al llegar, Ariel esperó a que los guardias se apostaran antes de dejar salir a Camelia, que miró aterrada alrededor. Le había parecido ver a alguien parecido a Leandro; suspiró al ver que se había equivocado.Se introdujeron en la clíni
La semana transcurrió sin que Camelia se diera cuenta. Después del suceso, no se había separado un instante de Ariel. Aunque él le había asegurado que no volvería a ver a Leandro, ella todavía le aterraba ir a su casa. Por lo tanto, con mucho gusto, aceptó que se quedaran en la casa blanca. Tanto era su miedo, que incluso hizo que Ariel la acompañara a su casa a buscar su ropa y lo que pudieran necesitar. Sin embargo, él le propuso quedarse; apenas pudo dormir, y cuando lo hizo, despertó gritando por las pesadillas de ver a Leandro entrar por su balcón.Ariel, al ver aquello, se había levantado, tomado todas las cosas en la madrugada y regresado a su casa blanca. Era más alejada del trabajo, así que tenían que levantarse más temprano. Pero ella se sentía más segura, por tener todas las ventanas enrejadas. A pesar de llevarla al psicólogo, C
Camelia se soltó de los brazos de Ariel, haciendo que él se sentara frente a ella, y lo miró entre asustada e intrigada. ¿Qué quería decir esa negativa de su jefe? ¿Se había cansado de ella?—¿No? ¿Por qué, señor? —preguntó sin dejar de mirarlo.—Porque quiero que me lo pidas, pero no como un favor. Quiero que me lo pidas porque tienes deseos de que te ame, Cami —dijo Ariel Rhys, muy serio, para asombro de Camelia.—Señor…, es que…, es que…No es que no quisiera amarlo, no era eso. Pero ella sabía que no podía aspirar a ser más que una amante en la vida del millonario Ariel Rhys. Sobre todo, estaba convencida de que solo estaba con ella por el sexo, que no era el ideal de mujer que le gustaba, y que cuando se cansara de ella, todo quedaría en una relación de trab
En el hospital, Ariel miraba con desesperación su reloj. Las horas pasaban y nadie salía a decir qué pasaba con su papá, que se había desmayado nuevamente. Esta vez había tardado más en despertar. Sus hermanos estaban de viaje; solo él se encontraba al lado de su madre, que lloraba en silencio. Hasta que, al fin, Félix apareció.—No es nada, Ariel. Es lo mismo de la otra vez, se descompensó. No puede dejar de comer como se le indicó —explicó con voz calmada.—Gracias, Félix. ¿Puedo pasar a estar con él? —preguntó su madre.—Sí, sí, pero en un rato pueden irse —le advirtió a la señora Aurora Rhys.—Mamá, ve. Hablaré con Félix un poco —dijo Ariel, viendo cómo su madre de inmediato se alejó rumbo a la habitación donde estaba su querido esposo.Esperó pacientemente a que ella entrara en la habitación. Luego, Ariel se giró para mirar fijamente a uno de sus mejores amigos.—¿No me ocultas nada, Félix? ¿En serio es eso lo que le está pasando a papá? Dime lo que sea, puedo con ello —preguntó
Ariel pasa a contarle lo que le había explicado la tarde en que fue a verlo sin Camelia. El psicólogo le sugirió que no debía forzar las cosas, que hablara con ella. Sobre todo, le aconsejó tener mucha paciencia. Según él, Camelia era una niña abusada desde que nació, por todo lo que le había contado Nadia de la vida de ella, y él opinaba que era cierto. —Pero como te dije, creo que Nadia exagera. Cuenta cosas terribles —repitió Ariel todavía con incredulidad—. No sé por qué tu amigo le cree. —Creo que tú deberías creerle también. Si es como dices, que Nadia y el esposo quieren llevarse a vivir a Camelia con ellos, y hasta le consiguieron un apartamento a su lado, no veo el motivo para que ella te mienta sobre lo que ha sucedido en todos los años que no la conocías y que la convirtieron en eso que ves ahora —dijo Félix con seriedad. Ariel guardó silencio al escuchar a su amigo. ¿Es que acaso eran verdad esas atrocidades que contaba Nadia de la familia
Al amanecer, Camelia se levantó sola en su casa. Había quedado con Ariel, que pasaría por ella a las doce; este se había levantado temprano para resolver algún asunto urgente. La había dejado con dos custodios en la puerta, para su seguridad, pues ella lo miraba aterrada al ir a salir. —No te sucederá nada, si vas a salir, ve con ellos. Regresaré en cuanto termine lo que debo hacer —la había besado y marchado casi corriendo. Y ahora mismo, estaba parada frente a su cama, observando los vestidos que había comprado la noche anterior apresuradamente. A la luz del día, no le parecían lo suficientemente elegantes, y ya eran las diez de la mañana. No había arreglado su cabello, ni sus uñas, ni nada; estaba desesperada. Irían en auto, les tomaría treinta y cinco minutos llegar al pueblo. Lo había planificado así, para llegar directo a la iglesia cuando todos los invitados hubieran llegado y evitar tantas preguntas, si era posible quedarse afuera y solo s
Camelia lo miró temerosa y se estremeció, lo cual no dejó de observar Ariel. En un impulso, la abrazó muy fuerte. Podía percatarse de que ella temía salir de esa manera arreglada y que todos la vieran de su brazo. Comprendía la situación, pero había decidido que ese día no se ocultaría y declararía a todos que era suya para que pensaran dos veces antes de meterse con ella. Pero no le dijo nada, no quería que ella sintiera que la estaba obligando a aceptarlo.—Cami, disculpa. Pero no debes sentir miedo porque nos vean salir juntos y arreglados. Recuerda que eres mi asistente, si nos ven pensarán que vamos a una de tantas presentaciones que hacemos —trató de tranquilizarla, pensando que el psicólogo tenía razón en todo.Camelia en verdad estaba aterrorizada de salir de su casa. El hecho de que el ataque ocurriera en la