Ricardo observa a las dos jóvenes tomadas de las manos que lo miran con ansiedad. No puede negar que se quieren como hermanas. Siempre fue así desde que conoció e inició una relación con Nadia. Ella le dejó muy claro que jamás dejaría a Camelia sola; incluso quería que vivieran juntos. Si no llega a ser porque la propia Camelia se había negado, lo habrían hecho.En verdad, al conocer a Camelia, eso no le molestó. Ella era tan noble, buena, comprensiva e ingenua que estaba seguro de que haría todo lo que ellos le dijeran. Por ello, la aceptó, comenzó a amarla y a protegerla como su esposa hacía. Sobre todo, porque a pesar de lo extrovertida que era Nadia, solo tenía una mejor amiga a la que quería y defendía como si fueran hermanas, y esa era Camelia.
Los ve marcharse y vuelve a cerrar la puerta con llave. Su teléfono avisa de un mensaje. Es un número desconocido; se asusta y lo apaga sin abrirlo. Sigue trabajando hasta que siente que la puerta que conecta las oficinas se abre.—¿Cami, por qué no me contestas? —pregunta Ariel, preocupado.—¿Me llamó? Disculpe, señor, tengo apagado el teléfono. Puede llamarme al de la oficina —le pide y, al mismo tiempo, le pregunta—. ¿Para qué me llamó?—Ven conmigo, vamos a un psicólogo —dice Ariel, entrando y caminando hacia ella, que pregunta con un hilo de voz.—¿Un psicólogo? —preguntó, asustada.—Sí, eso que te pasó fue muy traumático y Félix me aconsejó que te llevara —le dice, muy serio, sin dejar de mirar cómo el labio inferior de ella ha comenzado a est
La familia Oduarte era una de las más importantes en el pequeño poblado donde residían, a unos cuantos kilómetros de la capital. Todos se conocían, se ayudaban y convivían. Pedro Oduarte era hijo único; su padre había fallecido, no así su madre, Gisela, que vivía al extremo opuesto del pueblo. Casado con Mariela, una mujer que había sido educada para ser ama de casa y obedecer a su esposo en todo.Al año de casados, heredaron, con la muerte de su padre, la vieja fábrica de cerámica. Desde un inicio, Pedro decidió que tendrían solo un hijo, como lo eran ellos. Con el objetivo de darle todo, así no habría problemas con los herederos. Fueron muy felices cuando nació Marilyn; no era el varón que esperaban, pero se conformaron. Era una bella niña, muy vivaracha y ale
Marilyn se sintió tan frustrada porque su hermana había logrado lo que ella no. Por eso hizo que su padre le comprara un hermoso vestido, más bonito que el de Camelia, para acompañarla a la graduación y participar en el baile. Y allá se fueron todos, como sucede en los pueblos pequeños: la familia en pleno se va a las fiestas de graduación. El anuncio del mejor alumno era el último que se hacía antes de iniciar el baile.—Y ahora tengo el honor de llamar al mejor alumno de la escuela —hablaba el director, un viejo que también fungía de alcalde—, por favor, Camelia Oduarte, suba al estrado.Un silencio siguió, contrario a lo que se puede esperar ante ese anuncio, solo interrumpido por los aplausos de Nadia, sus padres y los profesores. Camelia subi&
Ariel no había respondido a la pregunta de Camelia, aunque quería asegurar que la protegería toda la vida. No lo hizo, porque ni él mismo sabía si iba a poder cumplir con tantos problemas que tenía que resolver en su vida. Se dedicó a ayudarla a montar en el auto y se dirigieron a la clínica de psicología que le había indicado Félix.Camelia guardó silencio, reprochando el haber preguntado eso. ¿Qué más esperaba de su jefe? El viaje lo pasaron cada uno en sus pensamientos. Al llegar, Ariel esperó a que los guardias se apostaran antes de dejar salir a Camelia, que miró aterrada alrededor. Le había parecido ver a alguien parecido a Leandro; suspiró al ver que se había equivocado.Se introdujeron en la clíni
La semana transcurrió sin que Camelia se diera cuenta. Después del suceso, no se había separado un instante de Ariel. Aunque él le había asegurado que no volvería a ver a Leandro, ella todavía le aterraba ir a su casa. Por lo tanto, con mucho gusto, aceptó que se quedaran en la casa blanca. Tanto era su miedo, que incluso hizo que Ariel la acompañara a su casa a buscar su ropa y lo que pudieran necesitar. Sin embargo, él le propuso quedarse; apenas pudo dormir, y cuando lo hizo, despertó gritando por las pesadillas de ver a Leandro entrar por su balcón.Ariel, al ver aquello, se había levantado, tomado todas las cosas en la madrugada y regresado a su casa blanca. Era más alejada del trabajo, así que tenían que levantarse más temprano. Pero ella se sentía más segura, por tener todas las ventanas enrejadas. A pesar de llevarla al psicólogo, C
Camelia se soltó de los brazos de Ariel, haciendo que él se sentara frente a ella, y lo miró entre asustada e intrigada. ¿Qué quería decir esa negativa de su jefe? ¿Se había cansado de ella?—¿No? ¿Por qué, señor? —preguntó sin dejar de mirarlo.—Porque quiero que me lo pidas, pero no como un favor. Quiero que me lo pidas porque tienes deseos de que te ame, Cami —dijo Ariel Rhys, muy serio, para asombro de Camelia.—Señor…, es que…, es que…No es que no quisiera amarlo, no era eso. Pero ella sabía que no podía aspirar a ser más que una amante en la vida del millonario Ariel Rhys. Sobre todo, estaba convencida de que solo estaba con ella por el sexo, que no era el ideal de mujer que le gustaba, y que cuando se cansara de ella, todo quedaría en una relación de trab
En el hospital, Ariel miraba con desesperación su reloj. Las horas pasaban y nadie salía a decir qué pasaba con su papá, que se había desmayado nuevamente. Esta vez había tardado más en despertar. Sus hermanos estaban de viaje; solo él se encontraba al lado de su madre, que lloraba en silencio. Hasta que, al fin, Félix apareció.—No es nada, Ariel. Es lo mismo de la otra vez, se descompensó. No puede dejar de comer como se le indicó —explicó con voz calmada.—Gracias, Félix. ¿Puedo pasar a estar con él? —preguntó su madre.—Sí, sí, pero en un rato pueden irse —le advirtió a la señora Aurora Rhys.—Mamá, ve. Hablaré con Félix un poco —dijo Ariel, viendo cómo su madre de inmediato se alejó rumbo a la habitación donde estaba su querido esposo.Esperó pacientemente a que ella entrara en la habitación. Luego, Ariel se giró para mirar fijamente a uno de sus mejores amigos.—¿No me ocultas nada, Félix? ¿En serio es eso lo que le está pasando a papá? Dime lo que sea, puedo con ello —preguntó