Ahora mismo Ariel está realmente preocupado de que Camelia se entere. Todavía no entiende todo en su corazón, pero no quiere que ella lo crea un mentiroso. Sí, tiene que aclararlo todo muy bien delante de ella, se dice. Por lo que enfrenta a la señora Herminda y le ordena:
—Traslade ahora mismo a Eleonor, si no quiere, que pida la baja. Mire todos los papeles de la señorita Camelia Oduarte aquí —se apresura a darle todo lo que le entregara la señora Elvira—, y me lo envía en cuanto esté todo listo para firmarlo.
—Espere, señor —rebusca de nuevo en su carpeta la señora Herminda, hasta que saca un contrato—. Firme aquí, este es el contrato que debo hacerle a la señorita Camelia. Después solo lo tiene que firmar ella.<
La señora Hermida habló muy seria alargándole la planilla firmada por Ariel que declaraba su ineptitud para el cargo—Míralo tú misma —. Me informó que cometes demasiados errores, así que deberías agradecer que no te haya despedido y solo te haya reasignado a economía.—¡Ariel no puede hacerme esto, es imposible! —vociferó Eleonor, genuinamente sorprendida, molesta y frustrada—. ¡Solo tuvimos una estúpida discusión de enamorados por culpa de una torpe empleada del almacén!Eleonor gritaba, fingiendo estar profundamente herida. En realidad, jamás esperó que Ariel: primero, eligiera a una desconocida sobre ella cuando se lo exigió; segundo, aceptara su renuncia cuand
Eleonor está realmente asombrada. Se repone de la sorpresa y retoma su actitud altanera frente a Camelia, quien la observa con su caja de cartón en las manos. La mira con desdén por unos minutos, mientras Camelia permite que lo haga sin intervenir ni decir nada.—No te sientas muy cómoda en ese puesto. Ariel solo está molesto, ya verás cómo te expulsa en cuanto se le pase —le dice a Camelia, quien la mira burlonamente mientras avanza para firmar su contrato. Eleonor se asombra al ver la cifra del salario de Camelia.—¿Por qué a ella le van a pagar más que a mí? —reclama sin poder contenerse.—Porque ella tiene un título superior que a ti te falta. Eleonor, si tienes alguna duda, ve a arreglar todo con el
Luego Eleonora sale de la oficina seguida de la secretaria. Ariel se gira hacia Camelia, que lo mira ahora de una manera que le parece diferente. Y es que ella está, sin saber por qué, feliz de que fuera verdad lo que él le dijera, que no tenía novia, solo a ella. La hace sentirse especial, aun cuando piensa que no debiera. Lo de ellos es solo un pago de favores.Pero no puede esconder su alegría. Por ello se dirige a la puerta, sin pensar mucho en lo que hace, la cierra, luego toma el regalo de la señora Elvira, y avanza de frente a Ariel, que se ha quedado en silencio observando todos sus movimientos.—Esto se lo manda la señora Elvira, por su cumpleaños —y le entrega la pequeña caja—. Y este es mi regalo —dice, mientras le lanza los brazos al cuello atrayéndolo, lo
Camelia, por su parte, también lo observa ahora a la luz del día. Es hermoso, se dice, le encanta. Nunca imaginó que un hombre tan varonil y atractivo como Ariel Rhys fuera a entrar en su vida. Se ruboriza cada vez que los labios de él rozan su piel en una suave caricia, o su mano acomoda su cabello detrás de su oreja. Ese simple roce hace que todo su cuerpo se estremezca. Su corazón late desbocado y hasta se asusta pensando que él puede escucharlo.A cambio, ella se muestra servicial, alcanzándole las cosas, facilitándole todo. Incluso le da un pequeño beso cuando él gira para besarla, porque ella también deseaba sentir sus labios sobre los suyos. Se besan, quedando así por un instante, mirándose fijamente muy cerca uno del otro, sus respiraciones agitadas, los corazones alterados, sus cuerpos deseosos.
Camelia sintió como si Eleonora la abofeteara con esa gran verdad, pero como la había enseñado su mejor amiga Nadia, no lo demostró y a cambio la miró recto.—Puede que el jefe cambie de gusto —contesta Camelia con calma—, al parecer, no le ha ido bien con las rubias.—Te llevará a la cama, solo eso. Le quitarás la picazón, pero jamás te tomará en serio. Eso, si logras que te lleve a la cama. Porque con tu facha, dudo que algún hombre alguna vez en tu vida se fije en ti —dice con desprecio.Y diciendo esto, la puerta se abre, Eleonor sale sintiéndose poderosa ante la aparentemente insignificante Camelia. Aunque no se había quedado callada, muy en el fondo sabía que t
Camelia mira a Leandro con una mezcla de incredulidad y temor creciente. Sus ojos, abiertos de par en par, reflejan la confusión ante las palabras del hombre que tiene frente a ella, exigiéndole explicaciones y proclamando una relación inexistente. Intenta mantener la compostura, respirando profundamente para controlar el pánico que amenaza con apoderarse de ella.—¿Novio? No, señor, no lo eres. ¡Suéltame Leandro, no tienes derecho a exigirme nada! ¿Qué locuras estás diciendo?— logra articular con un tono de voz que intenta ser firme, pero que tiembla ligeramente al final.Leandro, con los ojos inyectados en sangre, la mira fijamente mientras acorta la distancia entre ellos. Su rostro se contorsiona en una mueca de ira y posesión. Se inclina hasta que su c
Leandro no renunciará a ella, menos ahora que se ha percatado de que está cambiando. Ante el forcejeo desesperado de la joven, la sujeta con más fuerza, manteniéndola casi pegada a su cuerpo, como si fuera una presa a punto de escapar.—Tú de aquí no te mueves, deja de poner excusas absurdas y dime la verdad de una vez. Sabes perfectamente que serás mi esposa tarde o temprano. No acepto que me salgas con esas tonterías ahora— le exige, decidido a que ella al fin admita sus sentimientos y lo acepte.—Leandro, por el amor de Dios, entiéndelo de una vez. No me gustas, no quiero ser nada tuyo. ¡Y suéltame ya, por favor! —Grita Camelia, tirando con todas sus fuerzas de su brazo, sin resultado alguno, porque el fornido Leandro la tiene bien sujeta.—¿Me tomas por idiota? Me diste todas las señales de que querías ser mi mujer. Te he estado cortejando todo este tiempo. Hace seis meses, cuando te pregunté si querías ser mi esposa otra vez, te reíste y no te negaste— dice Leandro, seguro de sus
La agonía de Camelia es inmensa, un dolor que le desgarra el alma al ver su propia impotencia frente al detestable hombre que la arrastra sin el menor atisbo de compasión. Su desesperación crece al notar que las personas han comenzado a pasar, pero en lugar de ayudarla, solo miran de reojo y murmuran entre ellos: "Entre marido y mujer nadie se debe meter". La indiferencia de los transeúntes es como una puñalada adicional para Camelia, que no puede creer que nadie se detenga a auxiliarla a pesar de que es evidente que Leandro la está forzando contra su voluntad.El terror la embarga, un miedo visceral que se extiende por todo su cuerpo como un veneno paralizante, haciendo que las fuerzas la abandonen poco a poco. Sus piernas tiemblan, amenazando con ceder en cualquier momento, y siente que el aire se le escapa de los pulmones. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, una chispa de determinación se niega a extinguirs