La agonía de Camelia es inmensa, un dolor que le desgarra el alma al ver su propia impotencia frente al detestable hombre que la arrastra sin el menor atisbo de compasión. Su desesperación crece al notar que las personas han comenzado a pasar, pero en lugar de ayudarla, solo miran de reojo y murmuran entre ellos: "Entre marido y mujer nadie se debe meter". La indiferencia de los transeúntes es como una puñalada adicional para Camelia, que no puede creer que nadie se detenga a auxiliarla a pesar de que es evidente que Leandro la está forzando contra su voluntad.El terror la embarga, un miedo visceral que se extiende por todo su cuerpo como un veneno paralizante, haciendo que las fuerzas la abandonen poco a poco. Sus piernas tiemblan, amenazando con ceder en cualquier momento, y siente que el aire se le escapa de los pulmones. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, una chispa de determinación se niega a extinguirs
Leandro, complacido al ver que sus antiguos compañeros no habían dudado de él ni un momento, sin darle importancia a los reclamos de auxilio de Camelia, les guiñó un ojo y con una enorme sonrisa se acercó a ellos. Con voz que quería ser confidencial, les contó:—Ya saben, se puso celosa porque me vio hablando con una chica —y girando hacia Camelia, que casi se había quedado sin habla ante su desfachatez, le dijo—: Ya te dije que no somos nada, cariño, nada. Bueno, chicos, los dejo, subiremos a su apartamento un momento para arreglar nuestro pequeño problema, ya saben cómo, ja, ja, ja...—Ja, ja, ja... —rieron ellos a su vez ante los ojos aterrados de Camelia, que comenzó a patalear y revolverse todo lo que podía ante el abrazo de Leandro, inmovilizándola.—¡Que no somos nada, quiere abusar de mí! ¡Ayúden
Israel, ahora molesto, amenazó a Leandro, haciéndolo retroceder. En ese momento, algo en sus miradas había cambiado, y ambos hombres enfrentaron a Leandro, cubriendo la visión de la aterrada Camelia, que estaba aferrada al portero Octavio, sintiendo que era el único que le creía y la defendía.—Vamos, chicos, ya les dije que nos escondíamos —dijo Leandro con una sonrisa, tratando de parecer convincente—. Camelia, acláralo, diles que somos novios, que solo estás molesta. ¡No me hagas pasar esta vergüenza, Camelia, o no respondo después!Leandro la apremió amenazante, tratando de ir hacia ella de nuevo. Camelia retrocedió aterrada, colocándose detrás del viejo portero mientras intentaba que sus piernas temblorosas la sostuvieran.—¡Te voy a denunciar a la policía por acoso si sigues, Leandro! —gritó Camelia
Mientras Ariel le gritaba a su jefe de seguridad, conducía a toda velocidad llegando en menos de cinco minutos por la cercanía al edificio de Camelia, mientras escuchaba a su empleado por el teléfono. —Señor, los guardias me acaban de informar que la señorita Duarte tuvo un pequeño altercado con su novio. Usted debe de conocerlo, es Leandro el custodio, el antiguo trabajador nuestro que me mandó a despedir sin decirme la causa. Al parecer ella estaba celosa y estuvieron discutiendo, pero mis hombres la liberaron al final— Ariel no podía creer lo que escuchaba. No es que tuviera seguro de la vida que había llevado Camelia antes de conocerlo, pero para permanecer casta y pura debió de ser muy recatada. Tampoco se le olvidaba que Leandro era uno de los que le había dado los bombones con el elixir del amor, y de seguro la estaba culpando porque él los había despedido. —¡Imbécil, él no es nada de ella, nada! —vociferó casi fuera de control temiendo lo peor para Camel
Seguía contando Camelia, más aterrada al sentirse tan vulnerable y desprotegida. Ante la tela de araña en que la había atrapado Leandro. Ahora se daba plena cuenta. Él les había hecho creer que eran novios, a todos a su alrededor. Ella no lo desmintió y siguió tratándolo amablemente, incluso permitía que Leandro se quedara con ella en el almacén, ayudándola a cargar cajas.Le daba pena negarse cuando se ofrecía. Le compraba comida y comían con ella tanto él como Manuel. Siempre amables y atentos, aun cuando le hacían insinuaciones grotescas, pensó que estaba manejando bien el asunto. Ni siquiera se había quejado con la señora Elvira, para que les llamara la atención.Consideró que al hablar claro con Leandro, que no quería nada cuando la enamoró, que solo podían ser amigos, é
Después de las palabras del agente de policía, se hizo un gran silencio en la sala. Solo era roto por los sollozos de Camelia, que se abrazaba a sus rodillas sin dejar de llorar en una silla. Los demás presentes se quedaron mirando al suelo, sin saber qué decir. Ariel Rhys intentó consolarla, pero sus palabras no parecían tener ningún efecto. Camelia seguía llorando, desconsolada. Los demás presentes se sentían incómodos, sin saber cómo reaccionar. Algunos miraban a Camelia con compasión, otros evitaban su mirada. —Señor —comenzó a hablar el jefe de seguridad, al ver los cristales esparcidos por todo el salón, la piedra y la nota que entregó a la policía. Se giró hacia sus hombres, que bajaron la cabeza sin decir nada—. Le aseguro que esto no volverá a pasar. Ustedes dos, den su testimonio de todo lo que les ha dicho Leandro, desde que la señorita Oduarte entró al trabajo, y lo sucedido hoy. —Sí, señor. Perdón, señorita Camelia, no volverá a pasar —dijer
Las lágrimas rodaban libres por el rostro de Camelia, sus ojos se movían inquietos mirando en todas direcciones, mientras ella se estremecía como una hoja debajo del brazo del Ariel Rhys que trataba infructuosamente de inculcarle seguridad—Lamentablemente sí, señorita Camelia. Esa es la ley y no puedo hacer mucho al respecto —le dijo con pesar Oliver, mirando a Ariel que apretaba la mandíbula furioso—. Deberá cuidarse bien, no andar sola. No darle la oportunidad de agarrarla desprevenida.—¡Oh, Dios! —exclamó Camelia abrazando por instinto a Ariel, que la estrechó fuerte sintiendo su angustia.El pánico volvió con mayor intensidad a la joven, que miraba a todos lados como si esperara ver aparecer a Leandro en cualquier momento y no tendría quien la defendiera. Ella no tenía a nadie, miraba al abogado presa del más aterrador mie
Ariel se acercó y volvió a estrecharla fuertemente. Quería infundirle valor; la veía tan desprotegida, tan frágil. No sabía qué más hacer, pues ella realmente estaba aterrada ante el ataque que había sufrido, y la entendía. Por ello, se dedicaba a estrecharla fuerte contra su cuerpo, sintiendo cómo ella no dejaba de estremecerse por los sollozos incesantes. Le besaba la cabeza y, tratando de que su voz sonara tranquila y firme, le hablaba.—Eso no volverá a pasar, Cami, te doy mi palabra. Leandro nunca más se te acercará —aseguró, aunque no estaba seguro de nada. Tendría que ir a ver a su hermano Ismael; él tenía muchas conexiones.—¿Lo dice en serio? —preguntó Camelia, levantando el rostro cubierto de lágrimas para mirar a los ojos de su jefe.—Sí, te lo aseguro, mis hombres se en