Ariel se desliza en silencio bajo las sábanas, su mente un torbellino de preocupaciones y conjeturas. La idea de que Camelia pudiera tener un novio le provoca una punzada de celos que intenta reprimir, pero no puede evitar que un pensamiento posesivo surja en su mente: "¡Camelia es mía! No dejaré que nadie me la quite". Se sorprende por la intensidad de sus emociones, pero al mismo tiempo, se reafirma en su decisión de protegerla a toda costa.
Mientras escucha la respiración acompasada de Camelia a su lado, Ariel se promete llegar al fondo del asunto. Sea quien sea el que está causando este desasosiego, se enfrentará a él. Porque si algo tiene claro Ariel es que protegerá a Camelia, incluso de aquello que ella no se atreve a confesarle.
Para su asombro, ella gira, se me
Ariel se quedó en el cuarto mirando la puerta por donde acababa de desaparecer Camelia. ¿Qué pasó? ¿Qué hizo esta vez? ¿Le pasará algo? ¿Quién será el tipo ese que la estaba esperando ayer y del que ella se escondió? ¿Tendrá un novio o enamorado? Tomó la bandeja y se dirigió a la cocina sin dejar de pensar en el comportamiento de Camelia. Tiró todo al cesto, terminó de vestirse y bajó hasta su auto. El jefe de seguridad lo esperaba junto a él.—¿Ahora se va a quedar aquí? —preguntó el hombre con curiosidad.—Sí, quiero que vigiles todo muy bien. Averigua a las personas que viven aquí, y no dejen pasar a nadie más. Sobre todo, quiero que le pongas vigilancia a
Ahora mismo Ariel está realmente preocupado de que Camelia se entere. Todavía no entiende todo en su corazón, pero no quiere que ella lo crea un mentiroso. Sí, tiene que aclararlo todo muy bien delante de ella, se dice. Por lo que enfrenta a la señora Herminda y le ordena:—Traslade ahora mismo a Eleonor, si no quiere, que pida la baja. Mire todos los papeles de la señorita Camelia Oduarte aquí —se apresura a darle todo lo que le entregara la señora Elvira—, y me lo envía en cuanto esté todo listo para firmarlo.—Espere, señor —rebusca de nuevo en su carpeta la señora Herminda, hasta que saca un contrato—. Firme aquí, este es el contrato que debo hacerle a la señorita Camelia. Después solo lo tiene que firmar ella.<
La señora Hermida habló muy seria alargándole la planilla firmada por Ariel que declaraba su ineptitud para el cargo—Míralo tú misma —. Me informó que cometes demasiados errores, así que deberías agradecer que no te haya despedido y solo te haya reasignado a economía.—¡Ariel no puede hacerme esto, es imposible! —vociferó Eleonor, genuinamente sorprendida, molesta y frustrada—. ¡Solo tuvimos una estúpida discusión de enamorados por culpa de una torpe empleada del almacén!Eleonor gritaba, fingiendo estar profundamente herida. En realidad, jamás esperó que Ariel: primero, eligiera a una desconocida sobre ella cuando se lo exigió; segundo, aceptara su renuncia cuand
Eleonor está realmente asombrada. Se repone de la sorpresa y retoma su actitud altanera frente a Camelia, quien la observa con su caja de cartón en las manos. La mira con desdén por unos minutos, mientras Camelia permite que lo haga sin intervenir ni decir nada.—No te sientas muy cómoda en ese puesto. Ariel solo está molesto, ya verás cómo te expulsa en cuanto se le pase —le dice a Camelia, quien la mira burlonamente mientras avanza para firmar su contrato. Eleonor se asombra al ver la cifra del salario de Camelia.—¿Por qué a ella le van a pagar más que a mí? —reclama sin poder contenerse.—Porque ella tiene un título superior que a ti te falta. Eleonor, si tienes alguna duda, ve a arreglar todo con el
Luego Eleonora sale de la oficina seguida de la secretaria. Ariel se gira hacia Camelia, que lo mira ahora de una manera que le parece diferente. Y es que ella está, sin saber por qué, feliz de que fuera verdad lo que él le dijera, que no tenía novia, solo a ella. La hace sentirse especial, aun cuando piensa que no debiera. Lo de ellos es solo un pago de favores.Pero no puede esconder su alegría. Por ello se dirige a la puerta, sin pensar mucho en lo que hace, la cierra, luego toma el regalo de la señora Elvira, y avanza de frente a Ariel, que se ha quedado en silencio observando todos sus movimientos.—Esto se lo manda la señora Elvira, por su cumpleaños —y le entrega la pequeña caja—. Y este es mi regalo —dice, mientras le lanza los brazos al cuello atrayéndolo, lo
Camelia, por su parte, también lo observa ahora a la luz del día. Es hermoso, se dice, le encanta. Nunca imaginó que un hombre tan varonil y atractivo como Ariel Rhys fuera a entrar en su vida. Se ruboriza cada vez que los labios de él rozan su piel en una suave caricia, o su mano acomoda su cabello detrás de su oreja. Ese simple roce hace que todo su cuerpo se estremezca. Su corazón late desbocado y hasta se asusta pensando que él puede escucharlo.A cambio, ella se muestra servicial, alcanzándole las cosas, facilitándole todo. Incluso le da un pequeño beso cuando él gira para besarla, porque ella también deseaba sentir sus labios sobre los suyos. Se besan, quedando así por un instante, mirándose fijamente muy cerca uno del otro, sus respiraciones agitadas, los corazones alterados, sus cuerpos deseosos.
Camelia sintió como si Eleonora la abofeteara con esa gran verdad, pero como la había enseñado su mejor amiga Nadia, no lo demostró y a cambio la miró recto.—Puede que el jefe cambie de gusto —contesta Camelia con calma—, al parecer, no le ha ido bien con las rubias.—Te llevará a la cama, solo eso. Le quitarás la picazón, pero jamás te tomará en serio. Eso, si logras que te lleve a la cama. Porque con tu facha, dudo que algún hombre alguna vez en tu vida se fije en ti —dice con desprecio.Y diciendo esto, la puerta se abre, Eleonor sale sintiéndose poderosa ante la aparentemente insignificante Camelia. Aunque no se había quedado callada, muy en el fondo sabía que t
Camelia mira a Leandro con una mezcla de incredulidad y temor creciente. Sus ojos, abiertos de par en par, reflejan la confusión ante las palabras del hombre que tiene frente a ella, exigiéndole explicaciones y proclamando una relación inexistente. Intenta mantener la compostura, respirando profundamente para controlar el pánico que amenaza con apoderarse de ella.—¿Novio? No, señor, no lo eres. ¡Suéltame Leandro, no tienes derecho a exigirme nada! ¿Qué locuras estás diciendo?— logra articular con un tono de voz que intenta ser firme, pero que tiembla ligeramente al final.Leandro, con los ojos inyectados en sangre, la mira fijamente mientras acorta la distancia entre ellos. Su rostro se contorsiona en una mueca de ira y posesión. Se inclina hasta que su c