La doctora corre a su lado y lo sostiene mientras lo revisa rápidamente en busca de heridas. Al parecer, está al tanto de la condición médica del capitán. Le toma un brazo, lo pasa por encima de sus hombros y lo sujeta firmemente por la cintura para ayudarlo a mantenerse en pie.
—¿Así está mejor? Vamos, Miller, no te rindas —le dice con una seguridad en su voz que sorprende al capitán. —Creo que no puedo caminar, Elizabeth —responde Miller, haciendo un esfuerzo evidente por mantenerse consciente—. Me golpearon muy fuerte en la cabeza, justo donde tengo el implante de platino. Siento que me voy a desmayar. —Abrázate fuerte de mí, Miller, solo aguanta hasta que lleguen los demás —le indica, decidida, mientras guarda su arma para poder sostenerlo mejor—. ¡Ustedes, vengan a ayudar! —grita a lEn la casa de Ariel, éste camina hasta donde Camelia no deja de mirar el teléfono, evidentemente nerviosa. Al verlo llegar, ella lo mira aterrada, con los ojos llenos de incertidumbre. —¿Qué pasa, Cami? ¿Por qué me miras así? —pregunta Ariel, temiendo que Lucrecia, la desequilibrada que había dejado sembrando el caos en la editorial, le haya enviado algo perturbador a su esposa, justificando la expresión de pánico en su rostro. Se acerca más, notando que ella no responde. Camelia solo mantiene la mirada fija en la pantalla de su teléfono. Ariel se lo quita suavemente de las manos y lee el mensaje que acaba de llegar. La expresión de su rostro se endurece al instante al comprender la razón del comportamiento de su esposa. Sin dudarlo, la abraza estrechamente y llama a la nana. —Cuida de los niños. Nosotros tenemos que salir &md
Ariel miró a la pareja que tenía delante sin poder todavía creer que estuvieran juntos, y ahora pidiéndole un favor tan descabellado como aquel. Pero no dijo nada, esperó que se explicaran para ver que tramaban ésta vez. Porque estaba convencido que este encuentro no era casualidad, nada con ellos lo era.—Tú sabes que lo perdimos todo. Eleonor y yo nos conocimos al salir de la cárcel. Nos casamos, pero ahora que estábamos esperando a nuestro bebé… nos quedamos en la calle. No queremos perderlo—explica tratando de sonar sincero Enrique. —No entiendo de qué estás hablando… ¿Eleonor tuvo un bebé? —intervino Camelia por fin, rompiendo su silencio. Había estado observando fijamente a Eleonor, notando su esbelta figura y sintiendo en su interior una inquietud creciente. Algo le decía que esos dos eran problemas.
A nadie le pasaron desapercibidas las tensiones palpables entre ambas mujeres. La doctora Elisabeth miraba a Malena con una seriedad notoria, mientras ésta devolvía la mirada con un resentimiento que casi se podía cortar con un cuchillo. Los demás, al notar la atmósfera pesada, intercambiaron miradas inquietas, sintiéndose incómodos ante la situación.No conocían bien a ninguna de las dos. La doctora acababa de iniciar su colaboración en la asociación, recomendada con entusiasmo por el doctor Félix y Clavel; en cambio, Malena había aparecido de la nada en la casa de Ismael y Sofía, reclamando saber del capitán Miller.—Soy la prometida del capitán Miller —declaró Malena, sorprendiendo a todos los presentes. —Ex prometida, Malena —corrigió Ismael, con un tono firme que resonó en la sala mie
Ismael no es alguien que se deje intimidar, así que se acerca despacio a la militar. La teniente Malena lo enfrenta, al notar la seriedad en su mirada. Su esposa Sofía se le aproxima rápidamente, porque conoce a su esposo: él defiende a sus compañeros sin importar de quién se trate, y en este momento, está a punto de estallar ante las descabelladas reclamaciones que lanza la mujer.—¡Tú no eres nadie para impedir que me lleve a mi prometido! —grita Malena, furiosa—. ¡Solo eres alguien con dinero que se dedica a esconder a todos los desertores del ejército, y te denunciaré por ello!—¡Teniente Malena! —responde Ismael, con un tono amenazador—. Respétame, que soy su superior. Soy el capitán Rhys, aunque esté retirado, y puedo demandarla por falta de respeto.—¡Me llevaré a Miller por encima de cualquier
Enrique y Eleonor, tras haber sido espantados por Ismael Rhys, a quien ninguno de los dos quiere tener como enemigo, se sueltan apenas salen del hospital y se introducen en una camioneta negra, donde los esperan dos personas.—¿Y bien? —pregunta una de ellas, con un tono de urgencia.—Nada —responde Enrique, su voz tensa.—¿Nada? ¿Están seguros de que revisaron bien el hospital? —reclama la otra persona, con desdén.—Sí, a ella no la trajeron. Al capitán Miller lo asaltaron —explica Enrique Mason. —Estoy seguro de que piensan que fuimos nosotros. Es mejor que nos vayamos, porque ahora mismo han llegado Marlon Rhys y el Mayor Sarmiento con algunos hombres.Enrique habla visiblemente nervioso, girando la cabeza repetidamente para mirar hacia la entrada del hospital, donde todavía permanecen varios militares que llegaron con el Mayor.<
Cuando perdemos a un familiar, un amigo o un conocido, sentimos su ausencia profundamente. La recuperación puede llevar mucho tiempo, si es que logramos sanar. Cada persona enfrenta el duelo de manera diferente. Pero nada se compara con el dolor de perder a un hijo, sin importar las circunstancias ni la edad que tenga. Y lo peor de todo es que desaparezca sin que sepas dónde está; esa es una tortura que jamás termina, hasta que lo encuentras, ya sea vivo o muerto.Camelia, en este momento, está de pie, observando cómo duermen sus dos hijos. El terror se refleja en su rostro. En estos momentos, ningún lugar en el mundo le parece seguro. Es víctima de lo que acaba de contemplar con sus propios ojos: una desesperación que, hasta ahora que es madre, no había llegado a entender. Puede sentir el dolor, la desesperación y el sufrimiento que sus propios padres y hermana padecieron, antes de que finalment
En el hospital, tras la captura de un hombre que había estado escuchando lo que discutían los Rhys, se descubrió que era un periodista que investigaba los casos de desapariciones. Mostró toda la información que poseía, lo que demostró que su historia era veraz. Decidieron dejarlo ir, ya que prometió colaborar con cualquier información nueva que pudiera recopilar.Luego de saber que Miller estaba fuera de peligro, todos se retiraron a sus respectivas casas. Al llegar Marlon, tomó un sobre que le entregó la sirvienta, un paquete significativamente abultado.—¿Quién lo trajo? —preguntó, intrigado.—Lo dejaron en el buzón, señor —contestó la sirvienta, un tanto nerviosa.Marlon examinó el sobre durante unos momentos y, después de reflexionar, llamó a su jefe de seguridad y se lo entreg&oa
Marlon se quedó en silencio, convencido de que era el mismo jovencito que había aparecido anteriormente. Sin embargo, se preguntaba por qué no había vuelto a contactarlo de forma personal. No le respondió a su hijo; simplemente lo envió a dormir, asegurándole que no estaba molesto, pero pidiéndole que, la próxima vez, lo llamara de inmediato. Mientras seguía comiendo, pensativo, entró su jefe de seguridad y le entregó una caja.—Es lo que había dentro del sobre; son fotos de más niños —explicó el hombre—. El remitente ha preferido no revelar su nombre, porque corre peligro. Léalo usted mismo; asegura que todos esos niños han sido vendidos a matrimonios y que tiene forma de comprobarlo, siempre y cuando nadie sepa que fue él. Es lo mismo de la primera vez.—¿Revisaste las cámaras