En el hospital, tras la captura de un hombre que había estado escuchando lo que discutían los Rhys, se descubrió que era un periodista que investigaba los casos de desapariciones. Mostró toda la información que poseía, lo que demostró que su historia era veraz. Decidieron dejarlo ir, ya que prometió colaborar con cualquier información nueva que pudiera recopilar.
Luego de saber que Miller estaba fuera de peligro, todos se retiraron a sus respectivas casas. Al llegar Marlon, tomó un sobre que le entregó la sirvienta, un paquete significativamente abultado.—¿Quién lo trajo? —preguntó, intrigado.—Lo dejaron en el buzón, señor —contestó la sirvienta, un tanto nerviosa. Marlon examinó el sobre durante unos momentos y, después de reflexionar, llamó a su jefe de seguridad y se lo entreg&oaMarlon se quedó en silencio, convencido de que era el mismo jovencito que había aparecido anteriormente. Sin embargo, se preguntaba por qué no había vuelto a contactarlo de forma personal. No le respondió a su hijo; simplemente lo envió a dormir, asegurándole que no estaba molesto, pero pidiéndole que, la próxima vez, lo llamara de inmediato. Mientras seguía comiendo, pensativo, entró su jefe de seguridad y le entregó una caja.—Es lo que había dentro del sobre; son fotos de más niños —explicó el hombre—. El remitente ha preferido no revelar su nombre, porque corre peligro. Léalo usted mismo; asegura que todos esos niños han sido vendidos a matrimonios y que tiene forma de comprobarlo, siempre y cuando nadie sepa que fue él. Es lo mismo de la primera vez.—¿Revisaste las cámaras
En el hospital, Miller comienza a despertar y, al abrir los ojos, ve a la doctora Elizabeth dormida, recostada en su cama. Se ve tan apacible y hermosa que se queda un rato sin moverse, contemplándola, hasta que entra una enfermera para revisarlo.—¿Despertó, capitán Miller? ¿Cómo se siente? ¿Le duele algo? —pregunta la enfermera sin dejar de atender al paciente.—Un poco la cabeza, nada que no pueda aguantar —respondió Miller—. ¿Qué hago aquí?—La doctora lo trajo porque tenía una pequeña hemorragia por el golpe que recibió —explicó la enfermera, y al ver cómo Elizabeth despertaba, se dirigió a ella—. Oh, doctora, debería ir a descansar. No se ha movido de su lado ni un instante.—Hola, Miller. ¿Cómo te sientes? —lo saluda la doctora, que se levanta de inmediato y c
El capitán Miller todavía sonríe al recordar la expresión de la doctora Elizabeth cuando afirmó que estaban casados. Sin embargo, la sonrisa se le congela al ver entrar a su madre, acompañada de la teniente Malena.—Hijo, ¡qué bueno que despertaste! —exclamó, feliz, su madre al verlo y corrió a su lado para abrazarlo.Miller pudo percatarse de inmediato de que ella estaba muy asustada, así que, aún abrazando a su mamá, dirigió la mirada hacia la teniente Malena. Esta contaba con que él estaría todavía inconsciente, y eso la ayudaría a gestionar su traslado junto a su exsuegra, a la cual había convencido de que Miller estaba muy grave.—¿Qué haces aquí, mamá? ¿Y por qué estás tan asustada? —preguntó Miller al separarse de ella.—Tu promet
El ruido de un avión que llegaba al amanecer hizo que la familia Hidalgo levantara la vista para ver quién llegaba a esa hora de la mañana. Los gritos de sus dos nietos, que venían corriendo después de descender del aeroplano privado de los Rhys, los hicieron reír felices. Sin embargo, al senador Camilo Hidalgo no se le escapó la mirada de miedo de su hija Camelia cuando corrió a refugiarse en sus brazos. ¿Qué nueva amenaza se cernía sobre su pequeña? Se preguntó mientras la estrechaba contra su pecho, queriendo protegerla del mundo.—¿Y ese milagro? ¿Qué hacen aquí? —preguntó Clavel, abrazada a su sobrina.—Vinimos a vivir aquí —fue la respuesta del pequeño Camilo, que al ver cómo se acercaba su tío Gerardo a caballo, corrió a su encuentro. Todos dirigieron miradas inquisitivas hacia Ariel
Marcia miraba a su esposo, sin poder creer que le había escondido todo lo relacionado con los posibles hijos perdidos. ¡Ella tenía derecho a saberlo! ¡Son sus hijos también! Nadie mejor que ella para comprenderlo, pues había sido abandonada a causa de su asma en la puerta del orfanato donde la encontró Marlon. —Querida, no te pongas así —intentaba tranquilizarla Marlon, al ver lo molesta que se había puesto—. Todavía no sabemos si es verdad. Te lo digo porque el pequeño Marlon se ha acercado a ti en dos ocasiones y tú no te has dado cuenta. Incluso el niño te lo mencionó, y no prestaste atención. —¡Por tu culpa! Debiste decírmelo enseguida. Lo habría retenido conmigo y lo habría traído. ¡Pobre hijo mío! Dios sabe lo que está sufriendo —exclamó, con los ojos llenos de l
En la hacienda Hidalgo, Camelia galopa a toda velocidad junto a su hermano Gerardo, quien le ha enseñado muy bien a montar a caballo, hasta que ambos se detienen y descienden felices. Se abrazan, sintiendo cómo poco a poco crece la relación fraternal entre ellos. —Cami, no sabes lo feliz que estoy de que hicieras esto —habla Gerardo, emocionado—. Con Clavel ya tenía una relación desde el colegio, pero contigo no. Ahora me doy cuenta de que tenemos más en común tú y yo. —¿De verdad lo crees? ¿Cómo qué? —pregunta ella, dejándose caer en la hierba. Gerardo se deja caer a su lado, realmente asombrado al compartir con ella lo mucho que se parecen, y no solo eso. Han experimentado casi lo mismo desde su nacimiento. Ambos fueron criados en vientres ajenos y robados desde antes de nacer. Y ahora se sienten compenetrados. &md
Ismael no contestó, temiendo lo que se iba a encontrar dentro de la casa. Dejó sentado a su padre en la sala y corrió aterrorizado al despacho, donde se encontró con una miniatura demacrada de su hermano Marlon, conversando con su padre y trazando un mapa en una hoja. —¿Papá…? —lo llama, con tono interrogante. —¡Ah! ¿Llegaste? Ven aquí, te presento a tu posible sobrino —dice el señor Rhys, señalando al flacucho y desnutrido jovencito—. Él asegura que es hijo de Marlon y que existen más, también primos. Ismael se queda sin saber qué hacer o decir, solo observando al escuálido joven con facciones de su hermano mayor. Le recuerda a Ariel cuando se hirió en el pecho. Tiene que ser hijo de alguno de sus dos hermanos; el parecido es demasiado. Se acerca para ver lo que su padre le muestra.  
Clavel abraza a Camelia y se quedan así un rato. Luego, escucha todo lo que le cuenta Gerardo sobre los hijos perdidos. Ella está al tanto de todo; a cada rato se comunica con el abogado Oliver, quien está informado sobre la investigación de búsqueda. Sin embargo, no les decía nada para no entristecer a sus padres. Ahora, al ver lo asustada que está Camelia ante la posibilidad de tener que criar a los hijos de su enemiga, la comprende. —No te preocupes, Cami, te ayudaremos todos si eso sucede. Los niños no tienen la culpa de nada —aunque le asusta la posibilidad de que hereden los genes malvados de su madre, no lo dice. —Sabes, ahora me doy cuenta de que apenas le he dado la oportunidad a mamá y papá, a todos ustedes, de sentirme parte de su familia —Camelia la vuelve a abrazar con cariño—. Lo necesitaba, Clavel; por primera vez en mi vida soy completame