Marcia miraba a su esposo, sin poder creer que le había escondido todo lo relacionado con los posibles hijos perdidos. ¡Ella tenía derecho a saberlo! ¡Son sus hijos también! Nadie mejor que ella para comprenderlo, pues había sido abandonada a causa de su asma en la puerta del orfanato donde la encontró Marlon.
—Querida, no te pongas así —intentaba tranquilizarla Marlon, al ver lo molesta que se había puesto—. Todavía no sabemos si es verdad. Te lo digo porque el pequeño Marlon se ha acercado a ti en dos ocasiones y tú no te has dado cuenta. Incluso el niño te lo mencionó, y no prestaste atención. —¡Por tu culpa! Debiste decírmelo enseguida. Lo habría retenido conmigo y lo habría traído. ¡Pobre hijo mío! Dios sabe lo que está sufriendo —exclamó, con los ojos llenos de lEn la hacienda Hidalgo, Camelia galopa a toda velocidad junto a su hermano Gerardo, quien le ha enseñado muy bien a montar a caballo, hasta que ambos se detienen y descienden felices. Se abrazan, sintiendo cómo poco a poco crece la relación fraternal entre ellos. —Cami, no sabes lo feliz que estoy de que hicieras esto —habla Gerardo, emocionado—. Con Clavel ya tenía una relación desde el colegio, pero contigo no. Ahora me doy cuenta de que tenemos más en común tú y yo. —¿De verdad lo crees? ¿Cómo qué? —pregunta ella, dejándose caer en la hierba. Gerardo se deja caer a su lado, realmente asombrado al compartir con ella lo mucho que se parecen, y no solo eso. Han experimentado casi lo mismo desde su nacimiento. Ambos fueron criados en vientres ajenos y robados desde antes de nacer. Y ahora se sienten compenetrados. &md
Ismael no contestó, temiendo lo que se iba a encontrar dentro de la casa. Dejó sentado a su padre en la sala y corrió aterrorizado al despacho, donde se encontró con una miniatura demacrada de su hermano Marlon, conversando con su padre y trazando un mapa en una hoja. —¿Papá…? —lo llama, con tono interrogante. —¡Ah! ¿Llegaste? Ven aquí, te presento a tu posible sobrino —dice el señor Rhys, señalando al flacucho y desnutrido jovencito—. Él asegura que es hijo de Marlon y que existen más, también primos. Ismael se queda sin saber qué hacer o decir, solo observando al escuálido joven con facciones de su hermano mayor. Le recuerda a Ariel cuando se hirió en el pecho. Tiene que ser hijo de alguno de sus dos hermanos; el parecido es demasiado. Se acerca para ver lo que su padre le muestra.  
Clavel abraza a Camelia y se quedan así un rato. Luego, escucha todo lo que le cuenta Gerardo sobre los hijos perdidos. Ella está al tanto de todo; a cada rato se comunica con el abogado Oliver, quien está informado sobre la investigación de búsqueda. Sin embargo, no les decía nada para no entristecer a sus padres. Ahora, al ver lo asustada que está Camelia ante la posibilidad de tener que criar a los hijos de su enemiga, la comprende. —No te preocupes, Cami, te ayudaremos todos si eso sucede. Los niños no tienen la culpa de nada —aunque le asusta la posibilidad de que hereden los genes malvados de su madre, no lo dice. —Sabes, ahora me doy cuenta de que apenas le he dado la oportunidad a mamá y papá, a todos ustedes, de sentirme parte de su familia —Camelia la vuelve a abrazar con cariño—. Lo necesitaba, Clavel; por primera vez en mi vida soy completame
El conductor se niega a detenerse y, en cambio, acelera aún más. Las chicas están aterradas, pero no se rinden. Sofía saca su teléfono y llama al número de emergencia mientras intenta mantener la calma en medio del pánico que comienza a apoderarse de ellas. Finalmente, el taxista se detiene bruscamente frente a una camioneta; dos hombres corpulentos abren las puertas y sacan a las chicas a la fuerza, rompiendo sus teléfonos. Las montan en su vehículo después de ponerles un paño en la cara que las duerme, alejándose y desapareciendo en la noche.Fin de la retrospectiva.Ambas chicas parecen despertar de un letargo al escuchar lo que decía la psicóloga en la televisión y recordar todo lo sucedido. Se miran de nuevo y no pueden creer que sean las mismas. Están muy demacradas y presentan señales de haber tenido recientemente un bebé. No dicen
Ariel había llegado tras la llamada de su padre, quien, con un tono inusual de urgencia, le pidió que regresara sin Camelia ni los niños. No dudó en obedecer. Al llegar, se encontró con la situación del pequeño Reutilio, la desesperación combinada con la furia de su hermano Marlon, que descargaba su frustración maldiciendo y golpeando a un enemigo invisible, y la incredulidad de todos los demás. Su madre, Aurora, abrazaba entre lágrimas a Marcia, intentando consolarla, aunque ambas parecían igual de destrozadas. Ismael hablaba con el Mayor Sarmiento e intentaba, a grandes rasgos, explicar la situación a la doctora Elizabeth, que mantenía un gesto serio. Fue entonces cuando el señor Rhys, al notar la llegada de Ariel, lo interceptó y lo condujo al despacho. —Ari, al fin apareció el jovencito que asegura ser hijo de tu hermano —dijo el se&ntild
Todos se giran al escucharla. Ella expone que habían rescatado a dos secuestradas y, a pesar del tiempo que había transcurrido, no las mataron; más bien las encontraron a ambas recién paridas. Eso les decía que lo que hacen es embarazarlas. En algún lugar las tenían pariendo sin cesar y vendían los niños. No existían registros de sus nacimientos, por lo que nadie sabe nada de bebés robados. —¡Santo Dios! Si es verdad lo que supone, doctora —dice el policía—, estamos frente a una enorme red de traficantes de personas y, de seguro, hay muchos implicados. Esas chicas llevan cinco años desaparecidas. El niño de Marlon Rhys tiene más o menos doce años y dijo que había adultos que nacieron así. Ismael, yo sé lo desesperado que estás, pero insisto en que esperemos. —¡No, no lo haré! &md
Reutilio explica que había ocurrido algo parecido con Laura: la llevaron a parir a la casa del cliente para hacer creer que era su mujer. Pero al transportarla, ella despertó y se bajó en un semáforo. ¡Lo han hecho montones de veces! ¡Nunca había pasado! El chico era joven y nuevo en el trabajo. No cerró la camioneta con seguro, y tampoco las enfermeras la habían sedado. —Les digo que deben calmarse; ellas no saben nada —asegura, jugando con su bastón—. Aunque la policía venga, pasará lo de siempre: no encontrarán nada. —¿Por lo menos cogieron a sus hijos? —preguntó un doctor. —Uno; la otra no había parido todavía, y la asociación de Camelia y Ariel Rhys lo desapareció —contestó—. Así que olvídense de esa niña. Los presentes se mira
Camelia había descubierto una nueva pasión en aprender a montar a caballo junto a sus hijos. Había dedicado tiempo y esfuerzo en perfeccionar esa habilidad, disfrutando al máximo cada momento en los amplios terrenos de la finca. Lo hacía frecuentemente en compañía de Gerardo, su hermano mayor, quien encontraba en esas cabalgatas una forma relajada de pasar tiempo con su hermana menor. A veces, también los acompañaba Clavel, conocida por su destreza en prácticamente todo lo que se proponía, haciendo cada paseo aún más dinámico y divertido.Sin embargo, el día anterior había sido diferente. Ariel, la había llamado a su habitación con una expresión inusualmente seria, algo que encendió la alarma en la mente de Camelia. Ella se sentó en la cama, intentando descifrar aquello que le preocupaba a Ariel antes de que é