Marlon Rhys, contrario a lo que era habitual en él, había bajado de su auto en la florería para escoger personalmente un ramo de flores con las preferidas de su esposa. Marcia se merecía algo especial después de todo el tiempo que había pasado sola con los niños. Había dejado de contarle sobre los posibles hijos perdidos; solo lo conversaba con su padre y sus hermanos. Una joven muy elegante lo atendió de inmediato, ofreciéndole un impresionante ramo de rosas rojas.
—¿No tiene nomeolvides? —preguntó, girando la cabeza para buscar la flor—. Son las preferidas de mi esposa.—¿Es por casualidad Marlon Rhys? —preguntó la dependienta mientras iba en busca de las flores. —Hace un rato un jovencito compró un impresionante ramo diciendo que usted vendría por él. Marlon la miraba sin entender cómo alguien podr&iEl grito de Ariel asustó a Camelia, quien se detuvo y giró para ver cómo él venía corriendo hacia ella. Sin pensarlo, se agachó, la tomó en sus brazos y cruzaron juntos la puerta. Camelia soltó una risa feliz y se asombró al entrar: había un camino de pétalos de camelias que los guiaba hasta la segunda planta, donde la habitación matrimonial estaba hermosamente decorada. Ariel la depositó suavemente en el suelo, dentro de un corazón formado por camelias rojas. Luego, se arrodilló a sus pies y sacó un hermoso anillo.—Ya estamos casados, amor —le recordó Camelia, intentando contener la emoción.—Cami, espera —protestó Ariel, tomando aire y mirándola a los ojos con intensidad—. Camelia Hidalgo Rhys, eres la persona más valiente, encantadora e irreal que ha llenado mi vida con un amor, pureza y felicid
Todo parecía marchar muy bien en la agitada vida de Ariel y Camelia. Después de la hermosa ceremonia de boda religiosa en el yate familiar y con el deseo de inaugurar la asociación cuanto antes, pospusieron su viaje y se sumergieron de lleno en el trabajo. Camelia había regresado muy tarde esa noche y corrió a ver a su hija. Al observar los rastros de llanto en su rostro, se sintió abrumada por la culpa. La llenó de besos, procurando no despertarla, la arropó y bajó a la cocina, donde la mirada de reproche de su abuela la hizo sentirse aún peor. —¡Lo sé, abuela, lo sé! ¡No tengo perdón de Dios! —exclamó, llena de impotencia y tristeza—. ¡Puse a esa chica y todo lo demás por encima de mi hija! ¿Cómo pude hacer eso? ¿Cómo? ¡Sí, sé muy bien lo que se siente cuando
Camelia se quedó en silencio, con un nudo en la garganta. Era verdad todo lo que le decía su abuela; ella, que adora más que a nada a sus hijos. ¿Cómo había sido capaz de hacerles eso? Había hecho sufrir a sus pequeños. Incluso su guardia de seguridad, Ernesto, le llamó la atención. Era evidente que todos se habían dado cuenta, menos ella. En ese momento, la llegada de Ariel las interrumpió.—Buenas noches —saludó, como siempre.—Buenas noches, hijo —contestó Gisela, poniéndose de pie y frunciendo el ceño.—Disculpa que me demorara tanto, Cami. Era de veras un tremendo lío en el puerto por el embarque —continuó hablando Ariel con normalidad—. ¿Cómo quedó el baile de la niña?Camelia lo observó y se echó a llorar. ¿Cómo quedó
Aurora salió corriendo y tomó a Alhelí, quien clamaba por su padre. Ariel, ante la mirada de todos los que habían salido de sus cuartos en ese momento y ante los gritos desenfrenados de su hija, corrió hacia donde sus hijos lloraban, dejando a Camelia sin saber qué hacer, atrapada en la incredulidad y la acusación que resplandecían en las miradas que le lanzaban y que la hacían sentir aún más culpable. Porque, a pesar de que tenían sus propias viviendas, habían venido a pasar el fin de semana en la casa de los Rhys, precisamente para asistir al espectáculo y al cumpleaños de Alhelí, que era el domingo. Incluso, sus padres habían venido desde la finca para participar en todo y aceptaron quedarse en la casa de sus suegros.¡A nadie se le había olvidado, excepto a ella!Y ahora había cometido la mayor locura de todas. Aun cuand
Retrospectiva, continuación.Ariel ya le había abierto la bata y desnudado, hundiéndose en ella de un golpe, que lo recibió gustosa y se entregó al placer de sentirse poseída de una manera desenfrenada por su esposo. No recuerda cuánto tiempo hacía que no disfrutaban de uno de esos encuentros rápidos. Siempre están tan ocupados, corriendo con tantas cosas sobre sus hombros, que no tienen tiempo para otra cosa.Las embestidas de Ariel se volvieron violentas y frenéticas, como si quisiera taladrarla; ella lo apretaba con fuerza, siguiendo el ritmo enloquecedor que tanto le gustaba. —Te extrañaba, amor… oh sí… oh… —gimió, olvidada de todo lo demás. —Yo más extrañaba esto. —Bufó Ariel sin dejar de bombear con todas sus fuerzas. —Muévete ahora, Cami, más r&aa
Camelia se detuvo para mirar con curiosidad a sus guardias de seguridad. Había algo ese día que la desconcertaba. Ellos siempre la trataban con respeto y cariño, pero podía ver que estaban muy molestos, aunque se esforzaban por controlarse.—Ya le dije que ella vive bien y que los padres adoptivos no le hacen nada —intervino Ernesto, apoyando a su compañero—. Puse un guardia de jardinero, quien dice que ella no para en la casa, que se escapa todo el tiempo y que ellos no le hacen nada. No se deje engañar; esa chica está tras el señor Ariel. Se la hemos tenido que quitar de encima muchas veces.—¡Es solo una joven que lo perdió todo! Ariel la encontró y la trajo; es lógico que confíe más en él —exclamó, impaciente—. No sé por qué creen que está detrás de mi esposo. Ambos hombres intercambiaron miradas. Israel resopló mientras Ernesto se alejaba un poco. Con paciencia, le explicó que la joven no vivía muy lejos del orfanato, como le había dicho Ernesto. Un matrimonio la había acogido m
Camelia se quedó mirando el teléfono como si ardiera en sus manos. Su corazón comenzó a latir aceleradamente mientras escuchaba todos los mensajes de voz que le habían enviado prácticamente cada uno de los miembros de su familia.—Camelia, ¿dónde estás? —era el mensaje de su hermana Clavel—. Espero que ya estés llegando, dijiste que no ibas a faltar, ¡ya Alhelí comenzó a llorar! ¡Acaba de venir!—Camelia, hija —era su suegra Aurora—. ¿En serio no vas a venir?—Cami, ni yo, que te adoro, te voy a perdonar si no vienes a ver a tu hija —se escuchaba la voz de su abuela, que no le gustaba el teléfono—. Deja todo lo que estás haciendo y ven, aunque llegues al final. ¡Suelta todo y ven a ver a tu hija! ¡Nada es más importante que tus hijos, Camelia!—Mi nuera —decía el señor Rhys, su suegro—. Creo que debes estar al llegar, ¿verdad? ¿O necesitas que mande por ti? Ariel dijo que venías; no demores, ya va a empezar. Me lo prometiste, Camelia, que pondrías a tu familia primero.—Cami, tengo un
Camelia se sentía como una niña pequeña siendo regañada por sus padres. Con el rostro bañado en lágrimas, los miró, poniéndose de pie con la urgencia de regresar a su casa, a su hija. Mientras recogía sus cosas, les respondió con voz llorosa:—Fui a llevar a la mujer a su escondite y olvidé el teléfono en la gaveta. Perdón, perdón, es mi culpa, es mi culpa. Sé que no debí dejarlos, pero debía ser un secreto para que ese hombre no la encontrara.—Señora Camelia, ¿desde cuándo desconfía de nosotros? —preguntó frustrado Ernesto.—¡No lo hago! —afirmó, pero al ver cómo la miraban incrédulos, comenzó a justificar su acción—. Es que el abogado dijo que mejor que nadie más lo supiera. Dios, ¿qué voy a hacer? ¡Ari me lo dijo un montón de veces!—Esto no se va a quedar así, señora —dijo con voz ronca Israel—. Hasta hoy seguiré sus órdenes. Hablaré con el señor Ariel; a usted parece que se le olvidó todo lo que le pasó y ahora se va sin nosotros a quién sabe dónde.—¡Ernesto, perdóname, no lo h