Camelia negó estar todavía en ese punto. Ariel y ella se amaban con locura, pero no podía evitar que el asunto comenzara a preocuparla; temía que desembocara en eso o que su esposo buscara otra mujer para complacer sus deseos.
—Sé lo que te digo, Lía, eso es un serio problema que tienen que enfrentar —dijo Nadia con seriedad—. ¿Siguen con las terapias?—Sí, una vez al mes vamos los dos —se detuvo, ruborizada—. Yo no he dicho nada en las sesiones; me da pena.—¡Lía, vas por mal camino! —la regañó su amiga—. Eso tenemos que solucionarlo ya. Contéstame, ¿crees que aguantarías que él te hiciera lo de antes? Me refiero a que te introdujera salvajemente. ¿No te vendrá a la mente el asalto de Leandro?Camelia la miró en silencio. No había olvidado ese hecho, porque cada vez que haMarlon Rhys lee detenidamente toda la investigación que le entrega el Mayor Alfonso, quien permanece sentado frente a él. Ha perdido la paciencia desde el último mensaje del joven que dejó la prueba de paternidad, pues no han podido localizarlo. Han revisado casi todos los acueductos de la ciudad y, aunque han obtenido muchos testimonios de haberlo visto, nadie puede decir con certeza dónde encontrarlo.—Estoy muy decepcionado, Mayor —dice Marlon, pasando una mano por su frente—. A pesar de que estoy empleando muchos recursos en su búsqueda, sigue sin aparecer. Tampoco hemos logrado encontrar a la persona que robó los embriones.—Nosotros tampoco hemos tenido éxito —responde el Mayor—. Como ve, debido a la destrucción que provocó Mailen en esa clínica, donde eliminó a todo su personal, no pudimos hablar con nadie. María Graciela, la esposa de Olive
La toma por la cintura y la hace dar un pequeño salto para que se suba a su cadera, caminando con ella así, directo a la habitación de la otra oficina. Se sienta sobre ella mientras continúan besándose de la misma manera que lo hacían al principio. Ariel hunde su cabeza en sus pechos, que han crecido aún más y que le encantan. Desabrocha con maestría el sujetador y los libera, regodeándose con ellos, succionando y chupando cada uno a la vez, mientras Camelia mueve su cintura sobre su excitado miembro.Las respiraciones se vuelven agitadas y los corazones laten desbocados. Ella lo empuja mientras lo ayuda a quitarse la ropa, y Ariel se deja llevar; también extrañaba mucho esa forma de ser de ellos. Se había preparado para hacer algo así en su casa blanca, pero eso lo dejaría para después. Acaricia el cuerpo de ella, que ha ganado unas libras, pero a él le encant
Marlon Rhys, contrario a lo que era habitual en él, había bajado de su auto en la florería para escoger personalmente un ramo de flores con las preferidas de su esposa. Marcia se merecía algo especial después de todo el tiempo que había pasado sola con los niños. Había dejado de contarle sobre los posibles hijos perdidos; solo lo conversaba con su padre y sus hermanos. Una joven muy elegante lo atendió de inmediato, ofreciéndole un impresionante ramo de rosas rojas.—¿No tiene nomeolvides? —preguntó, girando la cabeza para buscar la flor—. Son las preferidas de mi esposa.—¿Es por casualidad Marlon Rhys? —preguntó la dependienta mientras iba en busca de las flores. —Hace un rato un jovencito compró un impresionante ramo diciendo que usted vendría por él.Marlon la miraba sin entender cómo alguien podr&i
El grito de Ariel asustó a Camelia, quien se detuvo y giró para ver cómo él venía corriendo hacia ella. Sin pensarlo, se agachó, la tomó en sus brazos y cruzaron juntos la puerta. Camelia soltó una risa feliz y se asombró al entrar: había un camino de pétalos de camelias que los guiaba hasta la segunda planta, donde la habitación matrimonial estaba hermosamente decorada. Ariel la depositó suavemente en el suelo, dentro de un corazón formado por camelias rojas. Luego, se arrodilló a sus pies y sacó un hermoso anillo.—Ya estamos casados, amor —le recordó Camelia, intentando contener la emoción.—Cami, espera —protestó Ariel, tomando aire y mirándola a los ojos con intensidad—. Camelia Hidalgo Rhys, eres la persona más valiente, encantadora e irreal que ha llenado mi vida con un amor, pureza y felicid
Todo parecía marchar muy bien en la agitada vida de Ariel y Camelia. Después de la hermosa ceremonia de boda religiosa en el yate familiar y con el deseo de inaugurar la asociación cuanto antes, pospusieron su viaje y se sumergieron de lleno en el trabajo. Camelia había regresado muy tarde esa noche y corrió a ver a su hija. Al observar los rastros de llanto en su rostro, se sintió abrumada por la culpa. La llenó de besos, procurando no despertarla, la arropó y bajó a la cocina, donde la mirada de reproche de su abuela la hizo sentirse aún peor. —¡Lo sé, abuela, lo sé! ¡No tengo perdón de Dios! —exclamó, llena de impotencia y tristeza—. ¡Puse a esa chica y todo lo demás por encima de mi hija! ¿Cómo pude hacer eso? ¿Cómo? ¡Sí, sé muy bien lo que se siente cuando
Camelia se quedó en silencio, con un nudo en la garganta. Era verdad todo lo que le decía su abuela; ella, que adora más que a nada a sus hijos. ¿Cómo había sido capaz de hacerles eso? Había hecho sufrir a sus pequeños. Incluso su guardia de seguridad, Ernesto, le llamó la atención. Era evidente que todos se habían dado cuenta, menos ella. En ese momento, la llegada de Ariel las interrumpió.—Buenas noches —saludó, como siempre.—Buenas noches, hijo —contestó Gisela, poniéndose de pie y frunciendo el ceño.—Disculpa que me demorara tanto, Cami. Era de veras un tremendo lío en el puerto por el embarque —continuó hablando Ariel con normalidad—. ¿Cómo quedó el baile de la niña?Camelia lo observó y se echó a llorar. ¿Cómo quedó
Aurora salió corriendo y tomó a Alhelí, quien clamaba por su padre. Ariel, ante la mirada de todos los que habían salido de sus cuartos en ese momento y ante los gritos desenfrenados de su hija, corrió hacia donde sus hijos lloraban, dejando a Camelia sin saber qué hacer, atrapada en la incredulidad y la acusación que resplandecían en las miradas que le lanzaban y que la hacían sentir aún más culpable. Porque, a pesar de que tenían sus propias viviendas, habían venido a pasar el fin de semana en la casa de los Rhys, precisamente para asistir al espectáculo y al cumpleaños de Alhelí, que era el domingo. Incluso, sus padres habían venido desde la finca para participar en todo y aceptaron quedarse en la casa de sus suegros.¡A nadie se le había olvidado, excepto a ella!Y ahora había cometido la mayor locura de todas. Aun cuand
Retrospectiva, continuación.Ariel ya le había abierto la bata y desnudado, hundiéndose en ella de un golpe, que lo recibió gustosa y se entregó al placer de sentirse poseída de una manera desenfrenada por su esposo. No recuerda cuánto tiempo hacía que no disfrutaban de uno de esos encuentros rápidos. Siempre están tan ocupados, corriendo con tantas cosas sobre sus hombros, que no tienen tiempo para otra cosa.Las embestidas de Ariel se volvieron violentas y frenéticas, como si quisiera taladrarla; ella lo apretaba con fuerza, siguiendo el ritmo enloquecedor que tanto le gustaba. —Te extrañaba, amor… oh sí… oh… —gimió, olvidada de todo lo demás. —Yo más extrañaba esto. —Bufó Ariel sin dejar de bombear con todas sus fuerzas. —Muévete ahora, Cami, más r&aa