Ariel Rhys le responde a Camelia mientras le abre la puerta para que ella se siente en el asiento del copiloto. Hoy ha querido conducir él mismo, buscando fomentar una mayor confianza entre ellos; se ha propuesto hacerla sentir su amiga, o quizás algo más. Aún no sabe qué pretende con Camelia, pero de una cosa se ha dado cuenta: le gusta su compañía y quiere mantenerla.Por eso, cuando Eleonor lo amenazó con irse, aceptó su partida sin dudarlo. Había estado buscando la manera de echarla para que no le buscara problemas con camelia y porque realmente se había cansado de ella. Su amigo el abogado Oliver le había aconsejado mucho antes de conocer a Camelia, que soltara a esa mujer que se estaba atribuyendo un lugar en su vida que él jamás le daría.&
Ariel disfrutaba viendo el entusiasmo de Camelia, pero sobre todo le maravillaba cómo su rostro se había iluminado, haciéndola ver extremadamente hermosa ante sus ojos. Dejó que ella hablara un rato sin interrumpirla, hasta que se calmó. Fue entonces cuando habló seriamente. Quería que ella se diera cuenta de que no la había ascendido por haberse acostado con él. Y aunque en parte tenía razón al pensar que la quería a su lado, no le hubiera dado ese puesto si no estuviera tan capacitada como lo estaba.—Camelia, usted se lo ganó; no tiene que agradecerme nada —Ariel ahora le hablaba muy serio; se daba cuenta de que ella tenía muy baja autoestima—. Y ya me ha hecho confiar en usted; sé que nunca me traicionará, ni yo a usted. Ahora vamos a comer.
No cedería en esto y lo manejaba como si estuviera en una importante reunión de negocios, y en eso él no tenía rival. Además, percibía que Camelia no tenía ninguna experiencia en relaciones de pareja, nada que ver con la enorme experiencia que él tenía lidiando con todo tipo de mujeres víboras que estaban muy lejos de su inocente Camelia, se dijo para sí y continuó:—¿O se le olvida que por el favor que me pidió tuve que acostarme con una mujer que no conocía? —y continuó enumerando lo que pasó entre ellos—. La vi por primera vez esa noche, una chica extraña envuelta en ropas nada femeninas y oculta detrás de ese enorme abrigo suyo. Y no solo eso, tuve que emplearme al máximo sin poder descansar ni un solo minuto en toda la noche y parte de
Ariel se quedó en silencio por un momento, realmente deseoso de comprender qué era lo que Camelia quería. Estaba claro que ella buscaba escapar de la tensión entre ambos, pero al mismo tiempo, su instinto le sugería que, al igual que él, ella comenzaba a acostumbrarse a su presencia. ¿O estaría él equivocado? —¿A qué se refiere? —preguntó Ariel, buscando claridad. —¿Solo tendremos sexo, verdad? —Camelia lo miró con seriedad, era evidente que quería establecer que su arreglo era únicamente el pago de los favores, nada más. —Sí —confirmó Ariel con un suspiro, consciente de que aún no estaba seguro de lo que realmente quería con ella—. ¿Estamos de acuerdo entonces? Ah, y tengo una pregunta, señorita Camelia, algo que me ha tenido inquieto toda la semana. —Adelante — contestó Camelia dejando escapar todo su aire. —He estado esperando que usted tome la iniciativa..., ya sabe..., me refiero a la intimidad entre nosotros —susurró él—. ¿Debería seguir esperando? —¡¿No dijo que me enseñar
Camelia guarda silencio, manteniendo la mirada de Ariel hasta que, finalmente, aparta los ojos. No deja de tener razón lo que le dice su jefe; sin embargo, ella nunca ha sido dada a contar su miserable vida familiar a nadie. No obstante, aparecerse sola en la boda de su hermana le aterra más que ser sincera con su jefe. Toma otro sorbo de vino, exhala profundamente y decide abrirse.—Verá, señor —comienza Camelia, mostrando su reluctancia—, no quería hacer esto. Pero usted tiene razón. Le contaré sobre mi vida y así comprenderá por qué me veo obligada a actuar de esta manera.—Soy todo oídos —responde Ariel complacido, acomodándose en su asiento para escucharla.—No me interrumpa, se lo contar&eacu
La noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia. Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado. Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento
Camelia parecía un manojo de nervios, su postura revelaba una incomodidad palpable mientras se retorcía en la silla, como si cada fibra de su ser quisiera escapar de la situación en la que se encontraba. El rubor de su rostro no solo era indicativo de vergüenza, sino también de una lucha interna que parecía consumirla. Sus ojos, que antes destellaban con la oscuridad de la noche, ahora estaban velados por la duda y la humillación, y se desviaban constantemente, incapaces de sostener mi mirada.—Ella trabaja en la empresa, en el almacén. Y debe tener veintitantos años, no sé, no conocía de su existencia hasta esa noche. Ya les digo, si la he visto antes fue muy poco y no me fijé en ella o retuve su imagen —respondió Ariel con un tono que describía que la aparición de la mujer era muy sorprendente a esa hora en su despacho.—Está bien, ¿qué quería? —Oliver no pudo contener su impaciencia.—Les contaré exactamente la conversación —Ariel hizo una pausa dramática antes de continuar.—Está
Me había quedado observándola sin comprender lo que me pedía. En serio, mi mente estaba en ese momento buscando posibles hechos que le hubiesen sucedido a mi empleada en mi empresa y que yo tendría que solucionar a esa hora de la noche.—Por favor señorita Camelia, ¿puede al fin decirme qué fue lo que sucedió para ver si puedo ayudarla? —pregunté algo exasperado.—Pues señor, que en los chocolates había esta droga, ya sabe esta droga…, ésta droga… —tartamudeaba como si temiera o le avergonzara decirlo.—¿Qué droga? —pregunté para incitarla a hablar ahora verdaderamente intrigado.—Pues ésta que te hace cometer locuras, que…, que quieres hacerlo con cualquiera, ya sabe, ese acto…, ese…, ya sabe…, entre un hombre y una mujer…, —trataba de explicarme toda ruborizada y bajaba la mirada mientras tartamudeaba ante mí que no podía creer lo que me decía— y ellos se reían de mí, decían que iba a ir corriendo a suplicarles a ellos que me hicieran el “favor”, ¡pero primero me mato, señor! La