Ariel, consumido por un deseo ardiente, atrae a Camelia hacia sí, tomándola por el cuello con delicadeza. Sus labios se encuentran en un beso apasionado, casi devorador. Es como si nunca pudiera saciarse de ella, de ese sabor que lo ha obsesionado desde la primera vez que la probó. Sus labios exploran cada rincón de la boca de Camelia, mordisqueando suavemente, saboreando cada instante. Con los ojos cerrados, su mente vuela, imaginándola desnuda sobre sábanas de seda, su piel dorada brillando bajo la tenue luz de la habitación. Sus manos anhelan recorrer cada curva de ese cuerpo que lo enloquece. En ese momento, toma una decisión que cambiará el rumbo de la noche.—Señor —susurra Camelia, logrando separarse por un instante, su voz entrecortada por la pasión—, aquí no... Vamos a casa, por favor.
Ariel Rhys no sabe si se está enamorando y en estos momentos tampoco le interesa la respuesta a esa pregunta al sentir cómo Camelia acaricia su pecho con unos labios tan suaves que le provocan escalofríos por todo el cuerpo.—¿Lo estoy haciendo bien, señor?— pregunta ella con una mezcla de inocencia y coquetería que hace que Ariel sonría cálidamente, permitiéndose disfrutar plenamente de ese momento.—Perfectamente— contestó, acariciando con ternura el hermoso rostro de la joven, ahora teñido de un rubor encantador. —No pregunte más. Solo haga lo que sienta, Camelia. Le aseguro que adoraré todo lo que haga. — "¿Y si realmente la hiciera mi novia?", se pregunta fugazmente, sorprendido por sus propios pensamientos. Camelia, ajena a las reflexiones de su jefe y deseosa de corresponder a su generosidad, se siente más segura ante sus palabras de aliento. Con renovada confianza, se dedica a explorar el torso esculpido de Ariel con sus labios, cumpliendo así una fantasía largamente anhelada.
Ariel no respondió y Camelia no se atrevió a volver a preguntar. Sin mediar palabra, se vistió apresuradamente y subió al auto que él conducía a gran velocidad. Ariel se detuvo al frente del edificio donde vivía Camelia. —Es mi padre —dijo Ariel cuando Camelia se fue a bajar del automóvil. — Está muy enfermo y lo han llevado al hospital. Fue entonces cuando ella comprendió su rostro asustado, aunque no entendía por qué le daba tantas explicaciones. Al fin y al cabo, su relación se limitaba al sexo; no eran una pareja. —Espero que se mejore pronto —dijo ella bajando con prontitud del auto. —Disculpe por preguntar lo de antes. Ariel no respondió y en cuanto descendió Camelia, salió a toda velocidad rumbo al hospital unas cuadras más allá. Por su parte, Camelia se quedó mirando cómo se alejaba el coche y deseó que no fuera nada serio lo del padre de Ariel. Iba a entrar a su edificio, pero cambió de dirección y se dirigió a la farmacia. Quería asegurarse de tener suficiente cantidad
Ariel irrumpe en el hospital, jadeante y con el corazón acelerado. Sus ojos recorren frenéticamente el pasillo hasta dar con sus dos hermanos y sus respectivas esposas, quienes rodean a su madre. Ella, sentada en una silla de plástico, solloza desconsoladamente, su rostro surcado por lágrimas y el miedo palpable en sus ojos enrojecidos.—¿Mano, qué ocurrió? ¿Qué le pasa a papá?— pregunta Ariel, su voz teñida de angustia al ver a su madre en ese estado, temiendo lo peor.—Tranquilo, no es nada grave, Ari— se apresura a responder Marlon, su hermano mayor, al notar la expresión aterrada de Ariel. —Papá sufrió una descompensación y se desmayó. Ya le están administrando suero. Ya conoces a mamá, lo impresionable
La primera vez que Ariel vio a Mailen, ella estaba sentada sola en una mesa de la cafetería universitaria. Su cabello rubio deslumbrante caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcando un rostro de belleza etérea. Sus ojos, de un azul tan claro como un cielo de verano, contrastaban con sus mejillas sonrosadas y unos labios rojos que parecían esculpidos por un artista.Ariel, cautivado por su presencia, se acercó con una mezcla de nerviosismo y determinación. Con una sonrisa tímida, se sentó junto a ella y, poco a poco, fue ganándose su confianza al ofrecerle ayuda en sus tareas diarias. Para cuando el primer semestre llegó a su fin, el destino ya había entrelazado sus caminos, convirtiéndolos en una pareja inseparable.En la universidad, Ariel no tardó en destacar. Su dedicación al estudio, heredada de sus hermanos mayores, lo lle
Ariel pasó el día sonriendo como un tonto, abrazando y besando a todos. Al llegar la noche se vistió con un elegante traje que estaba a juego con el vestido que llevaría Mailen. Una hermosa limusina blanca lo esperaba, la había puesto su hermano a su disposición. Tomó todo y emocionado, enfiló rumbo a la casa de su novia diez minutos antes de lo acordado, para darle tiempo a vestirse, con el vestido de sus sueños.Mailen era hija de una familia de bajos recursos. Realmente era una belleza y de seguro que triunfaría en la vida por ello. Vivía contándole a Ariel que deseaba ser una gran actriz y modelo. Quería vestirse con las ropas de los mejores diseñadores del mundo, decía. Su mayor sueño era irse a París, el corazón de la moda. Le decía a cada rato que haría cu
Ariel se mantuvo firme al ver a su familia en pleno apoyándolo desde el estrado. Su padre lo miraba fijamente, mientras su madre le sonreía con cariño, infundiéndole valor. Ismael, por su parte, miraba con odio a Enrique, conteniendo las ganas de enfrentarlo por la humillación a la que estaba sometiendo a su hermano.—Buenas noches —comenzó Marlon con una sonrisa—. Seguramente se estarán preguntando por qué la familia Rhys ha hecho acto de presencia en esta ceremonia de graduación. Se los diré, pero primero lo primero. Me complace ser quien entregue el premio al mejor alumno de la escuela, por sus admirables resultados, obtenidos con arduo trabajo durante todos estos años. Es un gran honor que agradezco al director por cederme su lugar. Por favor, que suba al estrado Ariel Rhys, merecedor del tí
Camelia reía con las ocurrencias de su mejor y única amiga, que esperaba ansiosa su respuesta.—Vamos, dime qué has hecho, Lía —la apremiaba Nadia con curiosidad—. ¿Te acostaste con el dueño del edificio?—Ja, ja, ja... No es nada de eso. Mejor te cuento antes de que inventes toda una telenovela en esa cabecita tuya —se apresuró a decir Camelia ante la insistencia de su amiga.—Está bien, pero primero come esto —pidió Nadia señalando la comida—. A Richard le quedó delicioso, solo me dejó preparar la ensalada. ¿Verdad que sabe como el de mamá?—Sí, está exquisito —asintió Camelia saboreando el pl